Mi?rcoles, 28 de diciembre de 2011

Marcos 16: 16 dice que los que no creen en el evangelio no son regenerados. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.

1 Corintios 15: 3 agrega que Cristo murió por nuestros pecados de acuerdo a las Escrituras. ¿Qué significa esto? Un católico cree lo mismo, un mormón también. ¿Significa que los falsos religiosos o las religiones falsas creen la verdad del sacrificio de Cristo de acuerdo al evangelio? Para algunos sus buenas obras significan el sacrificio necesario para ir al cielo. Para otros el sacrificio de Cristo quedó incompleto, pues necesita de nuestras obras, pero incluso para muchos el sacrificio de Cristo parece completo, pero necesita también de nuestra aceptación. Este es el grupo más peligroso, porque su disfraz es muy específico, muy bien confeccionado y logra el engaño.

El falso evangelio más común hoy día propone la condición en el pecador, sin la cual no podría salvarse. No importa el esfuerzo de Jesucristo en la cruz, no importa la expiación realizada, no importa el pago de la redención. Lo que importa para validar su esfuerzo y salvación es el esfuerzo del pecador por hacer la diferencia entre la salvación y la condenación. Hay algo que diferencia a un pecador de otro, su inteligencia, su sagacidad, su disposición de corazón, su buena intención, su acercamiento a Jesucristo. Estos son más valiosos que los Judas, los Faraones, los Esaú, los réprobos en cuanto a fe, los destinados para perdición. Ellos marcaron la diferencia porque le dijeron sí a Jesucristo. Pero esto no es más que la punta del iceberg de un falso evangelio.

Pero en el sacrificio de Cristo tenemos que hacer dos distinciones importantes: la substitución y la imputación. Estos dos elementos no son potenciales sino actuales. No es potencia sino actuación lo que presuponen. Jesucristo tomó el lugar de unos específicos pecadores. El sufrió en lugar de unos específicos pecadores. El representó a esos específicos pecadores, no a unos potenciales pecadores. Como dice Isaías  53: 5, Él fue herido por nuestras transgresiones; molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. De esta manera Cristo llega a ser nuestra pascua (1 Corintios 5: 7). Por eso Cristo dijo: este es mi cuerpo, roto por ustedes (1 Corintios 11: 24). Y Pedro señala que Cristo padeció por nosotros (1 Pedro 2: 21). (Véase 1 Pedro 3: 18; Hebreos 9: 26; Efesios 5:2; Gálatas 2: 20). Y el Señor lo dijo de su propia boca: el buen pastor su vida da por las ovejas (Juan 10: 11, 15). Y si uno murió por todos, entonces todos murieron (2 Corintios 5: 14): este texto por sí solo comprueba que ese todos murieron no se puede referir a toda la humanidad, como que hubiera estado representada en Cristo, pues la mayoría está en el infierno. Además, Jesucristo mismo pidió por los suyos, por aquellos que habrían de creer por la palabra anunciada por sus apóstoles. Pero no solamente eso, sino que añadió: No ruego por el mundo (Juan 17). Si Jesús no rogó por el mundo, entonces mal pudo morir toda la humanidad en la cruz con él.

Romanos 5: 17-19 aclara mucho más el panorama: dos grupos llamados los muchos. Unos fueron constituidos pecadores y otros fueron constituidos justos. Los muchos que llegaron a ser pecadores lo son en relación a la desobediencia de un hombre (Adán), son muchos en oposición a un hombre. Ahora bien, el otro grupo también tiene los muchos en oposición a un solo hombre (Jesucristo). Estos son su semilla, como se prometió en Génesis 3: 15. Además, se dijo que en Isaac te será llamada descendencia. De manera que hay dos grupos con dos imputaciones distintas. En ambos grupos el objeto de imputación es el mismo: el pecado. Sin embargo, en uno de los grupos se les imputa a sus individuos toda la culpa, mientras que en el otro se le imputa a Jesucristo.

El significado de la imputación es legal, una carga sobre otro. Todos los pecados de ciertos pecadores, con toda su culpa y condenación, fueron cargados en Jesucristo. Pues al que no conoció pecado lo hizo pecado por nosotros (2 Corintios 5: 21). Cristo nos redimió de la maldición de la ley, llegando a ser maldición por nosotros (Gálatas 3: 13). ... así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan (Hebreos 9: 28). En este punto podríamos preguntarnos si un Dios perfecto en todos sus caminos se hubiese permitido una imputación potencial y no actual de los pecados de los hombres. No hay tal cosa en Él, pues se ha dicho que la humanidad está muerta en delitos y pecados, que no hay quien busque a Dios ni quien haga lo bueno. De esta manera se dijo también que Él nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Entonces uno debe inferir que si toda la humanidad está muerta en delitos y pecados, no hay quien busque a Dios; por lo tanto, si nos dio vida cuando estábamos muertos, entonces ¿por qué no todos viven? Sencillamente porque la imputación en Cristo no lo fue de toda la humanidad. De lo contrario el infierno estaría vacío, pues de los que el Padre le dio ni uno solo se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. A Faraón, Judas, Caín, a los Esaú escogidos desde antes de la fundación del mundo, mucho antes de que hiciesen mal, a los réprobos en cuanto a fe de los que la condenación no se tarda, no les fueron imputados sus pecados en la cruz de Cristo. Por lo tanto Cristo no murió por toda la humanidad, ya que no rogó por el mundo sino por los que el Padre le dio. Sería un exabrupto y absurdo no rogar por el mundo y momentos después salir a morir por el mundo.

Esta reflexión nos conduce a la evidencia de dos tipos de evangelio: el verdadero y el falso. En el verdadero, Jesucristo expió todos los pecados de los que el Padre escogió desde antes de la fundación del mundo; en el falso evangelio Jesucristo expió la culpa de toda la humanidad, incluyendo los que están en el infierno. Según este último falso evangelio la sangre de Cristo no sirvió de mucho, pues fue un fracaso rotundo.  Por otro lado, la consecuencia lógica en los que sí sirvió su sangre, según este segundo falso evangelio, es que el hombre tiene de qué gloriarse, pues fue su voluntad e inteligencia las que hicieron posible tal eficacia de la sangre imputada. Entonces no se cumple el precepto bíblico que dice que la salvación es por gracia y no por obras, a fin de que nadie se gloríe en su presencia.

La remisión de pecados: el gran concepto.

Remitir significa cancelar, perdonar, olvidar. La deuda del pecado fue cancelada completamente con la sangre de Jesucristo. Jesucristo es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1: 29). Su sangre fue derramada para la remisión de nuestros pecados (Mateo 26: 28). Su remisión deshizo las obras del diablo (1 Juan 3: 8 y Hebreos 2: 14). Algunos podrán suponer erróneamente que quitar el pecado del mundo significa que el pecado ya no existe. O que tal vez la remisión de pecados fue hecha en toda persona, en cuyo caso no habría nadie en el infierno. Eso sería una expiación universal que puede ser de dos tipos: absoluta o relativa. La absoluta implica que nadie se condena. La relativa presupone que cada quien tiene su chance y si lo aprovecha se salva. Pero de igual forma, esta última manera presupone que la humanidad muerta en delitos y pecados -como lo define la Biblia- tiene la capacidad para creer. Deja de lado la lista larga de los Esaú, de los Faraones, de los réprobos en cuanto a fe, y un gran etcétera. Pero el que se haya dicho que quita los pecados del mundo no significa que se refiera a los pecados de cada persona individual. Digamos por ejemplo, que la incredulidad es un pecado. Si la incredulidad es un pecado, como lo sostienen las Escrituras, entonces Jesucristo murió por ese pecado y quitó ese pecado. Por lo tanto, no importa que la gente crea o no crea, pues como el Cordero de Dios quitó el pecado del mundo quitó también el pecado de incredulidad. Ese es el argumento tautológico y falaz al que se llega al afirmar que quitar el pecado del mundo se refiere a todos los pecados de todas las personas.

Muchos mueren en sus pecados. En Juan 6: 33 dice que el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo (cuyos pecados Cristo quita), así como Dios amó de tal manera al mundo (Juan 3: 16) se refiere al mundo elegido por Él. Pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que fuese salvo por Él. Eso fue lo que pasó, no pudo ser otra la consecuencia en Aquél que todo lo hace por el afecto de su voluntad. Momentos después de esta declaración Jesús le explica al maestro de la ley, llamado Nicodemo, que era necesario nacer de nuevo para ver el reino de los cielos, y que esto no era obra humana sino voluntad divina. Entonces si Dios se propuso salvar a todo el mundo, todo el mundo habrá de nacer de nuevo y esto no es lo que sucede.

Redimir significa comprar, pagar el precio, adquirir la posesión, rescatar y liberar dicha posesión. Nosotros fuimos comprados por precio (1 Corintios 6: 20). Fuimos redimidos con la preciosa sangre de Cristo (1 Pedro 1: 18-19). Véase también: Hechos 20: 28; romanos 5: 9; 3: 24; Apocalipsis 5: 9; Mateo 1: 21; Hebreos 2: 15; Efesios 1: 7; Colosenses 1: 14.

Entonces, los que creen en una expiación universal no creen lo que dice 1Corintios 15: 3, que Cristo murió por nuestros pecados, de acuerdo a las Escrituras. Ese cristo murió por todo el mundo para hacer posible la salvación a toda la gente, si el pecador hace su parte. En realidad fue una muerte con pretensiones, para una salvación potencial y no actual ni eficaz, pues depende en última instancia de la voluntad de un muerto. Por ningún lado las Escrituras anuncian que los muertos tienen voluntad, o que se mueven y entienden. Al contrario, la Biblia habla contra los muertos: dejen que los muertos entierren a sus muertos. También habla de olor de muerte para muerte en los que se pierden. En ningún lado las Escrituras afirman o sugieren que Dios da vida temporal a los muertos para que entiendan el evangelio y permitir que ellos decidan si aceptan o no a Jesucristo. Más bien dice que el nacer de nuevo es el requisito sine qua non para heredar el reino de Dios, y que este nuevo nacimiento no depende de voluntad de varón sino de Dios.

Lázaro es un buen ejemplo. A él no se le preguntó si quería ser resucitado, porque los muertos no oyen ni tienen voluntad en esta esfera terrestre. Se le dio una orden: Lázaro, ven fuera. Una orden sobrenatural y específica para una persona específica. No fue un llamado genérico para todos los muertos a ver quién quería vida. Al afirmar la expiación universal se niegan muchos textos de la Escritura, se le da la honra al hombre quien tendrá en consecuencia de qué gloriarse. Al mismo tiempo se construyen fábulas artificiosas, como que Dios activa momentáneamente al pecador para que entienda el mensaje. Por otro lado deja sin respuesta a los millones que han muerto sin escuchar el mensaje del evangelio. Si Cristo murió por ellos, entonces ¿por qué nadie pudo predicarles? Pues la Biblia afirma que no podrán oír si no hay quien les predique.

Gálatas 6: 14 asegura que no debemos gloriarnos sino en la cruz de Cristo, a través de quien el mundo ha sido crucificado para nosotros los creyentes y nosotros para Él. De manera que los universalistas están encontrados con este texto, pues ellos se glorían en ellos mismos, quienes hacen la última diferencia entre salvación y condenación. Las razones por las cuales no se predica el evangelio como viene dicho en la Biblia puede deberse a muchos factores. 1) Esta es una palabra dura de oír (Juan 6: 44); 2) ese Dios parece muy antipático y arbitrario; 3) es más político dejar que la gente decida; 4) de esta forma defendemos la moral y la integridad ética de Dios; 5) devolvemos el libre albedrío a la raza humana; 6) en consecuencia el hombre deja de ser un títere; 7) si Dios es quien decide sería injusto, pues ¿quién resiste a su voluntad, para que inculpe?

La justicia de Dios ha sido revelada fuera de la Ley. La justicia de Dios a través de la fe en Jesucristo para todos aquellos creyentes. Sabemos que todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, de manera que somos justificados libre y gratuitamente a través de la redención en Cristo Jesús, a quien Dios envió como propiciación por la fe en Su sangre, como una demostración de Su justicia, pasando por alto nuestros pecados, como demostración de su justicia en el presente tiempo, por el que es justo y justificador de los que somos de la fe de Jesús. Entonces, ¿dónde queda la jactancia? (Romanos 3: 21-27).

Ya hemos analizado el sentido de los términos todo y mundo en la Biblia. Hay otros artículos referidos al tema, de esta forma el lector podrá tener la idea global de la tesis de la soberanía de Dios junto a la predestinación para vida eterna de sus elegidos. Al mismo tiempo podrá comprender que en su soberanía no hay quien le diga ¿qué haces? El hace lo bueno y lo malo, incluso al malo para el día malo (Proverbios 16:4), y escogió a Jacob y a Esaú para fines distintos, antes de que hiciesen bien o mal. Con ello deja demostrado que no necesita ver en una bola de cristal el futuro humano, como si este existiera en forma independiente de sus planes. Simplemente existe porque Él lo planificó. Esa es la forma en que la Biblia presenta las cosas que son repugnantes para muchos que se llaman a sí mismos cristianos. Para otros, inclusive, es motivo de abjurar ante el Dios de las Escrituras -como lo hiciera Wesley, y como parece sugerir el mismo príncipe de los predicadores Spurgeon.  A ellos no les gustó la forma en que el Espíritu se expresó en Romanos 9, de manera que dieron una interpretación torcida del texto, acomodada a su alma arminiana. A pesar de que Spurgeon en muchas ocasiones predicó contra la tesis de Arminio, en otras extendió un puente renegando del Dios que elige sin que las criaturas hagan bien o mal. Eso se desprende de su sermón relacionado con Jacob y Esaú. Se puede leer en sus obras o mirar en internet.

Pero más allá de Spurgeon, de Calvino, de Lutero, lo que nos interesa es predicar a Cristo crucificado. Y como Pablo, tendremos por basura todo lo que hayamos leído o sido, por causa de Jesucristo. Es mejor que nuestra mente se alinee con los mandatos bíblicos que con las opiniones de teólogos o predicadores famosos que discrepan en ciertos puntos con las Sagradas Escrituras. La razón es que pasarán los cielos y la tierra, pero la palabra de Dios permanecerá para siempre.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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