El pecado existe pese a que muchos sostienen que es un concepto aterrador y primitivo. Errar el blanco, ofender, equivocarse, violar la ley de Dios, son algunos de los sentidos que porta la palabra griega hamartía, ἁμαρτία, escogida para designar pecado. Los seres humanos se equivocan, por lo que en ese sentido pecan. Pero el pecado bíblico se refiere al error cometido en cuanto a los mandatos divinos. La sentencia para el pecado no perdonado es la muerte: el alma que pecare, esa morirá. De allí que la Biblia califique a la humanidad como muerta en sus delitos y pecados, como nada y como menos que nada. El pecado tiene una característica muy peculiar pues se dice que llama a pecado, de manera que un error conlleva al siguiente y así sucesivamente hasta ocasionar la muerte.
Suele suceder que queremos tapar nuestras faltas cubriéndolas con más desaciertos. Dios manda a todos los hombres a arrepentirse y a volverse de sus pecados, pero muchos no lo hacen y alegan diversas razones. El mandato a rectificar la vida se debe a que es posible obtener el perdón por nuestros errores, al menos en aquellas personas representadas por Cristo en la cruz. ¿Cómo saber si fuimos o no representados allí? No somos llamados a responder esa pregunta, sino a arrepentirnos y a creer en el evangelio. Los que creen descubren que no fue posible hacerlo de no haber mediado la gracia infinita de Dios en favor de ellos. Los que no se acercan a Dios nunca lo averiguarán en esta vida, sino que de ellos se dice que amaron más las tinieblas que la luz.
A pesar de la elección la Biblia no dice que miremos primero en el libro de la Vida a ver si allí están escritos nuestros nombres, sino que vayamos a Jesucristo y creamos en su palabra. Es después de eso que podremos descubrir que éramos de sus ovejas. Pero para aquellos que han sido perdonados conviene una palabra de esperanza, el perdón absoluto de Dios. El acta de nuestros decretos que nos era contraria se dice fue clavada en la cruz del calvario. Pablo argumenta ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica (Romanos 8: 33). En ocasiones suele suceder que la magnitud de un pecado hace tanto daño en la mente de quien peca que éste cree que no ha sido suficientemente perdonado.
Recordemos una ocasión en que Jesús fue a sanar a un paralítico que le habían llevado a él. Le dijo que sus pecados habían sido perdonados, pero la multitud le miraba incrédulo bajo la suposición de que blasfemaba. Para demostrarles su poder objetivo y físico les preguntó: ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? (Mateo 9: 5). Acto seguido le ordenó levantarse e irse hacia su casa caminando. Con este acto físico la multitud quedó maravillada de su poder, pues los judíos siempre pedían señales. Mas la pregunta de Jesús sigue en pie: ¿qué es más fácil decir? La respuesta es indudable por el sentido en contrario: el perdón de pecados es lo más difícil.
Muchos podrán recibir el milagro de caminar o incluso hacer dicho milagro, pero eso no es garantía del perdón de pecados, pues el Señor podrá decirles en aquel día: nunca os conocí. Los hechiceros egipcios fueron capaces de hacer serpientes ante Moisés y Faraón, pero siguieron siendo hechiceros enemigos de Dios. David escribió: Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad (Salmo 32:1-2). Ese es el regalo más sublime que pueda recibir persona alguna, pues mientras uno no confiese sus errores los huesos se envejecen y nuestro gemir se prolonga por el castigo que se imparte. El justo es sujetado en ocasiones como el caballo o como el mulo, con cabestro, pues no entiende. Pero en la confesión del pecado se rompe nuestro silencio ante Dios y sentimos que ellos son cubiertos. Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados (Isaías 43:25). No dice el texto que Dios borra algunas rebeliones pero que otras tendrá presente, más bien anuncia que las borra en forma genérica y que jamás se acordará de ellas. De manera que de mayor importancia es que Dios se haya olvidado de ellas que el nosotros recordar nuestras faltas perdonadas.
Entre la múltiple sinonimia griega del vocablo utilizado en el Nuevo Testamento, nuestros pecados han expirado ante Dios (aphiemi- ἀφίημι), han sido dejados de lado, perdonados, llevados a otro lugar, abandonados, a tal punto que Dios prometió no acordarse más de ellos. Un profeta del Antiguo Testamento escribió: El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados (Miqueas 7:19). Por si fuera poco, Juan declara en el Apocalipsis que el mar ya no existía más (Apocalipsis 21:1). De manera que en la nueva creación de Dios los pecados no existirán, pues si estaban sepultados en el fondo del mar y el mar ya no existe, entonces el pecado tampoco. Mas por ahora que el mar existe, su fondo es el depositario de los pecados expiados. ¿Quién podrá ir hasta allá para sacarlos a la superficie? Si ese fue un decreto de Dios entonces nadie podrá removerlos de su sepulcro.
Sin embargo, en algunos casos la mente sensible de muchos creyentes sufre abatida por el recuerdo. Acá urge recordar los textos de la Biblia que hablan claramente del perdón absoluto de Dios. Pero también conviene que se comprenda que existe una persona muy interesada en que nuestros trapos sucios salgan una vez más a la luz, me refiero al acusador de los hermanos. El κατήγορος (Catégoros), el acusador, nombre dado al diablo es revelado en el libro de Apocalipsis en capítulo 12 verso 10, el cual declara que el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche, ha sido lanzado fuera. Ese ha sido su oficio desde antaño: Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle (Zacarías 3:1). Su terrible oficio se debe a su envidia por el hecho de que a pesar de ser inferior a los ángeles, al hombre se le ha dado la dicha del perdón. De los ángeles que cayeron a ninguno se le ha restituido de su caída, ninguno ha encontrado gracia de parte de Dios, sino que fueron condenados todos. ¿Cómo es posible que una criatura inferior en poder y majestad sea perdonada? Esa es su envidia por la cual respira herido y que lo mueve a ejercer su cargo de fiscal público de los espíritus humanos. De allí que a Juan le fue revelado que tenemos un abogado defensor: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo (1 Juan 2:1). Y Pablo, como ya dijimos, afirmó que nadie podía acusar a los escogidos de Dios, ya que Dios es el que justifica (Romanos 8: 33).
Frente a este perdón absoluto las acusaciones de Satanás no prosperan ... pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas (1 Juan 3:20). Una cosa más es necesaria recordar para conseguir paz en el perdón. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas (Marcos 11:25-26). En la medida en que soltemos nuestros rencores y llevemos a nivel de olvido las ofensas de los otros contra nosotros, en esa medida sentiremos que nuestros pecados han sido sepultados en el fondo del mar. No es justo que nuestras faltas sean depositadas donde nadie las alcance, pero las de nuestros ofensores nosotros las carguemos en una carpeta judicial como si fuésemos alguaciles del fiscal acusador. La reciprocidad acá es una condición esencial para ser perdonados. Si eso no hacemos equivale a no confesar nuestros pecados, ya que al no ser perdonados nos sentiremos como David antes de su confesión: Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado (Salmo 32: 3-5).
No hay salida posible a no ser la confesión de nuestros pecados. Como retener el pecado ajeno es un nuevo pecado, hemos de confesarlo. La confesión implica el querer apartarnos de los errores cometidos, por lo tanto no es posible siquiera querer recordar las faltas ajenas contra nosotros. Nuestro perdón absoluto hacia los que nos ofenden es el trasluz por el cual entrará el perdón absoluto recibido de parte de Dios. Como nosotros no somos nadie para dar ejemplo a Dios, lo que se nos enseña es a imitar la actitud amorosa del Padre: el perdón absoluto para con sus hijos. El nombre dado por el ángel a José para que nombrara la niño que nacería, era Jesús, lo cual significaba que él salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21), por lo tanto, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8: 1).
Poco importa la magnitud de nuestro pecado, todos han sido borrados. Pablo escribió que en la congregación de Corinto había una gran variedad de pecadores, pero que a pesar de sus multicolores pecados todos ellos habían sido lavados y santificados. ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6: 9-11). Este abanico de pecados se une al presentado en el Antiguo Testamento en las descripciones hechas de los personajes relevantes que andaban en los estatutos de Dios. David fue uno de ellos, de quien se escribió que era conforme al corazón de Dios. Pero él anduvo un tiempo sin confesar su pecado de adulterio y asesinato. El rey Manasés se apartó a tal punto de los caminos de Jehová que llegó a ofrecer sacrificios a dioses ajenos en el altar de Dios, pasó a sus hijos por el fuego de Moloc, e hizo transgredir enormemente al pueblo. Oró a Dios por perdón y fue perdonado y restituido como rey. Sansón fue oído después de haberse debilitado en los brazos de Dalila, la filistea enemiga, cuando perdió su poder. No hay límite para el pecado y no hay límite para el perdón. Jesús advirtió que lo único que no se perdonaría era la ofensa contra el Espíritu Santo (según el contexto parece ser que es atribuirle a Satanás la obra de Dios, pues aseveró eso cuando le dijeron que echaba demonios fuera por Beelzebú-Mateo 12: 31-32).
Fuimos perdonados y nuestros pecados fueron cubiertos. Dios ha declarado que no se acordará más nunca de ellos. Si perdonamos a los que nos ofenden -si nos olvidamos de sus transgresiones contra nosotros- el Señor nos perdonará en la misma medida. En ese estadio el acusador de los hermanos no tendrá espacio para su actuación. Si acusamos a quienes nos ofenden participamos del mismo trabajo que hace el acusador. Por algo en la Biblia se nos recomienda a no darle lugar al diablo (Efesios 4: 27). La terapia es sencilla y comienza en nosotros mismos perdonando a los que nos ofenden.
César Paredes
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