El evangelio significa salvación para el pueblo escogido de Dios. Es la respuesta de la promesa de Dios de liberar y rescatar a sus ovejas perdidas. Dado que existe la salvación existe la presunción de que algo grave y dañoso ocurre en la persona a salvar. Según la Biblia, el mundo entero está bajo el maligno; Satanás tiene sus cautivos y Jesucristo vino a liberar a aquellos cautivos que el Padre le asignó. Por eso les abrió las prisiones de donde estaban, les abrió igualmente los ojos para que vieran la verdad, les dio vida cuando estaban muertos en sus delitos y pecados.
Si uno mira en derredor se da cuenta de que no todos nuestros vecinos tienen ojos espirituales para ver la verdad, no todos andan en la vida eterna. Entonces se supone que no a todos les fue dada la liberación de su cautiverio. Sin embargo, esto no indica que jamás serán liberados, pues puede haber mucha gente de entre ese grupo de cautivos que serán rescatados en un momento determinado de su vida. No obstante, no todos lo serán. ¿Por qué no todos? Porque también es necesario que se cumplan las Escrituras: hay algunos que son réprobos en cuanto a fe, que han sido destinados para las prisiones eternas, que han sido confinados como vasos de ira y destrucción para que Dios muestre en ellos su ira y su poder.
Así sucedió con el Faraón de Egipto, con Caín, con Judas, con Esaú y todos a quienes ellos han representado. Así sucederá igualmente con aquellos cuya condenación no se tarda. Pero el evangelio se sigue anunciando: arrepentíos y creed en el evangelio, es el mandato. La garantía del éxito de esta predicación descansa en que existe un pueblo escogido que obedecerá a ese mandato. Tal vez no lo haga al primer llamamiento, porque ese primer llamado no presupone su turno. Tal vez algunos escucharán la voz del Señor como el ladrón en la cruz, cuando la hora amarga de la muerte llame. Una cosa sí es segura: solamente las ovejas escucharán la voz del Pastor.
LA GRAN VERDAD
La Biblia nos asegura que todos somos hechos de la misma masa (Romanos). No hay una masa de barro mejor que otra. La naturaleza humana es igual en todos, de manera que somos propensos a cometer las mismas locuras, los mismos desmanes, los mismos errores. Pero también nos asegura que la humanidad entera está muerta en delitos y pecados (Romanos 3: 10-14). Un muerto no puede hablar, no escucha, no entiende. No puede tomar una medicina para sanar. Recordemos a Lázaro, el cual hedía con su muerte de varios días. La muerte de la humanidad en sus delitos y pecados tiene siglos, de manera que su hedor es elevado y horripilante. Es una muerte total y colectiva: la historia evidencia el dictamen bíblico. Por lo tanto, así como Lázaro necesitó la voz del Sanador, del Salvador, del Rescatador -el cual era su amigo-, la humanidad entera necesita escuchar la misma voz de resurrección.
Pero Jesús no es amigo de toda la humanidad. Dice la Escritura que Dios está airado contra el impío todos los días (Salmo 7: 11). Dice el evangelio de Juan en capítulo 17 que Jesús oró por los que el Padre le había dado, por aquellos que escucharían la palabra suya a través de sus discípulos. Pero agrega específicamente que no oró por el mundo. Dijo: no ruego por el mundo. Ello demuestra que Jesús no es amigo de todos, que el Padre no es amigo de todos, sino que continúa airado contra el impío todos los días (los vasos de ira preparados para el día de su ira y poder). El Espíritu de Dios no opera el nuevo nacimiento en los rebaños de las cabras, solamente en el de las ovejas.
Como todos somos hechos de la misma masa, la diferencia entre la salvación y la perdición recae en el que elige, no en los vasos de honra o de deshonra. No es por las obras, para que nadie se gloríe, pues aún la fe es un don (regalo) de Dios y no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2). Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás (Efesios 2: 1-3).
Lo que se dice en Efesios es una gran verdad: se habla de nuestra condición idéntica con los demás, de nuestra naturaleza de muerte y pecado. No obstante, Jesucristo nos dio vida cuando estábamos muertos. Esto indica que como muertos no podíamos ni siquiera escuchar su voz. Sólo Lázaro la escuchó porque hubo un llamado específico, con su nombre pronunciado, seguido de una orden: ven fuera. Lo mismo dijo Jesús: a cada oveja llama por su nombre. El nos conoce porque somos su pueblo y Jesús significa Salvador, pues como le dijo el ángel a José, según el relato en Mateo 1, el Señor salvará a su pueblo de sus pecados.
¿Por qué no todos resucitan? Porque no todos son sus ovejas o su pueblo. Porque Jesús no es amigo de todos, porque Dios continúa airado contra el impío todos los días. Porque no todos están escritos en el libro de la vida, desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13: 8 y 17: 8). De no ser así sucederían al menos dos cosas: 1) Todos continuaríamos muertos en nuestros delitos y pecados y en consecuencia condenados a muerte eterna; 2) Todos seríamos salvos, porque la muerte de Jesús fue un trabajo en el que representaba a toda la humanidad.
Pero ni lo uno ni lo otro tiene sustento bíblico. Al contrario, las Escrituras hablan de la muerte eterna del impío y de la elección incondicional del Padre para vida eterna. Jesús murió por su pueblo y salvó a su pueblo de sus pecados. En su momento oportuno, esas ovejas oyen su voz y se produce el nuevo nacimiento. Como Lázaro escuchó su voz y tuvo vida en consecuencia, lo mismo acontece con las ovejas. Si Jesús hubiese muerto por toda la humanidad para expiación de sus pecados, todos serían salvos y el infierno estaría vacío. Además, como conocía el propósito del Padre y vino a cumplirlo al punto que exclamó: Consumado es, y al punto en que dijo he acabado la obra que me diste para hacer, no podía decir otra cosa que la expresada por el apóstol Juan en su evangelio, capítulo 17: NO RUEGO POR EL MUNDO.
Jesús no rogó por el mundo porque no moría por el mundo. Rogó solamente por los que el Padre le dio. Si usted cree lo contrario de lo que dice la Biblia entonces es altamente sospechoso de que no es una de sus ovejas, pues Jesucristo mismo agrega: mis ovejas oyen mi voz. ¿Oye usted la voz de Jesús, o la del extraño? Esa es la gran pregunta que debe hacerse. En la respuesta que dé encontrará el camino en que se halle. ¿Cree usted que Jesús murió por todo el mundo y que sin embargo no rogó por el mundo por el que iba a morir? Entonces esa es una voz extraña que usted escucha. Pero si le cree a Jesús, si conoce su voz, entonces escuchará lo que dice él mismo según el evangelio de Juan: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son (Juan 17: 9).
Cuando las Escrituras señalan que nosotros estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, significa que ese era nuestro estado espiritual. Por supuesto que estábamos vivos físicamente, porque nos encontrábamos haciendo cosas malas. Sin embargo, la muerte espiritual fue transformada en vida espiritual. Allí se cumplió y se consumó el propósito de la salvación y rescate que hizo el Señor con respecto a sus ovejas (no solo las de la casa de Israel, sino las del mundo gentil). Hay muchos que todavía no han oído su voz, pero cuando la escuchen entenderán que es el Pastor y que hay un rebaño al cual entrarán.
César Paredes
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