Jueves, 22 de marzo de 2012

El deseo de David en relación a sus enemigos es elocuente. En este escrito, como en muchos de los que tiene, sigue la idea de la imprecación a Dios contra sus enemigos.  Imprecar es proferir palabras con el vivo deseo de que alguien sufra mal o daño. Ese era David, conforme al corazón de Dios. Al mismo tiempo, su voz se alzaba como profeta, pues en este mismo Salmo o canto hace referencia a Judas Iscariote, cuando exclamó: tome otro su oficio (verso 8). En el Salmo 69: 25 también hay una referencia al destino de Judas: Sea su palacio asolado; en sus tiendas no haya morador, como bien lo interpreta Pedro en el discurso recogido por Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (1: 20).

Pero la generalidad del Salmo 109 no es contra Judas solamente sino contra nuestros enemigos. El primer verso está ligado al clamor al Dios de su alabanza: no calles. La razón sigue a continuación: porque boca de impío y boca de engañador se han abierto contra mí; han hablado de mí con lengua mentirosa; con palabras de odio me han rodeado, y pelearon contra mí sin causa. Llega a nuestra mente el caso de Eliseo, quien había heredado de Elías su manto y la doble porción de su virtud. El profeta tenía la característica física de la alopecia (calvicie) y por eso algunos se burlaban de él: Calvo sube, calvo sube. Se dice que Eliseo los maldijo y salieron dos osos que devoraron a 42 jóvenes. Y mirando él atrás, los vio, y los maldijo en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte, y despedazaron de ellos cuarenta y dos muchachos (2 Reyes 2: 24).

De manera que los hombres de Dios tenían las características de bendecir y maldecir. Jesucristo nos dijo que bendijéramos y no maldijéramos, porque vino a enseñarnos a poner la otra mejilla. Pero la venganza pertenece a Jehová, quien dará el pago. Tal vez esas muestras del Viejo Testamento son indicadoras de lo que supone estar bajo la maldición del Altísimo. Sin embargo, cuando estamos afligidos por la maldad de nuestros enemigos, podemos pedir en oración muchas cosas. No se nos ha impedido el pedir justicia sino que se nos ha mandado a clamar por ella. En el libro del Apocalipsis se narra acerca de la oración de las almas que fueron martirizadas que claman por la venganza. Eso deja espacio para que clamemos por la revancha que hará nuestro Dios.  Si tenemos un gobernante que blasfema el nombre de Dios a diario, si es un corrupto que siembra miseria por donde pone su mano, si además es un tirano que hace burla de la ley y acomoda ésta a su antojo para actuar ante los ojos del mundo como un ser apegado a Derecho, entonces los hijos de Dios no podemos pedir bendiciones sino castigo y juicio. Es allí donde entran Eliseo y David o las almas decapitadas con su enseñanza acerca de qué pedir.

Por otro lado, el binarismo bíblico no deja espacio para la neutralidad. O se es oveja o se es cabra, o se es trigo o cizaña. Dios está airado contra el impío todos los días y aún su oración es para tropiezo. Nosotros hacemos bien a los que nos maldicen y persiguen, pero oramos para que Dios aplique su justicia. No nos toca a nosotros determinar qué tipo de justicia habrá de llegar, pero de seguro hemos de pedir por la intervención del Todopoderoso cuando somos afligidos por la mano opresora del enemigo. Esa es nuestra arma eficaz, pedir porque se nos dará, llamar porque se nos responderá, buscar porque hallaremos.

En el binarismo bíblico, están Jacob y Esaú, el árbol bueno y el árbol malo. Los frutos de uno no se cruzan con los frutos del otro. En esa óptica el salmista David escribió: Cuando fuere juzgado, salga culpable; y su oración sea para pecado (verso 7 del Salmo 109). En cuanto a las ovejas siempre han sido ovejas, de acuerdo a lo que dijo Jesucristo: Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho (Juan 10: 26). Y en cuanto a los hijos del diablo siempre lo han sido: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira (Juan 8: 44). 

Los que no entendían el lenguaje de Jesús no podían escuchar su palabra. A esos les dijo:  Otra vez les dijo Jesús: Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis venir (Juan 8: 21).  En el verso 31 y 32 leemos: Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Fijémonos que son el mismo grupo de los que no entendían su lenguaje, que acababan de creer en él. Poco después discutían acerca de que ellos también eran hijos de Abraham y no eran esclavos de nadie. No habían entendido nada de lo que Jesús hablaba, aunque habían creído en Él.  Por esta razón les declaró lo ya enunciado en el verso 44, que eran hijos de su padre el diablo. Poco importaba que hubieran creído en Él, simplemente no eran de sus ovejas.

De manera que no hay término medio en cuestiones de fe, o se es oveja o se es hijo del diablo. Es cierto lo que dice la Escritura de que éramos por naturaleza hijos de la ira, lo mismo que los demás. Pero ser hijo de la ira no es lo mismo que ser hijo del diablo. La ira de Dios está contra toda impiedad de los hombres, y horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo. El Padre al que ama castiga, y azota a todo el que tiene por hijo. Pero el Hijo vino a dar vida a las ovejas, pues salvó a su pueblo de sus pecados, ya que dijo: Consumado es. El acabó la obra que le fue encomendada y lo hizo en forma perfecta. Solamente los que tienen el Espíritu de Cristo son de Él, de manera que eso es una prerrogativa de los que son nacidos de nuevo.

Cuando leemos Juan 3 nos damos cuenta de que el nacimiento por obra del Espíritu es un acto sobrenatural y no humano. Pertenece al dominio absoluto de la voluntad del Padre. De allí que cobra sentido que la muerte del Hijo fue un acto expiatorio de su pueblo, las ovejas. De manera que el Espíritu, que como el viento va y viene, hace nacer a quien quiere, y no puede querer algo contrario a la mente del Padre, pues el Espíritu escudriña dicha mente (Romanos 8). El dará vida a los elegidos para tal fin, pero este no llegará sino a través de los medios propuestos por el Padre. ¿Cómo oirán si no hay quien les predique? ¿O cómo predicarán si no fueren enviados? No se niega el proceso, sino que se confirma con los hechos. Es a través de la predicación de la Palabra que la gente oye el evangelio, y los que han de creer serán añadidos para vida eterna. Nunca sucede en forma mágica, sin la actividad evangélica, pues se cree a través del anuncio de la buena noticia.

Las ovejas de Cristo no estaban solamente en el redil judío, sino que trascendía el cerco racial. Desde entonces se propagó el evangelio a los gentiles y toda lengua, tribu y nación se ha hecho testigo del anuncio a todas las naciones. Nunca habrá de negarse el predicar a tiempo y a destiempo, pues aún estos escritos son parte de esa obra de evangelización.  Lo que sí es importante es que se proclamen las doctrinas verdaderas, tal y como están enseñadas a lo largo de las Escrituras. La soberanía de Dios es el punto de partida por el cual se pregona su palabra. La gloria de Cristo es el fin supremo del anuncio, pues por Él y para Él son todas las cosas.

Que Satanás esté a la diestra del impío es el deseo del salmista, inspirado por el Espíritu. Que Jehová sea nuestra sombra es también su deseo. Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre; líbrame, porque tu misericordia es buena (Salmo 109: 21).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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