Definir un ídolo es una tarea que implica el trabajo de mirar en la Biblia lo que ella define por tal. Un ídolo es una imagen de una deidad que se intenta adorar o venerar. Venerar es honrar en extremo, rendir reverencia a una imagen o a un ídolo, de tal forma que los dos conceptos se unen en círculo cuando cada uno remite al otro para lograr su propia definición. Adorar y venerar conllevan el uno al otro. El Éxodo es el libro que proclama los Diez Mandamientos de Dios, uno de los cuales dice: No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás (Éxodo 20:4-5). En muchas de las versiones católicas el mandamiento acerca de las imágenes y semejanzas es mutilado, a pesar de que Jerónimo tradujo la Biblia al latín y ésta es usada en gran medida por el clero romano, en la cual está traducido el texto en cuestión: non facies tibi sculptile neque omnem similitudinem quae est in caelo desuper et quae in terra deorsum nec eorum quae sunt in aquis sub terra non adorabis ea.
Pero ¿qué es un ídolo? Un ídolo no es nada y sin embargo hace mucho daño porque lo que importa es lo que está detrás de él: un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios (1 Corintios 8: 4); Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios (1 Corintios 10:20). Tal vez el Salmo 115 nos describe formalmente la manera en que las Escrituras definen al ídolo: Tienen boca, mas no hablan; ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos.
La idolatría vincula al ídolo con un poder superior, real o supuesto, animado o inanimado, y exige acompañar con ceremonias o ritos su contemplación. En el catolicismo romano se rinde culto a la virgen María y a los santos en forma de oraciones, ofrendas u otro tipo de sacrificios en su honor, para obtener su favor, gracia o intercesión. María es venerada como madre inmaculada de Dios y de los hombres; los santos como protectores. La Iglesia Católica Romana pretende hacer una distinción entre veneración y adoración. Sin embargo, a nivel popular no existe tal distinción, con el hecho de la veneración de las imágenes. El Concilio Vaticano II decretó: "Manténgase firmemente la práctica de exponer en las iglesias las imágenes sagradas a la veneración de los fieles."
Pero la Biblia condena a la idolatría como el primer pecado de Israel. Tras el establecimiento del reino en Israel algunos reyes fomentaron la idolatría, en gran parte por complacer a sus esposas paganas (1 Reyes 11: 5-7; 16: 31-33), casos de Salomón y Acab como ejemplo. La gente honra al dinero desde hace siglos, al punto en que el apóstol Pablo lo señaló en una de sus cartas al comparar la avaricia con la idolatría (Colosenses 3:5). Al partir de la premisa bíblica de que todos los dioses de los pueblos son ídolos (Salmo 96:5), uno tiene que preguntarse cómo se forman los dioses. Un dios es una divinidad falsa que la mente humana construye a partir de sus impresiones acerca de los acontecimientos de la naturaleza y de su cultura. La teología (el estudio de la divinidad como concepto) suele permitir imágenes mentales acerca de lo que se concibe como divino. De esta forma, cada vez que se tuercen las Escrituras para buscar una interpretación privada, se está en procura de la satisfacción ideológica de la imagen mental concebida. A algunos les gustan algunos elementos del Dios de la Biblia, pero a otros les estorban. De esa manera se va incubando el modelo del dios hasta su confección final para su adoración. Muchos asisten a las iglesias pero no se han guardado de los ídolos. Ellos piensan que si no tienen los muñecos de yeso, metal o madera, entonces están a salvo de la idolatría. Pero el error continúa, ya que la imaginería mental no tiene límites.
Cuando se comienza a hacer recortes bíblicos, esto es, procurar lo que más gusta y sacrificar lo que suele incomodar, entonces se inicia la fabricación del ídolo. Hay infinidad de dioses dentro de las filas del cristianismo: un dios para la prosperidad, otro para los pactos sociales, otro que tolera la lujuria, otro que crea de la nada el libre albedrío. Muchos andan con sus imágenes mentales a cuestas y no pueden recibir a cambio ninguna protección, a pesar de su pertinaz adoración. Es prudente mirar lo que hacían los fariseos durante la época de Jesús en la tierra. Ellos caminaban por doquier en busca de un prosélito, pero lo hacían doblemente merecedor del infierno. Ellos tenían celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Algunos maestros judíos habían decidido que la resurrección no podía acontecer, de manera que derivaron en una secta llamada los saduceos. Creían en un falso dios a pesar de que Job había dicho que sabía que su Redentor vivía y que se levantaría del polvo, que él lo vería después de que su carne se deshiciere (19: 25) y que aunque él le matare esperaría en él (13:15). Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación (Job 14:13-14). De igual forma, el profeta Daniel también escribió referente a la resurrección: Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad (Daniel 12: 2-3). Isaías también escribió sobre el tema: Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. !Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos (Isaías 26: 19). Podríamos señalar los casos de resurrecciones habidas por intermedio de algunos profetas (Segundo libro de los Reyes), pero basta para mostrar de qué manera los saduceos estuvieron ciegos a los textos que refieren a la resurrección en el Antiguo Testamento.
Algo similar acontece hoy día. Pese a que la Escritura habla en contra de hacer imágenes y de inclinarse a ellas, muchos teólogos que estudian la Biblia no encuentran la luz que les haga ver su tremenda osadía en interpretaciones delirantes. Tomás de Aquino (siglo XIII) escribió: “La misma reverencia debe manifestarse a una imagen de Cristo, que a Cristo mismo; y siendo así que Cristo es adorado con latría (supremo culto religioso) se deduce que su imagen debe ser venerada con la adoración de latría (Summa, Sec. 11. 25, 3). La cruz recibe la misma adoración que Cristo, esto es, la de latría, y por esa razón nos dirigimos y suplicamos a la cruz, del mismo modo que lo hacemos a Cristo mismo. (Idem, Sec. III. 25, 3). Por cuanto las imágenes de los santos denotan su excelencia, pueden ser y deben ser adoradas con cierta adoración inferior de dulía, como los mismos santos que ellos representan, aunque no con esa absoluta especie que se ofrece a sus prototipos, sino tan sólo relativa.” (Summa, Sec. II. 94, 2). Precisamente, el papa León XIII (siglo XIX y XX) ordenó que en las escuelas de filosofía religiosa la enseñanza fuese estrictamente de conformidad con la Summa de Tomás de Aquino.
No resulta extraño que muchos busquen un dios a su medida, y que la sastrería teológica confeccione el pedido a domicilio. No obstante, el Dios de la Biblia continúa siendo el mismo y ha declarado que no dará su gloria a otro, ni a los ídolos Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas (Isaías 42: 8). El peligro acecha a las puertas de la iglesia, y el pueblo muere por falta de conocimiento; pero el avisado ve el peligro y se aparta para no perecer. La sagacidad es importante, la clara y profunda percepción de la situación idolátrica del hombre y su historia, de la modernidad y sus diversas manifestaciones culturales, para poder comprender el mandato de Dios de guardarnos de los ídolos. Cuando nos hayamos retirado de los de yeso, metal y madera, quedan todavía las imágenes mentales que mueven la fantasía teológica por el camino de la imaginación no restringida por la realidad revelada. La palabra de Dios, si es eso lo que creemos, nos restringe del delirio idolátrico, de la falsedad que muchos creen, del dios a la medida. Al contrario de lo que la institución impone, nos exhorta a reconocer que lo que se sacrifica a los ídolos -sea alabanza, honor, honra, tributo, confianza- a los demonios se sacrifica. No nos hagamos partícipes con ellos.
César Paredes
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