Domingo, 04 de diciembre de 2011

Si Dios solamente iluminara la mente de los pecadores, entonces lo odiarían más. Porque no es necesario solamente tener claridad acerca de quién es el Creador -pues los demonios creen y tiemblan-, sino que es vital que exista un  cambio de corazón. Quitaré el corazón de piedra y pondré uno de carne, fue la promesa. Bien, esto sucede en los elegidos de Dios. ¿Por qué no ocurre en toda la humanidad? Porque también Dios ha prometido endurecer a ciertos corazones para que no crean en la verdad y queden destinados a eterna condenación. Eso lo hizo antes de que hiciesen bien o mal, desde antes de la fundación del mundo.

Es cierto que la Biblia dice que como no quisieron creer a la verdad Dios les envió un poder engañoso para que crean en la mentira. Pero de nuevo, ¿por qué no quisieron creer a la verdad? Porque nadie puede hacerlo por sí mismo, dado que la naturaleza humana está llena de rechazo al verdadero Dios. Entonces Dios cambia el corazón de piedra por uno de carne, para que su ley esté en medio de los elegidos. ¿Por qué no lo hizo en cada uno de los habitantes del planeta? Pues porque tuvo misericordia de unos pero no de todos. Entonces ¿por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién ha resistido a su voluntad? No somos nadie para objetar sus planes y propósitos eternos. Somos como el barro en manos del Alfarero, quien hace una vaso para honra y otro para deshonra.

La Biblia presenta a un Dios que es absolutamente soberano. No hay un resquicio por el cual el hombre pueda ver un rasgo de debilidad en Él, de manera que ceda ante nuestras peticiones o demandas. De igual forma no existe justo ni aún uno, no hay quien busque a Dios, no hay quien haga lo bueno. Tal vez usted piense que es erróneo todo este planteamiento, que mucha gente tiene buenos sentimientos y quiere ir a Dios. Bueno, no hay duda de que los hombres malos saben dar buenas dádivas a sus hijos. Los buenos sentimientos de la naturaleza humana circulan en torno a los seres de nuestro afecto. Pero, ¿implica esa actitud que se está dispuesto a aceptar y querer al Dios descrito en las Escrituras? Tal vez lo que pudiera pretenderse es acercarse a un ídolo y no a Dios.

La diferencia entre el ídolo y Dios se fundamenta en que el primero es una creación humana, una fábula artificiosa de nuestra mente. Podemos incluso leer la Biblia de principio a fin y moldear a nuestra imagen el dios que nos conviene a nosotros y a toda la humanidad. A lo mejor nos convertimos en mejores elementos que Dios. Si Dios es amor, entonces nuestro ídolo es más amor, pues estará dispuesto a cerrar el infierno de fuego eterno. Nuestro dios-ídolo no escoge en base a su voluntad absoluta -que nos parece muy arbitraria- sino en base a nuestros actos, que no todos son tan malos a fin de cuentas. Nuestro dios está dispuesto a mirar el corazón de un pagano y descubrir en su observación que tiene buenos deseos de servirle. Eso le bastaría para otorgarle la salvación eterna. Aunque ya no haría falta salvación alguna, si nuestro dios inteligente y bondadoso ha eliminado previamente el lugar de tormento eterno. Entonces, ¿salvación de qué?

El hombre caído continúa moldeando su ídolo. Con corazón de piedra, el impío que es odiado por Dios, pretende amarlo.  Pero si Dios está todos los días airado contra el impío, es muy difícil que en su impiedad se vuelva a Él para amarle (Salmo 7: 11), mucho menos para comprenderle y forjarse una imagen exacta de quién es Él. Por eso la Biblia habla de arrepentimiento, la metanoia, el cambio de mentalidad con respecto a Dios. Tiene que haber una opinión diferente a la que el corazón de piedra pueda forjarse, pues de lo contrario se estaría edificando un ídolo. Pero no solamente diferente sino acorde con lo que la Escritura traza acerca de su Autor.

A propósito, hubo una cantidad enorme de discípulos que seguían a Jesús, que habían creído en él, como dice Juan capítulo 8, a quienes Jesucristo llamó hijos del diablo. En el verso 31 Jesús les dijo ciertas cosas a los que habían creído en él, y en el verso 33 estos creyentes le respondieron de tal forma que negaron su palabra. Por esa razón, Jesús les aseguró: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.  ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira (Juan 8: 42-44).

Incluso otros de sus discípulos después de seguirle durante días, de presenciar sus milagros y de encantarse por su palabra, se espantaron porque les dijo que no podían ir a él a menos que fuesen traídos por el Padre. ¿Por qué estos discípulos se retiraron y exclamaron que su palabra era dura y difícil de entender? ¿Qué parte de su discurso les pareció tan duro, al punto que generalizaron que nadie más podía entenderlo? En Juan 6 se narra esta historia, y está en consonancia con lo expresado en Juan 8, pues el núcleo de su desastre estriba en que no pueden comprender ni aceptar su palabra relacionada con la soberanía divina.

Una de las piedras de tranca en que tropiezan miles de cristianos, por lo tanto miles de discípulos o miles de creyentes, es el criterio de la soberanía de Dios (Jesucristo no vaciló en llamarlos hijos del diablo, porque tropezaban en su palabra). El Creador del universo es Todopoderoso para hacer el mundo bajo su mandato, para crear al hombre a su imagen y semejanza, para ordenar los tiempos y las edades, para provocar los grandes cataclismos en su universo. Pero se torna debilucho y mendigo cuando de un alma se trata. Es en definitiva un Dios almático, casi asmático. Sí, porque se le quiebra la respiración cuando se trata de la soberanía humana, ese otro pequeño dios que se le levanta en su contra y le dice ruégame para que me acerque a ti.  

Porque se dice que Dios es un caballero que respeta la decisión de la voluntad humana. El está a la puerta rogando, para que tú le abras su corazón. Pero eso es absolutamente falso, ya que Él mismo dice que tú eres un pobre, miserable, desnudo, ciego, que necesitas colirio para ver bien. La visión se voltea, en su declaración Él es el soberano y el hombre la criatura hecha con la misma masa de barro con que se han hecho todos sus semejantes. Y todos los moradores de la tierra por nada son contados: y en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Daniel 4: 35); Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es (Isaías 40: 17). Entonces, ¿dónde queda la jactancia nuestra y dónde la jactancia del ídolo? Porque ese dios a imagen nuestra es tan inútil como nosotros mismos. No oye, no ve, no salva. De igual manera es la raza humana: no oye, no ve a Dios, por lo tanto no puede salvarse.

Sin embargo, hay una promesa que dice que en el día de su poder nosotros seremos de buena voluntad. En ese día nuestros corazones endurecidos como la piedra serán cambiados por uno de carne, sensible  a sus palabras (Ezequiel 11:19-20). Uno se pregunta cuándo será ese día de su poder. Jesucristo se lo explicó a un maestro de la Ley llamado Nicodemo. Le dijo que era necesario nacer de nuevo. En su analogía con el nacimiento humano uno puede ver rápidamente que el feto que se forma en el vientre de la madre tiene un corazón de carne. Es en el nuevo nacimiento cuando se produce ese trasplante, cuando se cambia la endurecida piedra por la blanda y sensible carne. Pero la analogía tiene un problema para la soberanía humana. El feto es absolutamente impotente para crecer y formarse en el vientre de la madre, a menos que la naturaleza de ella lo alimente y le permita su formación. Por otro lado queda la pregunta acerca de cómo llegó a ser feto. Por cierto que una rápida respuesta nos permite advertir que no lo fue por su propia voluntad, por cuanto no existía en sí mismo. Tal vez estaba en la esperanza de los padres que deseaban un hijo, pero nunca en el hijo deseado que no existía de hecho.

Asimismo es todo aquel que es nacido del Espíritu. El viento de donde quiere sopla, pero no sabes de donde viene y adonde va. Esas fueron palabras dichas a Nicodemo, quien no comprendía lo que significaba el nacer de nuevo, a pesar de que era un notorio maestro de la Ley. No obstante, muchos en el Antiguo Testamento sí lo entendieron, al punto en que lo anunciaron -como lo testifica la profecía del cambio de corazón, en el día del poder de Dios. Jesucristo fue enviado como el Hijo que representaría a su pueblo escogido, a muchos, a su linaje:  He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los ejércitos, que mora en el monte de Sion (Isaías 8: 18).

No fue en vano la venida de Jesucristo a esta tierra. El ángel le dijo a José que le pondría al niño por nombre Jesús, pues salvaría a su pueblo de su pecado. ¿Cuál pueblo? Sus elegidos, tanto dentro de los judíos como dentro de los gentiles. En otros términos, de toda lengua, tribu y nación. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos (Isaías 53: 11). Pero no salvó a todos, sino a su manada pequeña. No rogó por el mundo, sino por los que el Padre le dio, y por los que habrían de creer por la palabra de sus discípulos. ¿Por qué no rogó por el mundo? Porque el mundo representa la enemistad contra Dios, porque el mundo ama lo suyo y aborrece a Jesús. De allí que cuando estábamos en el mundo éramos por naturaleza hijos de la ira, lo mismo que los demás. Sin embargo, del mundo Dios separó a algunos para darles la buena noticia de la salvación.  En otras palabras, Jesucristo no llevó las iniquidades de todos los habitantes del planeta, sino la de los muchos, como bien apunta el texto de Isaías recién mencionado: justificará mi siervo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos (de los muchos).

De esta forma, el apóstol Pablo escribe:  Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21). Hay personas que escuchan este mensaje y su corazón es abierto para que la luz de Cristo les resplandezca. Otros se tropiezan en sus palabras, por lo que se cumple también las palabras de Isaías:  Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos? ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido. Y pasarán por la tierra fatigados y hambrientos, y acontecerá que teniendo hambre, se enojarán y maldecirán a su rey y a su Dios, levantando el rostro en alto. Y mirarán a la tierra, y he aquí tribulación y tinieblas, oscuridad y angustia; y serán sumidos en las tinieblas (Isaías 8: 19-22). Jesucristo no dudó en llamar hijos del diablo a los que negaron su soberanía, pues Él es Dios y como tal merece su gloria.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 7:30
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