El que se hable de depravación total no implica que se diga que es absoluta. Lo absoluto es lo ilimitado, de manera que quizás ningún ser humano llegue a ser tan viciado en sus costumbres. Pero cuando la Biblia refiere a la depravación humana habla muy claro acerca de que el hombre está muerto en sus delitos y pecados. En otros términos, la humanidad entera murió en Adán, como cabeza federal, en el momento en que cayó bajo la maldición divina: ciertamente moriréis. Dios hablaba de la muerte del espíritu, que conllevaría más tarde a la muerte del cuerpo.
La naturaleza de la muerte del espíritu es de tal magnitud que no hay quien entienda las cosas que son del Espíritu de Dios; no hay quien busque a Dios, pues todos los seres humanos se han apartado hacia el mal (en cualquiera de sus variantes). No hay quien haga lo bueno, ni siquiera uno solo, más bien la boca de los hombres se llenó de amargura y maledicencia porque no hay temor de Dios delante de sus ojos (Romanos 3: 11-18).
El significado de la depravación total humana (no necesariamente absoluta) implica que las facultades del alma del hombre natural están corrompidas con odio hacia el Dios revelado en la Biblia. Si alguno alega a su favor su propia amabilidad, o su moralidad y religión, todo ello no es más que obras muertas que producen fruto para muerte. En términos más sencillos, cualquier descendiente de Adán tiene una deuda ante la justicia de Dios que no puede pagar.
David fue un profeta, pastor de ovejas y rey de Israel. El escribió que había sido formado en maldad y concebido en pecado, lo cual indica que nunca estuvo sin la culpa del pecado de Adán. Jeremías también fue profeta y escribió que así como el etíope no puede cambiar el color de su piel, tampoco el hombre podrá hacer bien habiendo estado habituado a hacer el mal (Jeremías 13:23). Jesucristo agregó a este discurso un argumento de solidez absoluta: El árbol bueno no puede producir frutos malos, ni el árbol malo puede dar frutos buenos (Mateo 7:18). En consecuencia, la condenación del mundo ha radicado en que la luz de Dios vino a este mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz (Juan 3:19; Romanos 1:19-20).
Hay infinidad de buscadores de Dios, pero no necesariamente están interesados en el Dios de la revelación bíblica. No en vano dijo un profeta: Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano (Isaías 55:6). De nuevo el dilema para muchos, ¿cómo puede una persona que por naturaleza no busca a Dios hallarlo y llamarlo? Si no hay quien entienda (Romanos 3:10) y el hombre natural no discierne las cosas del Espíritu, nunca intentará por voluntad humana realizar semejante tarea. Por eso Jesucristo le explicaba a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo; pero esa actividad no podía hacerse por voluntad humana sino de Dios.
Hay buscadores de un dios que no salva: Reuníos, y venid; juntaos todos los sobrevivientes de entre las naciones. No tienen conocimiento aquellos que erigen el madero de su ídolo, y los que ruegan a un dios que no salva (Isaías 45:20). La Biblia llama idólatra a quien forja un ídolo para que sea adorado, pero los judíos que tenían celo de Dios y que no se forjaban imágenes fueron llamados celosos de Dios, pero sin conocimiento (Romanos 10:1-3). De manera que es posible que muchos aleguen que ellos no hacen muñecos de madera o metal, sin embargo es posible que se hayan construido un dios a su imagen y semejanza.
La sola idea de un Cristo que no se ajuste a las Escrituras es ya un imaginario idolátrico. Hay formadores de imágenes de talla, o de imágenes mentales, pero ellos mismos son testigos para su confusión de que esos dioses o ídolos no ven ni entienden. A pesar de ello, la Biblia nos dice que lo que la gente sacrifica a sus ídolos, a los demonios sacrifican y no a Dios (1 Corintios 10:20). Un herrero que trabaja en las ascuas y utiliza un martillo y una tenaza para dar forma a un ídolo, o un carpintero que tiende la regla y lo labra con los cepillos, pueden hacer una figura hermosa para tenerla en la casa. Ese ídolo es un dios al que adora y delante de él se inclina (lo que es igual, delante de un demonio hace tal sacrificio) para decirle: ¡Oh! Líbrame, porque mi dios eres tú.
Este tipo de gente no sabe ni entiende, porque tiene sus ojos cerrados a la verdad, tiene el entendimiento entenebrecido y su corazón engrosado para no entender. Se postran delante de un tronco de árbol, o de un pedazo de metal, con la excusa de que eso es un símbolo del verdadero Dios. Sin embargo, el Dios de la Biblia prohíbe expresamente hacer tal abominación, declarando insensatez tal actividad. Mas su corazón engañado lo desvía para que pierda su alma y nunca comprenda que es pura mentira la imagen ante la cual se inclina o venera (Isaías 44).
El problema es que Dios ha dicho que no hay ni siquiera una sola persona no regenerada que lo busque; por eso la gente en su naturaleza caída busca un gran poder que les diga lo que ellos quieren oír. De esta forma se congregan con sus hermanos espirituales para que cualquier predicador de la mentira les exponga como verdad lo que siempre han deseado escuchar: la voz de un dios hecho a su medida. Se cumple la revelación bíblica en aquello de que los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden (Romanos 8:7).
Tal vez muchos opinen que ellos batallan por obedecer la ley de Dios, pero no comprenden ni creen que deben obedecerla en forma completa. Quien quebranta la ley en un punto se hace culpable de todos (Santiago 2:10); sin embargo, fue Jesucristo quien pudo cumplirla a cabalidad y satisfacer de esa manera la justicia de Dios. El hombre natural podrá acercarse a la ley de Dios si ha escuchado una que otra doctrina bíblica, no obstante tuerce las Escrituras porque no puede someterse a lo que no comprende (1 Corintios 2:14). Como le molesta sobremanera que allí se hable de la predestinación intenta darle sentido a lo que hace con su religión, más allá de que no comprenda lo que más odia, la soberanía absoluta de Dios. La reforma de carácter y conducta, las experiencias religiosas o místicas, no son más que fruto para muerte en el hombre natural. La razón estriba en que todavía permanece en continua enemistad contra Dios; la única vía para cambiar esa trágica situación sería que Dios actúe en forma unilateral sobre el corazón del pecador y le insufle vida espiritual. No en vano Jesucristo dejó dicho que nadie podía venir a él a no ser que el Padre que lo envió a él lo llevare hacia él (Juan 6:44).
En síntesis, el hombre natural es ignorante de la justicia de Dios, por lo cual propone exhibir su propia justicia; esto lo hace ante un supuesto dios, bajo los parámetros de otro evangelio, con la dirección de falsos maestros y en el entendido de que tiene que torcer las Escrituras para dar coherencia a la doctrina de demonios que sigue. Dios ha querido salvar a su pueblo muerto en las desviaciones de su carne, a través de darle vida juntamente con Cristo, olvidando todos los errores o pecados (Colosenses 2:13). Sin embargo, también ha querido dejar a otros en la vanidad de su mente, con el entendimiento entenebrecido por la dureza de su corazón, ajenos de la vida de Dios (Efesios 4:17-18). Si Dios pudo justificar a unos, también pudo justificar a todos; sin embargo, no lo hizo de esa manera. Antes, pues, escogió a un pueblo para hacerlo objeto de su gracia y de su amor eterno, mientras escogió a otro gigantesco grupo para mostrarle su ira y su poder (Romanos 9). ¿Qué, pues, diremos a esto? ¿Hay injusticia en Dios? En ninguna manera, pues tiene misericordia de quien quiere, y endurece al que quiere endurecer. Dios no tiene un poder superior ante el cual responder, por lo tanto el hombre es el único responsable de sus actos, ya que le fue dado primero una ley en su corazón y luego una revelación escrita. A través de la historia, de acuerdo a lo que enseña la Biblia, solamente la fe en el Hijo de Dios ha podido salvar al pecador. Por otro lado, ¿quiénes somos nosotros para discutir con Dios? La olla de barro no puede decirle a su alfarero porqué la ha hecho de una manera y no de otra.
De todas formas, a aquellos que Dios llame les será dada la suficiente humildad para que no sean resistidos por Él, porque Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes.
César Paredes
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