Jueves, 21 de noviembre de 2013

En la Biblia podemos encontrar la manera como Jesucristo escogió a sus discípulos (al menos a los que se mencionan en los evangelios). Esta forma especial de llamado ha sido grabada en las Escrituras para testificar de la soberanía del Dios de la Creación. Dios no invita sino que ordena. En ningún momento vemos al Señor incitando a las masas o a alguien en particular a venir a él; simplemente escogió a quienes escogió porque sabía lo que hacía. Incluso Judas fue llamado, en tanto hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.
Jesús les dijo un día a sus discípulos que él los había escogido a ellos y no ellos a él; en otra oportunidad también afirmó que él había escogido a los doce, si bien uno de ellos era diablo (hablaba de Judas). Pero no eran solamente los doce los que andaban alrededor de él, en ocasiones le seguían muchos discípulos que se escandalizaron de sus palabras acerca de la predestinación y exclamaron dura es esta palabra, ¿quién la puede oír? (Juan 6:60). Estos le dejaron murmurando y Jesús no se volteó a ellos para rogarles o convencerlos de que era mejor quedarse con él.
Llama la atención el que un día andaba junto al mar de Galilea y vio a Simón y a su hermano Andrés, quienes echaban la red en el mar como pescadores que eran. Enseguida les dijo que lo siguieran y ellos dejaron sus redes para seguirlo. Fue a ellos a quienes les aseguró que los haría pescadores de hombres. Más tarde vio y llamó a Jacobo y a Juan su hermano que estaban en una barca, arreglando las redes de pesca. Estos dejaron a su padre allí mismo y siguieron a Jesús. En otra oportunidad se encontró con Felipe y le dijo que se incorporara. Sabemos que lo siguió, porque Felipe habló con Natanael y le explicó que habían encontrado a aquél de quien Moisés y los profetas habían escrito en la ley. Natanael preguntó si de Nazaret podía salir algo bueno, porque tenía sus recelos, pero Felipe le pidió que fuera a averiguarlo. Entonces Jesús cuando vio que se acercaba lo describió: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Natanael, sorprendido, le preguntó de dónde lo conocía, por lo que Jesús le respondió que lo había visto debajo de la higuera antes de que Felipe lo llamara (Nos damos cuenta de que Jesús, en alguna manera, estuvo detrás del llamado que Felipe le había hecho). Natanael al oír esta declaración se abalanzó y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel. A Mateo lo vio sentado en el banco de los tributos públicos, a quien también llamó diciéndole: Sígueme. De inmediato Mateo se levantó y lo siguió.
En cierta oportunidad, un escriba quiso seguir a Jesús, pero el Señor le dio a entender que no lo había llamado. En apariencia, el hombre quería andar con el Señor de los milagros, quien ya adquiría fama entre los judíos; te seguiré adondequiera que vayas, le dijo presuroso. El no esperó el llamado de Jesús sino que acudió a él; vemos que fue rechazado porque de seguro el Señor conocía su corazón y sabía que se había acercado por su fama. Tal vez quería seguirlo para adquirir honor, prestancia pública y riquezas (Gill: Comentarios de la Biblia). Esta idea se deriva de las palabras respondidas: las zorras tienen guarida y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza (Mateo 8:19).
QUE LOS MUERTOS ENTIERREN A LOS MUERTOS
Hubo un hombre que cuando el Señor lo llamó argumentó que su padre estaba muerto y tenía que enterrarlo. Jesús entonces pronunció su frase tan destacada, el dejar que los muertos entierren a sus muertos. El le estaba dando vida al nuevo discípulo y no le habló con rodeos a su aspirante; sus palabras no fueron dulces y suaves sino categóricas. Lo que Jesús quiso decirle fue que su padre estaba doblemente muerto: física y espiritualmente, por lo cual sus otros familiares o vecinos, quienes estaban tácitamente muertos en el espíritu, se ocuparían de esa tarea. En otros términos, se corroboró la tesis de que la humanidad está muerta en delitos y pecados, como consecuencia de su caída en Adán.
Otra persona le dijo a Jesús que lo seguiría, pero que primero se despediría de su familia. A éste el Señor le increpó: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. Es natural que una persona que ara la tierra deba mirar hacia adelante, pues cuando los animales así lo hacen coadyuvan en su trabajo. El trabajo de dirigir el arado no quedaría bien hecho y delineado si no se pone la atención necesaria hacia adelante; en sitios montañosos se corre incluso el riesgo de muerte si un animal se desboca por mala conducción. Asimismo es el reino de Dios; predicar el evangelio presupone rechazar al dios Mamón (el de las riquezas), dejar a un lado los intereses personalísimos y colocar al mismo tiempo la totalidad de la energía en Jesucristo. Si los pensamientos de una persona están ocupados en objetivos diferentes y contrarios al reino de Dios, su ministerio se opaca y su trabajo es desechado. La frase conclusiva de Jesús así lo demuestra: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios (Lucas 9:62).
En resumen, Dios llama a quien quiere y su llamado es eficaz, como lo demuestran estos casos narrados en los evangelios. El libro de Apocalipsis deja ver claramente que el llamado eficaz es aquel que es hecho por el Espíritu de Dios junto con la iglesia; la iglesia por cuanto cumple con su ministerio de proclamar el evangelio, pero el Espíritu en cuanto hace eficaz el llamado en aquellos que el Señor añade cada día a su iglesia. Dice el texto apocalíptico de la siguiente manera: Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente (Apocalipsis 22:17).
Dado que el hombre natural está muerto en sus delitos y pecados, urge el nuevo nacimiento. Como esto no es posible sino en virtud de la acción divina (Juan 3) y como la fe viene por el oír la palabra de Cristo (Romanos 10:17), el último libro de las Escrituras anuncia el llamado coherente del Espíritu y la Esposa, que es la Iglesia. Este llamado produce en los que habrán de venir un deseo y el querer saciar la sed de Dios. Tu pueblo se te ofrecerá de buena voluntad en el día de tu poder (Salmo 110:3), que es precisamente el día en que el Señor pone en su pueblo un corazón nuevo, el día en que le coloca su Espíritu y hace que andemos en sus estatutos (Ezequiel 36: 26-28), el día en que nos hace nacer de nuevo.
La persuasión humana para que la gente vaya a Cristo es tan perjudicial como la auto-persuasión. No es la técnica de evangelización la que salva, ni la que llama en forma eficaz, sino solamente el llamado que Dios hace a los que son suyos. Los casos narrados en la Biblia nos han enseñado que ninguna persona llamada por Dios es capaz de resistir al Espíritu de Cristo. La gracia es irresistible e irrenunciable porque el llamamiento es eficaz; por eso se ha escrito que a los que Dios conoció (amó) los predestinó, los llamó, los justificó y los glorificó (Romanos 8: 29-30).
Nadie es suficiente para acudir a Jesucristo por cuenta propia, pero cuando es llamado por Dios todas las cosas le ayudan a bien (Romanos 8: 28). Los sedientos son llamados a ir a las aguas, porque el que tiene sed será saciado. Nadie puede tener sed de Dios a menos que Dios lo haya llamado. Ese es el testimonio del Espíritu a nuestro espíritu y de la Palabra escrita a nuestras almas.
César Paredes
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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 7:21
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