S?bado, 26 de noviembre de 2011

Cuando uno lee el evangelio de Juan, reconoce que este apóstol es el discípulo del amor. La frecuencia con que nos habla del afecto que nos debemos unos a otros dentro de la comunidad de la iglesia hace suponer que vivió de cerca una relación estrecha con su Maestro. De hecho, en el capítulo 15 de su evangelio, nos revela una declaración de Jesucristo muy importante. El Señor se declaró amigo nuestro. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer (Juan 15: 15).

La nueva relación propuesta por el Señor es la de la amistad frente a la de servidumbre. En realidad, si lo comparamos con el Despotes, el calificativo para el Dios Poderoso usado en el Nuevo Testamento (véase 1 Pedro 2: 18-20), salimos ganando. Resulta evidente que el Dios de la Biblia es Despotes -en lengua griega-, en tanto ejerce un señorío absoluto sobre todas sus criaturas, sean estas buenas o malas, vasos de honra o de deshonra. Ese es el Dios que adquirió a toda la humanidad, el que ejerció su señorío al sacar a los israelitas de Egipto, el que tiene el derecho de propiedad por ser el Creador de todo cuanto existe. Por cierto, no expone ese texto de Pedro que sea el Señor Jesucristo (el Kuríos) quien haya comprado con su sangre a toda la humanidad, sino que habla de los que negarán inclusive a aquél que los adquirió como propiedad. ¿Y quién es ese que los adquirió según nos lo declara la lengua griega? No es otro que el Dios en tanto Despotes, en uno de sus tantos nombres funcionales, el que los adquirió en tanto declaró: De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan (Salmo 24:1).

Hemos ganado con este nuevo calificativo, el de amigos de Cristo. Ahora todo se nos ha declarado y ya no tenemos el simple rol de siervos, pues la servidumbre no tiene por qué saber lo que su señor hace. ¿Pero qué es lo que nos ha dado a conocer? ¿Se refiere solamente a un pasado ligado al tiempo previo en que nos nombró sus amigos? ¿No se refiere también a todo lo que nos seguiría declarando hasta sellar el libro, como lo anuncia el Apocalipsis del mismo Juan? Echemos un vistazo a lo que nos declaró en este capítulo 15 de Juan.

1) limpiará los pámpanos  y quitará aquellos que no den fruto;

2) nos conmina a permanecer en él;

3) podemos pedir lo que queramos, siempre que permanezcamos en él;

4) nos ha amado y nos pide permanecer en su amor;

5) su gozo estará en nosotros;

6) que nos amemos los unos a los otros;

7) la condición de la amistad radica en hacer lo que nos manda;

8) en el verso 16 aclara todo lo dicho: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.

De este texto se deduce que Jesús no eligió cabras, ni cabras-lobos, sino ovejas. De manera que quien no lleva fruto, no ama a su prójimo, o se separa de la vid, es un allegado que funge como creyente, pero no es en esencia oveja. Por eso Juan dice en su carta, salieron de nosotros, pero no eran de nosotros.  

Asimismo, la amistad con Jesucristo presupone que nos ha revelado todas las cosas. En Juan 3 nos declaró que era imposible nacer de nuevo por nuestra propia voluntad, pues eso era asunto de la voluntad de Dios (Jesús se lo expuso a Nicodemo). En Juan 6 habló con muchos de sus discípulos para indicarles que si el Padre no los había enviado a ellos todo había sido en vano: nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere. En Juan 10 se declara a sí mismo como el buen pastor que da su vida por las ovejas, pero de igual manera dice que los que no creen en él no lo hacen porque no son de sus ovejas. De esta forma Jesús informa que para poder creer en él es necesario ser oveja, y sabemos que la genética de un animal no depende de la voluntad de ese animal sino de su naturaleza. ¿Quién hizo las diferentes naturalezas existentes entre la oveja y la cabra? Dios lo hizo todo.

Esta información la dio Jesús a sus amigos, y los únicos que pueden serlo son los que entran por la puerta del redil que es Cristo mismo. Ahora bien, Jesús no habló de ovejas buenas y malas, sino de ovejas y cabras. Son dos naturalezas genéticas diferentes, así como el árbol que da buen fruto o el que da mal fruto. Por eso Jesús no perdió su tiempo al venir a la tierra y poner su vida en rescate por muchos, por su pueblo. Fiel al principio económico de la salvación no rogó por el mundo y así lo dejó dicho expresamente en el evangelio de Juan, capítulo 17 verso 9: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son.

Otra conclusión derivada de todo lo dicho por Jesús la da él mismo: nadie tiene mayor amor que el poner su vida por sus amigos. Si Jesús puso su vida por sus amigos, que son las mismas ovejas que entran por la puerta del redil junto con el pastor, entonces no puso su vida por los que no declaró como amigos. De allí que como no rogó por el mundo (Juan 17: 9), el mundo no es su amigo. Además, Juan lo aclara en una de sus cartas, que la amistad con el mundo es enemistad para con Dios. ¿Por qué razón? Porque el mundo aborrece a Jesús y a sus ovejas, de manera que no puede ser su amigo. El mundo está representado por las cabras en la metáfora que usa el Hijo de Dios. El puso su vida por sus amigos, por sus ovejas. Los que no creen en él no lo pueden hacer porque no son de sus ovejas, nadie puede ir a él a menos que el Padre lo lleve (obligado, según se desprende del texto griego, lo arrastre hacia él), a menos que se produzca en él el nuevo nacimiento (Juan 3) que ocurre por voluntad de Dios. Como ya sabemos, esto no ocurre en todos pues Cristo no rogó por el mundo. No rogó para que el mundo naciera de nuevo, sino que rogó por aquellos que irían a creer por la palabra de sus discípulos. En otros términos, si el mundo quedó excluido en la oración de Jesús (Juan 17: 9), aquellos por los que rogó son los incluidos, son las ovejas -que nunca han sido cabras-, son los que habrán de nacer de nuevo, son los que oirán la palabra del evangelio y la entenderán y serán salvos por medio de la locura de la predicación.

En medio de la prédica que se hace, porque se nos manda a dar este anuncio a todas las naciones, hay muchos que oirán gustosos y tendrán celo de Dios, pero no conforme a entendimiento (Romanos 10: 2), por lo tanto ellos escucharán algún día: apartaos de mí, nunca os conocí. Estos últimos son del grupo de los salteadores y ladrones que suben por otra parte (Juan 10: 1).

Es por ello que cuando uno anuncia el evangelio, el cual es la persona de Cristo y su obra redentora para con su pueblo, lo que mejor podemos decir al final del discurso es: si alguno tiene oídos para oír, oiga. Asimismo, si alguno tiene sed, venga y beba gratuitamente del agua de vida eterna. Sabemos por lo antes expuesto, así como por el sentido global de las Escrituras, que los que oirán y los que beberán del agua de vida eterna serán las ovejas traídas por el Padre.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 15:58
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