Viernes, 27 de enero de 2012

La gloria de Dios se revela con máximos atributos en el evangelio, ya que Dios llega a ser el Justo y el Salvador (Isaías 45: 21). A través de las Escrituras Dios pone de manifiesto que todo cuanto hace lo hace para su propia gloria. Su gloria y no la nuestra es la razón para cada cosa. Uno puede ver la creación completa con su grandeza y brillo, tanto en las cosas a simple vista como en las más diminutas. En ella se manifiesta la gloria del Creador, pero donde el brillo deslumbra más es en el evangelio, pues sin él la esperanza humana estaría ausente. Recordemos que la creación toda fue sometida a vanidad por causa de aquel que la sujetó a esperanza. Cuando Dios regenera (da nuevo nacimiento) a alguien, Dios se glorifica a Sí mismo, por cuanto está entregando una parte de su Espíritu en nuestro espíritu. Esto no acontece con la creación como tal.

Un caballo exhibe el ritmo de la armonía estética, pero no es el receptáculo del Espíritu de Dios. Es parte de sus maravillas, su gloria en él se manifiesta, pero no en la misma medida en que se expone con la regeneración de un pecador. Hasta en el cielo los ángeles se alegran cuando un pecador se arrepiente. Pero ¿qué es la regeneración? ¿No es acaso el dar vida espiritual a una criatura muerta en delitos y pecados? ¿No es quitar el corazón de piedra y poner uno de carne, que obedezca gratamente los mandatos del Señor?

Pero no existe regeneración en el ignorante espiritual, ya que las cosas espirituales han de discernirse espiritualmente. Jesús dijo que errábamos ignorando las Escrituras. Pablo aseguró que los judíos tenían celo de Dios pero no conforme a ciencia (a conocimiento). Jesucristo afirmó que conoceríamos la verdad y ésta nos haría libres. La regeneración presupone el conocimiento de Dios, de su Hijo y del Espíritu. Presupone la comprensión del trabajo de Cristo en la cruz donde clavó el acta de los decretos que nos eran contrarios. A través de la regeneración comprendemos el valor redentor de la sangre de Jesús derramada por nuestros pecados, como propiciación por su pueblo. La regeneración no deja al individuo en la ignorancia, sino que lo saca a la luz de Cristo.

Si Cristo es la sabiduría de Dios, si tenemos la mente de Cristo, entonces no podemos argumentar que andamos en tinieblas en cuanto al evangelio. Si tenemos el Espíritu de Cristo es porque somos de él, de manera que ese Espíritu nos lleva a toda verdad. Cristo es la Verdad. Entonces la regeneración presupone estar en la verdad en cuanto a Cristo, su expiación por su pueblo y la gloria del Padre. De allí que todo aquel que intente disminuir la gloria de Dios no es tolerado por Él. Lo dijo en su palabra: Yo soy Jehová, este es mi nombre y no daré mi gloria a otro (Isaías 42: 8).

Hay religiones que vienen en nombre del cristianismo pero que pregonan un evangelio diferente al de la Biblia. Cuando se condiciona la salvación de la criatura a la criatura misma, se está quitando la gloria debida al nombre de Dios. Es como si argumentaran que Cristo hizo lo mismo tanto por los que están en el cielo como por los que están en el infierno. La diferencia entre unos y otros la coloca el hombre, quien recibe a cambio parte de esa gloria. La Biblia asegura lo contrario, pues declara que Dios eligió según el puro afecto de su voluntad, a fin de que NADIE SE JACTE EN SU PRESENCIA. ¿No es jactarse en su presencia el argumentar que la diferencia entre cielo e infierno se debe a nuestra astucia, buen entender, buen accionar, buena decisión?

2 Juan 9 declara que si alguno no permanece en la doctrina de Cristo, el tal no tiene a Dios. ¿Permite la doctrina de Cristo argumentar que la diferencia entre cielo e infierno depende de nosotros? Pero el mismo Juan que habló de los que no permanecen en la doctrina de Cristo aseguró dos versos después (en el 11) que si alguno habla paz a los que no tienen la doctrina de Cristo participa en sus malas obras. ¿Qué significa decirle bienvenido al que no trae esa doctrina? Recordemos que no se trata de no hablar con la gente del mundo que es ajena a Dios, simplemente se trata de no confundirnos con los que se dicen venir en nombre de Cristo pero que traen un evangelio diferente.

Veamos lo que nos dice el texto en forma directa: Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; esta es la estructura del texto, que nos habla de los que se extravían. Si se extravían es porque antes andaban en la doctrina de Cristo. Recordemos a Juan capítulo 5, 6 y 10. En todos ellos se ve a varios grupos de discípulos que seguían a Jesús, oían su doctrina, participaban de sus milagros. Sin embargo unos se volvieron atrás porque la doctrina de la predestinación era dura palabra de oír (Juan 6); a otros Jesús les dijo que eran hijos del diablo (Juan 5); y en Juan 10 les habló acerca de por qué no podían creer en él, a pesar de que merodeaban por ahí: porque no eran de sus ovejas. Esa es la condición sine qua non, ser oveja para creer en Cristo.

Pues bien, muchos pueden andar en la doctrina de Cristo y luego extraviarse -como lo demuestran los textos aludidos. Juan sigue diciendo: el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.  Luego añade: Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, (¿cuál doctrina? La doctrina de Cristo, el evangelio de Cristo tal como él lo anunció) no lo recibáis en casa, ni le digáis: !Bienvenido! Es decir, si alguien viene en nombre de un falso evangelio, de un falso Cristo o de una errada doctrina, no hay que decirle bienvenido. La razón la expone a continuación: Porque el que le dice: !Bienvenido! participa en sus malas obras (2 Juan 9-11).

De esta forma queda claro que una persona regenerada (nacida de nuevo) tiene la doctrina de Cristo y permanece en ella. Al no escuchar la voz de los extraños, porque no conoce esa voz sino la de su Pastor, no seguirá al extraño. A esta persona regenerada le ha acontecido como a Lázaro, pues a la voz del Maestro salió de la muerte hacia la vida; le sucedió como a los huesos secos de los que habló Ezequiel, los cuales oyeron la voz de Jehová. También se le ha colocado un corazón de carne, y el Espíritu de Dios, para que pueda andar en los caminos de Dios y guardar sus mandatos.

El hombre no puede hacer nada por su salvación, pues ésta pertenece a Jehová (Jonás 2: 9). Toda ella es obra de Dios de acuerdo a sus planes eternos. El objetor pregunta ¿por qué, pues inculpa? Pues ¿quién ha resistido a su voluntad? El Espíritu responde: ¿Y quién eres tú, oh hombre, para que alterques con tu Creador?  ¿Podrá decirle la olla de barro a su Alfarero, porqué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el Alfarero para hacer lo que quiera con su obra? (Romanos 9).

Hay predicadores Reformados famosos que se enredaron con estos textos de las Escrituras y han preferido abjurar o renegar de tal Dios porque lo consideran un tirano, semejante a los dioses paganos. Ellos han torcido las Escrituras para su propia perdición, porque han alegado que el Espíritu quiso decir lo contrario: que Dios amó a Jacob porque previó que iba a buscar la primogenitura, y que aborreció a Esaú porque previó que la iba a menospreciar, en el intercambio por un plato de lentejas. Ese Dios no es el de la Biblia, sino el del humanismo. Esos predicadores famosos que han afirmado semejante evangelio, después de haber conocido la doctrina de Cristo, participaron de sus propias malas obras para su propia destrucción. Hoy deben estarlo lamentando. Esto se escribe para que el lector pueda estar al tanto de la advertencia bíblica. El que tiene oídos para oír, oirá de seguro lo que el Buen Pastor quiere decirle.

César Paredes

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