La ceguera de espíritu es un principio que gobierna al hombre natural. Si las cosas espirituales han de discernirse espiritualmente, y el hombre natural las tiene como locura, esto se debe a alguna razón. La Biblia asegura que el dios de este mundo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Cristo (2 Corintios 4:4). Un teólogo signó con una frase célebre este asunto, y lo refirió como el milagro de la ceguera (Gordon Clark). En síntesis, al impío le ha acontecido el milagro de la ceguera, por cuanto viendo no ven y oyendo no entienden, para que de esta forma el autor de la Creación les pase desapercibido.
Pero desde la perspectiva de la soberanía de Dios, no solamente existe la ceguera como milagro, sino que ocurre además el principio de inevitabilidad. Todo cuanto acontece es inevitable, si nos atenemos al guión establecido por Dios para la humanidad. Era inevitable que Judas tuviese el interés en recibir el dinero para traicionar a Jesús, por cuanto eso estuvo profetizado. Era inevitable que quien comiera del pan con Jesús le traicionara, para dar cumplimiento a lo dicho en el Salmo 41:9: Aun el hombre de mi paz (mi íntimo amigo), en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar. Judas fue un valioso testigo tanto del milagro de la ceguera como del principio de inevitabilidad. Ambas cosas se mostraron sin equívoco en su relación con Jesús; conviviendo con el Hijo de Dios, pudo valorar que era un hombre inocente y sin pecado; conociendo sus milagros, estimó su poder para echar fuera demonios; pero aún escuchando sus palabras de sabiduría, estuvo ciego a todas esas evidencias. En consecuencia, fue inevitable que hiciera aquello para lo cual había sido ordenado: ninguno se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese (Juan 17:12).
Los hermanos de José lo vendieron para dar curso libre a su maldad. Por las palabras de esta víctima sabemos que Dios había encaminado todos esos actos perversos para bien de José e incluso de su familia. Si uno lee el relato puede preguntarse por qué razón sus hermanos no lo mataron, como presuntamente deseaban. Pero contemplando la narración en su conjunto llegamos a entender que era inevitable que lo vendieran vivo, pues si lo mataban no se podía cumplir a cabalidad el deseo de Dios. El conocimiento que Dios tiene del futuro no es el mismo que nosotros podamos inferir a partir de los hechos presentes o pasados. Él conoce lo que es cierto, porque ha programado el futuro: Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas (Salmo 139:16); No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios (Salmo 89:34).
Volvemos al principio y preguntamos acerca de Judas. ¿En qué medida la familia de Judas hizo viable el que ese individuo traicionase al Señor? ¿En qué medida los más remotos familiares del hijo de perdición colaboraron en su formación? Podríamos responder que todo cuanto aconteció en relación a la traición al Hijo de Dios les fue oculto a ellos; mas todo era tan cierto desde un principio como lo fue desde antes de la fundación del mundo, cuando el Cordero de Dios ya había sido preparado para tal fin. Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras (Hechos 15:18).
Si todo es inevitable, eso no implica que debo mantener una actitud pasiva ante los hechos de la historia. Mi deber ciudadano es también algo que ha sido previsto desde los tiempos, de tal forma que en ningún momento la Escritura avala el fatalismo o nos recomienda la inactividad. Al contrario, por cuanto es cierto que Dios ha elegido a un número de herederos de su gloria, seguimos pregonando esta verdad. Oramos a él porque somos guiados por su Espíritu para tal fin; clamamos a él porque nos ha prometido que si pedimos recibiremos; se nos ha dicho que todo cuanto hagamos, sea de hecho o de palabra, lo hemos de hacer para la gloria del Señor. De tal manera que también se nos ha encomendado que sigamos todo pensamiento virtuoso, todo lo que es digno de alabanza, dejando las maledicencias, las malas palabras, las truhanerías, las obras de la carne. Entonces, en este hacer y dejar de hacer no existe ninguna pasividad ni fatalidad, antes bien proseguimos al blanco porque sabemos que hay certeza de que existe.
Uno puede hacer una simple analogía con nuestra biología. ¿Acaso dejamos de comer o de respirar por el solo hecho de saber que se nos ha prometido la satisfacción de nuestras necesidades? El hecho de que Jesucristo haya dicho que busquemos el reino de Dios y su justicia, que las cosas que necesitamos nos serán añadidas, ¿implica que como estamos seguros de esa promesa, dejaremos de respirar, pues Dios respirará por nosotros? ¿Dejaremos de alimentarnos porque de todas formas Dios añadirá vida a nuestros días? Jamás suponemos tales absurdos propios de una locura desmedida; antes bien procuramos juntar energías para buscar lo que nos será dado. De la misma manera, estamos ciertos de que todo lo que hagamos es inevitable, pues ha sido pre-ordenado por Dios; sin embargo, procuramos esquivar el peligro porque también ha sido establecido que intentemos evitarlo. No tentarás al Señor tu Dios, fue una frase célebre de Jesús, proferida al ser tentado por Satanás para que se lanzara cuesta abajo, porque estaba escrito que Dios mandaría a sus ángeles para que sus pies no tropezasen en piedra. Lo mismo ocurre con nuestras vidas, no tentamos a Dios, sino que oramos a Dios porque nos ordena hacerlo, porque el Espíritu nos da el deseo de pedir, porque tenemos la promesa de la respuesta. Oramos porque ese ha sido el medio elegido por Dios desde los siglos para darnos lo que se ha propuesto darnos desde los siglos. El Dios de los fines es el mismo Dios de los medios.
Pero en el creyente ha ocurrido un milagro opuesto al de la ceguera: el de los ojos abiertos. Ya no estamos ciegos, por lo tanto podemos ver la obra de Dios en la cruz, en el nuevo nacimiento, en la transformación de nuestras vidas. Nos ha llamado de las tinieblas a la luz, así de sencillo. No obstante, era inevitable el que fuésemos llamados, pues a los que conoció, a estos también predestinó, y a los que predestinó a estos también llamó. Esta cadena de oro referida en Romanos 8 muestra el principio de la inevitabilidad para los creyentes, y por argumento a contrario sensu la inevitabilidad para los impíos que continúan ciegos, pues no fueron conocidos por Dios, ni predestinados para vida eterna, ni llamados. Para estos ciertamente la palabra de Dios es locura.
Lo que se dijo del pueblo de Israel se dijo también de los elegidos de Dios, pues de esta forma se está hablando del Israel de Dios, de la convergencia de los dos pueblos de los cuales Dios hizo uno. Sin embargo, Israel sigue históricamente vivo y cumpliendo el rol que le ha sido asignado por Dios. Mas es muy importante que tengamos en cuenta ciertos textos de la Escritura que hablan de lo preciado que somos para Dios: Pues irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios (Romanos 11: 29); Así ha dicho Jehová de los ejércitos . . . el que os toca, toca a la niña de su ojo (Zacarías 2:8); Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra (Deuteronomio 7:6).
No obstante, para no llenarnos de altivez, también se ha escrito de nosotros lo siguiente: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación...Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia...para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor (1 Corintios 1).
Ceguera e inevitabilidad para el incrédulo; inevitabilidad y milagro de los ojos para los creyentes.
César Paredes
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