Conocemos el texto de Santiago que dice: Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? ... Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Santiago 2:14 y 17). El ejemplo que coloca entre estos versos hace referencia a la protección social de la iglesia o de los hermanos entre sí. Es decir, Santiago entiende que una persona que confiesa creer en la doctrina de Cristo, si no responde conforme a la caridad de Dios no tiene provecho. Pero esto ha generado su contraparte interpretativa; algunos piensan que mostrar caridad social en la iglesia supone tener fe salvadora. Sin embargo, este reverso semántico no tiene sustento en el texto de Santiago, ni en otros referidos a la fe y a las obras.
La Biblia habla de obras muertas. Dice que la sangre derramada de Jesucristo nos purificará la conciencia de obras muertas, para servir al Dios vivo (Hebreos 9: 13-14). Conocemos que este mismo libro declara que sin fe es imposible agradar a Dios (11:6); surge la interrogante de si aquellos que están en la carne y que por lo tanto no pueden agradar a Dios (Romanos 8: 5-13) ¿podrían llegar a tener fe? La Biblia señala que el que es de la carne piensa en las cosas de la carne; pero el que es del Espíritu, en las cosas del Espíritu piensa.
Existe una oposición entre el Espíritu y la carne, o lo que es lo mismo entre la vida y la muerte. Ambas entidades están en franca oposición y enemistad, así como Dios y el mundo son enemigos. Si alguno ama el mundo se constituye en enemigo de Dios; por eso Jesús no rogó por el mundo sino por los que el Padre le había dado (Juan 17). Esas dos fuerzas antagónicas son irreconciliables, y la muerte vicaria de Jesucristo no pretendió jamás hacer las paces entre estos dos enemigos. Es por ello que suena a herejía el pensar que el Hijo de Dios reconcilió a cada miembro del mundo con el Padre, ya que fue muy explícito en su oración intercesora expresada en Getsemaní, justamente la noche antes de su muerte en la cruz.
La oposición entre el Espíritu y la carne se fundamenta en que esta última tiene un designio que no puede sujetarse a la ley de Dios; de allí que los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8: 8). Pero los que tienen el Espíritu de Dios no viven según la carne, ya que viven a causa de la justicia de Cristo. Nuestra deuda es al Espíritu y no a la carne, para que por el Espíritu hagamos morir las obras de la carne a fin de que no muramos (espiritualmente). La síntesis de este planteamiento en el capítulo 8 de Romanos es que para los que tenemos el Espíritu de Cristo es imposible vivir según la carne. Sin embargo, existe una exhortación explícita para hacer morir las obras de la carne.
Muy bien hasta acá, pero recordemos que en el capítulo anterior Pablo presentó su debate y lucha entre el pecado que moraba en él y lo llevaba a hacer lo que no quería, y a no hacer lo que quería hacer. El apóstol se sintió miserable porque con la carne servía a la ley del pecado (Romanos 7:25). Algunos tropiezan con este texto y alegan que el apóstol hablaba de su vida pasada, cuando era Saulo, antes de su conversión. Pero eso es erróneo, por la imposibilidad presentada en el capítulo 8 de que la carne y el Espíritu hagan las paces, y dado que los versos 21 y 22 del capítulo 7 exponen que él desea con su mente y según su hombre interior deleitarse en la ley de Dios, se refiere a un hombre convertido por Cristo.
Con lo expresado entendemos que existe una gran diferencia entre ser carnal, vendido al pecado y ser de la carne. Los que son de la carne no pueden agradar a Dios, porque existe enemistad inextinguible entre ambos; los que son del Espíritu no viven según la carne. Sin embargo, un cristiano -que por definición no es de la carne, sino del Espíritu- puede llegar a ser carnal. Eso le pasó al apóstol, pero igualmente vemos la solución expresada: con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado (Romanos 7:25). Pero como dijimos, ya que el apóstol desea deleitarse en la ley de Dios, entiende que por el Espíritu debe hacer morir las obras de la carne.
LAS OBRAS DE LA CARNE
El mismo Pablo definió las obras de la carne en su carta a los Gálatas: Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas ... los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5: 16-23). Esto está en consonancia con lo enseñado por el apóstol Juan, cuando habla acerca del cristiano: Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca (1 Juan 5:18). Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Otras versiones dicen no se mantienen en el pecado, pero en el texto griego original solamente se lee que no peca (οὐ ἁμαρτάνω [oo ham-ar-tan'-o]. Por ello debemos examinar lo que quiso decir Juan, pues también escribió en la misma carta que Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros (1 Juan 1: 8-10). Quedaría entendido que cuando se dice que aquel que ha nacido de Dios, no peca, debe implicar que no se goza en el acto mismo del pecado. Eso también nos refiere a lo expuesto por Pablo en su carta a los romanos (capítulo 7 y 8). Y en Romanos 6: 1-2 se pregunta y se responde: ¿Qué, pues, diremos? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos todavía en él? No hay forma ni manera para que un creyente (que tiene el Espíritu de Cristo porque ha nacido de Dios) peque, esto es, permanezca en el pecado, se goce en el pecado. Pues aún Pablo dijo que él se sentía miserable por cometer pecado, ya que era carnal, vendido al pecado. Pero precisamente, porque con su mente quería servir al Señor entendió que eso era obra del Espíritu de Cristo, pues de lo contrario sería de la carne y no del Espíritu.
En otra parte de la carta de Juan menciona que el que practica el pecado es del diablo (1 Juan 3: 8). Acá sí aparece el verbo griego Prasso (πράσσω) que significa practicar, ejercitarse, hacer, complacerse, cometer, perpetrar. Precisamente, el diablo peca desde el principio, por lo tanto el que practica el pecado es de él, porque es de la carne y no del Espíritu, sigue siendo esclavo del pecado y está en las prisiones de Satanás. Dijo Pablo que nosotros éramos por naturaleza hijos de la ira, lo mismo que los demás, de manera que si en un primer momento la humanidad estaba sumergida en una sola categoría humana (la de ser hijos de la ira), ahora aparece una segunda clasificación que engloba a los hijos de Dios, los que tenemos el Espíritu de Cristo. Pecamos en la manera expresada por Pablo y aún por Juan, pues no podemos decir que no pecamos pues le haríamos a Él mentiroso; pero nunca practicamos ni vivimos más en el pecado.
El rey Manasés pecó en forma abrumadora y se arrepintió y fue perdonado; lo mismo sucedió con el rey David. El hijo pródigo es otro ejemplo de alguien que dilapidó el bienestar espiritual que tenía con su padre, así como parte de su fortuna; sin embargo, volvió en sí y emprendió el camino de regreso a la casa de su padre. Sabemos que fue bien recibido y que el padre estaba esperando su regreso. Elías era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, pero estaba en la presencia de Jehová.
FRUTO PARA MUERTE
Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte (Romanos 7:5). ¿Quién produce fruto para muerte? Solamente aquellos que están en la carne o que son de la carne. Ya sabemos que el fruto de la carne es muerte y el del Espíritu es vida y paz; sabemos que es posible que una persona que ha sido engendrada por Dios peque, pero no que practique el pecado. Si practica el pecado es del diablo, lo cual quiere decir que no tiene el Espíritu de Cristo; pero si tiene el Espíritu de Cristo puede pecar en una medida en que no practica jamás el pecado, pues Dios le guarda y el maligno no le toca (1 Juan 5: 18). El mundo entero está bajo el maligno (y practica el pecado) pero nosotros somos de Dios (verso 19), no practicamos el pecado. Es por esta razón que no podemos producir fruto para muerte, sino para vida y paz.
Si alguno sostiene que una persona que ha nacido de nuevo produce fruto para vida y paz, pero a veces produce fruto para muerte, entonces está pensando algo incoherente. Al mismo tiempo está produciendo una herejía, pues no puede el árbol bueno dar malos frutos o el mal árbol dar buenos frutos. La oveja es siempre oveja y el cabrito es por siempre un cabrito. ¿Mudará el leopardo sus manchas? Habíamos dicho que sin fe es imposible agradar a Dios, de manera que así como la Escritura afirma que no es de todos la fe, y que ésta es un don (regalo) de Dios, resulta imposible para alguien que ha creído llegar a producir frutos para muerte.
Pero ¿no es acaso una herejía un fruto para muerte? Sí lo es, es una obra (fruto) de la carne (Gálatas 5); por eso hay que tener cuidado en lo que se cree, en la doctrina que se profesa, pues por el descuido de ella muchos se desvían del camino que conduce a la vida. Si la fe sin obras es muerta, como afirmó Santiago, es posible que alguien produzca frutos sin fe. Los judíos tenían mucho fruto (el celo excesivo por Dios), pero no era conforme a ciencia (Romanos 10:1-3), por lo tanto ese era un fruto para muerte. Asimismo, cualquiera que permanezca en la doctrina de las obras sobre la gracia está produciendo al menos un fruto de muerte (la herejía), al torcer las Escrituras.
El morir a la ley permite llevar fruto ante Dios (que es para vida y paz), y la única forma de morir a la ley (la que ordena obras de ética y moral, el hacer y no hacer, la que exigía ritos y giraba ordenanzas de guardar fiestas y de hacer sacrificios) es mediante Jesucristo (Romanos 7:4). Por el sacrificio de un Cordero sin mácula ha sido suficiente para estar en paz y tener vida ante Dios; pero este sacrificio lo hizo él por su pueblo. Hacer extensivo su expiación a capricho de la voluntad humana, constituye un ejemplo de desvío doctrinal, una enseñanza contraria al sentido general y específico de las Escrituras, lo cual es por definición una herejía.
Entonces si fue necesario morir a la ley para poder llevar fruto ante Dios, nuestras obras son nulas y no sirven de nada. Por eso Pablo se pregunta dónde está la jactancia, pues ¿qué tenemos que no hayamos recibido? Nuestra salvación es una obra completa de Dios, no nos pertenece ni siquiera el acto de recibirla. Hay quienes llegan a admitir que es un regalo de Dios, pero alegan que hay que recibirla. Si usted no recibe el regalo no obtiene sus beneficios. Pero esa lógica es ilógica y una incongruencia con lo que la Biblia enseña respecto de la humanidad: muerta en delitos y pecados, sin amar a Dios, sin hacer lo bueno, como trapos de inmundicia, como nada y como menos que nada. ¿Puede un muerto en delitos y pecados extender su mano para recibir el regalo? ¿Puede acaso oír que le han dado un regalo? No, un muerto no tiene vida alguna, está fuera de toda posibilidad para aceptar o rechazar algo. Es en este sentido que Jesucristo le dijo a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo para ver el reino de Dios. Y esto no depende de la voluntad humana, sino solamente de Dios. Por ello, esa expresión hay que recibir el regalo tiene un dejo de soberbia que se esconde en la condescendencia que se hace ante un Dios que exhibe su regalo, pero que es dejado de lado por multitudes que lo desprecian. Esa persona que supone que hay que recibir el regalo está suponiendo que un muerto tiene potestad para hacer semejante acto. Allí lo que sigue habiendo es jactancia frente a aquellos que dejaron de lado tal obsequio; está pasando por alto la multitud de textos de la Escritura que indican que todo es obra de Dios, el tener misericordia y el endurecer, el amar a los Jacob o el aborrecer a los Esaú, aún antes de que hicieran bien o mal.
La soberbia humana es tan sutil que la gente se engaña creyendo que cree, pero no se da cuenta que siguen el juego del altivo ángel que quiso subir ante el trono de Dios y ser semejante a Él. De ese ángel proviene toda soberbia humana, depositada en aquellos que aún escondidos en su religiosidad la exhiben como fruto de vida, pretendiendo ignorar que es un fruto para muerte. ¿Acaso no saben ellos que están dándole el visto bueno al regalo de la salvación y se están juzgando como buenos porque han querido recibir el regalo? Eso en sí mismo es una obra sin fe, pues si tuvieran fe agradarían a Dios y no exhibirían la soberbia de las obras sobre la gracia.
César Paredes
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