En el texto de Joel 2 nos encontramos con un mensaje que sirvió para la inauguración de la iglesia en el día de Pentecostés. Fue Pedro el encargado de citar las palabras del profeta, y Lucas lo recoge en Hechos 2:17, Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños.
Sabemos que esta promesa comienza a cumplirse cuando el Espíritu es derramado frente a la gran multitud reunida en el día del Pentecostés. Para Pedro estos postreros días son los referidos a los de la iglesia que nace. El Espíritu de Dios fue puesto no solamente sobre el pueblo judío sino también el gentil. El libro de los Hechos así lo demuestra, cuando a través de algún apóstol y en presencia de judíos era predicado el evangelio a los gentiles para que recibieran en forma especial el Espíritu. De esta manera se daba cumplimiento a esta profecía y a muchas otras, en especial la de Isaías cuando declaró: en lengua de tartamudos hablaré a este pueblo. En el día de Pentecostés la multitud reunida representaba a muchas naciones, pues aunque eran judíos también eran miembros de otras culturas y lenguas. Sin embargo, como ya dijimos, en Hechos de los Apóstoles se registra la forma como el Espíritu era derramado al mundo gentil en una forma muy específica. De esta manera, una vez más, la profecía bíblica se cumple de muchas formas, una de ellas se da en doble cumplimiento, o en cumplimientos parciales hasta configurar una totalidad.
Las hijas de Felipe, el evangelista, profetizaron; lo mismo aconteció con el profeta Agabo, con Bernabé y con Simeón y otros. Pedro, Pablo y Juan tuvieron sueños y visiones, asimismo Ananías (Hechos 9:10). A través de estos sueños y visiones, de las palabras declaradas en las profecías, se exhibía el conocimiento de Jehová. Una vez recopilado y venido en un libro único (la Biblia) ya fue sellada la profecía (Apocalipsis) y fueron cesadas las lenguas, pues se cumplió el propósito tanto de la profecía declarada como noticia nueva como de las lenguas por testimonio a los judíos (en lengua de tartamudos hablaré a este pueblo, como Pablo bien interpreta en 1 de Corintios 14).
1 de Corintios 7:21 también es una muestra del cumplimiento de la profecía de Joel 2:29, Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Joel también escribió sobre los prodigios en el cielo y en la tierra, posiblemente en referencia a la destrucción de Jerusalén, cuando se vieron en los aires cometas y estrellas errantes en diversas formas; en la tierra se vio el fuego ardiendo en el templo. La sangre puede hacer referencia a la gran carnicería ocasionada por los soldados de Roma en la tierra de Judea y los asesinatos en la ciudad de Jerusalén. Algunos interpretan que el fuego también hace referencia a los mártires que perecieron en las estacas encendidas, durante la incipiente era cristiana.
El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que venga el día grande y espantoso de Jehová. Así reza el verso 31 de Joel 2, quizás en referencia a las nubes de humo que ascendían de las ciudades y pueblos incendiados por los romanos. La luna se convertirá en sangre es una metáfora del color reflejado por el fuego ardiente producido, tal vez en una figura de lo que le sucedería a la ciudad y al estado de los judíos, muy religiosos en toda su historia. Como apunta Gills en su comentario de la Biblia, a lo mejor el último rey judío, llamado Agripa, era el sol convertido en oscuridad, y la luna representaba al joven Ananías, el sumo sacerdote asesinado por los zelotes.
Llama la atención que esto debería suceder antes del gran día espantoso de Jehová: antes de la segunda venida de Cristo, o antes de la destrucción de Jerusalén que sucedió inmediatamente después del salvajismo romano contra el estado judío y sus pueblos y ciudades. Como consecuencia Jerusalén quedó destruida y los judíos fueron sometidos a la diáspora que les duró cerca de 20 siglos, pues ahora se encuentran reunidos en una nación, sin paz, en medio de sus enemigos. Esto también es cumplimiento de los que les habría de acontecer a ellos, como lo han declarado otros profetas del Antiguo Testamento. El apóstol Pablo señala en Romanos 11 que los judíos serán tomados en cuenta para salvación en un momento determinado de la historia final. Hoy vemos como las piezas del rompecabezas profético se van ensamblando coherentemente.
Finalmente, el verso 32 de Joel 2 lanza la esperanza de invocar el nombre del Señor para salvación. Con la expresión todo aquel se entiende que existe una inclusión de todo pueblo, lengua, tribu y nación (como señala el Apocalipsis de Juan), sin acepción de personas. No obstante, esta expresión no es una licencia para la imaginación del libre albedrío, como muchos tuercen forzando las Escrituras. El mismo Espíritu que inspiró a Joel concuerda con Isaías y Pablo y con los demás escritores de la Biblia, pues el texto recalca como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado.
Jesucristo le dijo a la mujer samaritana que la salvación venía de los judíos, por lo tanto resultan válidas las palabras de Joel: porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación. La salvación no solamente la habrá para los judíos sino para todo aquel que invocare el nombre de Jehová, pero dentro del remanente que él haya llamado.
Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado (Joel 2: 32).
César Paredes
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