Domingo, 21 de octubre de 2012

El que la Biblia diga Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas (Romanos 10:5) no implica que eso se haya podido cumplir a cabalidad, ya que el que quebranta un punto de la ley se hace responsable de todos. De hecho, el verso 6 introduce una cláusula adversativa con una preposición del mismo tipo: Pero la justicia que es por la fe dice así... En este contexto se ve claramente que la ley de Moisés era simplemente el ayo o custodio para llevarnos a Cristo, como fue dicho en otro texto: Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo...(Gálatas 3: 22-25).

El contexto en que Pablo escribe el verso de Romanos 10 habla de la salvación por fe, la misma que un día tuvo Abraham cuando creyó a Dios y le fue contado por justicia. Asimismo, la Escritura enseña que muchos se sostuvieron como viendo al invisible, que otros, como los profetas, esperaron el día de la manifestación del Mesías anunciado. Pedro dijo que Jesús era ese Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros (1 Pedro 1: 20), por ello queda demostrado que la ley fue instruida para que abundase el pecado, pues el hombre no pudo guardarla plenamente, y la ley no salvó a nadie.

Gálatas 2: 16 dice: sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas (Gálatas 3: 11-12). Ya Pablo había dicho en Romanos 3: 28 que Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. En consecuencia, mal pudo Arminio sugerir en su desvarío que "la Predestinación priva al hombre de esas calificaciones, pues con tales admoniciones no puede ser posible que se excite a la obediencia" (Title: The Works of James Arminius, Vol. 1 y 2. (1560-1609) Publisher: Christian Classics Ethreal Library, Grand Rapids, MI).

Este autor parece ignorar que el corazón perverso mencionado por Jeremías ha sido cambiado en un corazón de carne, mencionado por Ezequiel, en el tiempo de Dios en que su pueblo lo ha sido de buena voluntad, para poder andar en sus estatutos. Parece ignorar, igualmente, que somos justificados por la fe en Jesucristo como el sacrificio expiatorio (Jesús salvará a su pueblo de sus pecados: Mateo 1:21). Dichas admoniciones no son inútiles, a no ser en los que se pierden, como también dijo la Escritura que son olor de muerte ante Dios. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él (Romanos 3: 21-22). Somos justificados por la gracia de Dios, por la redención en Cristo Jesús, quien es nuestra propiciación por medio de la fe en su sangre, por lo cual manifiesta su justicia (Cristo, nuestra pascua), por haber pasado por alto los pecados nuestros y por haber manifestado su justicia (apaciguamiento de la ira de Dios para con su pueblo). Por estas razones no hay jactancia, pues no es por la ley de las obras (haz esto y vivirás) sino por la ley de la fe. Paro Arminio eso no es suficiente, sino que ironiza contra el mandato de Dios aduciendo que si hay Predestinación entonces Dios mismo anula su propio consejo de Haz esto y vivirás. Ya lo ha dicho en otra oportunidad, que la Predestinación hace nula la justicia divina, pues no entendió el gran ilustre teólogo holandés inspirado por los jesuitas de su tiempo que nuestra justicia fue alcanzada por Jesucristo en la cruz. Jesús oró en su oración sacerdotal, la noche antes de su sacrificio, por los que el Padre le había dado -con la inclusión de los que creerían por la palabra de ellos-, pero específicamente dejó al mundo fuera de su plegaria, pues dijo: no ruego por el mundo (Juan 17).  De manera que si no rogó por el mundo, mucho menos está ahora intercediendo por él. Su labor sacerdotal continúa en pro de los elegidos del Padre. ¿Le suena esto injusto a Arminio? Por supuesto que sí, pues lo ha calificado de repugnante y de blasfemo.

Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley (Romanos 3:28). No es por la obra del libre albedrío y su voluntaria decisión por Cristo, no es porque el hombre se proponga aceptar semejante salvación, no es porque se crea rico y diga no necesito nada de Dios pero me parece bien lo que propone. El hombre es un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Es valorado como nada y como menos que nada, al punto de que también es comparado como trapo de mujer menstruosa.  Entonces, ¿dónde queda la jactancia de Arminio y toda su protesta ante ese Dios soberano que hace como quiere, que no tiene quien le aconseje y que no tiene quien se le oponga? De nuevo, una vez más, el objetor presentado por Pablo en Romanos 9 es mucho más coherente porque comprendió su contexto y apenas pudo oponerse al hecho de que Dios inculpaba, tal vez con injusticia, pues nadie ha podido resistir su voluntad.  El objetor de Romanos 9 reconoce que Dios escogió a Jacob y a Esaú antes de hacer bien o mal para sus destinos finales, de manera que fue capaz de reclamar por qué Dios inculpaba. Esa pregunta no tendría cabida en el texto a no ser que el objetor hubiese comprendido erróneamente el mismo. De haberlo comprendido mal, la corrección se hubiese manifestado de inmediato en el texto inspirado. La respuesta en cambio fue que quién era él para altercar con Dios. El Espíritu no dijo que el objetor estaba errado en su percepción del texto bíblico recién enunciado, sino que Dios hacía como quería y que él no era sino barro para altercar con Dios.

Esta declaración del Espíritu molesta a muchos, por eso tratan de hacer decir al texto lo que no intenta decir. Como ya no pueden desviar la atención del enunciado, se van en contra de los que sí comprendemos la sencillez del mismo. Vueltos contra nosotros nos acusan de blasfemos contra el Dios de la Biblia, por entender precisamente lo que Él dice; pero al mismo tiempo acusan a la doctrina de repugnante. En resumen, el objetor de hoy es un poco distinto del objetor mostrado en Romanos 9. Si aquél se enfrentaba directamente con su Creador, preguntándole por qué inculpaba, el objetor contemporáneo defiende a su Creador volviéndose contra dos nuevos objetivos: la doctrina de la predestinación y los que comprendemos la doctrina de la predestinación expuesta en las Escrituras.

"Esta doctrina es inconsistente con la imagen divina, la cual predica el conocimiento de Dios y su santidad. Pues el hombre ha sido calificado y dotado de poder para cumplir la obligación de conocer a Dios, de amarlo, alabarlo y servirle. Pero por la intervención o prevención de la Predestinación, se ha pre-ordenado que el hombre se torne vicioso y cometa pecado, que no conozca a Dios, que no lo ame ni alabe, ni le sirva; ...un Dios que ha creado al hombre a su imagen y semejanza pareciera haber decretado que el hombre llegue a ser a la imagen de Satanás." (Idem).

De nuevo, el objetor encontrado en la carta a los romanos se preguntó por qué razón Dios inculpaba; pero Arminio se preguntó por qué la doctrina divina es tan repugnante, y por qué sus seguidores son tan blasfemos. Cristo le dijo a unos judíos que no podían creer, que la razón por la que no creían era porque no eran de sus ovejas. ¿Le creeremos a Jesús o a Arminio? ¿Creeremos al Hijo de Dios o al heredero de los jesuitas y Pelagio? Jesús dijo que nadie podía ir a él a menos que el Padre lo llevara hacia él. ¿Llevó el Padre a Judas hasta Jesús, o a Faraón, a Esaú, a los réprobos en cuanto a fe, a los que adorarán a la bestia, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo? ¿Qué oportunidad tuvieron ellos, y qué oportunidad han tenido todos aquellos que nunca han escuchado el evangelio? Escuchar el evangelio es tan importante para la salvación que Jesucristo dijo que nadie iría al Padre sino por él. Y Pablo, inspirado por el Espíritu, exclamó: ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? De nuevo, ¿a quién creeremos? ¿A Jesús el Cristo o a uno que se pasó su vida objetando y declarando repugnante sus enseñanzas?

Si esto es así de simple como lo dice Arminio, entonces Dios se equivocó al decirnos que antes de hacer bien o mal Jacob y Esaú fueron escogidos para sus fines pertinentes. Se equivocó al decirnos que Jesucristo como su Cordero estaba preparado desde antes de la fundación del mundo. Pues si no podía tener en mente ni la redención ni la condenación del hombre (pues el Cordero vino al mundo a los suyos, no a los ángeles caídos ni a los que no eran su pueblo), ¿cómo pudo Dios tener en mente al Cordero? ¿Era Cristo una tarjeta bajo la manga, o un plan B? Ya Arminio había declarado  en otra oportunidad que Dios no puede estar cambiando, aún en materia de predestinación. Pues aún lo que conoce por cierto es tan real que no admite cambio en Él, de otra forma no puede llamarse que Él conozca algo. Entonces, si Dios conocía acerca del Cordero, y si conocía de Esaú antes de hacer bien o mal (así como de Jacob), lo que sabía era firme decisión suya desde la eternidad. La argumentación de Arminio está fuera del contexto para ser usada como pretexto contra el texto bíblico.

Dios concibe un plan, lo conforma, lo pre-ordena, y dentro de ese plan están implicados Jacob y Esaú, mucho antes de que hagan bien o mal. Está también el Cordero de Dios, porque Dios tenía por cierta la caída de Adán, no por adivino, sino por planificador. Tenía por cierta la crucifixión de Su Hijo, no por adivino, sino por planificador de los más mínimos detalles, los cuales fueron en su mayoría pecados humanos. Dios no pudo ver los pecados de los hombres y aprovecharse de ellos para hacer su plan, pues dado que el hombre es cambiante con su soberano libre albedrío (en el concepto de Arminio) todo se le podía venir abajo. Como no se vino abajo, entonces decimos que fue o es un Dios con mucha suerte, pero que no es perfecto en sus planes, es plagiario, pues robó las ideas de los hombres para elaborar su plan de redención y condenación, dándose a Sí mismo la autoría. Ese dios de Arminio es extraño, no es el Dios de la Biblia.

Sin importar que antes hubiese hablado que en materia de Predestinación Dios no conoce, sino que ordena, y que Dios no puede estar cambiando, al punto de que lo que conoce es cierto y tan real que no admite cambio en Él, ahora señala algo opuesto a lo afirmado: "que la Predestinación se opone a la Muerte Natural o Eterna, y a sus expresiones descritas en las Escrituras. Pues se ha dicho que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), se ha habado del castigo eterno de destrucción, con el cual será recompensado el que no conozca a Dios, y no obedezca el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 1:8-9); de igual forma se menciona el fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41), un fuego que devorará a los enemigos y adversarios de Dios (Hebreos 10:27) ... Por lo tanto, Dios no ha preparado una muerte eterna para ninguna persona sin que esté relacionada con el pecado y la desobediencia." (Idem).  Un poco más adelante agrega: "Yo pruebo que existe una blasfemia en la siguiente aserción: pues si Dios es libre para el bien (no por naturaleza o por necesidad), él puede hacer o no hacer el bien. Así como cualquiera cuya libertad es libre tiene en su poder el hacer o no su voluntad,  así como cualquiera que actúa libremente puede dejar de hacer lo que hace." (Idem).

Esto está tomado en referencia a romanos 9, cuando se habla acerca de que Dios a quien quiere endurecer endurece, y tiene misericordia de quien quiere. Arminio implica que Dios no es bueno por libertad sino por naturaleza o por necesidad, lo cual suena bien en principio. Pero hay una trampa en tal argumento, pues por naturaleza no puede ni desear ni hacer el mal, lo cual nos llevaría a una segunda entidad tanto o más superior que Dios, la que hizo el pecado y todo el mal derivado. Con este argumento, Arminio da pie para que aparezca la dualidad una vez más en la escena histórica-divina, idea nada original sino traída de antiguo: un dios con fuerza similar que lucha en su contra, y nosotros como fuerza equilibradora que ayudamos a uno u otro lado. Esta sería la clásica lucha entre el bien y el mal, en tanto fuerzas antagónicas dirigidas por deidades antagónicas. Es el Juno pagano, el dios de dos caras. Con este subterfugio se excusa a Dios del desastre que acontece en su creación: no es Él quien ha hecho las cosas tal cual aparecen, sino otra deidad poderosa que le daña lo que se esmera en bien hacer. En otros términos, al presentar esta tesis se está dando pie a la escenificación de un Dios fracasado, quien tiene la suerte de que su gran público (a través del atributo del libre albedrío) le diga que sí, que le acepta, que conviene en sus términos. Por supuesto,  el dios mendigo debe tranzar con su silencio la rebaja y el abaratamiento de la verdad del evangelio: no hay predestinación negativa, y la positiva se debe únicamente a que previó la bondad pronunciada en virtud del libre arbitrio de sus hombres. ¡Con razón este pobre dios tiene que ayudarse con los santos, con las vírgenes, con los rezos, con las velas, con las buenas obras de los hombres! Semejante dios es más bien un mendigo divino que suplica por el alma de los hombres para que la oferta de Su Hijo no le sea enrostrada como fracaso. ¡Tal vez merezca hacer un trato por 60 días con Su Hijo, para ver si vale la pena! (proposición hecha sin ironía por Rick Warren).

Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo (Apocalipsis 3:17). Al negarle a Dios la libertad por contingencia y atribuirle solo la libertad por necesidad o por naturaleza, se limita a Dios y se le ata de manos. No puede ordenar el mal, no puede crear al malo para el día malo (Proverbios 16:4), no puede hacer algo malo en la ciudad (Amós 3:6), no puede decirle a Satanás que considere a su siervo Job (Job 1:8), no puede hacer la conferencia de espíritus y pedir opinión acerca de enviar confusión a sus profetas, por lo cual un espíritu ofrece decir mentiras en medio de ellos (1 Reyes 22:23, que dice: Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos estos tus profetas, y Jehová ha decretado el mal acerca de ti); o no puede engañar a un profeta para destruirlo (Ezequiel 14:9).  Si se le negare a Dios la libertad de actuar como a bien tenga, no hubiese podido incitar a David a hacer algo muy malo, el censo de Israel, no hubiese podido ni siquiera planificar el cruel asesinato de Su Hijo, porque eso es pecaminoso. Si Dios está atado en cuanto a la libertad de querer, y solamente puede hacer bien por necesidad, entonces no se explica lo que sucede en el mundo a no ser que se lo explique como si fuese causado por una fuerza dual: la presencia de una divinidad paralela. Tal es el final del camino expuesto por Arminio.

Según este argumento, Dios no puede ser libre por cuanto podría hacer el mal. No es libremente libre, por cuanto la libertad conlleva la posibilidad de hacer el mal. En este círculo argumentativo, el hombre es el único con el derecho de libertad por naturaleza y por necesidad, por cuanto ha demostrado que puede ser tanto malo como bueno (esto último no sé de dónde lo sacó, pero no proviene de la Escritura). Acá se revierte toda la teología: un Dios prisionero de la bondad, pero un hombre libre para el mal y para el bien. Dios no le dijo a Adán: el día que de él comiereis seréis verdaderamente libres, sino que moriréis. Pero Arminio o Pelagio parecen decir lo contrario: que el hombre sería por siempre libre. En cambio, el pobre Dios seguirá siendo esclavo de la bondad, pues esa es su naturaleza. No obstante, esa tesis es contra bíblica, por cuanto hay múltiples pasajes que muestran a Dios haciendo el mal, como ahora reiteramos una vez más en textos y hechos encontrados a lo largo de la Biblia: con Job, con la ciudad de Amós, a través del profeta Isaías, a través de los espíritus de mentira de los profetas, de sus demonios, del autor de los Proverbios, del censo de Israel, de la crucifixión de Su Hijo. Si Dios hace todas esas cosas, eso no lo hace malo ni pecador, pues Él no se rebela contra Sí mismo, sino que crea todo cuanto existe para alabanza de su gloria. Dios no necesariamente resume los atributos teológicos referidos en la teodicea griega. El Dios de la Biblia no es el mismo dios del teatro griego, el cual es humanista. El Dios de la Biblia hace todo lo que quiere, hasta el punto que el objetor de Romanos no lo duda un instante, sino que se pregunta con mucha coherencia: ¿Por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién ha resistido su voluntad?

Para finalizar, unas últimas citas encontradas en sus obras: "...la coacción no solo es repugnante a la libertad sino que la excluye." (Idem). Dijo que el hombre no quiere su propia salvación por fuerza, sino que la desea libremente (Idem). Pero el hombre es como una roca, o tiene un corazón rocoso (Ezequiel).  Decir que una piedra no cae abajo por coacción sino por libertad es un supuesto extraño: la libertad de la piedra para rodar hacia abajo implica un conjunto de leyes contextuales que la inducen a rodar: la fuerza de la gravedad, el que no haya un roce suficiente que la detenga o que no exista fuerza contraria que anule su rodamiento, su peso, en fin, no es la libertad intrínseca de la piedra la que la hace rodar libremente, sino que son los fenómenos externos a ella los que le permiten irse cuesta abajo. El hombre está muerto en sus delitos y pecados, carece de voluntad para sanar pues no hay quien haga lo bueno o quien busque a Dios. ¿Cómo podría querer libremente la salvación si aún leyendo las Escrituras no las comprende? Puede llegar a desear una salvación distinta de parte de un dios distinto, uno que pueda ir moldeando a su propia imagen y semejanza. ¿No es eso por lo que ha luchado Arminio, en lo cual ha pasado su vida y en lo que ha invertido su ocio?

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 15:51
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