Pablo relata en el capítulo 6 de su carta a los Romanos que debemos considerarnos muertos al pecado (v.11), que no debemos presentar nuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad (v.13), pues el pecado no se enseñoreará de nosotros, ya que no estamos bajo la ley (v. 14). Sigue con el agradecimiento a Dios porque ya no somos esclavos del pecado, sino que hemos sido libertados del pecado (v. 18). El apóstol anuncia que habla como humano, para resaltar que la naturaleza débil persiste en nosotros. De esta forma podemos comparar dos situaciones: cuando presentamos en un tiempo nuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, y ahora que lo hacemos para santificación y servicio de la justicia (v.19).
De nuevo, el apóstol resalta el hecho de que hemos sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, de tal forma que nuestra meta y fruto es la santificación (la separación del mundo), con el objeto de la vida eterna como fin último (v. 22). Cierra el capítulo 6 con el célebre texto que conocemos de memoria: Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (v.23).
Con esto en mente continúa su carta a los Romanos. En otros términos, se pasa a lo que conocemos como el capítulo 7, iniciado con una analogía del matrimonio para ilustrar la atadura que producen los pactos. Hemos sido liberados del pacto de la ley por el cuerpo de Cristo. En el verso 5 habla en tiempo pasado, mientras estábamos en la carne. Pero hace referencia a las pasiones pecaminosas que eran por la ley (el viejo pacto), las cuales operaban en nosotros un fruto para muerte. Mas ahora liberados de la ley, porque estamos bajo el régimen nuevo del Espíritu, entendemos que aquella ley era buena porque nos permitió conocer el pecado por el mandato. Coloca un ejemplo ilustrativo: porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás (v.7). Lo interesante es que el apóstol da una explicación extensiva hasta el verso 13, en donde hace alusión al pasado humano en que habitaba sin la ley y un poco después bajo la introducción de la ley. Aunque ahora los creyentes estamos bajo el nuevo régimen del Espíritu.
A pesar de esta retrospectiva del hombre natural, del hombre bajo la ley de Dios, en el verso 14 comienza a hablar en tiempo presente. Esto es muy importante, porque el narrador (el apóstol) se llama a sí mismo carnal, vendido al pecado. Esto lo hace en tiempo presente, actual, pese a que había dicho que nosotros habíamos muerto al pecado con Cristo. Entonces nos preguntamos si el apóstol se contradice o desvaría, pero la respuesta inmediata es un rotundo no por imposible. Lo que explica esta situación en donde primero se da por muerto al pecado, liberto por el cuerpo de Cristo, y ahora se muestra a sí mismo carnal y vendido al pecado, es la realidad de que sigue siendo humano. El apóstol reconoce la antigua naturaleza humana, la cual ha sido derrotada por el Espíritu, pero que todavía cobra vida en nuestro cuerpo de muerte. En otros términos, la maldición del Génesis se sigue cumpliendo, la paga del pecado es muerte. La única diferencia con el régimen del Espíritu es que se nos garantiza la vida, pero tenemos que lidiar día a día con esa tragedia llamada pecado. La prueba de lo que acá se dice la continúa dando el apóstol al seguir hablando en primera persona: Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago (v.15).
Acá está la clave para entender este capítulo 7. Si Pablo se refiriera al Saulo de Tarso que era antes de su redención, no podría hablar en tiempo presente y mucho menos argumentar que hace lo que no quiere sino lo que aborrece. Saulo de Tarso hacía lo que quería hacer, el mal y el pecado de la persecución a los cristianos, así como seguir bajo el régimen de la salvación por obras de la ley. En el verso 17 nos descubre que no es él quien hace aquello que aborrece, sino el pecado que mora en él. Pero el verso 21 reitera al nuevo Pablo, el nacido de nuevo, el que ya hacía tiempo había dejado de ser Saulo de Tarso, el perseguidor de los cristianos: queriendo yo hacer el bien...Eso es imposible para el hombre natural o no nacido de nuevo. Lo corrobora el verso 22: habla de un hombre interior que se deleita en la ley de Dios (eso no es posible en Judas, en Faraón, en los Esaú, en los réprobos en cuanto a fe), por lo tanto habla de los creyentes, en quienes habita todavía una ley que se rebela a la ley o mandato de su mente, y que los lleva (tiempo presente) a la ley del pecado que está en sus miembros (v.23). Ese miserable Pablo será liberado de su cuerpo de muerte por Jesucristo.
Juan en su carta también parece anunciarlo. Por un lado dice que el cristiano que permanece en Cristo no peca (Capítulo 3), pero ha dicho en el capítulo 1 que si decimos que no tenemos pecado le hacemos a él mentiroso, y en el 2 que Jesucristo es nuestra propiciación por si pecáremos. En el verso 9 del capítulo 3, Juan declara que el que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. Esto no contradice para nada lo que ha venido diciendo acerca de que si decimos que no tenemos pecado hacemos a Cristo mentiroso. Entonces no hay contradicción, sino un contexto de aparición de los textos que debemos tener en cuenta para saber qué es lo que el apóstol dice. Habla de la práctica del pecado, en ese sentido el cristiano no peca, solamente en ese sentido. Esto recuerda a Jesús lavando los pies a sus apóstoles, cuando les dijo: ya vosotros estáis limpios, solamente necesitáis lavaros los pies. Es una clara analogía del perdón y propiciación encontrados en Jesucristo, pero al mismo tiempo trabaja nuestra responsabilidad en el día a día con la confesión de nuestros pecados, como recomienda Juan. Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo.
En síntesis, que lo que declara Pablo en Romanos 7 es equivalente a lo que declara Juan en su primera carta. Pablo habla de tres casos: un hombre natural antes de la ley, después de la ley, y luego del que está bajo el régimen del Espíritu (un creyente que tiene su vieja naturaleza). En el tercer caso, aunque esa naturaleza ha sido vencida en él, vive todavía en una batalla contra la ley de su mente. Juan habla acerca de que el creyente no puede pecar porque la simiente de Dios está en él, pero al mismo tiempo nos dice que hemos de confesar nuestros pecados y que nunca debemos decir que no tenemos pecado, porque haríamos mentiroso a Cristo. No hay contradicción en ninguno de los dos apóstoles. Es una manera de narrar perfecta que nos muestra la dicotomía en nuestro ser, el problema de la consecuencia del pecado, pero al mismo tiempo la gracia del perdón y de la propiciación encontrada en Jesucristo. Por eso el apóstol habló en tiempo presente, aunque se refirió en futuro a lo que habría de hacer Jesucristo en nosotros: gracias a Dios sean dadas por Jesucristo, el que nos habrá de liberar de este cuerpo de muerte. Imposible sería desear lo bueno y aborrecer lo malo, asunto que le sucede al actor de Romanos 7, si no se tiene el Espíritu de Cristo quien nos conduce a toda verdad y quien se contrista en nosotros por nuestros pecados.
Asimismo, Satanás fue derrotado en la cruz, y fue exhibida su derrota en la resurrección de Jesucristo. Sin embargo, sigue activo a pesar de la declaración de Jesucristo de que el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado (Juan 16: 11), porque obedece a los planes eternos del Dios inmutable. El que haya sido juzgado y derrotado no implica que no lo hayan dejado activo como príncipe de su mundo por un breve tiempo. Esto es otra corroboración más de la situación planteada por el apóstol Pablo, el hombre que era esclavo del pecado ha venido a ser liberto por el cuerpo de Cristo, pero continúa batallando dentro de nuestro cuerpo de muerte, porque así lo ha dispuesto Dios para la gloria de su Hijo.
César Paredes
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