Domingo, 27 de octubre de 2013

Se escucha muy a menudo que Dios es amor, por lo tanto ha dejado libertad en los seres humanos para que decidan acerca del bien o del mal. Sin embargo, esta premisa puede ser muy falaz, pues presupone un universal a priori de que si Dios ama entonces no predestina. En otros términos, la predestinación estaría reñida con el amor que Dios tiene por sus criaturas.

Supongamos un padre que tiene un niño pequeño, o tal vez uno ya grande y el hijo desea echarse a un pozo donde hay serpientes. El hijo no les teme, más bien desea probar su confianza por lo cual busca descender al pozo; el padre que lo ama evitará que vaya sin protección, o en todo caso que intente descender hacia los ofidios.  Sería falaz argumentar que el amor del padre dejaría en libertad al hijo ante semejante derrotero.

En la narración bíblica encontramos que Dios nos predestinó en amor, de manera que esa es una proposición válida, si aceptamos la revelación de Dios como un presupuesto categórico. En la carta de Pablo a los Efesios hay un encabezamiento que refiere a un destinatario exclusivo: a los santos y fieles en Cristo Jesús. De manera que están excluidos de la proposición los que no están en Cristo Jesús. Dios nos bendijo con toda bendición espiritual según nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos según el puro afecto de su voluntad (Efesios 1).

Por esa revelación podemos darnos cuenta de que la predestinación y el amor de Dios van de la mano; sin embargo, muy pocos reconocen que Dios odia o aborrece. De la mano también van Su odio y el endurecimiento de los vasos de ira preparados para destrucción desde antes de la fundación del mundo. Son múltiples los textos de las Escrituras que así lo señalan y no solamente el de Romanos 9. En efecto, Pedro habla de los que fueron destinados para la condenación y Judas menciona a los que han sido destinados para esta condenación, para quienes está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas (Judas verso 4 y 13; 1 Pedro 2:8).

Jesucristo es el Dios de amor que pregonan los que niegan la predestinación; ellos suponen que por ser amor no puede predestinar en ningún sentido (y mucho menos en el que presupone la condenación). Pero Jesucristo ha venido a ser piedra de tropiezo y roca de escándalo, ya que los que niegan su doctrina (la predestinación es parte muy importante de su doctrina) son desobedientes a la palabra, y para ello estaban también destinados. Estas palabras fueron referidas por Pedro el apóstol, de manera que son ciertas y veraz queda su proposición.

Uno de los problemas lógicos que se le presentan a los negadores de la predestinación es el hecho de que se ha agregado en diversos textos la noción de eternidad. El acto de predestinar fue hecho desde antes de la fundación del mundo, de manera que no es posible creer el absurdo de que cuando uno cree en Jesucristo ha sido predestinado en ese momento para ser conforme a la imagen del Hijo. La predestinación no acontece en el momento de creer, sino que fuimos predestinados para creer. Si el acto de pre-ordenar ocurrió antes de la fundación del mundo, entonces esa acción ha sido soberana y para nada tuvo en cuenta el que el hombre hiciera bien o mal (Romanos 9). La Biblia no propone a un Dios que mira a través de las edades y descubre que hay un grupo de sus criaturas dispuestas a ser rescatadas; eso no es predestinar, eso sería avizorar. Dios no pudo descubrir nada bueno en el hombre cuando lo declaró muerto en delitos y pecados, cuando dijo que no había ni uno solo que le buscara, ni quien hiciera lo bueno. De manera que no existe tal cosa como una predestinación en el momento en que alguien cree; todo lo contrario, si alguien cree es porque el Padre lo ha llevado a Cristo (Juan 6) y nadie puede ir a Cristo si no fuere enviado por el Padre. Pero hay algo más en la proposición del Señor: el que viene a él no es echado fuera sino conservado en sus manos y en las manos del Padre. Por otro lado, uno puede preguntarse deductivamente por qué muchos no van a Cristo y la razón la encontramos en el mismo texto de Juan 6: porque no fueron enviados por el Padre, pues de haber sido enviados por el Padre estarían en las manos de Cristo y del Padre mismo.

En ese orden de ideas sabemos que Jesucristo no oró por el mundo, sino solamente por los que el Padre le dio (sus once discípulos y los que creerían por la palabra de ellos -Juan 17). Si  la noche antes de su crucifixión rogó solamente por los que son del Padre, entendemos que su muerte expiatoria no se extendió por cada habitante del mundo. Antes bien, ya había dicho que él se iría pero que un grupo de personas a quienes hablaba moriría en sus pecados. Si esos morirían en sus pecados es porque no iban a ser representados en la cruz por su cuerpo inmolado. Jesucristo no representó a Judas Iscariote, ni expió los pecados de Caín o del Faraón. Sabemos que no murió por el hombre de pecado (el Anticristo, cuyo advenimiento es por obra de Satanás); de manera que su expiación fue limitada a los que son su pueblo, su iglesia, sus amigos.

Si Dios es amor para cada habitante del planeta, no se hubieran escrito tantas profecías acerca de la condenación eterna. Y esta condenación ocurre no porque el hombre tenga libertad de decisión, pues aún el último libro de la Biblia lo señala muy eficazmente, que a la bestia la adorarán todos aquellos cuyos nombres no estén escritos en el libro de la Vida desde el principio del mundo; porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios (Apocalipsis 13:8; 17:8 y 17).

Estos textos demuestran claramente que Dios endurece a quien quiere endurecer, pues para eso ha hecho sus vasos de deshonra o de ira, para mostrar en ellos su poder. De manera que los planes de Dios no se fundamentan en el azar del hombre; más bien lo que nosotros llamamos azar no es más que un eufemismo para ocultar nuestra ignorancia de las variables de lo que acontece en el mundo natural. ¡Cuánto más desconocimiento no tendrá el hombre respecto del mundo espiritual! Es Dios el actor principal en estos eventos relacionados con la condenación del hombre; es Él quien inculpa a los mismos que preparó de antemano para mover su corazón a desear y ponerse de acuerdo en dar el reino a la bestia. ¿Por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién ha resistido a su voluntad?, dijo el objetor de Romanos 9 y la respuesta obtenida fue muy sencilla: ¿Quién eres tú para que alterques con Dios? El ser humano no es más que una olla de barro en manos del alfarero; Dios ha hecho vasos para honra y también ha hecho vasos para deshonra.

No hay nada malo que haya acontecido en la ciudad que Jehová no haya hecho (Amós 3:6). Terrible aseveración para los que tuercen las Escrituras aduciendo que el amor de Dios impide aún el que haya predestinación. La misma Biblia lo afirma, como ya señalamos, que fuimos predestinados en amor; pero los que se encargan de predicar un evangelio diferente también fueron destinados para la condenación y Jesucristo les ha venido a ser la piedra de tropiezo - aunque digan que creen en él.

En el evangelio de Juan hay todavía numerosos ejemplos de discípulos de Jesús abandonando su doctrina porque no podían soportar una palabra tan dura de oír. Muchos se iban cuando les hablaba de la predestinación; incluso Jesús llegó a decir en una oportunidad que no creían en él porque no eran de sus ovejas. No dijo que no eran sus ovejas porque no podían creer en él, sino a la inversa: para poder creer en el Hijo es necesario que uno sea oveja. Y para esto, ¿mudará el etíope su piel o el leopardo sus manchas? Nadie puede ir a él si el Padre que lo envió no lo llevare. Todo lo cual demuestra su gran amor para con su pueblo, a quien vino a redimir y a salvar de sus pecados (Mateo 1:21).

Las riquezas de la sabiduría de Dios son muy profundas; sus caminos son insondables. Pero eso no indica que lo que expuso en su revelación sea imposible de entender, simplemente que las cosas espirituales se disciernen espiritualmente. Hay que tener mucho cuidado con los que anuncian un evangelio diferente, semejante al de las obras de la ley. Yo hice, yo decidí, yo procuré mi salvación. Nada de eso es posible, según las Escrituras, pues todo lo que tenemos lo hemos recibido de él. Hablar con ligereza es fácil, pero mucho más productivo para nuestro espíritu es examinar las Escrituras, pues allí parece que tenemos la vida eterna y ellas son las que dan testimonio de esa vida que es Jesucristo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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