Martes, 29 de octubre de 2013

Dios es uno de orden y no de confusión; por algo se dejó dicho que en el principio era el Logos. No podemos dudar del plan que el Padre tuvo desde antes de la fundación del mundo en el cual incluía la preparación del Cordero (1 Pedro 1:20), pero tampoco dudamos de la crueldad de la crucifixión. En ese acto hubo pecado sobre pecado, en las personas que participaron como ejecutoras del Hijo de Dios. De nuevo, el que Dios haya preparado la crucifixión de Jesús no lo hace a Él pecador.

Los enemigos de la predestinación llaman a este asunto la paradoja de la elección. Si hubo predestinación entonces el Padre predestinó una serie de pecados que contradicen su esencia de pureza y amor. Pero la Escritura no contiene tales cosas como contradicciones, simplemente que en la superficie de la revelación muchos ven algo diferente a lo que existe en su profundidad. Voy a tratar de explicar con una pregunta pertinente: ¿la crucifixión del Señor fue voluntad de Él o simplemente una coyuntura que Él permitió?

Al responder a esta interrogante dejaremos inactiva la paradoja presentada por los enemigos de la predestinación. El asunto es cómo vamos a responder, pues puede haber una diversidad de soluciones al conflicto. No obstante, una sola respuesta será la verdadera. Decir, por ejemplo, que el Señor permitió la crucifixión equivale a afirmar que no tenía ningún plan para la salvación humana; que de repente Dios aprovechó la mala intención de Judas y Pilatos, de los judíos del Sanedrín y de la multitud ingrata y enardecida para crucificar a Su Hijo. Pero esto nadie lo cree, pues no es lógico y no tiene nada que ver con las profecías que centenares de años antes hablaban de lo que le sucedería al Mesías. El día de la crucifixión del Señor se cumplieron alrededor de 40 profecías, pero hubo muchas más que refirieron a su vida y obra. De manera que no es viable sostener que Dios Padre tan solo permitió la crucifixión del Hijo.

La otra concepción al respecto es que Dios se valió de lo que la gente mala quería hacer, pero no influyó para nada en lo que hicieron. Eso, lejos de excusar a Dios lo incrimina de negligente y de oportunista. Estaríamos hablando de un Dios que mira en los corazones de los hombres para escribir sus profecías, para pronosticar lo que va a pasar. Pero eso raya en el teísmo abierto, una doctrina que asegura que Dios no sabe el futuro y siempre queda sorprendido, por lo tanto no le queda opción sino permitirlo por no poder controlarlo.  Sin embargo, esta tesis tampoco coincide con la revelación.

Hay quienes sostienen que cualquiera sea el caso, si Dios permite u ordena, el hombre es libre por naturaleza para hacer lo que quiera. Es decir, que si Judas Iscariote hubiese decidido a última hora no traicionar a su Señor de seguro lo hubiera hecho otro apóstol; no podía ser uno ajeno a los doce porque ya Jesús había profetizado que había escogido entre los doce a uno que era diablo. Tampoco se compagina esta tesis del libre albedrío con la del Dios soberano declarado en la Biblia.

Podría pasar muchas horas sentado escribiendo acerca de las posibles paradojas humanas que hacen ver a un Dios arrinconado que no tuvo más elección que dejar que Su Hijo muriera. Incluso hay quienes aseguran que Dios pudo salvar de otra manera, sin permitir la crueldad del asesinato de Su Hijo, sin tener que ordenar tal atrocidad. Pero no discutiré esta última, porque la Biblia habla de Dios como Señor de señores, Rey de reyes, soberano absoluto que hace como quiere y que no tiene consejero. De manera que si eligió que Su Hijo habría de morir fue porque desde un primer momento supo que era lo perfecto, que no había otra forma para redimir a la humanidad elegida.

Bien, llegados a este punto, nos queda aceptar la verdad: que Jesús vino al mundo a salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Y si vino fue porque el Padre lo envió y hubo acuerdo entre ellos, pues siempre le mostró obediencia y buena disposición. Incluso en Getsemaní oró para que si fuere posible otro medio de salvación pasara por alto esa copa amarga que habría de beber, aunque finalmente dijo que se hiciera la voluntad del Padre.

¿Adónde vamos con este ejemplo? Simplemente a un hecho lógico y a un argumento lógico: el del argumento de mayor a menor, que dice que quien puede lo más puede lo menos. Si Dios pudo ordenar el crimen más horrendo del planeta (el asesinato de Su Hijo), planificado a cada detalle (como lo demuestran las profecías), y si para alcanzar tal fin los actos preparados por su mano fueron pecados cometidos por quienes lo ejecutaron, de seguro Dios puede hacer lo menos (cualquier asesinato por cruel que parezca en el planeta). Esto suena fuerte decirlo, pero es lo que se desprende de la revelación escrita.

Sus profetas lo han cantado por doquier, incluso podríamos citar a uno solo y eso nos bastaría. Amós, 3:6, dice: ¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? Fijémonos en que el profeta no usó el participio de pasado PERMITIDO, sino HECHO. De manera que Dios mismo se atribuye la autoría de las cosas malas. Pero un momento, aunque Dios sea el autor del pecado Dios no peca ni tienta a nadie. No peca por cuanto el pecado es rebelión contra Dios; sabemos que Dios no se rebela contra Sí mismo, pues se hubiese anulado y eso sí que es imposible y necio. Eso es más o menos lo que dicen los dualistas, que existen dos fuerzas opuestas llamadas el bien y el mal y que están en continua batalla. Pero eso es errático respecto a las Escrituras, pues aún al diablo (al impío) hizo Dios para el día malo (Proverbios 16:4). Dios no está en pugna con Satanás (quien es el tentador), ni lucha contra él para que no le estorbe sus planes; antes, más bien Satanás es uno de sus agentes o ministros. Veamos el libro de Job y comprenderemos el grado de sumisión del maligno; veamos el libro de Samuel y comprenderemos que Dios ordenó el censo de Israel y comparemos ese tema con el libro de Crónicas, cuando dice que fue Satanás quien se lo sugirió a David. ¿Fue eso una contradicción o paradoja? En ninguna manera, simplemente son dos maneras de expresar el relato, uno desde la perspectiva soberana de Dios y otro desde la óptica humana sometida, con Satanás como actor.  Al hablar desde la perspectiva humana vemos a Satanás tentando a David a hacer el censo; por el otro lado se nos presenta la vía metafísica o sobrenatural, donde vemos a un Dios que ordena el censo. Es decir, Dios soberano ordena todo cuanto acontece, pero Satanás ejecuta sus planes y los hombres de su propia concupiscencia son atraídos y seducidos para hacer el mal.

Todo esto nos muestra que Dios no peca ni tiene a nadie ante quien responder por sus actos; nos enseña que el hombre es quien peca y sigue siendo responsable ante Dios, pues conociendo el bien y el mal sabe que no debe hacer esto último, si bien no puede dejar de hacerlo. El diablo fue creado para que Dios se glorificara en Su justicia y sirviera de ejemplo por la eternidad del justo juicio de Dios. Nosotros no debemos objetar el plan de Dios, pues nos convertiríamos en seres que se quejan en lugar de alabar Su nombre y Su sabiduría mostrada en la creación, tanto como en el plan de salvación. No olvidemos que Pablo llamó a esto último la locura de Dios, al decir que quiso Dios salvar al hombre por la locura de la predicación. Añadió que lo necio de Dios es más sabio que lo sabio de los hombres, de manera que lo que nos parece innecesario es sabiduría de Dios para nuestro provecho. Aún los cabellos de nuestra cabeza están todos contados, y hasta ahora no sabemos para qué sirve eso; simplemente que nuestro Dios nos muestra con ese ejemplo el cuidado absoluto que tiene por Sus ovejas.

Dicho esto, Dios está en forma activa detrás de los actos de los hombres; por eso fue que dijo el Espíritu Santo (quien inspiró la Biblia) que aún a Esaú escogió Dios como vaso de ira antes de que hiciese bien o mal, para que el propósito de la elección permaneciese y no el de las obras. Si Esaú se hubiese condenado a sí mismo por sus obras, la Biblia no mencionaría la elección para condenación y el endurecimiento de Dios. Pero el Espíritu fue muy claro en decirlo y desea que los elegidos para salvación lo creamos así; de lo contrario nos llamaría objetores y eso no sería una buena señal. El objetor se levantó en Romanos 9 cuando dijo: ¿Por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién ha resistido a su voluntad?

Esa es la pregunta normal hecha con la lógica natural. ¿Por qué razón Dios inculpa a Esaú, si lo escogió aún antes de hacer bien o mal como vaso de ira? Pero como Dios es soberano no tiene ante quien responder; no hay una entidad igual o superior a Él para dar respuesta a posibles interrogantes. Es el hombre natural el único que se atreve a proferir tal reclamo, por lo cual el Espíritu Santo también le respondió en Romanos 9: ¿Y quién eres tú, oh hombre, para que alterques con Dios? ¿Podrá la olla de barro decir por qué me han hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro como objeto de su ira y destrucción?

En síntesis, la pregunta de si Dios permite las cosas o las hace queda respondida en este cuadro de ideas con el argumento verdadero que va de lo más a lo menos (de maiore ad minus). Lo más malo y cruento que jamás haya acontecido en la humanidad fue el asesinato y la vejación en la cruz del Hijo de Dios; lo más terrible en cuanto a destino es condenar un alma antes de hacer bien o mal. Pero Dios se atribuye estas dos acciones emblemáticas de las cosas peores que puedan acontecerle al hombre, sin desear que nadie salga a ayudarlo o a defenderlo. No lo necesita porque no tiene ante quien rendir cuentas. Los que pretenden defender a Dios caen en la presunción de soberbia de suponer que tienen un rasero mejor y más noble para valorar o juzgar Sus actos. Ellos se alinean con el objetor de Romanos 9 y también piensan que Dios es injusto, por lo cual tratan de desviar las Escrituras para hacer que digan lo que no dicen. Son ellos los que se han metido en una paradoja a sí mismos, pero para eso han sido también destinados. ¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo bueno y lo malo?  (Lamentaciones 3:37-38).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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