S?bado, 13 de abril de 2013

Uno podría preguntarse cuál es el nivel de tolerancia a la ansiedad que tenemos. Unas personas tienen el umbral más elevado que otras, pero la humanidad en su totalidad sufre o ha sufrido de ansiedad. En ocasiones las personas no entienden por qué razón su sueño es interrumpido, mas cuando van al médico descubren que la ansiedad está detrás de su insomnio. Otros tienen cambios bruscos en su tensión sanguínea, o sufren de diabetes, pero más allá de ser un problema causado por la comida se descubre que en forma muy escondida la ansiedad sigue siendo el factor principal.

El texto de Mateo muestra a Jesús dando una importante recomendación hace un poco más de 2000 años atrás; quizás el nivel de tolerancia de la ansiedad en ese tiempo era mayor, porque la gente caminaba mucho yendo de un sitio a otro y, si tenía una barca, tenía que remar lo cual la ejercitaba físicamente. Los alimentos no contenían los contaminantes de hoy, no existían tantas plagas en el campo y por lo tanto se desconocían los peligrosos pesticidas de la actualidad. Pero en nuestro tiempo ese consejo de Jesús a sus discípulos y a quienes le oían cobra una gran importancia. No nos hagamos tesoros en la tierra, donde todo se corrompe, sino hagámonos tesoros en el cielo, donde la polilla y el orín no dañan nada. No podemos ser siervos de Dios y del dinero al mismo tiempo; no podemos añadir unos centímetros a nuestra estatura por el hecho de afanarnos. Comer, beber y vestirse no deben constituir elementos de nuestras preocupaciones. Esta es en esencia la recomendación general de Jesucristo relatada por Mateo en su evangelio, capítulo 6.

Las razones sobran; por ejemplo: en la tierra hay ladrones, por lo tanto nuestros tesoros están expuestos delante de ellos; la paz que el mundo da es una de esas riquezas que fácilmente son robadas por el mundo mismo; de la misma forma los deseos de los ojos, la concupiscencia y la vanagloria de la vida arrebatan la tranquilidad del creyente. Lo peor de los tesoros terrenales es que nos distraen del objetivo de nuestra vida, pues de nada le vale al hombre ganar el mundo y perder su alma. Un ejemplo patético puede observarse en muchos mandatarios de países que acumulan riquezas para sí mismos y para su familia, pero a cambio han vendido el alma a la idolatría del tesoro conseguido y tienen en consecuencia garantizado el tormento eterno.

Los tesoros del cielo son distintos y están garantizados por siempre; por ejemplo, si uno influye afirmativamente en una persona por el solo hecho de que tenemos el Espíritu Santo, eso es un aporte a nuestro tesoro celestial. La luz que resplandece en las tinieblas, la reprensión de las obras malas que se practican en el mundo, son elementos que contribuyen a tener riquezas en el cielo.  La obediencia a Dios, la predicación del evangelio, el ser testigos de Jesucristo, ayuda en el hacernos tesoros en los cielos. Pero la ambición por hacernos tesoros celestiales podría llevar a desconocer el sentido de la recomendación hecha por Jesús; es evidente que es importante ese tesoro del cielo, pero si ello conlleva a que seamos ambiciosos y nos llevemos a los hermanos por delante, entonces sería un contrasentido.

Precisamente, la proposición de Jesús está contrarrestando la idea de hacerse tesoros en la tierra. ¿Cuáles son esos tesoros de la tierra? Son muy variados, pero podemos hacer referencia a algunos de ellos. El Señor está colocando dos elementos trascendentes del tesoro terrenal: 1) la ambición por el dinero; 2) la seguridad del futuro. Hay sociedades y gobiernos que presentan un sueño a sus ciudadanos, una meta para alcanzar, como la zanahoria delante del asno. El animal camina para tomar el preciado regalo pero no lo alcanza, pues cada vez que da un paso su amo da otro con la zanahoria en su mano. El dios de este siglo exhibe su mercancía completa porque sabe que le queda poco tiempo; la humanidad camina para alcanzar el objetivo de su vida -tener los bienes que desea- y el fin del camino es de muerte. Una buena educación, un buen trabajo, un mejor auto, una hermosa casa, son valores que se alcanzan para atrapar otros valores más altos o tal vez menos importantes. Con ellos se puede obtener un buen matrimonio, una pareja ideal (no importa cuánto dure la relación), un mejor negocio y más dinero en el banco.

Normalmente las cosas que nos preocupan están relacionadas con el dinero, ese objeto de cambio que funciona como una tarjeta para salir libre de la cárcel. Pero nos olvidamos de lo que significa la vida, de la contemplación de la obra de Dios, de la consecuencia de esa contemplación que ha de ser agradecer al Creador por su obra maravillosa y celebrar el regalo de la vida. El mismo Derecho a través de su historia nos demuestra que las ofensas civiles y penales pueden ser en parte subsanadas con el pago de una suma de dinero, porque todo parece tabularse según ese criterio.

Jesús dijo que nuestra meta consiste en buscar el reino de Dios y su justicia. Con ello tenemos garantizado todo lo que necesitamos, pues nuestro Padre sabe de qué cosas tenemos necesidad. Cada día trae su propio afán, mañana traerá su propia necesidad para que la resolvamos; Dios nos protege de conocer nuestro futuro, porque eso sí que sería inquietante, saber cuándo vamos a morir, cuándo va a sucedernos algo desagradable. Dijimos que normalmente nos preocupamos por razones económicas, pero el otro contexto que Jesucristo introduce en su prédica es el mañana. El habla de cada día y nos dice que el mañana traerá su propio afán; de esta forma comprendemos el otro lado de nuestra preocupación: el futuro. Dinero y futuro, he allí la motivación para la inquietud del espíritu y la aflicción del alma, pero Jesucristo dijo que esto persigue la gente que no es creyente, (en su referencia a los Gentiles), y no nos está permitido a nosotros el preocuparnos.  La solución es reconocer que nuestro Padre sabe de qué cosas tenemos necesidad, por lo tanto debemos buscar su reino y su justicia. Caminar con Cristo día a día ha de ser nuestro enfoque, pues mañana todavía no ha llegado.

LA PREOCUPACION NOS HACE DAÑO

Primero que nada hemos de comprender que la preocupación es un pecado, y ya eso es dañino para cualquier ser humano. Los gentiles tenían un dios para las riquezas y lo llamaron Mamón, de manera que la preocupación por causas económicas es un sacrificio a esa divinidad pagana que no es otra cosa sino un demonio escondido. Así lo entendió Pablo cuando dijo que un ídolo es nada, pero que cuando se sacrifica a ellos a los demonios se sacrifica.

Es un pecado porque estamos desconociendo su palabra acerca de que el Padre cuida las flores del campo y las aves del cielo, por lo tanto nos cuidará a nosotros que valemos mucho más que todo eso. Es un pecado por la declaración específica de Jesús que afirma que dondequiera que esté nuestro tesoro estará nuestro corazón. De manera que todo aquello que roba la atención de Dios es un acto de desprecio a Su presencia y a Su palabra.

Pero es además un error grave porque al preocuparnos nos infligimos una auto-tortura. Con los pensamientos tortuosos nos olvidamos de las bendiciones de Dios, que pasan escondidas frente a la magnitud exaltada de nuestros problemas.

Otra consecuencia derivada es que nos volvemos miserables y nos enfermamos de muchas formas. La enfermedad más común es el conocido desorden de ansiedad que se ha convertido en una epidemia en cada país.  Tal vez la razón de este desorden tiene su origen en ocuparnos antes de las cosas que supuestamente acontecerán. Eso es pre-ocuparse, pero lo que sí debemos hacer es ocuparnos en su debido momento. No nos dijo Jesús que teníamos que quedarnos con los brazos cruzados a esperar que un ángel del cielo viniera a hacer nuestro trabajo. Lo que nos dijo es que no nos ocupáramos antes de tiempo, y menos antes de que la necesidad llegue. Esto no implica falta de previsión, pues cualquiera que desee construir una torre debe saber si puede comenzar y terminar, no sea que se convierta en objeto de burla. La previsión no está descartada en la mente de Jesús, en cambio la preocupación sí es antes que nada un asunto innecesario.

No hay conflicto entre la previsión y la providencia de Dios. Es cierto que Él proveerá todo en su debido momento, por lo tanto podemos programar, prever cosas para el mañana siempre que tengamos en cuenta la recomendación de Santiago: si Dios quiere haremos esto o aquello. Dios nos demostrará que quiere a través de su providencia, al abrir puertas y ventanas y derribar cerrojos de hierro y de bronce. También cerrará algunos caminos para que no nos desviemos del objetivo que tiene para nosotros.

Si uno hace un examen sincero de cada preocupación que hemos tenido, que nos ha causado tener una disputa con alguien, o que nos ha alejado de alguna amistad, o proferir palabras inadecuadas, tenemos que admitir que todas ellas fueron absolutamente innecesarias y dañinas para nuestra salud física, anímica y espiritual.

El afán nos conduce a no orar, pues al preocuparnos estamos desacatando el buscar el reino de Dios y su justicia, así como el dar a conocer delante de Él lo que ya conoce, nuestras necesidades. Pablo aseguró que si oramos tendremos como consecuencia la paz de Dios en nuestro corazón, de manera que nuestros pensamientos serán guardados en su regazo.

Cuando uno se afana por la vida se está convirtiendo en amo y señor de esa vida; ello no es más que un pecado de rebelión a Dios e intento de independencia de nuestro Padre. El Dios soberano no permite que seamos los maestros y directores de nuestra existencia, pues al hacerlo acarreamos el fruto amargo del dolor auto-infligido con el daño sobrevenido.

Algo muy importante a tener en cuenta es que no podemos reparar nuestro pasado. Eso malo que hicimos no podemos enmendarlo del todo; tal vez podamos disculparnos, pagar lo que debemos, pedir perdón a Dios confesando nuestras ofensas. Pero el pasado se consumó y no tenemos acceso a él. Tal vez, lo que nos puede consolar sería suponer que, si fuésemos devueltos atrás en el tiempo y estuviésemos bajo las mismas viejas circunstancias, haríamos exactamente lo mismo que hicimos. Pero lo que sí podemos intentar hacer es vivir cada día a la vez, de tal forma que nuestras preocupaciones por el futuro y por el pasado se esfumen, e incluso ni siquiera nos  preocupemos por el presente, sino simplemente nos ocupemos de Él.

Fuimos creados no para preocuparnos, sino para ocuparnos de las cosas de Dios; por eso Jesucristo nos exhorta a no actuar como los paganos (los Gentiles). En otra oportunidad sentenció: deje que los muertos entierren a sus muertos, y el apóstol Pablo argumentó que no debemos entristecernos como aquellos que no tienen esperanza. Confiemos en el Señor, no en el gobierno; depositemos nuestra confianza en el Señor, no en la cultura; estemos confiados en el Señor, no en la paga de nuestro trabajo. Nuestra seguridad está en Jesucristo, nunca en los bienes materiales que él nos haya concedido. A Dios no le afecta la inflación económica de un país para ayudar a los suyos, ¿por qué?, porque Él está a cargo de nosotros y del mundo, de cada detalle de lo que acontece en Su creación. La ansiedad no es más que ateísmo en acción, por lo tanto hagamos bien y no mal, confiemos en el Señor como Soberano Absoluto.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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