Dios preserva a cada uno de sus elegidos. El regenera y de esta forma ninguno de los que han nacido de nuevo (re-generado) podrá recaer en un estado de perdición o muerte. Algunos sostienen lo contrario, fundamentados en lo que las Escrituras hablan de los falsos maestros, falsos profetas, así como de los herejes y contradictores. Pero ¿quién puede asegurar que tales personas habían sido antes regenerados? ¿No dice el mismo apóstol Juan que ellos salieron de nosotros, porque no eran de nosotros?
Ciertamente una cosa es estar con y en medio de y otra muy distinta es el ser. Un árbol bueno puede estar en medio de árboles malos, o junto a ellos. Un árbol malo puede igualmente estar en medio de árboles buenos. Pero ni el higo se convierte en aceituno ni el olivo en un cítrico. Una cabra se parece en muchos aspectos a una oveja, pero nunca será una de ellas. De igual forma, la oveja mantendrá su naturaleza de oveja por siempre.
Al leer el salmo 37, en especial desde el verso 23 hasta el 28, vemos que un Dios soberano está en control. Comienza el citado verso diciendo que por Jehová son ordenados los pasos del hombre, como un acto de soberanía extrema. Ese hombre ordenado al que se refiere el salmista bien puede ser el escogido de Dios, porque acto seguido afirma que él aprueba sus caminos. Suponemos que si Dios aprueba esos caminos de los pasos ordenados, entonces es porque son buenos caminos. De esta forma, cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano. La razón de la caída puede ser por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, pero el sostén continuo viene de parte del Señor. Lo mismo se dice en el Salmo 73, de Asaf: En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos (verso 2). El verso 13 presenta al salmista un poco deprimido, al creer que había sido vano todo lo que había hecho y por donde había andado: Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia. Pero los versos 23 y 24 declaran que el Dios soberano le sostenía para no caer en depravación total: Con todo, yo siempre estuve contigo; Me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria.
La razón fundamental de esta salvación preservativa está expresada en el verso 28 del Salmo 73: Jehová ama la rectitud y no desampara a sus santos; para siempre serán guardados. ¿Pero cómo puede el salmista considerarse recto si por poco se deslizaron sus pasos al tener envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos? Parece una contradicción, mas sin embargo no lo es. Recordemos que nosotros somos justicia de Dios en Cristo, o Cristo es nuestra justicia, nuestra pascua. Dios está airado todos los días contra el impío, pero no desampara a sus santos. A pesar de nuestras impiedades hemos sido declarados justos por la fe en la sangre de Jesús. El nuevo nacimiento o la regeneración ha sido un acto soberano de Dios a través del Espíritu, quien aplica la justicia de Cristo en nosotros. De allí que la ira de Dios ha sido apaciguada para con sus escogidos, para con su pueblo, para con sus ovejas.
Dios es quien causa que nosotros permanezcamos en un estado de justificación (justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios), y al mismo tiempo hace que permanezcamos sometidos a su justicia (pues sostiene nuestra mano para que no caigamos del todo. Siete veces caerá el justo y siete veces volverá a levantarse (Proverbios 24: 16), pues Jehová sostiene su mano).
Es muy importante entender en qué consisten nuestras caídas. Ellas se dan en el plano de la carne, del corazón que se recrea en la vieja naturaleza. No obstante, ese corazón es preservado para no caer en incredulidad o en la confesión de un falso evangelio. La preservación de Dios nos hace permanecer en un estado judicial de justicia, pero al mismo tiempo nos impide escuchar la voz del extraño. Escuchar presupone seguir, en el contexto de Juan 10: 5; Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. El nuevo corazón impartido en el hijo de Dios viene con el temor de Dios incluido (Jeremías 32: 39-40).
Al mismo tiempo, Jesucristo afirmó que todo lo que el Padre le daba vendría a él, y al que a él viniere no le echará fuera. Dijo que la voluntad del Padre era que él no perdiera absolutamente nada de lo que le diere, sino que lo resucitase en el día postrero (Juan 6: 37-40). De manera que si no pierde ninguno de los que el Padre le da, entonces cada uno de ellos tiene vida eterna. Nadie puede arrebatar de sus manos a ninguna de sus ovejas (Juan 10: 28-29), ni siquiera la oveja misma puede escaparse por voluntad propia (¿Adónde huiré de tu presencia? -se pregunta David en uno de sus salmos). Ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús -y la oveja es una cosa creada- (Romanos 8: 28-39).
Miremos por un instante al Salmo 121: 3-8: No dará tu pie al resbaladero,
ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel. Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre. ¿Qué significa que El no dará nuestro pie al resbaladero? Significa que el pueblo de Dios es preservado de creer, confesar y seguir a un falso Cristo o un falso evangelio. Por eso es que Jesús nos dice que sus ovejas no seguirán al extraño, porque no conocen la voz de los extraños. No es posible seguir al extraño y al verdadero Pastor al mismo tiempo, pues eso sería un sin sentido, una contradicción. Y quien esto afirme es porque no conoce la gracia preservadora de Dios.
Según Mateo 1: 21, Jesús salvaría a Su pueblo de sus pecados. Si eso vino a cumplir y dijo que todo había sido acabado (Consumado es), entonces de seguro Su pueblo ha quedado liberado de la culpa. Somos Su pueblo y Sus ovejas. En otros términos, somos Su posesión. Por eso las Escrituras aseguran que fuimos comprados con sangre. También Jesús nos llamó manada pequeña, porque muchos son los llamados pero pocos los escogidos. Si se nos ha escogido para redención eterna, entonces no debemos temer absolutamente nada. Todo lo que quiso ha hecho Dios para sí mismo. La certeza de formar parte de su pueblo o de su rebaño nos da la sensación de paz necesaria para continuar en el diario trajinar por este mundo. A pesar de que el mundo entero está bajo el maligno, sabemos que somos de Dios (1 Juan 5: 19).
De allí que Jesús pidió que fuésemos guardados del mundo (de ese cuyo príncipe es Satanás) y no rogó por el mundo (Juan 17). El apóstol Juan nos asegura en su primera carta que a pesar de que el mundo está bajo el principado de Satanás, los escogidos seguimos siendo de Dios. Y no solamente nosotros, y los que nos precedieron, sino aquellos que creerán por la palabra nuestra. Del conjunto de los elegidos ninguno se perderá, para que de esta forma también se cumpla la Escritura. En conclusión, sigamos la recomendación escrita en el Salmo 37, la de no impacientarnos por causa de los malignos ni tener envidia de los que hacen iniquidad. Deleitémonos en Jehová y Él concederá las peticiones de nuestro corazón. La razón es muy sencilla: si no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?
Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que nos oye tenemos las cosas que le hayamos pedido.
César Paredes
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