La historia humana puede valorarse desde muchos ángulos; la ideología que gobierna los pensamientos del hombre marca el itinerario por donde habrá de transitar nuestra mente en su tarea de definir la vida. Son dos caminos posibles extendidos ante los pasos de la humanidad, dos veredas que conducen a dos destinos diferentes. Pero el que transita intuye que hay lejanos pasos de multitudes que nos precedieron; otros, más avezados, descubren que desde la eternidad fueron trazadas todas las huellas.
Yo quiero colocarle nombre a cada sendero y propongo el camino de Jacob y el camino de Esaú. Aunque los hermanos estuvieron frente a frente y en su niñez durmieron en una misma cama, a pesar de que sus padres los reunían junto a sus piernas y pechos, los gemelos estuvieron marcados desde mucho antes de la fundación del mundo. Tal vez no lo supieron desde un primer momento, aunque se dieron cuenta ante el encuentro final con su destino. Pero hay un error, un desatino, porque suponemos el destino el punto de llegada; y es que también es el punto de partida.
Dime caminante adónde llegas y te diré de dónde vienes; dime si has vendido tu primogenitura por un plato de lentejas, si has descuidado la noble preocupación por tu residencia final y te podré afirmar sin equívoco alguno que vienes marcado por el desatino. El alfarero trabaja la masa de barro y la extiende, luego se dispone a darle forma, aunque previamente ha diseñado el plan de una ciudad o tal vez de un universo para colocar a sus criaturas. Siglos antes de muchos siglos decidió honrar la gloria de su ira con la deshonra de unos vasos; también honró la gloria de su misericordia con vasos de honor preparados para tal fin. Todos esos vasos serían solo entes, si no hubiesen seres que los tomasen en cuenta; mas lo peor de todo es que son hechos de igual barro. No existe cualidad alguna en el compuesto químico de una copa de arcilla frente a otra de igual tenor; la diferencia reposa en el destino que el alfarero le ha dado a su obra.
Un objetor se levanta contestatario, para exponer la injusticia del alfarero, pero momentos más tarde recuerda su impotencia ante el destino que lleva a cuestas, pues de un camino no se puede pasar al otro. El vaso de barro pareciera llevar impreso un código genético que desarrolla una historia de acuerdo a un guión; la única noción de grupo y pertenencia la define como el camino de Esaú. Pero en el camino de Jacob sucede igual, el caminante desarrolla una historia al calco de un guión preestablecido. Los más curiosos se dan cuenta de que son relatos similares, porque en todos ellos hay cuentos de ladrones, malhechores, criminales, aberrados sexuales, mentirosos y avaros. Todos los caminantes de estas dos veredas pueden compartir sus roles y parlamentos, si bien el código genético del espíritu los mantiene separados en dos dimensiones.
Con esto se descubre la tragedia humana; unos que quisieran salirse del camino pero que al mismo tiempo odian el sendero opuesto; los otros se preguntan por qué razón ellos andan por un vía diferente a la de sus amigos, a la de sus hijos y sus padres. También inquieren por qué no pueden estar juntos, si sus relatos son tan parecidos. Sin embargo, secretamente, ellos también odian el sendero contrario y pese a su nostalgia no quisieran nunca pretender alcanzar el destino infeliz de aquellos conocidos.
La tragedia fue explicada un día en el discurso del hombre de Galilea. A la verdad el Hijo del hombre va, como está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado! bueno le fuera al tal hombre no haber nacido (Mateo 6:24); Jesús se refería a Judas, uno de los del camino de Esaú, el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese (Juan 17:12). El Señor había hecho el destino de todos, por lo cual escogió a los doce (aunque uno de ellos era diablo) (Juan 6:70). Pero los que andan por el camino de Jacob son los que un día contaron todo como pérdida por la excelencia del conocimiento del Señor Jesucristo (Filipenses 3:8). Este otro grupo tiene una breve tragedia temporal en su lucha contra el mundo, porque son odiados por aquellos a quienes no pertenecen. Estos son atacados continuamente por la enemistad del príncipe de las potestades del aire, por las huestes espirituales de maldad y cada día son llevados al matadero, como ovejas que desean sacrificar. Pero en el camino de Jacob se procura la vida eterna, precisamente porque su destino ha sido trazado desde antes del inicio de los tiempos.
Jacob quiso la primogenitura y con ella la bendición de su padre; él se inventó una trampa con la ayuda de su madre, pero antes se aseguró de comprar lo que su hermano despreció. Tal vez este relato muestre que Jacob era en realidad el gemelo de Esaú, era un alma similar en cuanto a sus tretas, era un hermano despreciable que en vez de compartir sus lentejas con el hambriento se las negocia. Ah, pero su negocio no era por dinero sino por un bien mucho más preciado, la bendición de la primogenitura. Claro, él no lo supo en ese momento, pero seguía el guión trazado desde antes de nacer: el mayor serviría al menor, y Jacob sería amado mientras Esaú odiado. Pero para que no vaya la gente a pensar que es por mérito de obra alguna que el hombre es amado u odiado por Dios, Romanos 9: 11-13 dice textualmente algo que conviene memorizar y recordar: (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.
Cuando la gente que anda por el camino de Jacob descubre su propia historia, comienza a desear las virtudes de la primogenitura. El nuevo nacimiento operado por el Espíritu de Dios es quien otorga la posibilidad de la conciencia de lo que le está sucediendo, pero sobre todo el andar en ese camino. Todo el desatino del mundo viene marcado desde el inicio de los tiempos por la más absoluta disposición de Dios en que las cosas sucedan como suceden. No hay dualidad en Él, no hay dualismo entre dos fuerzas, una del bien y otra del mal, que combaten día a día para destronar o entronar a Dios. Nunca ha existido tal plan en la mente del Creador, simplemente que nuestra lucha ciertamente es contra las potestades malignas que gobiernan las regiones celestes, contra el diablo que anda como león rugiente buscando a quien devorar. Pero esa lucha nuestra no es la lucha de Dios como representante del bien, porque el diablo no anda buscando devorarlo a Él. Más bien, el malo (diablo, impío o como se llame) fue hecho para el día malo (Proverbios 16:4).
A cada paso que damos en el camino de Jacob nos comprometemos con la denuncia de las obras de maldad, porque en este camino también hay tramposos, engañadores, que se infiltran (con sus roles y parlamentos) para entorpecer nuestro andar cotidiano. Sin embargo, como el justo Job podemos siempre decir: yo sé que mi Redentor vive, y como Pablo repetimos: yo sé en quién he creído. Nuestra vida depende de lo que Jesucristo hizo por nosotros en la cruz, y su providencia las brinda por sus intercesiones ante el Padre, asunto que hace con diligencia como nuestro protector.
Conocer a Dios nos garantiza gracia y paz y mientras más lo conozcamos más paz y más gracia obtendremos. Esa fue la meta de Jacob cuando fue llevado a luchar por la primogenitura; en cambio, Esaú no fue de los que buscaban conocer a Dios sino a sí mismo. El supo que tenía hambre y que tenía una mercancía muy codiciable para vender: su primogenitura. Lo que nosotros necesitamos conocer acerca de nosotros mismos ha sido revelado en las Escrituras. Ya conocemos cómo Dios evalúa al hombre, de quien ha dicho que es nada y como menos que nada. Nos toca entonces procurar conocer quién es Dios: Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra (Oseas 6:3).
Por eso muchos andan por el camino de Esaú tratando de revaluar su autoestima, como si de eso dependiera el ser algo ante Él. Jacob obtuvo su primogenitura y tuvo que huir de la ira de su hermano, aunque un día se confrontó con él, si bien pasó tiempo en oración para enfrentar sus propios fantasmas respecto a la ira de su adversario. Pese a ello, nunca se nos ha dicho que haya vivido preocupado por la tragedia que le tocó vivir a su hermano, sino que se nos narra de su progenie y de cómo la simiente prometida se desarrolló a través de los elegidos por el Padre. Muy a pesar de que sepamos el desatino de muchos, a nosotros nos toca regocijarnos con esta salvación tan grande; mucho más grande por cuanto no ha dependido de nosotros el tenerla (que como muertos en delitos y pecados jamás hubiésemos alcanzado).
Sabemos que Dios nos ha hecho su pueblo, no por mérito nuestro sino por destino Suyo. Sabemos que Jesús es fuente de vida eterna, que quien de él bebe no tendrá sed jamás; sabemos que estamos vivos espiritualmente. Sin embargo, conviene recordar lo que advirtió Dios a su pueblo a través de uno de sus profetas: Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua (Jeremías 2:13). No pretendamos nunca suponer que el robar la primogenitura fue idea propia de Jacob en un acto independiente de Dios; tampoco supongamos que el venderla fue un acto de la independiente de Esaú frente a Dios. Ya la Escritura nos ha probado quién es el autor intelectual y soberano que está detrás de esas dos decisiones y de esos dos actores. Por lo tanto, no vayamos a creer en la falacia de la auto estima para que caigamos en la trampa de pretender que hemos alcanzado algo por mérito propio, o que le hemos prestado la ayuda a Jesucristo o nos hemos valido de su ayuda en la victoria de nuestra fe. No tengamos el desatino de dejar la fuente de agua viva para cavar cisternas rotas sin agua; pues todo depende de su gracia soberana y de su endurecimiento soberano: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí (antes de que hiciesen bien o mal).
César Paredes
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