Mi?rcoles, 29 de mayo de 2013

¿Quién puede conocer la mente del Señor? El Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. Solamente el espíritu del ser humano puede conocer los pensamientos que están en él; de igual modo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. Este Espíritu nos permite conocer lo que por su gracia Dios nos ha concedido, y testifica a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. De igual forma, por el Espíritu gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8:23).

Si recordamos la famosa tentación que Satanás le hizo a Jesús, tendremos en nuestra mente la clave de algo que también sucede a veces con nosotros. Si eres Hijo de Dios...fue la frase emblema del enemigo, y se lo dijo dos veces en las tres tentaciones (Mateo 4). El Espíritu de Dios no nos hace esa pregunta, sino que nos confirma que somos de Él, por cuanto nadie puede ser de Cristo si no tiene el Espíritu de Cristo. La Biblia no nos da otra forma de probar ese hecho trascendente en nuestra vida, salvo el nuevo nacimiento que es por el Espíritu, quien lo produce y quien entra en nosotros como la garantía de que somos de Dios.

La prueba de ser hijos de Dios no se da por lo que digan los demás creyentes, ni por lo que diga el mundo que no le conoce; tampoco por Satanás mismo, quien quiso poner en duda el hecho de que Jesús es el Hijo de Dios. El problema de que los otros creyentes testificaran ante nosotros de que somos hijos de Dios sería muy grave, por cuanto también dudarían por causa de nuestros pecados. El testimonio del Espíritu es dado a nuestro espíritu, no a nuestra mente o a nuestras emociones. Eso es de vital importancia, por cuanto el espíritu del hombre es quien discierne los pensamientos del hombre. Ni siquiera nuestro propio espíritu podría ser el testigo fiel de que somos de Dios, sino solamente el Espíritu de Cristo.

Este testimonio no se da de manera audible, como cuando uno testifica ante un tribunal. El Espíritu lo hace en nuestro espíritu en forma interna, al centro del corazón, en nuestra alma renovada por la fe recibida. El Espíritu no lo hace a través de otros, sino de Él mismo en Persona; en consecuencia se derrama el amor de Dios en nuestros corazones y podemos clamar Abba, Padre.

Ahora bien, el que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente; de manera que no busquemos la prueba en lo externo, ni siquiera en las obras y mucho menos en la gente. Existe el misterio de la sabiduría de Dios que ha estado escondida, pero destinada para nuestra gloria desde la eternidad. Esta sabiduría continúa oculta para el mundo, pues no la puede discernir por cuanto no tiene el Espíritu de Dios, y tampoco le interesa.

Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios; y aquella sabiduría la ha preparado Dios para quienes lo aman. Esa sabiduría nos permite expresar verdades espirituales (1 Corintios 2:14), pues que además tenemos la mente de Cristo (verso 16). Por ese Espíritu recibimos ayuda en nuestra debilidad y Él mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles, pues en muchas ocasiones no sabemos pedir lo que nos conviene. Pero esta actividad la hace el Espíritu de acuerdo a la voluntad del Padre (Romanos 8:27).

Este Espíritu nos da vida (Juan 6:63), y es necesario nacer de agua y del Espíritu (Juan 3: 5-8). Se nos ha esparcido agua limpia, se nos han limpiado todas nuestras inmundicias; nos ha sido dado un corazón nuevo y un espíritu nuevo; nos han quitado el corazón de piedra y nos han dado el corazón de carne (sensible a la voz de Dios). De igual forma, Dios ha puesto en nosotros Su Espíritu, para que andemos en sus estatutos (en Su doctrina) y guardemos Sus preceptos (Su doctrina) y los pongamos por obra. Esto fue dicho por Ezequiel, capítulo 36, versos 25 al 27.

Cuando el Espíritu Santo opera el nuevo nacimiento en un pecador, éste viene a la vida (pasa de las tinieblas a la luz), recibe el corazón de carne y anda en la doctrina de Cristo. Mal podría decir que es nacido del Espíritu y andar en la doctrina del Anticristo.

Y es que Jesucristo pidió al Padre que cuando él se fuera enviara otro Consolador, para que estuviese con nosotros hasta el fin. Este es llamado el Espíritu de verdad (Juan 14:17). Pero cuando el Espíritu de verdad venga, Él os guiará a toda verdad; porque no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber las cosas que han de venir (Juan 16:13). Y Dios nos ha escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad (2 Tesalonicenses 2:13).

¿Cómo puede alguien experimentar la salvación sin conocer al autor de ella? La Biblia ha declarado que el Espíritu conoce las cosas de Dios, y que nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, el cual no conoce a Dios. De esta forma nosotros conocemos lo más profundo de Dios, así como Su Espíritu lo conoce y nos lo revela.

Debemos enfatizar que es imposible tener el Espíritu de Cristo y confesar una doctrina ajena a la imagen de Dios; es imposible ser guiado por el Espíritu de Dios a toda verdad y vivir en una doctrina de mentira. El desconocimiento de la verdadera doctrina de Cristo ocurre en los hombres naturales, aquellos que no reciben las cosas del Espíritu de Dios porque les parece locura.

En resumen, estamos en presencia de dos situaciones contrarias: la verdad y la mentira. El hombre espiritual (que tiene el Espíritu de Verdad)  puede discernir la verdad y desechar la mentira. Este confiesa la doctrina de Cristo, sigue al Buen Pastor, oye su voz y huye del extraño, porque tiene la mente de Cristo. El hombre natural, por el contrario, no puede percibir la verdad del Espíritu porque le parece locura, por lo tanto asume la mentira doctrinal como verdad; no conoce la voz del Buen Pastor sino la del extraño, y se va tras él. A él le parece natural el evangelio de las buenas obras, de la buena voluntad hacia Dios, como si en su propia naturaleza pudiese tener vida por sí mismo. Este no entiende que es necesario nacer de nuevo, lo cual depende absolutamente de la voluntad de Dios y no de hombre alguno. No entiende que Dios muestra su misericordia sobre los que quiere tener misericordia, pero endurece a quienes quiere endurecer. Piensa que goza de libertad para decidir seguir a Cristo, pero como no lo conoce imagina uno que se le parece mucho, lo llama Jesús, dice que es el Hijo de Dios, aunque no pueda salvar.

Hay una gran diferencia entre tener el Espíritu de Cristo, que es el Espíritu de Verdad, y en tener el espíritu de mentira, aunque lo llamen Dios. Creer en Jesucristo presupone conocerlo aún en lo más profundo, pues para eso tenemos su mente y somos guiados a toda verdad.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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