Los judíos no creyeron en la expiación de Jesucristo, por lo tanto continúan expiando sus pecados con los rituales de antaño. Algunos de los que habían creído suponían que la propiciación eetaba incompleta, de manera que enseñaban ritos de su tradición para dar un sentido más eficaz al trabajo de Cristo. Pablo les advirtió: !Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritupor las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? (Gálatas 3:1-3). El autor de la carta a los Hebreos también hizo su reclamo a lo largo de ella, diciendo que no es posible volver a crucificar al Señor al pretender agregar obras a su sacrificio.
En otros términos, los autores neotestamentarios consideraban perfecta la obra del Cordero en la cruz. A ella no había nada que agregarle, más bien a los que la consideraban incompleta no les valía de nada su celo de Dios (Romanos 10: 1-3). Pablo les escribió a los Corintios recalcando su enseñanza: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras. Esta declaración está en el contexto de la definición de lo que consideró es el evangelio que ha predicado, el mismo que él había recibido (1 Corintios 15:1-3). ¿Qué significa que Cristo haya muerto por nuestros pecados? ¿Está Pablo reconociendo que Jesús había muerto por causa de Judas, de Faraón, de Esaú y de todos los vasos de ira preparados para el día de la ira? Estos mismos personajes son enunciados por él en otra carta, de manera que resulta vital entender lo que Pablo quiso decirles a los Corintios con el texto expresado, pues no pudo el apóstol entrar en contradicción con otra de las Escrituras reveladas.
Si Pablo dijo en Romanos que no había ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús, ha de entenderse que hay condenación para los que no lo están. Continúa diciendo que para la ley era imposible librarnos de aquella otra ley, la del pecado y de la muerte (Romanos 8). Mantiene un orden explicativo que sugiere una disposición de los eventos enunciados: Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen conformes a la imagen de su Hijo...Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó...El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros...(Romanos 8: 9-32). Ese nosotros es el objeto de la redención, por quienes Cristo fue entregado en la cruz. Lo que es lo mismo, el beneficiario de su sacrificio expiatorio es el grupo compuesto por el vocablo nosotros, que no es otro que los que predestinó, llamó, justificó y glorificó. Por argumento en contrario, quiere decir que los otros, los que no conoció, ni predestinó, ni llamó, ni justificó, ni glorificó, jamás pueden configurar el objeto de su expiación. Por lo tanto, Cristo no murió por Judas, por Faraón, por Esaú, por los réprobos en cuanto a fe ni por ningún vaso de ira.
Si la paga del pecado es muerte espiritual o eterna, lo que hizo Jesucristo en la cruz tuvo que implicar el pago por el pecado. Uno de sus trabajos como redentor fue reemplazar al culpable, representarlo en el madero. Llegó al plano de la maldición por aquello de maldito todo aquel que es colgado en un madero, fue hecho pecado y sufrió en su cuerpo el castigo por el pecado. En otras palabras, en Él se echó la carga legal del pecado. Pero también hizo una sustitución, pues dijo en la instauración de su cena que el pan era su cuerpo y el vino su sangre derramada.
Si su cuerpo dado y su sangre derramada no tuvieran beneficiarios específicos, bien podríamos suponer que no hizo gran cosa con ir al madero. Pero en la economía de Dios existe perfecta ganancia: del trabajo de su aflicción verá linaje (Isaías). Jesús añadió a sus palabras la especificación de los beneficiarios: mi cuerpo que por vosotros es dado...mi sangre que por vosotros se derrama (Lucas 22:19-20). Salido de ese lugar, Jesús se fue al Getsemaní, y sabemos de su oración sacerdotal cuando especificó: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son (Juan 17:9). En la economía de Dios no se malversan los fondos, no se distribuye un determinado beneficio para una tarea que no corresponde. El fue específico en ambos casos, en la instauración de su cena diciendo para quién era dado su cuerpo y para quién su sangre era derramada. Asimismo, en forma casi inmediata, sale a orar al Getsemaní y especifica quiénes son los beneficiarios de su trabajo que iría a hacer en pocos momentos, los mismos que estaban en el aposento compartiendo el pan y el vino. Observemos que aunque Judas estuvo presente, el efecto obtenido fue el contrario al de los otros once, ya que comido el pan Satanás entró en él (Juan 13:17). En el Getsemaní su oración fue específica y constituyó una reiteración de lo que había dicho en su cena: rogó por los que el Padre le había dado y por los que creerían por la palabra de ellos, porque ellos eran de Dios. De igual forma, Judas fue un elemento específico escogido para esa tarea, fue uno de los vasos de ira preparado para el día de la ira, por lo cual Jesús no intercedió por él. De igual forma en Getsemaní dijo que no rogaba por el mundo.
La cualidad moral de los escogidos no difiere de la de los réprobos en cuanto a fe, de los cuales también Dios designó desde antes de la fundación del mundo para tal fin (Romanos 9, Apocalipsis 13, Apocalipsis 17). Pedro le iría a traicionar varias veces una vez Jesús fuera entregado por Judas. Pero Jesús rogó para que su fe no faltase, lo cual sugiere que Pedro fue uno de los beneficiarios de la muerte de Jesús en tanto fue uno de los que él reemplazó en el castigo sufrido. Pedro fue uno de los que Cristo representó en la imputación del castigo por el pecado. Lo fue Pedro y lo fueron todos los que implicó en su oración intercesora del Getsemaní, los que habían de creer por la palabra de ellos, pero Judas no fue representado allí. Jesús no valoró la cualidad moral de ninguno de ellos, simplemente siguió los trazos dados por el Padre: Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí. Y el que a mí viene, no lo echo fuera.
Jesús había dicho que ponía su vida por las ovejas: Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas...así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas (Juan 10:11-15). Pero también dijo que los que no creían en él era porque no eran de sus ovejas: pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho (Juan 17:26). Dado que el nombre Jesús significa que salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21), el plan económico divino rindió sus dividendos previstos: vio el fruto de la aflicción de su alma, justificó a muchos y llevó sus iniquidades. La justificación y la imputación son presupuestos objetivos en la declaración bíblica, se expresan a lo largo del simbolismo de la redención instaurado en el Antiguo Testamento, además de haber sido proclamado por el profeta Isaías: Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos (Isaías 53:11). De ellos se relaciona con muchos, los cuales son los justificados.
Los que reclaman otro objeto en la salvación llevada a cabo por Jesucristo, se oponen a la palabra de Dios. Se oponen a la economía divina, a la lógica del Creador, a sus decretos, a lo expresado por los profetas y a lo específicamente declarado por el Hijo. Esta oposición no es materia de elaboración teológica, producto de inmadurez intelectual, sino clara y abierta resistencia a la voluntad expresa de Dios. Esta desaprobación al plan de salvación divino es hecha en forma similar a la oposición encontrada en Lucifer cuando dijo que subiría a lo alto y sería semejante al Altísimo. Lucifer no esgrimió falta de comprensión teológica, no adujo que los decretos de Dios tenían dificultad intelectual para ser comprendidos, simplemente se opuso de corazón porque en él fue hallada maldad. Así hacen todos los que se oponen a la verdad declarada de Dios: siguen al padre de la mentira, al príncipe de este mundo que gobierna los espíritus de desobediencia.
El aceptar o rechazar el plan salvífico de Dios no se hace porque se comprenda o no se comprenda una complicada teología soteriológica, se hace porque se tiene o no se tiene la luz para su aceptación. Más allá de que exista un análisis intelectual en el planteamiento bíblico, la oposición hecha a su palabra se realiza en virtud de un espíritu cegado en su entendimiento. No se requieren atributos intelectuales especiales para entender las palabras de Jesús, que el ponía su vida por sus ovejas, que nadie vendría a él a no ser que el Padre que le envió no le trajere, que los que no van a él le rechazan porque no son de sus ovejas. El mensaje es absolutamente claro, más allá de que se pretenda rechazar. No se necesita un intelecto muy brillante para entender lo que Dios declara a través de Isaías, que su siervo salvaría a muchos -no a todos-, los justificaría y llevaría sus iniquidades. Tampoco se requiere ser brillante para comprender que Judas fue escogido para entregar a Jesús (Mateo 26:24), para caer en la cuenta de que el Espíritu declaró a través de Pablo que Dios escogió a Jacob y a Esaú antes de que hiciesen bien o mal, para cumplir el propósito de acuerdo a la elección y no a las obras (Romanos 9). Entender el mensaje bíblico es más fácil que las intrincadas elaboraciones intelectuales que se hacen para desviar el sentido natural del texto.
Los Gálatas se habían vuelto insensatos en cuanto a la doctrina de la justificación, habían cambiado a Cristo por Moisés, al evangelio por la ley, a la justificación por la justicia de Cristo por la justificación por las obras. Estaban cayendo en un falso evangelio que anunciaba a un cristo diferente, uno que no había cumplido a cabalidad su obra en la cruz, por lo cual ésta necesitaba la añadidura del trabajo humano. Siempre ha gustado al hombre mostrar su heroicidad en lo que hace, siempre ha querido ver recompensa por su trabajo. El gran problema que se le presenta con el verdadero evangelio consiste en que éste no reclama nada, solamente otorga. Como muchos no entienden que eso pueda ser de esa manera, suponen que esa dádiva debe ser incompleta, que debe mediar condición para que sea eficaz. No obstante, si la paga del pecado es muerte, la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús. Si el hombre está muerto en sus delitos y pecados nada puede hacer por ayudar al dador para completar la dádiva que ya en sí misma es perfecta. El paquete viene completo: el regalo y las ganas de recibirlo.
Muchos se desvían de la verdad en el intento de comprender cómo puede ser posible tal regalo. Aducen que nuestro deber es recibirlo, o decirle sí a Cristo. No obstante, ni siquiera eso podemos hacer, pues el decir sí o no depende del que da toda dádiva y todo don perfecto. En la discusión de esta realidad muchos deambulan por senderos que parecen de bien pero que tienen un fin de perdición o muerte. La soberbia humana interviene para razonar en forma equivocada contra toda la revelación manifestada. En ese punto se cumple el axioma bíblico, que Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Aún la humildad es un don del cielo, pues la recepción sin objeción del regalo no es para los soberbios que siempre resisten, sino para los humildes. Es por medio de la fe, la cual también es un don de Dios. La salvación es un regalo que viene del cielo, que no depende de nosotros el conseguirlo, pues fue por gracia el que se nos haya obsequiado de esa manera. Para asumir este conjunto de aseveraciones es necesaria la fe, de lo contrario opera la obra humana que se resiste al don.
Jesús recomendó que fuésemos como niños. No podemos imaginar a un niño que recibe el regalo más precioso que jamás haya imaginado argumentando que bien pudiera ser que no lo quiera recibir, o que la dádiva se perfecciona si él quiere recibirla. Eso es inimaginable en un niño sorprendido por el regalo más preciado. Sin embargo, con un absurdo mayor operan aquellos que dicen estar frente al regalo de la salvación: 1) que el regalo fue enviado porque se sabía que existía voluntad en recibirlo; 2) que para que el regalo se perfeccione como tal ha de ser recibido voluntariamente; 3) que si no es ofrecido por igual a todos, el regalo no es eficaz.
¿De dónde salen esos argumentos? Son un insulto a quien da la dádiva, pretenden arrebatar toda gloria a quien quiso redimir a muchos, limitan la plenitud de la dádiva al hacerla perfeccionar de la facultad de la aceptación. Además, extienden la dádiva a quienes no va dirigida, so pretexto de que de no hacerse universal sería muy injusto. Para lograr el objetivo se fuerzan los textos de manera que traten de apoyar la tesis humanista, pues es de hombres y no de Dios semejante proposición. Al proponer semejante mentira se maltrata la eficacia de la redención robándole la gloria de su potencia, ya que muchos son los que yacen ahora en el castigo eterno, muy a pesar de que se haya pagado por sus pecados. En otros términos, Dios para ser más justo a los ojos humanos tiene que transformarse en un juez injusto que juzga dos veces: a Cristo su Hijo pagando por toda la humanidad, y a la humanidad cuyos pecados ya fueron pagados pero que se les imputa de nuevo al ser enviados a la pena eterna. Esta podríamos nombrarla muy bien como la paradoja de la justicia, un Dios justo ante los hombres gracias a su injusticia como juez.
Para resolver su propia paradoja alegan que depende del hombre el que se reciba o se rechace el regalo. Con esto continúan maltratando el centro del evangelio, pues si Cristo murió por toda la raza humana, entonces todos los hombres son salvos. La salida a su paradoja los lleva o al universalismo total, o al universalismo parcial, este último donde es el hombre quien decide. Esto a su vez contrae dos nuevos problemas: 1) que muchos no han oído hablar de ese relato de la dádiva común y han muerto en ignorancia de la noticia; 2) que de los que oyen muchos se condenan porque no han podido comprender o no han querido recibir. En última instancia depende del que quiere y del que corre, y no de Dios que tiene misericordia del que quiere y al que quiere endurecer endurece. Ellos también dicen que si Dios endurece lo hace a los que previamente se han endurecido a sí mismos, sin importar el que las Escrituras señale lo contrario.
Todo este conjunto de mentiras conlleva la sustancia de blasfemia al Dios verdadero, por cuanto le están diciendo que el sacrificio de Cristo no fue totalmente eficaz en los que se pierden, pero que en los que se salvan tampoco fue totalmente eficaz a no ser porque tuvo una aceptación eficiente. En síntesis, el sacrificio de Cristo fue mediocre y es el hombre el que lo perfecciona, con lo cual pretenden demostrar que Pablo estuvo equivocado al llamar insensatos a los Gálatas. Pretenden igualmente darle la razón a los judíos que añadían a la salvación sus ritos, a aquellos que tenían celo de Dios sin ningún conocimiento. En otros términos, que se reescribe la Biblia y se le otorga al hombre un derecho que nunca tuvo, ni siquiera en el Edén: el libre albedrío, pero al mismo tiempo se le despoja a Dios de uno de sus derechos absolutos que lo distinguen como tal, su capacidad soberana.
Visto hasta ahora estos hechos, pasamos a entender que no es asunto sencillo semejante pretensión. Es una doctrina de demonios elaborada desde los pozos del infierno. Por eso Pablo advirtió: sea anatema cualquiera que os anuncie un evangelio diferente al que ya se ha anunciado. Para los que creemos lo que la Escritura anuncia existe un texto que nos consuela en medio de tanta mentira: Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos (Hebreos 2:10).
Si Cristo le dijo al Padre en la cruz que su trabajo estaba consumado, si dijo en la oración previa que había acabado la obra que se le había encomendado, entonces sería pisotear su sangre el solo sugerir que no cumplió su trabajo y que mintió al afirmar que lo hizo. Quienes así actúan no pueden volver a crucificar a Jesucristo, pues ya no les queda más recompensa por el pecado: si él no fue suficiente mucho menos lo serán las obras de ellos. El que piense que su decisión ayudó en algo a su proceso de salvación tiene de qué ufanarse o de qué gloriarse. Pablo llegó a la conclusión de que él se gloriaría solamente en la cruz de Jesucristo. El comprendió que cuando fue derribado del caballo cayó por fuerza externa a él mismo, que cuando el Señor lo llamó no fue porque él iba tras el Señor, en su búsqueda. Al contrario, Pablo perseguía al Señor, a su iglesia, pero comprendió que el acto de misericordia de Dios fue lo que lo salvó. Dios había tenido misericordia de él, se había compadecido de él, por lo tanto se le apareció para redención. Después le fue revelado el misterio de la iglesia y muchas verdades relacionadas con la doctrina de la salvación por gracia le fueron encomendadas anunciar. De allí que escribiera acerca de la predestinación como más nadie lo haya hecho. Por eso en la parte final de su carta a los Gálatas enfatizó: Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo (Gálatas 6:14).
César Paredes
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