Lunes, 29 de abril de 2013

Son cuantiosos los textos que refieren a la locura, pero llamativos en cuanto a la diferencia que hacen entre la enfermedad mental y la del espíritu. En Deuteronomio 28:28 leemos: Jehová te herirá con locura, ceguera y turbación de espíritu. Estos son tres males muy distintos, pues la locura se define como la privación del juicio o del uso de la razón (RAE), la ceguera es la privación de la vista, y la turbación es la confusión, desorden y desconcierto. No en vano existe un viejo adagio latino que expresa lo siguiente: Quos Deus vult perdere, prius dementat (A los que Dios quiere perder, primero que nada los vuelve locos).

En el Salmo 49, de los hijos de Coré, se expone una breve disertación acerca de la locura del mundo. La confianza en los bienes que se posee y la jactancia en las riquezas no permitirán que sus casas sean eternas. Parte de la locura se inicia cuando comienzan a dar sus nombres a sus tierras, el deseo de perpetuarse en la historia, de tener un busto en una plaza pública, o su apellido en una calle importante. Tal vez una biblioteca pública sea marcada con uno de estos nombres para que sea recordado por las generaciones subsiguientes. Pero ninguna de estas personas podrá redimir al hermano, ni dar su rescate a Dios, ya que la redención de su vida es de gran precio y no se logrará jamás (verso 8).

La síntesis que hacen los hijos de Coré se fundamenta en que el camino de esta gente (los impíos que así piensan) es locura. Mucho cuidado debemos tener los llamados cristianos o creyentes en querer dejar nuestros nombres como reliquia para las generaciones venideras, pues el mismo mal acontece en ambos lados. El salmista llama a esa actitud ante la vida una locura, y sabemos que esto es ya un castigo de Dios. Los cristianos que tal cosa practican podrán recordar las palabras de Jesucristo cuando se refirió al tiempo final en que les dirá a muchos que hicieron milagros en su nombre: nunca os conocí.

La vana confianza del impío no es una aberración fortuita del camino de la sabiduría, no se trata de que se haya apartado de ese sendero, sino de que la aberración o lo torcido de su camino ha sido su vía principal por donde siempre ha andado. Su vida entera ha estado regulada por esos principios de trascendencia histórica basada en sus riquezas o buenas obras, con la idea de perpetuar sus nombres. Lo más curioso es que los descendientes de estas personas se complacen en el dicho de ellos (verso 13);  la

brutalidad y la estupidez son su conducta y su misma posteridad aprueba sus dichos. Aquellos que los siguen caerán en su misma locura, citarán sus máximas mundanas y seguirán su carrera de locura como si fuese el más prudente modo de vida.

El verso 13 del Salmo 49 nos enseña que la gracia no se hereda, en cambio el recorrido de los locos no muere jamás y, como dijo alguien muy sabiamente, no se necesitan misioneros para enseñar al hombre a ser parásito, pues el polvo de la tierra es su natural ambiente. De igual forma, la siembra en el mundo es fácil y su cosecha está garantizada, porque este su camino es locura (Salmo 49:13).

Pero Jehová tiene misericordia de sus santos por lo tanto les habla paz para que no se vuelvan a la locura (Salmo 85:8). Existe una oposición entre la paz de Dios y la locura del mundo; el mundo ofrece su propia paz, pero no como la da Jesucristo, de manera que más bien la paz mundana es verdadera locura frente a la paz de Dios. El impío morirá por falta de corrección, y errará por lo inmenso de su locura (Proverbios 5:23). Pero en cuanto a los profetas que no advirtieron acerca de la verdad se dice que vieron vanidad y locura, sin descubrir el pecado que impidiera el cautiverio, pues predicaron vanas profecías y extravíos (Lamentaciones 2:14). Si esto se dijo en la época de los profetas bíblicos, cuánta mayor vigencia no habrá de tener hoy día cuando ese tipo de profecía predictiva fue cerrada, como lo afirma el libro de Apocalipsis, y andan millares de falsos profetas proclamando sus mentiras disfrazadas con textos de la Biblia.

PABLO Y LA LOCURA

Uno de los apóstoles que más habló de la locura fue Pablo; él definió la palabra de Dios como locura a los que se pierden, contrario a nosotros, en quienes esa palabra se convierte en poder de Dios. Ese mismo Dios quiso salvar a los creyentes (no al mundo) por la locura de la predicación, pues el mundo no conoció a Dios en Su sabiduría (la creación misma de Dios). Los gentiles (las gentes) consideraron a Cristo crucificado una locura; tal vez si hubiese venido como cualquier charlatán a traer una filosofía de vida argumentada en palabras sofísticas, la consideración del mundo griego hubiese sido otra. Pero eso de un Salvador clavado en una cruz no tenía lógica para ellos, por eso lo consideraron una locura; a los judíos esta predicación se les convirtió en un tropezadero y su celo de Dios se mantuvo pero no conforme a ciencia (Romanos 10: 1-3).

Pablo concluye exponiendo que el problema radica en la imposibilidad que tiene el hombre natural para percibir las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, ya que esas cosas han de ser discernidas espiritualmente. Y si el hombre natural está muerto en delitos y pecados, lógicamente no puede discernir las cosas del Espíritu de Dios. De allí que Jesucristo le haya explicado a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo, pero que ese asunto no competía a la voluntad de varón sino a Dios solamente (1 Corintios 1:18, 21,23; 2:14; Juan 3).

Pero el apóstol Pablo también fue tratado como loco. En una oportunidad se afanó en predicar a un gobernante y cuando fue llevado ante él le expuso el camino de salvación. La respuesta obtenida fue sencillamente que estaba loco: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco (Hechos 26:24). Entonces vemos conclusivamente que existen dos grupos: los redimidos y el mundo. Dios da una declaración respecto al mundo y ha dicho que en ellos impera la locura como castigo. Sin embargo, el mundo responde con un argumento falaz ad hominem ofensivo, esto es, un argumento que insulta y pretende devolver la acusación al oponente. El mundo le dice loco al cristiano, porque su lógica no la puede discernir. El mundo no puede discernir las cosas del Espíritu de Dios y para él son locura, por lo tanto Festo llamó a Pablo loco. Aunque Pablo le aclaró de inmediato: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura (Hechos 26:25).

Algo similar sucede con los creyentes en el mundo, tenemos la aflicción de la falsa acusación de locura, pero hemos de comprender que es una clara y obvia respuesta argumentativa ante la declaración divina de que el mundo tiene la locura como castigo por su pecado. Pero, si estamos locos es para Dios (2 Corintios 5:13); que nadie me tenga por loco (2 Corintios 11:16).

Un texto de Moisés a su pueblo, poco antes de su muerte, ilustra altamente el tema de la locura. Ya Dios le había declarado que después de su muerte ese pueblo se habría de apartar en pos de otros dioses y haría lo que estaba mal; por ello el patriarca exclamó:  La corrupción no es suya; de sus hijos es la mancha, generación torcida y perversa. ¿Así pagáis a Jehová, pueblo loco e ignorante?¿No es él tu padre que te creó? El te hizo y te estableció (Deuteronomio 32: 5-6). Esto nos muestra que dentro del llamado pueblo de Dios puede haber locura como producto de la desobediencia; resulta indudable que aquel pueblo de Israel era el pueblo histórico de Dios y no todo el que allí estaba había sido escogido para salvación eterna, pues está escrito que En Isaac te será llamada descendencia. Sin embargo, alejémonos de la desobediencia para que no nos llegue la locura como castigo.

Para finalizar, quiero referirme a la especial atención que merece el Salmo 38, donde la locura es mencionada como un posible castigo que pudo padecer el salmista David. En una oportunidad escribió que sus llagas hedían y supuraban, por causa de su locura (Salmo 38:5). El estaba turbado en su mente, sufría por causa de su conciencia sin tener descanso en su espíritu; uno se imagina cómo puede soportarse un espíritu herido. Cuando nuestra carne se hiere en la guerra buscamos vendarla, colocarle antisépticos y darle el tratamiento médico oportuno; pero con el espíritu ¿quién puede trabajar con él? Al salmista le había venido la ira de Dios como castigo y por causa de su melancolía y locura sus amigos y compañeros se mantenían alejados de su plaga (verso 11), y sus más cercanos (familiares y discípulos) se habían alejado. No es para menos, a nadie le gusta compartir con los que están arriba y caen de repente.

Las iniquidades se le habían acercado sobre su cabeza, por lo cual exclama desde el inicio que nada había sano en su carne, a causa de la ira de Dios; ni había paz en sus huesos, a causa de su pecado. Cuando Dios buscaba castigar a sus hijos también los podía someter a esta pérdida temporal del juicio, los sumergía en el desaliento, en la confusión y desorden, en el más oscuro desconcierto. En ese momento pareciera no haber paz y solo queda la posibilidad de clamar a gran voz: Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira.  Pero el Salmo termina como empezó, con la seguridad y petición de que el amor de Dios permitirá que seamos tratados como hijos: No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí. Apresúrate a ayudarme, Oh Señor, mi salvación.

Pero algunos teólogos han argumentado que este canto hace especial referencia a lo que padecería Cristo en la cruz cuando cargó el pecado de su pueblo. El fue castigado por el Padre y abandonado en un momento. David fue un tipo de Cristo que clamó al Padre, de la misma forma como  dijo el Señor en su agonía: ¿Por qué me has desamparado?  Surge la interrogante, ¿castiga Dios con locura a sus hijos desobedientes? ¿O está reservada ésta exclusivamente para los impíos? Lo que sí sabemos es que Dios preserva a los suyos en el uso de la razón y en la paz de nuestras conciencias, ya que el castigo por nuestros pecados lo llevó Jesucristo sobre sus hombros. Más allá de que Dios ha prometido disciplinar y azotar a todo aquel que tiene por hijo, también ha prometido que su paz tiene el objeto de ahuyentarnos de la locura: Escucharé lo que hablará Jehová Dios; porque hablará paz a su pueblo y a sus santos, para que no se vuelvan a la locura (Salmo 85:8).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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