Lunes, 05 de septiembre de 2011

Mucho se ha escrito al respecto, en especial si el cristiano se encuentra obligado o exento de dar sus diezmos a la iglesia. Los que asumen la tesis de la obligatoriedad de la norma del Antiguo Testamento, se basan en textos de la Biblia que conminan a diezmar. Uno de los pasajes favoritos es el de Malaquías 3: 8, el cual refiere a las personas que roban a Dios y que por lo tanto serán malditos, como confirma el verso 9 más adelante.  

En muchas iglesias, además del diezmo se pide la ofrenda. Este último es un acto de donación libre, voluntario, que se suma a la obligación anterior. Por si fuera poco, en muchas ocasiones se piden ofrendas especiales para ayudar a pagar ciertos gastos extraordinarios en la iglesia. En síntesis, que bajo el supuesto de respetar mandatos bíblicos, el cristiano es sometido a un sistema de mercadería en el que se muestra víctima de los nuevos mercaderes del templo.

A esto se puede agregar los viajes hacia la tierra santa. Acompañados de un pastor, o de ciertas autoridades de la iglesia, se promueven paseos o travesías para visitar la tierra donde vivió Jesús. El río Jordán se ha convertido en un atractivo en donde muchos desean bautizarse, pues allí estuvo Juan el Bautista en su ministerio de anuncio del Señor, y allí también se bautizó el Cristo. En forma curiosa cabe agregar que muchos cristianos hoy en día se rebautizan, para tener ese privilegio santo conseguido en las aguas de citado río.

Asimismo, la iglesia como institución administra la entrada de divisas. Por si fuera poco, se ha olvidado extender la mano al menesteroso, los cuales son socorridos por ciertas personas quienes, además de las cargas impuestas por las ordenanzas eclesiales, asumen la verdadera disposición impuesta en el evangelio de Jesús.

En este punto cabe preguntarse qué dice la Biblia al respecto. ¿Debemos continuar con los diezmos y ofrendas? ¿Fueron los diezmos una ordenanza bajo la Ley de Moisés, la cual ha cesado en tiempos del Nuevo Testamento? La doctrina no está de acuerdo de un todo, por cuanto unos apelan a la letra de la ley y otros a su espíritu. Lo que sí llama la atención es que en el ministerio de Jesús con sus discípulos hubo un gran silencio al respecto, y solamente se menciona el caso de la reprimenda que el Señor hizo a los fariseos, quienes diezmaban la menta y el eneldo, pero se olvidaban de la justicia y la misericordia. Las dos cosas les eran necesarias hacer.

Cuando Jesús menciona que estas dos cosas eran necesarias hacer, el diezmo y las ofrendas, lo dice a los fariseos que estaban bajo la Ley de Moisés, pero que la quebrantaban como todos los hombres. No se los dijo a sus discípulos, ni se los ordenó. Al contrario, en los evangelios se menciona que ellos tenían una bolsa donde estaban sus recursos económicos, de la cual Judas echaba mano, porque era ladrón (entre tantas de sus virtudes).

Pero más allá de que Jesús haya hecho esa mención, el Nuevo Testamento a través de los apóstoles y escritores solamente conmina a dar conforme a como lo dicte el corazón de cada quien. En algún momento de la iglesia naciente, los creyentes tenían todas las cosas en común. Después, por fines prácticos debido a su crecimiento, se hicieron recolectas para ayudar a los hermanos más necesitados.  Incluso, se enviaba dinero a otras iglesias para compensar a los pobres. Pero el Nuevo Testamento habla del dador alegre, del que siembra escasa o abundantemente, y es el corazón del creyente quien dicta la pauta. Claro, ese corazón del cristiano se supone que está habitado por el Espíritu de Cristo, pues de no ser así la persona no sería de Dios.

Los sentimientos engañosos y los razonamientos humanos deben ser rechazados como totalmente inadecuados para determinar la voluntad de Dios para con el hombre, pues el hombre no es señor de su camino (Jeremías 10:23), y hay camino que al hombre parece derecho, empero su fin es camino de muerte( Proverbios 14:12). Los diezmos fueron ordenados en el Antiguo Testamento porque era la forma de manutención de los Levitas, a quienes no se les repartió heredad alguna en la tierra prometida de Canaán. De manera que ellos no se iban a dedicar a la labranza de la tierra, a la cría de animales, al entrenamiento para las batallas, sino al servicio especial de los sacrificios, el sacerdocio y la adoración a Dios. Los diezmos constituían su paga. Retenerles ese pago era robar a Dios, como lo dijo Malaquías.

Es cierto que desde antes la Ley de Moisés fue provisional: fue hecha para terminarse: Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan (Hebreos 10:1). Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree (Romanos 10:4), lo cual implica que el límite, la satisfacción de sus tipos, y el propósito para el que fue diseñado fue cumplido. Es decir, el propósito de la ley es cumplido en él, en Jesucristo. Y este límite, esta conclusión de la Ley, también fue programada por Dios desde la antigüedad: Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta (Deuteronomio 18: 18-19).

En Jeremías 31: 31-33, Jehová anuncia un nuevo pacto para con su pueblo, en el cual escribiría su ley en la mente y en el corazón, lo cual no es más que la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús (Romanos 8: 2). Bajo la ley de Moisés su pueblo ofensor moría, bajo la ley de Cristo su pueblo es justificado. En otros términos, la ley ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo (Gálatas 3: 24).  En Hebreos 8: 13, el Espíritu dice que el Nuevo pacto ha dado por viejo al primero, y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer. De manera que ahora, bajo el Nuevo Pacto, nos guiamos por la ley de Cristo, y quienes pretendan continuar con la vieja ley se desligan de Cristo: De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído (Gálatas 5: 4). Y poco antes, el apóstol había dicho en el mismo libro: Si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo (Gálatas 2: 21).

De manera que ahora estamos libres de la ley, de modo que servimos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Romanos 7: 6).  La ley sirvió por causa de nuestras transgresiones para llevarnos a Cristo, en el momento en que vino la simiente a quien se le hizo la promesa del Génesis 3: 15 (Gálatas 3: 19).  Si estamos libres de la ley, también lo estamos de cualquier ordenanza del viejo pacto (Colosenses 2: 13-14), ya que Cristo deshizo en su carne las enemistades. ¿Cuáles enemistades? la ley de los mandamientos en orden a ritos (Efesios 2: 15).  Queda claro que los Diez Mandamientos dados a Moisés, escritos por el dedo de Dios, son una ley moral que continúa, pues esos mandatos no son rituales, no contienen rito alguno que cumplir. Los Diez Mandamientos no son una ley civil, sino un mandato moral vigente. Los autores del Nuevo Testamento jamás dicen que los Diez Mandamientos quedan abolidos. ¿Qué dice el texto de Colosenses 2: 14? Sencillamente que la cédula de los decretos que nos era contraria fue raída, rota, deshecha. Además, se puede fácilmente probar de la simple lectura del Antiguo Testamento que la ley de Moisés abarca mucho más que los Diez Mandamientos. Por otro lado, Jesús resume a estos últimos citando a Deuteronomio 6: 5 y a Levítico 19: 18, cuando habla del amor a Jehová nuestro Dios y del prójimo como a nosotros mismos.  Quien eso hace, no mata, no roba, no adultera, no codicia, honra a su padre y a su madre, y así por lo que pueda seguir cumple con el cometido de los Diez Mandamientos.

En el alcance de la Ley de Moisés y su propósito, Cristo no vino para poner fin a la ley y a los profetas sino para cumplirla. Y en Él fue cumplida la Ley. El fue perfecto y no se halló pecado alguno para condenarle, sino que Dios lo hizo pecado por su pueblo escogido, para sufrir el castigo y el abandono del Padre cuando cargó por nosotros nuestro pecado. El poder final de la muerte, dice Pablo, fue abolido: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1 Corintios 15: 55). La Ley sostenía que sería maldito y moriría quien no cumpliera toda la ley.  Bajo el imperio de esa Ley habitábamos bajo un gobierno que sostenía una espada de Damocles, amenazante para caer sobre nuestra cabeza, por cuanto nadie podía cumplirla, excepto Cristo. En el nuevo sistema de gobierno de Dios, ya anunciado por Habacuc, Pablo re-anuncia que el justo vivirá por la fe.

En Hebreos 10: 16 se repite lo dicho en el Antiguo Testamento acerca del pacto que Dios haría con su pueblo, bajo el cual pondría sus leyes en nuestros corazones. En otros términos, se cambió el corazón de piedra por un corazón de carne. Los Diez Mandamientos que fueron escritos en piedra, ahora son escritos en carne. Recordemos que la Ley de Moisés fue escrita con tinta, no en piedra.  Solamente Dios escribió en piedra sus Diez Mandamientos, y lo hizo en las dos ocasiones en que tuvo que hacerlo, por cuanto la primera vez Moisés partió las tablas porque el pueblo adoraba al becerro de oro. La escritura en piedra, para el viejo pacto, la escritura en carne, para el nuevo. Yo les daré un solo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que anden en Mis estatutos, guarden Mis ordenanzas y los cumplan. Entonces serán Mi pueblo y Yo seré su Dios. (Ezequiel 11: 19-20).  La analogía continúa, pues Pablo escribe: Siendo manifiesto que sois letra de Cristo redactada por nosotros, escrita no con tinta, mas con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón (2 Corintios 3: 3).  Pero Pablo ahonda un poco más y continúa en la misma carta y capítulo comparando la gloria en el ministerio de muerte de la letra grabado en piedras (verso 7) con la gloria abundante en el ministerio de justicia (verso 9).

Entonces entendemos que tanto la Ley de Moisés, por la cual se moría al desobedecer un solo punto, como el ministerio de muerte contenido en los Diez Mandamientos escritos en piedra, han sido permitidos para al menos dos cosas: 1) llevarnos a través de la Ley de Moisés, como ayo ante Jesucristo; 2) para que entendamos y podamos cumplir la ley moral de los Diez Mandamientos reescritos en el corazón de carne. El ministerio de muerte de las ordenanzas de ritos de la Ley de Moisés fue cumplido en Jesucristo (en ese sentido, El no vino a abrogar la ley, sino a cumplirla) porque aunque no falló en ninguno de sus puntos le produjo la muerte, pues por nuestra maldición él fue maldito al hacerse pecado y sufrir el castigo en nombre de sus escogidos; pero al cumplirla, igualmente quedó abolido ese conjunto de ritos, como dicen numerosos pasajes del Nuevo Testamento, entre ellos Efesios 2, Colosenses 2, Romanos 7, Gálatas 2, Gálatas 5, Hebreos 8, y otros ya citados. El ministerio de muerte de los Diez Mandamientos -escritos en piedra- quedó eliminado en sus escogidos, una vez que se inscribe en sus corazones de carne la ley de Dios. Por medio de ella entendemos que Cristo es nuestra justicia, la justicia de Dios. De manera que ya no somos juzgados sino justificados.

Por todo lo dicho, asumir aunque sea uno de los puntos o mandatos de la Ley abolida nos hace partícipes de la maldición que presupone participar del sistema de las obras. Ese viejo pacto consistía en viandas y en bebidas, y en diversos lavamientos, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de la corrección (Hebreos 9: 10). El diezmo era parte de las ordenanzas de la ley, y todos los que continúan con las obras de la ley, están bajo su maldición. Porque escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas (Gálatas 3: 10). El diezmo se hacía una vez al año: indispensablemente diezmarás todo el producto de tu simiente, que rindiere el campo cada año (Deuteronomio 14: 22) y era en especies, no en dinero: Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para hacer habitar allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino, y de tu aceite, y los primerizos de tus manadas, y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días (verso 23).

El diezmo se había otorgado a los levitas por su ministerio, ya que ellos no habían tenido herencia en la tierra de Canaán: Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo del testimonio (Números 18: 21). Pero en el verso 20 había dicho Jehová a Aarón: De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte: Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel. Por lo tanto, en estos textos puede quedar bien definido el objeto del diezmo, la razón de ello, y la manera como se debería administrar. Era, sin duda alguna, una ordenanza de la Ley, y como tal ya ha sido abolida.  ¿O es que los pastores contemporáneos se consideran descendientes de la tribu de Leví para exigir los diezmos de sus feligreses? ¿Acaso está vigente la vieja tradición de las ordenanzas de la Ley? Aún en tiempos de Cristo, el diezmo existía como una tradición en los fariseos amantes del ritual: ¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejasteis lo que es lo más grave de la ley, es a saber, el juicio y la misericordia y la fe: esto era menester hacer, y no dejar lo otro (Mateo 23: 23). Algunos religiosos de hoy se afianzan en la parte final de este texto, para indicar que se debía hacer lo uno y lo otro, es decir: juicio y misericordia más el diezmo. Pero esas fueron palabras de Jesús dirigidas a los escribas y fariseos de su época, quienes seguían por norma las ordenanzas de la Ley de Moisés. Fijémonos que todavía se desprende de ese texto el hecho de que el diezmo seguía haciéndose en especies: la menta, el eneldo y el comino, muy a pesar de que el dinero circulaba en las mesas de los cambistas. De manera que Jesús hizo referencia a una tradición y ordenanza de la Ley que dejó de estar vigente para nosotros, no porque Jesucristo la abrogara, sino porque la cumplió. El vino a cumplir la ley, así lo dijo.

Qienes incluyen al diezmo como parte del evangelio hablan de otro evangelio, por lo cual también les acarrea maldición: y si alguno os anunciare otro evangelio del que habéis recibido, sea anatema (Gálatas 1: 9).

Cuando Malaquías habla de que el pueblo intentaba robar a Dios al negar sus diezmos, se lo decía al pueblo de Israel, de acuerdo a las ordenanzas dadas por Dios en el monte de Sinaí, olvidadas por el pueblo. De manera que desde antiguo hasta la época de Jesucristo en medio de los apóstoles se podían resumir dos actitudes erróneas en cuanto al diezmo: 1) un grupo había olvidado diezmar (Malaquías 3); 2) otro grupo diezmaba pero había olvidado la justicia y la misericordia.  En ambos casos, ese era un mandato de la Ley.

Finalmente, en el Nuevo Testamento se mostró clara evidencia del cambio. La ofrenda no era un diezmo, era un aporte económico monetario (no en especies) hecha cada domingo, no cada año. Se hacía ante la iglesia, no ante los levitas. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pudiere; para que cuando yo llegare, no se hagan entonces colectas (1 Corintos 16: 2). Fue un mandato del apóstol, pero bajo la recomendación de que fuese una acción voluntaria hecha con alegría: Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, o por necesidad; porque Dios ama el dador alegre (2 Corintios 9: 7).  La gran recomendación de Pablo a Timoteo se hace extensible a nosotros: apartarnos de los que toman a la piedad como fuente de ganancia (1 Timoteo 6: 5).  

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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