Al menos cuatro citas bíblicas repiten en palabras casi idénticas el texto citado, que el principio de la sabiduría es el temor de Jehová. Lo dice también: Proverbios 9:10, el Salmo 111: 10 y uno de los libros más antiguos de las Escrituras, el de Job (28:28). Esta manera de enfatizar resalta la importancia del escrito. Job continúa su texto diciéndonos que el apartarse del mal es la inteligencia. De esta manera, son dos los elementos esenciales del enunciado: sabiduría e inteligencia.
De la mano van estas dos hermanas, pues tanto el sabio como el inteligente tienen su origen en el temor de Jehová. Claro, dirán que hay innumerables ateos o creyentes en otros dioses que también son sabios e inteligentes. No se puede refutar de buenas a primeras tal aseveración, pero sí tenemos que acudir a la Ley y al Testimonio. La Biblia recalca que hay sabios en su propia opinión y que hay entendimientos entenebrecidos. También nos refiere a la falsamente llamada ciencia. En otros términos, que si fuéremos juzgados con el rasero de la Biblia solamente los que temen al Creador son sabios e inteligentes.
En efecto, tenemos la mente de Cristo (1 Corintios, 2:16) y cuando tememos el nombre de Jehová somos sabios. Pero esta es una sabiduría que el mundo no entendió, la que no es de este mundo ni de sus príncipes. ¿Cuál sabiduría es la referida en el texto de Proverbios? Es la de Dios en misterio, oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria (1 Corintios 2: 6). Esta sabiduría fue revelada a nosotros por el Espíritu. Sin embargo, el hombre natural no puede entenderla pues para él este tipo de sabiduría es locura.
Entonces se añade un nuevo elemento, la relatividad de la sabiduría. Hay hombres necios que se creen sabios pero no pueden discernir el conocimiento de Dios, pero hay hombres poco doctos para el mundo que sí la entienden. Temer a Dios presupone guardar sus mandatos y obedecerle, por lo cual trae una consecuencia inmediata: el conocimiento del peligro del mal. El hombre sabio llevará a la práctica la sabiduría adquirida: apartarse del mal.
De manera que si se es sabio y si se aparta del mal se es inteligente. Pero también deberíamos ser inteligentes en cuestiones de ciencia, de la verdadera ciencia. Por ejemplo, en materia de evolución, los evolucionistas sostienen como verdad una variedad de hipótesis con lo cual su lengua pasea toda la tierra. A la luz de esa falsamente llamada ciencia el creyente aparece como ignorante y falto de cordura. No obstante, muchos eslabones perdidos en el fantástico e hipotético mundo evolutivo siguen sin engranar en su cadena. Se han encontrado fósiles juntos que se suponen no deberían estarlo según los evolucionistas. Ellos no saben dar otra respuesta sino suponer que eso se aclarará por alguna razón. ¿Cómo puede una especie que dio paso a otra superior cohabitar junto a ella en un período de tiempo donde se supone extinguida la primera?
El profeta Isaías relató centenas de años antes de la era cristiana que Jehová estaba sentado sobre el círculo de la tierra que se extendía y se enrollaba como un pergamino. ¿Cómo pudo saberlo si la ciencia estaba oculta para el hombre común? La misma iglesia institucional condenó a muchos a la hoguera por pretender siquiera hablar de la redondez de la tierra, en crasa ignorancia del enunciado superficial leído en los textos de la Biblia (Isaías 40: 22). Hace cerca de 3.500 años el mundo concebía a la tierra como plana y sostenida por una tortuga gigante, o, como lo decían los griegos, por el titán Atlas. En el libro de Job 26:7 se dice que el mundo cuelga sobre la nada: El extiende el norte sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada. En el mismo libro, capítulo 28 verso 25 dice que Dios puso peso al viento, lo cual fue descubierto apenas poco más de 400 años cuando se inventó el barómetro.
Muchos otros textos a lo largo de las Escrituras hablan de ciertos principios de la ciencia, mucho antes de que la ciencia de hoy los haya descubierto. De manera que el creyente se hace inteligente cuando aprende a temer a su Dios el Creador de todo cuanto existe. Ese temor no es el miedo sino la reverencia por su sabiduría, así como la precaución ante sus correcciones. Pues Dios a quien ama castiga y azota a todo el que tiene por hijo, pero del impío dice que está airado contra él todos los días (Salmo 7: 11).
Son cuantiosas las profecías enunciadas a lo largo del Sagrado Libro, pero el mundo no le presta atención porque para él son locura. Esas cosas han sido escritas para el pueblo de Dios, principalmente. En ellas debemos gozarnos, pues hablan de su grandeza, soberanía y poder. El que tiene el Espíritu de Cristo es de Él y sabe que el principio de la sabiduría es el temor a Jehová, y el apartarse del mal es inteligencia.
César Paredes
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