El celo de Dios no conforme a ciencia es mortal. Epignosis es el término griego para significar conocimiento, ciencia. Tenemos el otro término gnosis, el cual denota la misma idea de conocer, pero el vocablo específico usado por Pablo en Romanos 10 es epignosis, con lo cual quiere decir un conocimiento grande. Epi es un prefijo griego que denota abundancia, de tal forma que el apóstol habla de los judíos como carentes del gran conocimiento de Dios. Tenían un gran celo, relativo a la pasión, al sentimiento, a la preocupación por los ritos, por el respeto y temor al único Dios, pero carecían del elemento más importante: la epignosis, esto es, el gran conocimiento, la ciencia de Dios.
¿Por qué es tan importante tener ese conocimiento? O mejor dicho, ¿dónde y cuándo se adquiere ese conocimiento? Estas interrogantes nos pueden llevar por caminos escabrosos, en la presuposición de que el conocimiento mismo es una obra humana, lo cual sería una contradicción con la palabra de Dios, pues la salvación no es por obra, para que ninguno se gloríe, sino por gracia; es un regalo (don) de Dios. Si uno aporta conocimiento como requisito previo a la salvación, ésta se convierte en un fruto de una obra. Entonces hemos de comprender que ese conocimiento no es necesario para adquirir la salvación, sino que ha de ser un fruto de la misma.
En el nuevo nacimiento el Espíritu de Cristo viene a morar con los escogidos. Ese mismo Espíritu aclara a nuestro espíritu, bien sea a través del estudio de la Palabra, bien sea a través de la convicción en nuestra mente, de que si estábamos muertos en delitos y pecados, fuimos resucitados con Cristo para vida eterna. A un muerto no se le puede atribuir voluntad alguna para nacer, de igual modo para conocer. De manera que ese conocimiento tan importante lo da el Espíritu y la Palabra.
La Biblia dice que Cristo es la justicia de Dios. Si Dios aplacó su ira porque vio la justicia de Cristo cumplida (Consumado es), entonces tenemos paz para con Dios. ¿Pero por qué hay tanta gente que no disfruta de esta paz, o que va al infierno eterno? Sencillamente porque esa justicia de Dios que es Cristo no apaciguó su ira para con esas gentes. De esta forma recordamos que las Escrituras afirman que Cristo puso su vida por las ovejas, que no rogó por el mundo, que dejó a Judas como hijo de perdición. También nos aseguran que Caín era del maligno, que hay réprobos en cuanto a fe de los cuales la condenación no se tarda. Que muchos dirán aquel día: Señor, Señor, profetizamos en tu nombre e hicimos grandes milagros, pero que les será dicho: apartaos de mí, malditos, al lago de fuego preparado para el diablo y sus ángeles. Nunca os conocí.
De manera que el Señor no conoció a todos, no rogó por todos, solamente por los que el Padre le dio, que eran aquellos once, otros que también habían creído en él, y todos los que habrían de creer por la palabra de ellos. Por eso el libro de los Hechos de los Apóstoles enseña que el Señor añadía a la iglesia los que habían de ser salvos. Esa es su tarea y función. Si no conoció a todos - si no tuvo comunión con todos- entonces no llamó a todos, pues a los que antes conoció a estos también llamó. Por ende, si no los llamó a todos, entonces no los justificó a todos, pues a los que conoció llamó y justificó.
Los judíos, según el relato de Pablo en Romanos 10, tenían celo de Dios. Les faltaba algo muy importante: el conocimiento conforme a entendimiento, a ciencia. Carecían del conocimiento de la justicia de Dios que es Cristo. Pablo oraba (Romanos 10: 1) por Israel para salvación, porque sencillamente estaban perdidos. Su anhelo era que fueran salvos, por lo que oraba para que lo fueran. Sin embargo, a pesar de su oración y de su predicación, reconoció que los judíos tenían celo de Dios pero no conforme a ciencia. La razón la expone en el verso 3: ignoraban la justicia de Dios y anteponían la suya propia. Doble delito añadido: ignorar que Cristo es la justicia de Dios y luego añadir la suya propia.
Eso es lo que acontece con aquellos que ignoran que Cristo es el fin de la ley, pues nadie pudo cumplir la ley sino él mismo. De allí que Cristo es la justicia de Dios. Dios mira a su pueblo a través de la justicia de Cristo y los declara libres de culpa. Pablo dice que Cristo es nuestra pascua, nuestra justicia. Si ignoramos lo que significa Cristo, la magnitud y alcance de su obra, entonces resulta lógico que queramos hacer nuestra propia justicia.
El ángel le dijo a José en una visión que pondría por nombre Jesús al niño que tenía María en su vientre. La razón es que ese nombre implicaba que salvaría a su pueblo de sus pecados. Isaías escribe tocante al Verbo de Vida: salvará mi siervo a muchos, verá linaje y quedará satisfecho. Cristo está satisfecho, no infeliz por los que se pierden. Está tranquilo con los que vino a salvar, pues dijo que su obra había sido acabada, que todo lo que el Padre le había dado lo resucitaría en el día postrero. Cuando uno logra entender que el alcance de su obra se limita y extiende a su pueblo escogido, entonces uno tiene conocimiento grande de Dios. Uno goza de la epignosis, de la cual carecían los judíos en la época de Pablo y de la cual carecen muchos hoy en día.
Esa epignosis viene dada por el estudio de la palabra revelada, pero también por el conocimiento impartido por el Espíritu Santo cuando hemos nacido de nuevo. Dice la Escritura que Él nos llevará a toda verdad. Y esa es una gran verdad de vida que nos aleja de la muerte eterna. Dado que la justicia de Dios es perfecta, no hemos de añadir nada a ella. Lo perfecto es lo acabado. Consumado es. Si alguien pretende decir que ha nacido de nuevo, pero que al mismo tiempo la diferencia entre su salvación y su perdición radica en su decisión personal, entonces esa persona es semejante a los judíos descritos en Romanos 10. Podrá tener un gran celo de Dios (será una persona religiosa, devota, persistente en sus creencias) pero no conforme a conocimiento, no conforme a ciencia. Por lo tanto esa persona debe ser tenida por no salva, como lo demuestra Pablo en Romanos 10 verso 1, el cual anhelaba la salvación de tales sujetos. Si la anhela es porque no la tienen.
Claro que esos judíos descritos en Romanos 10 no creían en Jesucristo como el Hijo de Dios. Ellos estaban atados a la ley. Pero en el libro llamado Hebreos se describe a un grupo de judíos que habían creído en Cristo, pero seguían en la confianza de la ley. Ellos deseaban cruzar las dos vías, por un lado habían conocido a Cristo mas por otro lado judaizaban. El autor a los Hebreos les dice que estaban pisoteando la sangre de Cristo. Esto le acontece a todo aquel que conociendo la justicia de Dios que es Cristo añade parte de su propia justicia. ¿Cómo puede esto suceder hoy día en el mundo no judío?
Sucede cuando el individuo anuncia que la diferencia entre uno que ha sido condenado y uno que ha sido salvo descansa en su propia sabiduría, esfuerzo, oportunidad en tomar la decisión adecuada. Aún la fe por la cual conocemos a Cristo ha sido un don de Dios, y la Biblia asegura que así como la salvación pertenece a Jehová, no es de todos la fe. También la Escritura afirma que Dios desde antes de la fundación del mundo formó a unos como vasos de honra y a otros como vasos de deshonra. Esto lo hizo antes de que el hombre hiciera bien o mal, para que el propósito por la elección permaneciese por el que elige y no por las obras. De manera que cualquiera que pretenda añadir aunque sea un poquito de obra a la obra de Cristo que es perfecta, pisotea la sangre del Mesías. Cualquiera que desentone con lo declarado en Romanos 9, incurre en el error de Romanos 10: 2, la falta de epignosis.
Pablo presenta a un objetor en Romanos 9. Ese es el mismo que se describe en Hebreos como pisoteando la sangre de Cristo; el mismo que carece de epignosis en Romanos 10, el mismo de hoy día que añade su decisión y su sabiduría a la obra acabada de Cristo. ¿Y cuál fue su obra acabada y consumada? Que los que Él representó en la cruz han sido completamente salvos y nadie los arrebatará de su mano. Ninguna cosa creada los podrá separar del amor de Cristo, incluyendo al mismo redimido pues él ha sido creado. De esta forma su obra es perfecta y podemos exclamar con Pablo que Cristo es nuestra pascua.
Pero los que no tienen este gran conocimiento andan perdidos sin salvación, como los judíos de Romanos 10. El anuncio del evangelio se expande sobre la tierra para perdón de pecados del pueblo de Dios. El que creyere será salvo, pero el que no creyere ya ha sido condenado. Los que son de Dios la palabra de Dios oyen, por eso Jesucristo dijo que sus ovejas oirían su voz y le seguirían, mas no seguirían la voz de los extraños, a quienes no conocen. Extraños son los que añaden a la obra perfecta de Cristo su propia justicia: su decisión personal, su tino, su oportunidad, para tener después de qué gloriarse frente a aquellos que no tuvieron tal presteza. Esos son extraños que entran por la puerta de atrás (Juan 10) y se convierten en salteadores.
El llamado es a entrar por la puerta de las ovejas que es Cristo, el buen Pastor.
César Paredes
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