Mi?rcoles, 13 de noviembre de 2013

Hay gente que quizás nunca en su vida ha tenido que lidiar con un desbalance químico cerebral y tal vez no consideren esa aflicción tan real como la diabetes. El pecado introdujo como maldición la enfermedad, por lo tanto la depresión es uno de los tantos males que padece la humanidad. Hay razones de mucha índole para que se dé esta enfermedad,  que no solamente tienen que ver con el asunto químico. Cierto es que los problemas recios que se afrontan en ocasiones pueden dirigir al ser humano a una fluctuación de humor;  sin embargo, la depresión dura mucho más que un simple cambio humorístico. Si se trata la diabetes o la hipertensión,  también ha de tratarse la enfermedad que nos ocupa.  La tristeza, la profunda sensación de silencio y soledad en derredor, el sentirse ajeno al contacto del prójimo, el llanto, el desencanto y la pérdida de interés en la familia, en el trabajo o en la profesión, junto con  la sensación de fracaso y de ser inferior a los demás son algunos de los síntomas de la depresión.

La incapacidad para funcionar correctamente en materia espiritual es otro de los síntomas de esta enfermedad.  Si una persona deprimida asume que los que le rodean no tienen interés en ella, entonces también es propicia a creer que el Padre celestial tampoco cuidará de su situación. Se comienza a perder el entusiasmo por la oración, ya que pareciera que Dios está muy distante. Soy como hombre sin fuerza  ¿Por qué, oh Jehová, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro? (Salmo 88:4).

Depresión espiritual.

La culpa es uno de los grandes soldados enemigos que asaltan la mente del deprimido espiritual; la memoria de los hechos punibles que se hayan cometido muestra sus imágenes para evidenciar en forma lógica que estamos donde estamos porque lo merecemos. Puede llegar el período de los pensamientos suicidas, asunto muy peligroso, porque la vida comienza a carecer de sentido. Si recordamos la vida del profeta Elías, conviene mirar un poco en su depresión. Ese hombre de fe que hacía descender fuego del cielo, detenía la lluvia y la volvía a llamar con su oración al Todopoderoso; fue afligido porque no vio a mucha gente seguir a Jehová. ¿Solamente yo he quedado?, se llegó a preguntar. Ese mismo hombre de fe sucumbió ante las amenazas de la reina Jezabel y quiso morir, y aunque no fue un suicida, suplicó a Dios que le quitara la vida, pues ya él estaba vencido y agotado de tanto esperar un cambio radical en el pueblo de Israel.

La persona deprimida ha perdido su capacidad de concentración y no puede pensar coherentemente. Otro de los soldados que abaten al deprimido es la irritabilidad porque ha invertido mucha energía en sopesar los pro y los contra del pasado que le asalta con la culpa. Demasiado psicoanálisis en solitario agota la fuerza mental y el deprimido se convierte en un ser irritable.

Cuando se batalla contra la falta de esperanza, contra la falta de concentración, contra la pérdida de interés por las cosas comunes, la irritabilidad aparece como una consecuencia natural. Entonces el círculo se inicia porque un ser irritable se torna incapaz de relajarse; la irritabilidad y el sosiego son conceptos opuestos. La culpa entierra su espada en el alma quebrada porque ese sufrimiento que se sostiene se merece. ¡Cuántas veces un creyente confiesa sus pecados una y otra vez, porque supone que no han sido perdonados!

La ansiedad toma su turno y comienza a trabajar contra el sueño; de esta forma el cuadro se va completando y cada quien puede seguir añadiendo nociones médicas o populares, pero de igual forma esto es un asunto que se padece en gran medida a lo ancho del planeta. Aunque lo más común en el depresivo sea el insomnio, sucede a veces que una persona deprimida duerme demasiado en el intento de evadir la aflicción. Pero toda esta sintomatología conlleva a la fatiga crónica, normalmente porque no ha descansado como debería.

Para una persona deprimida, cualquier pequeño obstáculo es una gigantesca montaña que debe subir. Recordemos que este tipo de enfermo ha perdido sus facultades mentales plenas y ya no puede asumir la realidad en forma objetiva, como lo haría cualquiera en condiciones de normalidad. Todo su panorama se le ha convertido en un gigantesco problema que está más allá de las proporciones naturales. La depresión en su mejor definición es un problema del pensamiento; el deprimido no puede pensar en forma normal. La Biblia dice que como el hombre piensa en su corazón así es él mismo. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca (Lucas 6:45).

La primera conclusión que pudiéramos sacar de lo expuesto es que el deprimido es un enfermo que debe poner atención a su enfermedad. Es tan realmente enfermo como un hipertenso, o como uno que está por infartarse. Otro gran problema de la depresión es el trastorno comunicacional; de manera que la relación grupal es importante como parte de su terapia.  La iglesia debería ser el sitio ideal para integrarse al mundo gregario, pero sucede que también hay deprimidos que aún en las iglesias prefieren andar solos.

Elías llegó a creer que solamente él había quedado, y era lógico lo que pensaba porque le había tocado vivir en cuevas, en montañas, aislado de la ciudad por las razones político-religiosas que le cercaban. Pese a que el Salmo 88 aparece como un escrito de dolor por la soledad sufrida, en muchos comentarios de teólogos respetables leemos que refieren el texto a un anuncio de lo que el Mesías iría a padecer. Pero en ningún momento se niega el malestar que afligía al salmista; de manera que él tuvo que lidiar con momentos depresivos difíciles. También David escribió sobre sus aflicciones, independientemente de que haciéndolo profetizaba:  Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? (Salmo 22:1). Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira(Salmo 38:1);.Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado. Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido; han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios (Salmo 69:1-3).

Antes de juzgar injustamente a este tipo de enfermo, se debería dar apoyo anímico a quien padece de esta forma. La gran lección para todos nosotros es que estos depresivos de la Biblia clamaron a Dios y su queja fue precisamente que no sentían que Dios les oyera sus plegarias. Pero ellos siguieron en su clamor pese al dolor; triste hubiese sido que sus caminos hubiesen sido el desarraigo absoluto de la fe que un día les fue dada. Sabemos que esto no ha de suceder en aquellos que han sido guardados en las manos del Buen Pastor, como lo afirmó Jesús (Juan 10).

Elías fue atendido de inmediato, con un ángel que le cocinó una torta y con un profundo sueño; luego le fue dicho que siguiera caminando para continuar la obra que todavía no había terminado. Descanso y comida fue la terapia que usó el Señor con su profeta; tal vez en estos tiempos conviene recordar ese caso. No obstante, hoy día puede ser que Dios también incluya el balance químico del cerebro con las drogas que la medicina recomienda. A simple vista no se puede afirmar que la depresión sea un pecado, sino una enfermedad del alma. De todas formas, vivir continuamente en depresión no es sano y por los ejemplos bíblicos sabemos que esos salmistas y profetas padecieron la enfermedad pero consiguieron el remedio, ya que vivieron hasta ver la respuesta a su clamor.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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