S?bado, 16 de noviembre de 2013

El pecado se paga con más pecado; tal parece ser el axioma de nuestro tiempo. Si Dios ha cerrado ciertos ojos para que no vean y ha cerrado la mente de algunos para que no entiendan, entonces la pesadez y la grosura del corazón se ve castigada con más pecado. Pero ¿por qué hay un grupo de personas a quienes Jesucristo les permitió entender las parábolas? No fue precisamente porque éstos no tenían grosura natural en su corazón, sino porque así fue la decisión del Señor desde antes de la fundación del mundo.

Para una persona regenerada por el Espíritu de Dios no hay nada más aborrecible que el pecado; pero parece ser que solamente este tipo de persona es capaz de comprender que el pecado es un castigo para los que pecan. Dios siempre se ha dejado un remanente para perseverar hasta el final de cada generación, de manera que el evangelio pase hasta nuestro tiempo. Pero ese remanente ha tenido que batallar a diario contra las inclemencias de su alma que mantiene todavía la tendencia al mal. Pablo nos escribió al respecto, en su carta a los romanos, en el capítulo 7.

Sabemos que Dios está en control del mundo que hizo, pero de igual forma conocemos que el hombre es totalmente responsable de sus actos. El problema se torna filosófico, por cuanto Dios no responde ante nadie. El hecho de que el Todopoderoso no tenga un agente superior a Él, ni siquiera uno igual, nos permite comprender que no tiene a nadie ante quien responder.

La Biblia señala que los que están en la carne no pueden agradar a Dios; de manera que toda persona en su naturaleza va a rechazar a Jesucristo en esta vida. Su pecado llama a pecado y éste genera la muerte. La naturaleza no tiene ninguna inclinación positiva y eficaz hacia Jesucristo, a no ser que la persona sea redimida (regenerada por el Espíritu de Dios).

Hay gente que predica el evangelio sin haber recibido la regeneración del Espíritu. ¿Cómo es esto posible? Simplemente que hay miles de personas que enseñan un evangelio diferente. El hecho de que le coloquen nombres a sus dioses imaginarios con referencia a la Biblia no implica que la idolatría que han asumido como la verdad sea realmente la verdad.

Pero a los que Dios conoció de antemano, en el sentido de que los amó desde antes de crear el mundo, son los mismos que predestinó, justificó, llamó y santificó e incluso glorificó. Es decir, que Dios tiene un remanente aún hoy día para que anuncie su palabra, para que viva conforme a su palabra y para que disfrute de sus profecías. Cualquiera pudiera ver frustrada sus esperanzas por estos anuncios bíblicos, pero nadie tiene que asumir tal fatalismo. Dios quiso salvar al mundo por la locura de la predicación, por lo tanto el escuchar el mensaje del evangelio es algo muy positivo. ¿Cómo oirán si no hay quien les predique? - dijo un día el apóstol Pablo; es decir, que los elegidos de Dios han de oír el mensaje evangélico para que el Espíritu active en ellos la gracia de Dios en la regeneración o nuevo nacimiento.

Ciertamente la fe viene por el oír la palabra de Cristo; no hay creyentes secretos que jamás hayan oído el anuncio del evangelio, el cual dice en forma simple dos cosas: que crean al evangelio predicado y que se arrepientan. El arrepentimiento presupone un cambio en la manera de pensar o de concebir a Dios; es un cambio de mentalidad respecto a quién es Dios y en relación a quién es el hombre en relación al Dios soberano. En griego se dice METANOIA, un cambio de mentalidad.

Desde esta perspectiva nadie puede estar seguro de su salvación hasta que llegue a creer ese evangelio verdadero; por la misma razón nadie puede asumir que está reprobado desde la eternidad hasta que oiga el evangelio y lo rechace. Si nunca lo oye entenderá después de esta vida lo que le ha sucedido;  por supuesto, muchos que escuchan el mensaje de salvación no hacen caso al principio, pero de seguro que los que han sido señalados por el Padre para ir a Jesucristo llegarán a nacer de nuevo. ¿Cuántas veces no habría oído Saulo de Tarso el anuncio del evangelio? Suponemos que lo escuchó al menos en tantas oportunidades como las que tuvo de perseguir a los creyentes aún hasta la muerte.  Pero sucedió lo que él ni siquiera imaginó por un momento, que ese Jesús a quien él perseguía lo derribaría de su caballo y lo haría nacer de nuevo.

No le ha sucedido de esta manera a toda la humanidad. Unos son ovejas mientras otros apenas cabritos. Unos son llamados trigo y otros cizaña. Dios amó a Jacob pero odió a Esaú, aún antes de que hiciesen bien o mal. Muchos tropiezan con esta piedra para su caída y destrucción; otros dan coces contra el aguijón hasta hacerse mucho daño. Pero la Biblia no puede ser alterada para beneficio de las masas, el evangelio no se puede degradar en pro de las multitudes. Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos, dijo Jesucristo.

La maravilla de la elección es que existe una seguridad plena en que los medios para creer también han tenido que ser prefijados con antelación; por esta razón Jesucristo también afirmó que sus ovejas oirían su voz y le seguirían y nadie las podría arrebatar de sus manos ni de las manos de su Padre.  La disposición para escuchar el anuncio (o para leerlo) es un medio preparado de antemano para que la palabra de Dios no vuelva vacía; aunque el rechazo del evangelio también es parte de lo que esa palabra hará.

En efecto, la Biblia dice que muchos tropezarán en la palabra que es Cristo, pues él es el Verbo hecho carne. Ha dicho que él es la roca en la que muchos tropiezan para su propia destrucción.  Dado que el hombre ama el pecado por naturaleza, la palabra de Dios es luz que denuncia sus tinieblas. En muchos esto no agrada, pero a unos pocos esta luz les ha alumbrado al punto en que Jesucristo les ha amanecido. Como Dios nos escogió en Jesucristo para que fuésemos santos, nosotros podemos entender que el pecado se castiga también con más pecado. Esa es la razón por la cual el que ha sido regenerado aborrece pecar y lamenta tanto el mal que no quiere hacer (Romanos 7).

DAVID Y GOLIAT

Sin ningún chance de ganar, David tuvo que enfrentar al gigante que fastidiaba y amenazaba al ejército del Señor de los cielos. Goliat significa esplendor, magnificente; así era el gigante de poco más de tres metros de alto. La historia ha recogido casos de gigantismo, como es el señalado por Josefo, referente a uno que fue presentado al rey de los Partos, o el del ataúd de Orestes el hijo de Agamenón, que tenía mayor tamaño que el gigante mencionado en la Biblia. Hay otro caso interesante, el que relató Plinio acerca de uno de Etiopía, cuyo nombre era Syrbotae, y era apenas un poco más bajo que Goliat. Según nos dice Gill, en Comentarios de la Biblia, en la Septuaginta se menciona a Goliat con una estatura menor que en otras versiones de la Escritura, pero siempre superior a 2 metros 40 centímetros.

La Biblia nos quiere dejar una gran enseñanza que trasciende incluso el fondo histórico. El bien triunfa sobre el mal en cualquier terreno, siempre que sea en el nombre del Señor. Por supuesto, esto no es un formulismo que concluye con la expresión muy trillada de en el nombre del Señor, sino que más bien refiere a la concepción que Elías tenía de esa realidad. Decía el profeta, vive Jehová, en cuya presencia estoy; la actuación de este hombre que se movía en nombre de Dios equivalía a estar en Su presencia. El pequeño David, menor entre sus hermanos, estaba en la presencia del Dios de los ejércitos, cantaba alabanzas a su nombre, fue el poeta de Dios y era uno de los ungidos del Señor.

La unción de David le permitió exclamar con precisión ante las ofensas del gigante filisteo la frase célebre que separaba a los dos pueblos: a los escogidos de Dios y al mundo que odia a Dios. Porque ¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente? (1 Samuel 17:26).

El pecado de Saúl, que era el rey de Israel, lo había apartado de la unción de Dios. Ya un espíritu malo de parte de Jehová le había sido enviado para atormentarlo. David acudía al llamado del rey para tocarle el arpa y calmar el espíritu del dirigente del pueblo de Dios (eso se narra en 1 Samuel 16). El pecado de Saúl había traído más pecado a su pueblo: ahora la nación entera se había acobardado ante los improperios del filisteo magnificente. Recordemos que en el libro del Apocalipsis se habla acerca de los cobardes, que estarán fuera del reino de los cielos (Apocalipsis 21:8).

LA MUJER DE LOT

En la destrucción de Sodoma se había ordenado a Lot y a su mujer huir de ella y no volver la vista atrás mientras era destruida. La mujer de Lot no aguantó la tentación de echar la mirada hacia atrás, hacia la ciudad pecado, y fue castigada convirtiéndose en una estatua de sal. Este es otro modelo o paradigma del juicio de Dios sobre aquellos que se complacen con la desobediencia a sus órdenes.

Ella miró hacia un lugar en vez de fijarse hacia donde estaba el sitio opuesto de donde era sacada. Mirar hacia el lugar equivocado puede hacer que nuestras vidas se conviertan en inútiles. Josefo, Tertuliano e Ireneo, dieron fe de este monumento natural, producto del sulfuro que fue emanado por voluntad divina. Aventino reportó un hecho similar después de un terremoto en Bavaria, en 1348, cuando más de 50 campesinos con sus vacas fueron atacados con un aire pestilente (sulfuroso) emanado de la tierra abierta y se convirtieron en estatuas salinas (véase Gill, Comentarios de la Biblia); pero, más allá de lo que encontramos en la historia, fue Jesucristo quien nos lo recordó como un hecho veraz y relevante para nosotros (Lucas 17:32). Esta instrucción de no mirar hacia atrás o de no volvernos hacia atrás de nuestra profesión de fe o de la verdadera religión sigue vigente; el hecho doctrinal enseñado refiere a que debemos seguir a Cristo y sus ordenanzas y no mirar hacia el mundo (atrás). ¿Por qué? Porque el pecado de la desobediencia genera más pecado, el pecado se paga con pecado y eso es insufrible para la naturaleza regenerada (Romanos 7).

LA CONCUPISCENCIA

Santiago afirmó que la tentación sale de nuestra concupiscencia. En griego el término es ἐπιθυμία, epithumía, un deseo excesivo, una pasión desenfrenada. Como de la abundancia del corazón habla la boca, es notorio que un deseo intenso y excesivo por algo bueno o malo dependerá del corazón que desea. Normalmente el término concupiscencia conlleva la connotación negativa en las traducciones de la Biblia. Este timo atrae y seduce por ser excesivo, como bien lo dijo Pablo al referir a la ley que fue introducida para que abundara el pecado, pues cuando dice no codicies entonces deseamos lo prohibido. ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto (Romanos 7:7-8). Un ejemplo de esta atracción fatal la muestra el Génesis capítulo 3, cuando se relata que la mujer vio que el árbol era bueno para comer y agradable a los ojos; era un árbol codiciable para alcanzar la sabiduría, por lo cual comió y le dio a su marido.

En cuanto a la pasada manera de vivir, debemos despojarnos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos; de igual forma conviene abstenernos de los deseos carnales que batallan contra el alma. Los apóstoles dijeron que en estos tiempos habría burladores que andarían según sus malvados deseos, de tal forma que Dios los dejará a la dureza de su propio corazón para que anden en sus consejos. No fue en vano que se recalcó el mandato de no codiciar la casa de nuestro prójimo, ni su mujer, ni cosa alguna de él.

En resumen, el pecado humano viaja exponencialmente, sumergiendo a la humanidad en la falsa piedad. Muchas religiones se levantan por doquier, algunas tratan de imitar los parámetros bíblicos, pero presentan a un Jesús hecho a la imagen y semejanza del corazón humano. Se nos ha recomendado examinar las Escrituras porque ellas testifican de Jesucristo; solamente de esa manera podemos estar ciertos de cuál es el evangelio verdadero. El salmista David exclamó un día a Dios para que lo librara de los pecados que le eran ocultos; asimismo dijo que había sido concebido en maldad y en pecado. Por eso es que la Biblia dice a gritos que debemos arrepentirnos y creer en el evangelio; de lo contrario pagaremos las consecuencias del pecado, que no es otra cosa que nuestra equivocación con respecto a quién es Dios.

César Paredes

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