Son millones en el planeta los que invocan el nombre de Jesús, y todos basados en una promesa bíblica que dice que quien invoque su nombre será salvo. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Romanos 10: 12-13). Uno deduce que para poder invocar el nombre del Señor se ha debido llegar a conocer quién es el Señor, pues la misma Escritura establece que el impío no conoce a Dios y aún su oración es para pecado (Salmo 109:7). También agrega que: El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová; mas la oración de los rectos es su gozo (Proverbios 15:8). En este último texto se está contraponiendo la oración de los rectos con la de los impíos, porque la conjunción adversativa mas presupone tal enfrentamiento en las dos cláusulas. La plegaria en sí misma es un tipo de sacrificio u ofrenda, ejercida por los rectos (los justificados).
Estas proposiciones declarativas nos permiten adelantar una deducción, la de que el que invoca el nombre del Señor para salvación ha nacido de nuevo. Pablo planteó un proceso lógico para llegar al conocimiento del evangelio y se preguntó ¿cómo van a invocar a aquél en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? (Romanos 10). De manera que para invocar Su nombre es necesario que se haya oído la predicación del evangelio (la Palabra de Cristo); por eso es que se dice que la fe viene por el oír la Palabra del Señor.
Es indudable que Dios despierta los corazones de quienes Él quiere tener misericordia, así como despertó el corazón de Lidia (Hechos 16:14), pues de otra forma nadie podrá oír con entendimiento. La Biblia declara que el corazón del hombre está entenebrecido, por cuanto la humanidad murió espiritualmente en el pecado. El Espíritu produce el nuevo nacimiento, y para ello se vale de la Palabra revelada, para dar fe al oyente por esa Palabra escuchada (pues aún la fe es un regalo de Dios -Efesios 2:8-, pues no es de todos la fe -2 Tesalonicenses 3:2).
¿QUE ES LO PERTINENTE DEL EVANGELIO?
En esta pregunta descansa mucha teología por lo que es conveniente meditar en ello. ¿Bastará con saber que Jesucristo es el Hijo de Dios? ¿Que él vino a morir en la cruz para expiar el pecado de su pueblo? Es evidente que aunque lo dicho sea verdad, el saberlo no es suficiente. Los demonios creen y tiemblan, pero a ninguno de ellos les fue otorgada la salvación. También podríamos preguntar en otro sentido, pensando en aquellos que nunca han oído el nombre de Jesús, pero acaso tengan buenos sentimientos ante una divinidad distinta. Esta última inquisición la respondió el Señor cuando declaró que nadie podía ir al Padre sino por él. En otros términos, Jesucristo fue un sectario en el correcto sentido del término, al no permitir otro camino sino al declararse a Sí mismo el Camino, la Verdad y la Vida. Por lo tanto, los que nunca han oído el nombre de Jesús no han podido invocarlo; pero además, Dios no dará a ninguno Su gloria ni su alabanza a esculturas. De allí que sea anti-bíblico lo que algunos han propuesto, que por el desconocimiento del nombre del Señor se hace válido el que se invoque a otra divinidad (como si la hubiera). Este tipo de suposición añade que como Dios mira los corazones de la gente Él conoce quien tiene buenos sentimientos. Pero esta elucubración cae ante el conocimiento declarado de Dios sobre la humanidad: todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios; no hay justo ni aún uno, no hay quien busque a Dios, no hay quien haga lo bueno. Ya el mismo apóstol Pablo declaró que lo que las gentes sacrifican a sus ídolos, a los demonios sacrifican.
A lo largo de la historia son millares los que se han quedado sin oír el nombre del Señor, no pudiéndole invocar en consecuencia. El objetor se levanta de nuevo y reclama por qué razón Dios inculpa, pues esta gente ni siquiera ha oído acerca de Su Hijo y están condenados. La equivalencia de su argumento es la misma con lo expuesto en el capítulo 9 de Romanos; allí reclama por qué Dios ama a Jacob y aborrece (odia) a Esaú, aún desde antes de que hiciesen bien o mal. El objetor se disgusta porque ha habido elección en base a la libre voluntad divina, no en base a las obras (buenas o malas).
Por lo que vamos exponiendo entendemos que esta teología también es de suma importancia para conocer a ese Jesús a quien se invoca. Lo que se dice acá es relevante porque muchos andan por el mundo cantando a Jesús, levantando sus manos como sonámbulos, dando brincos de alegría, moviendo sus cuerpos en coreografía, pero desconocen quién es el Jesús de la Biblia. Ellos suponen que el Jesús que adoran es un Dios de absoluta misericordia para con todos los habitantes del planeta; les parece más justo de esa manera, y extienden el plano soteriológico (relativo a la salvación) a otros grupos religiosos que incluso desconocen el nombre de Jesús. Ellos están de acuerdo con el objetor presentado en Romanos, pues de otra manera suponen que estarían adorando a un Dios injusto.
Al adorar lo que no saben, a un ídolo producto de su imaginario colectivo o individual, contravienen varios mandatos bíblicos: 1) No adorar ídolos (imágenes); 2) Escudriñar las Escrituras; 3) No torcer el mensaje bíblico; 4) Adorar al Dios verdadero; etc. Jesucristo ha dicho que aquellos que no creen en él serán condenados, pero entendemos que creer en él implica conocerlo y saber qué hizo en la cruz. Sin embargo, como ya dijimos, los demonios creen y tiemblan. Es necesario haber nacido de nuevo, como le expuso Jesús a Nicodemo (Juan 3). Por supuesto, si usted ha nacido de nuevo tiene que conocer quién es Cristo y qué hizo en la cruz (representarlo a usted y justificarlo por su sangre).
LOS NACIDOS DE NUEVO
Más que un eslogan o un el nombre de un grupo religioso, ser nacido de nuevo conlleva ciertas implicaciones: 1) El Espíritu le lleva a toda verdad; 2) no puede creer que su salvación depende en parte de él mismo; 3) se ocupa de la doctrina en la medida en que a través de ella conoce a su Señor; 4) ha conocido la verdad (que es Cristo: su persona y su obra) y por lo tanto es libre; 5) no adora ídolos, esto es, no se hace una imagen falsa del Dios revelado en las Escrituras.
Otras implicaciones de una persona que ha nacido de nuevo es que no oye la voz del extraño, porque no la conoce; más bien escucha la voz del Buen Pastor y le sigue (Juan 10: 1-5). Conoce a los falsos profetas precisamente porque valora su doctrina y la contrasta con la doctrina de Cristo.
LA DOCTRINA Y SU IMPORTANCIA
Es tan relevante el ocuparse de la doctrina que Pablo se lo recomendó a Timoteo en forma especial. De igual forma escribe a los romanos para agradecer a Dios porque ellos habían obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual habían sido entregados. Es decir, uno ha sido entregado a una forma de doctrina particular, para ser liberado del pecado y pasar a ser siervo de la justicia (Romanos 6: 17-18). Los judíos se maravillaron escuchando a Jesús enseñar en el templo, por lo cual dijeron: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado? Entonces Jesús les respondió: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta (Juan 7: 15-17). Si uno examina el verso siguiente, Jesús enfatiza que hablar por su propia cuenta es buscar su propia gloria, mas si busca la gloria de Dios no hace injusticia. ¿Cómo puede uno buscar la gloria de Dios? Según el contexto expresado en Juan 7, parece ser que es a través de ocuparse de la doctrina de Dios.
Pablo apunta que el ocuparse de la doctrina ayudaría a salvarse (de los falsos maestros y sus desviadas enseñanzas); ayudaría a cuidar el alma. Esta admonición va dirigida a los hijos de Dios que entienden que ellos no pueden salvarse a sí mismos, pero que una vez redimidos tienen la tarea de ocuparse de la doctrina. Pero no obstante, cuando enlazamos esta enseñanza con lo escrito a los romanos, entendemos que la doctrina fue el instrumento del conocimiento de nuestra salvación, la doctrina de Jesucristo a la cual hemos sido entregados.
Conocer la doctrina de Cristo, ocuparse de ella, es lo opuesto que hacen los que se confeccionan una imagen ilusoria del Cristo de la Biblia. Isaías lo expresó con estas palabras: Reuníos, y venid; juntaos todos los sobrevivientes de entre las naciones. No tienen conocimiento aquellos que erigen el madero de su ídolo, y los que ruegan a un dios que no salva (Isaías 45:20). Conocer la doctrina (el cuerpo de enseñanzas) de Cristo es tener conocimiento, tener ciencia. Los judíos tenían celo de Dios pero no conforme a conocimiento (Romanos 10:1-3); los que se tallan un Cristo a la medida de su corazón, de su imaginación, no lo hacen conforme a ciencia.
A pesar de las advertencias muchos continúan en su camino ancho que lleva a la perdición; pero la Escritura declara que si el evangelio está encubierto, lo está entre los que se pierden: en los que el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios (2 Corintios 4: 3-4).
Por todo lo dicho cabe la pregunta de ¿cómo sería posible confiar en Jesucristo y su trabajo en la cruz si no se entiende su doctrina? Es posible ser regenerado y seguir pecando toda la vida (si decimos que no hemos pecado le hacemos a él mentiroso); el hecho de que pequemos no quiere decir que seamos incrédulos. Si hemos nacido de nuevo, por seguir en este cuerpo de muerte (Romanos 7), seguiremos cometiendo pecado. ¿Y cuál pecado practicábamos más antes de ser regenerados? El pecado de la incredulidad. Por eso, ser incrédulo no es una doctrina errada, sino no haber sido regenerado. Pero no es posible haber nacido de nuevo y sostener una doctrina errónea de Cristo y su trabajo en la cruz. De afirmar lo contrario se estaría cayendo en una falacia ad absurdum, como que es posible creer no creyendo.
César Paredes
destino.blogcindario.com
Tags: SOBERANIA DE DIOS