Propiciar significa apaciguar o pacificar. Cuando la Biblia habla de la propiciación de Cristo quiere indicar que Él apaciguó la ira de Dios en tanto los pecados de su pueblo le fueron imputados en la cruz. Desde el Antiguo Testamento existía una lámina de oro que se colocaba como tapa en el Arca de la Alianza y ocultaba los libros de la Ley. La sangre del sacrificio se rociaba sobre esta lámina dorada (Levítico 16: 14). Dentro del Nuevo Testamento Jesús simboliza el propiciatorio: así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan (Hebreos 9:28). Dentro de la simbología del Antiguo Testamento, el hecho de que le propiciatorio (la lámina de oro) tapara los libros de la Ley, muestra a Cristo como el Sumo Sacerdote que nos libra de la acusación permanente de la Ley de Dios. De esta forma propicia la paz con Dios, pues apaciguó su ira por nuestros pecados.
El mismo autor a los Hebreos habla de Jesucristo quien llevó los pecados de muchos, de manera que no de todos. Ya sabemos que no rogó por el mundo, sino por los que el Padre le dio. Por eso salvará mi siervo justo a muchos, afirmaba Isaías; le será puesto Jesús por nombre, pues salvará a Su pueblo de sus pecados, según le dijo el ángel a José, de acuerdo al relato encontrado en Mateo 1. Puso su vida por sus ovejas, no por las cabras, no por los Esaú del mundo, no por Caín, ni por Faraón, ni por los réprobos en cuanto a fe, de los cuales la condenación no se tarda. Tampoco fue propicio para con aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13: 8 y 17: 8). En otros términos, la propiciación de Jesucristo se hizo en forma limitada a su pueblo, aunque amplia y suficiente para que se hiciese de una vez por todas de manera que pueda salvar definitivamente a quienes representó en la cruz.
Donde hay pecado no hay comunión con Dios, o dicho de otra forma Dios no tiene comunión con aquellos donde habita el pecado. ¿Qué significa esto? La justicia implícita en Dios, su rectitud permanente se opone a lo pecaminoso humano o demoníaco. Para que Dios tenga comunión con los humanos pecadores, el pecado y los pecadores han debido ser castigados en un sustituto, en un hombre sin mancha, como los corderos sin mácula que se sacrificaban en el Antiguo Testamento, cuya sangre era rociada sobre el propiciatorio. De esta forma Dios queda apaciguado y su ira no está puesta contra sus ovejas, sino su paz. Dios deja de estar airado contra nosotros, aunque contra el impío lo está todos los días (Salmo 7: 11).
La ira de Dios no termina y su paz no acaba. ¿Hay contradicción en ello? De ninguna manera, pues el objeto de su ira no es el mismo objeto de su paz. En un ser humano puede darse una situación ambivalente de paz y odio hacia una misma persona. Sin embargo, en Dios tal ambivalencia jamás ha existido. Dios sigue airado todos los días contra el impío porque Él sabe a quienes ha preparado como vasos de ira, para hacer notorio su poder (Romanos 9). El no tiene una actitud esquizoide con los vasos de ira mostrándoles su gracia y su amor. Dice que está airado contra ellos todos los días. El es el Alfarero y nosotros somos el barro en sus manos, por lo cual ha hecho como ha querido y no hay quien detenga su mano y le diga ¿qué haces?, ni quien de su mano libre. Todo lo que quiso ha hecho.
Al tener en cuenta su carácter soberano comprendemos que su derecho es permanente. No obstante podemos preguntarnos por nosotros mismos, por aquellos momentos en que anduvimos extraviados como los demás y éramos por naturaleza hijos de la ira como los otros. Sí, anduvimos según la voluntad del príncipe de este mundo, pero no éramos sus hijos. Simplemente nosotros éramos por naturaleza hijos de la ira. ¿Es Dios esquizoide por esta situación histórica nuestra? En ninguna manera. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza (Romanos 8: 20). Esa vanidad fue causa de un sometimiento voluntario por parte de Dios, pero con el objeto de sujetarla a esperanza. Nosotros ya habíamos sido amados por Dios desde la eternidad, cuando se propuso escogerse un pueblo para Sí mismo: a Jacob amé y a Esaú aborrecí, esto lo dijo antes de que hiciesen bien o mal, para que el propósito de la elección permaneciese no por las obras sino por el que llama. De manera que éramos amados, aunque no lo supiéramos, cuando andábamos extraviados en nuestros delitos y pecados. Pero éramos simultáneamente hijos de la ira como los demás. Ese carácter dual es subjetivo, pues se daba en nosotros, no en Dios quien objetivamente nos había escogido para salvación. Sin embargo, en su Omnisciencia y su Soberanía, había dispuesto someternos a vanidad para que experimentáramos el pecado y el contexto de su ira implícita, de manera que pudiéramos comprender de qué habíamos sido redimidos cuando nos llamara con llamamiento santo.
Esto demuestra que en Él no hay dualidad, pues objetivamente había dispuesto para nosotros esta doble situación: la ira por nuestro pecado y la esperanza en Cristo por su propiciación. Fuimos siempre amados pero sometidos en la historia (espacio-tiempo) a percibir su ira por el pecado. Es el acto y potencia: una semilla de algodón es en la actualidad (en acto) solamente eso, una semilla de algodón. Pero es potencialmente un pequeño árbol, quien tendrá múltiples semillas actuales que serán simultáneamente árboles potenciales, cuando en el tiempo desarrollen su potencialidad trazada en sus genes. La semilla está fuera de las manos del sembrador, ella cae en el terreno que el sembrador decida enviarla. Recibirá el cuidado o abandono del mismo, pero la semilla jamás será el sembrador o el sembrador jamás será la semilla. De igual forma, objetivamente Dios dispuso que en acto fuésemos hijos de la ira lo mismo que los demás, al someternos a vanidad con el mundo, pero en potencia dispuso que unas semillas diesen lino, otras algodón, otras higos, de acuerdo a su genética. Por eso se dice que preparó a unos vasos para deshonra mientras con la misma masa hizo vasos para honra. Observemos que la masa es la misma (Romanos 9) y de ella hizo según su voluntad de Alfarero soberano. Por eso no hay esquizofrenia en Dios, simplemente Él es objetivo y nosotros como su obra fuimos sometidos a vanidad (para experimentar la fuerza de su ira cuando andábamos de acuerdo al príncipe de este mundo) pero fuimos sujetos a esperanza por causa de la propiciación de Jesucristo. Ambas cosas se han dado en nosotros en este espacio-tiempo al que fuimos sometidos. Hay muchas ovejas que andan todavía sometidas a la vanidad del mundo y están sometidas a la ira de Dios pero que por estar sujetas a esperanza son objeto de la propiciación de Cristo. Jesucristo las representó en la cruz, de manera que en el tiempo oportuno de su llamamiento les será irrevocable el don otorgado desde los siglos.
En síntesis, que fuimos redimidos del pecado. Redimir quiere decir pagar el precio por una posesión. Cristo pagó el precio por nuestro rescate y compró a Su pueblo con una medida muy alta, tan alta que nadie puede siquiera cancelar aunque sea una pequeña parte del costo de la redención. El pueblo de Dios no pudo siquiera hacer lo más mínimo para pertenecer a la posesión de Dios. No tuvimos ni tenemos nada que pagar. Como dice el apóstol Pablo: en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Efesios 1: 7); en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados (Colosenses 1: 14); o como asegura otro apóstol: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (1 Pedro 1: 18-19).
Pero, ¿por qué es necesaria la sangre como parte del evangelio? La vida está en la sangre (Levítico 17: 11); y la sangre es la que hace el sacrificio. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (Hebreos 9: 22); en otros términos esos fueron los cánones establecidos por las Escrituras, esas fueron las reglas del juego impuestas por el Creador: en la sangre está la vida y sin su derramamiento no hay remisión de pecados. Pero no es cualquier sangre la que da la vida, no es cualquier derramamiento. Se creó un prototipo en el Antiguo Testamento (machos cabríos, becerros, toros, palominos, etc.) de lo que habría de venir (el Cordero sin mancha, sin pecado alguno). Derramar la sangre es verter la vida de quien la derrama. El derramamiento de la sangre de Cristo le causó su muerte, pero Cristo pudo haber muerto por un accidente, por una caída, por un ahorcamiento o linchamiento. Pudo haberle alcanzado una flecha disparada de un arco de cualquier soldado imperial. O tal vez una pedrada le hubiese alcanzado en la cabeza y allí habría caído muerto en el acto. A pesar de los intentos de asesinato que padeció por manos de los judíos, Dios lo preservó para que cumpliera su voluntad: derramara su sangre por su pueblo.
En síntesis, que el derramamiento de su sangre en la cruz resulta en evidencia de su sacrificio. Si su muerte no hubiese sido sacrificial sino natural o accidental, entonces no hubiese servido de mucho. Porque su sangre vino a constituir una dádiva, ya que la sangre que se queda en un cuerpo no da vida a otro cuerpo. Pero como fue derramada por Su pueblo a éste le fue otorgada vida eterna, pues el Cordero es eterno y su sacrificio fue suficiente, hecho una vez y para siempre.
La importancia de la sangre de Cristo es singular, numerosos textos lo demuestran. El mismo instituyó en su memoria la Cena del Señor, con la copa y el pan en la significación de su sangre derramada y su cuerpo molido por los pecados de su pueblo (ese pueblo por el cual rogó, según lo relata Juan 17, oración que hizo al Padre en la cual dejó por fuera al mundo por quien dijo específicamente que no rogaba por él). La propiciación por nuestros pecados está ligada a su sangre. Cuando Juan habla de que Cristo es la propiciación por nuestros pecados (se refiere o bien a la iglesia a la cual escribía, o al grupo étnico al cual pertenecía-los judíos. Pues acto seguido dijo y no solamente por los nuestros, sino por los de todo el mundo. Esa propiciación por los pecados de todo el mundo involucra tanto a judíos como a gentiles o tanto a su iglesia local como al resto de las iglesias locales en donde habitan las ovejas. Nunca pudo incluir distributivamente a cada miembro del planeta, pues el mismo Juan también recogió la oración de Jesús donde no rogó por el mundo; él sabía que no había muerto por Judas que era del maligno, ni por Faraón, ni por Esaú y sus tipos, ni por los réprobos en cuanto a fe de los cuales la condenación no se tarda, ni por los vasos de ira preparados para el día de la ira. De manera que Juan no tiene en mente en forma distributiva a cada elemento humano del planeta, sino que tiene en forma colectiva a la iglesia de Cristo, a Su pueblo el cual vino a salvar de sus pecados, a los muchos de los que hablara el profeta Isaías, a las ovejas por las que el buen pastor pondría su vida (Juan 10).
Recordemos estos textos para comprender la relación entre la propiciación y la sangre de Jesús: pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1: 7); y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre (Apocalipsis 1: 5); Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo (Efesios 2: 13); y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz (Colosenses 1: 20).
César Paredes
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