S?bado, 27 de agosto de 2011

Dios en tres personas es el fundamento de la teología cristiana, anunciada desde el Antiguo Testamento.  Este concepto no debería asombrarnos porque aparentemente rompe con la lógica, pues la idea misma de un Dios Todopoderoso rompería igualmente con la lógica de la humanidad. Nuestra lógica se vería turbada si pensamos por un momento que ese Dios es amor y al mismo tiempo permite el sufrimiento y la maldad en la tierra.  Pero los creyentes hemos aprendido a comprender el fenómeno del mal en este planeta y le hemos dado la explicación intelectual y espiritual para satisfacción de nuestro entendimiento.

No obstante, cuando abordamos el concepto de la Trinidad, tres personas que son un mismo Dios, la lógica apaciguada anteriormente en el conflicto generado por el Dios de amor que permite la maldad renace de sus propias cenizas, vuelve a fustigarnos intelectualmente hasta que intentamos comprender el fenómeno.  Este trabajo intelectual no es nada nuevo, ya en siglos anteriores muchos se han ocupado del asunto.  Por un lado, los filósofos cristianos, por el otro, los teólogos de la incipiente iglesia se reunieron en concilio para argumentar el debate.

Pero la explicación argumentada no resuelve todo el conflicto que este fenómeno ha generado en la lógica humana.  Al igual que la concepción de Jesucristo por parte de María, otro evento polémico, el concepto de la Trinidad se incorpora en nuestros conflictos intelectuales luchando con el dogma de la fe.  Y no debe extrañar ni preocupar que se hable de conflicto intelectual, pues la misma Escritura nos advierte que debemos amar a Dios con toda nuestra mente.  De manera que el intelecto es parte de esa mente en servicio al Dios que la hizo.  Dios también es intelectual y por eso no deberíamos espantarnos al escuchar que debemos abordar el tema trinitario no solamente como dogma de fe, sino como un problema de comprensión intelectual.

Existe un cúmulo de evidencias suficientes a lo largo de las Escrituras que ponen de manifiesto la existencia de ese Dios Trino como una unidad perfecta. Pero la naturaleza misma nos educa al respecto, con innumerables ejemplos inherentes al universo mismo. Además, nos sería grato y suficiente intentar de aclarar el problema para satisfacción de nuestra mente.  Aunque suene cómodo o incoherente decirlo, resulta conveniente la simple aclaratoria, pues la pertinaz convicción de que hay que demostrar fehacientemente el hecho no va a convencer a aquellos que no han sido capaces de notar en las Escrituras y en la naturaleza misma el fenómeno en cuestión.

Por supuesto que cuando trato este asunto lo hago para el mundo cristiano.  No interesa si los que no creen que Cristo es el Señor se preocupen por aclararse ellos mismos el fenómeno de la Trinidad.  Lo que sí inquieta es que los que dentro de los que se llaman cristianos exista un número significativo de personas que no han adherido esta doctrina a sus creencias.  Tampoco estoy interesado en convencer a ese grupo. Simplemente creo que cuando abordamos ciertos temas que bien pudieran ser de interés intelectual colectivo, lo hacemos muchas veces porque esos temas han despertado nuestra inquietud en algún momento y bajo ciertas circunstancias.  Tal vez la circunstancia más fehaciente ha sido aquella en que hemos empezado a preguntarnos ¿cómo puede ser posible que un Dios esté compuesto por tres personas?  ¿Será eso verdad? ¿Habrá apoyo bíblico para semejante afirmación?  Es desde esta perspectiva que quiero mostrar al lector el sinnúmero de evidencias escriturales acerca de la Trinidad como concepto.

Quizás la primera duda a despejar es que la palabra Trinidad no aparece en las Escrituras.  Tampoco aparecen en ella otras palabras y otros conceptos, pero eso no implica que las Escrituras mismas lo nieguen.  Por ejemplo, no encontramos en la Biblia las palabras bomba atómica, sin embargo vemos por los contextos de las futuras guerras predichas en la Biblia que cuando se menciona que los elementos ardiendo serán desechos se haría claramente alusión a posibles lanzamientos nucleares.  Asimismo, hay un sinnúmero de expresiones que no aparecen en la Biblia, pero la Biblia no es un tratado de Química, ni de Física, ni mucho menos de Matemáticas o Historia.  Simplemente que de ella se desprenden conclusiones lógicas fundamentadas en sus propios textos que tocan las disciplinas nombradas, así como muchas otras.

Voy a referirme a algunas de esas citas que ponen de manifiesto la existencia del Dios Trino y Uno.  Pero queda claro que no busco que la gente crea eso porque debe creerlo, pues el apóstol Santiago en una oportunidad exclamó: ¿Tú crees que Dios es uno?  Bien haces, también los demonios creen y tiemblan.  Es decir, los demonios creen que Dios es uno. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son uno.  Creer eso está bien, según Santiago, pero creerlo no nos ayuda en mucho a nuestra fe, pues los demonios nos llevan cierta ventaja: lo creen y tiemblan ante ese Dios Trino y Uno.  Nosotros a veces hemos llegado a creer pero no temblamos ante su poder y ante su control del universo.  Suponemos que Dios es una entidad abstracta ubicada en algún lugar distante en los cielos y que no se ocupa de nuestras circunstancias.  Los demonios nos aventajan en eso por cuanto saben bien que sus días están contados y por eso tiemblan ante el castigo eterno que les vendrá.  Por eso aquellos demonios del Gadareno le suplicaron a Jesús que los enviara sobre unos cerdos, y que no los atormentara antes de tiempo, pues aún su hora no había llegado. Esta teología un tanto extraña o fantástica es también bíblica. 

 

En las Escrituras:

            Para volver a nuestro punto principal acerca de la referencia bíblica de la Trinidad, creo que bastaría un solo texto para su justificación.  No obstante, no es uno solo el que existe, sino muchos.  Desde el Génesis mismo cuando se nos indica que en el principio de todo creó los dioses(ELOHIM) los cielos y la tierra, según lo expresa el texto hebreo, encontramos la pluralidad de Dios pero bajo un verbo en singular.  El verbo manifiesta la acción de la frase, y debe concordar –en la gran mayoría de las lenguas- en número y persona con el sujeto.  Pero la lengua hebrea tiene una particularidad muy importante, pues en ella se puede manifestar un sujeto plural  con un verbo en singular.  Algunos especialistas sostienen que se trata de un plural mayestático, pero sea cual fuere la explicación el hecho está presente en esa lengua:  Un Dios plural en una acción singular, por lo que el verbo en singular nos recuerda que el sujeto es también singular, en el sentido de que es uno.  Entonces, nos preguntamos, ¿por qué, pues, aparece el sujeto en plural?  Simplemente para manifestar que ese Dios eterno es un Dios plural, contentivo de varias personas.  Es por ello, que en otra oportunidad en que se habla de la creación en el libro del Génesis, se nos dice que Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.  Y el hombre no es semejante a los ángeles, sino a Dios.  

Otro texto valioso del Antiguo Testamento, que nos evoca y presenta la concepción trina de la divinad bíblica, se encuentra en el libro de Isaías, capítulo 48, verso 16. Acercaos a mí, oíd esto:  desde el principio no hablé en secreto; desde que esto se hizo, allí estaba yo; y ahora me envió Jehová el Señor, y su Espíritu¨.  Podemos desglosar este texto y separar sus actores.  ¿Quién habla? ¿A quién hay que acercarse?  La respuesta nos llevará a encontrar a un actor.  Vamos a enumerar a los actores que figuran en este relato de acuerdo a su orden de aparición.  El primer actor es el mismo que estaba desde el principio.  Vamos a llamar a este actor, actor 1.  Seguimos preguntando: ¿Quién envía? ¿O quiénes envían?  En esta respuesta encontramos otros dos actores.  Cuando el texto señala que ahora me envió Jehová el Señor, nos muestra al actor 2.  Pero cuando añade y su Espíritu, nos agrega al actor 3.  Vemos, pues, muy claramente en este texto de Isaías que Jesucristo mismo está hablando en primera persona, diciendo que Él hablaba desde el principio, no en secreto, desde que el mundo se hizo estaba Él allí, pero que ahora Jehová el Señor (el Padre) y su Espíritu lo han enviado a Él.  Son tres las personas que actúan desde el principio con un mismo propósito, pero que son un mismo Dios.

Hay quienes opinan que se puede destacar una doctrina bíblica en base al principio de preservar la verdad antes que a las palabras de la misma Escritura.  En otros términos, resultaría verdadero el hecho del concepto de la Trinidad divina, no importando que en los vocablos de la Biblia no aparezca tal término.  Precisamente, la doctrina de la Trinidad nos es dada en las Escritura en forma fragmentaria, pero nunca en una definición determinada o formulada, como sí fue el caso de los Diez Mandamientos.  En esos mandamientos hay doctrina formulada específicamente y en forma concreta y total.  En cambio, la doctrina de la Trinidad viene en forma fragmentaria, lo cual hace que tengamos que acudir al sentido de la verdad en el conjunto de verdades de la Biblia.  Así, encontramos en ciertos textos claves del Antiguo Testamento, como el texto ya referido de Isaías, o del Génesis, que permiten extraer el sentido doctrinal allí expresado.  De igual forma, y con gran abundancia, el Nuevo Testamento nos aporta muchos fragmentos textuales en los cuales queda implícito el concepto trinitario.

Se hace necesario resaltar que en muchas de las religiones antiguas y modernas aparece recogida en sus mitos y creencias la figura de una tríada de dioses.  Este concepto religioso no tiene nada que ver con el concepto trinitario de las Escrituras.  Es sabido que en la Biblia se habla de un Dios que es uno, pero que al mismo tiempo está constituido por tres personas.  En muchas de las religiones del mundo lo que se nos presenta son dioses distintos que configuran un ciclo determinado de la vida, mostrándonos con ello una determinada concepción filosófica acerca del Cosmos.  Sea el caso de las tres divinidades egipcias que constituyen una tríada de dioses: Osiris, Isis y Horus, donde se pone de manifiesto una analogía con la familia humana del padre, la madre y el hijo.  En el caso de la religión Hindú existe la tríada de Brahma, Vishnu y Shiva, que representan el ciclo del movimiento evolutivo, simbolizando los estados del Ser, de la Transformación y  de la Disolución.

El Dios de la Biblia no tiene una representación de Sí mismo.  Por eso Él mismo se llama Yo Soy el que Soy, el que hace todo posible.  Cuando Dios creó al hombre a su imagen y a su semejanza (Génesis 1:26) quedó establecido que es a su imagen y no a la de los ángeles.  De manera que cuando Él dice Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza queda implícito que es a su propia imagen y no a la imagen de ningún ángel.  Ese hablar plural refiere al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.  Y es que el misterio de la Trinidad subyace en el Antiguo Testamento.  Lo que se pone de manifiesto en el Nuevo Testamento es sencillamente una extensión de lo dicho fragmentariamente en el Antiguo Testamento, en torno a la Trinidad.  Algunos teólogos tienen un dicho bastante interesante:  lo que llega a ser patente en el Nuevo Testamento, estaba latente en el Antiguo Testamento.

Esto implica, sin duda, que los escritores del Nuevo Testamento no añadieron dos divinidades más a la divinidad del Antiguo Testamento.  Simplemente ellos continuaron presentando al mismo Jehová, el Padre, el Señor del Antiguo Testamento, pero evidenciado por las enseñanzas del Hijo, el Verbo hecho carne, y por el testimonio del Espíritu Santo.  De nuevo debemos recordar el texto de Isaías antes mencionado.  En él se expone claramente la identidad de cada una de las tres personas del único Dios (según se presenta en toda la Biblia).  Ese mismo único Dios es el Dios de la creación, reseñado en el Génesis.  Pero si examinamos muchos de los relatos del Antiguo Testamento, encontraremos testimonio claro de la concepción trina de la divinidad. 

La revelación de la Trinidad ha sido hecha no en base a constructos de vocablos, sino en base a constructos de hechos.  En la encarnación del Hijo de Dios y en la provisión del Espíritu Santo, vemos claramente algunos de los hechos de esta doctrina.  Dice la Escritura que el Espíritu Santo descendió como paloma y se colocó sobre Cristo, y una gran voz se oyó que dijo Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia.  Ese es otro hecho, no necesariamente un constructo de vocablos que hable de la Trinidad, pero sí un constructo de acontecimientos que ponen al descubierto esa doctrina.  El proceso de la redención es otro constructo de hechos, en el que vemos la voluntad del Padre, la manifestación del Hijo y la función intelectual del Espíritu Santo, convenciendo al mundo de justicia, de juicio y de pecado.  En el otro lado del proceso de redención vemos también la voluntad del Padre escogiendo desde antes de la fundación del mundo, por lo cual Jesucristo dijo Ninguno puede venir a mí si no le fuere dado del Padre.  Vemos al Hijo como Cordero para el sacrificio.  Pero vemos también al Espíritu Santo, como cuando Jesús le explicaba a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo, y en esa explicación le mostró cómo el Espíritu se mueve a su voluntad, de donde quiere, operando el nuevo nacimiento.  Pero hay más, el mismo Jesús ordenó bautizarse en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.  En el nombre de las tres personas, no de dos personas y una fuerza o energía, pues el sintagma que aparece escrito da a entender gramaticalmente por su continuidad que está mencionando a personas.  De lo contrario habría dicho algo más o menos así: en el nombre del Padre y del Hijo, y en la energía del Espíritu.  Pero eso no fue lo que dijo.

Otro constructo fáctico lo constituye la temporalidad del proceso de redención:  el Padre en un momento determinado envía al Hijo para redención, y el Hijo envía al Consolador para santificación.  Es por eso que Jesucristo y el Espíritu Santo son la prueba fáctica de la existencia de la Trinidad. Y este concepto no se quedó como una simple abstracción filosófica y súper abstracta, sino que fue explicado con hechos, antes que con palabras, para que nosotros mismos, a partir de esos hechos o evidencias, pudiésemos elaborar el concepto con palabras.  El concepto de la Trinidad se nos ha mostrado por la vía de la inducción y no de la deducción.  Son los hechos ofrecidos los que hemos valorado para conformar la tesis de la Trinidad.  No son las palabras dadas como pura abstracción, que no podríamos entender sin la prueba de los hechos.  Solamente después de haber comprendido por los hechos de estas tres personas, hemos podido asemejar ciertos eventos de la naturaleza como plausibles de comparación pedagógica para la demostración fehaciente del concepto de la Trinidad.  Más adelante presentaremos algunos ejemplos pertinentes.

Las tres personas se han manifestado como personas divinas en el anuncio del nacimiento del Hijo de Dios:  El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:35).  Este solo texto bastaría como prueba fehaciente de la promulgación del concepto de la Divina Trinidad en el Nuevo Testamento.  De igual forma, como mencionamos anteriormente, en cuanto al bautismo de Jesús, según el relato de los evangelios, dice Marcos que cuando Jesús subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que decendía sobre él.  Y vino una voz de los cielos que decía:Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia (Marcos 1:9-11).  Esta forma escogida por la Providencia para manifestar su personalidad puede tildarse como una vía pedagógica adecuada al pueblo que veía los hechos, antes que las palabras, de un Dios Trino, que se hacía inteligible a través de sus múltiples manifestaciones. 

Jesús mismo en la Gran Comisión envió a sus discípulos a múltiples tareas, y les ordenó bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). Continúa Jesús hablando:  Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11: 27).  Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios…A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero (Mateo 12: 28 y 32).  Blasfemar es decir palabras injuriosas contra una persona.  Cuando el camino del evangelio es blasfemado ha de entenderse que el evangelio es Jesucristo, pues Él es la buena nueva de salvación.  De esta forma queda claro que no se blasfema contra objetos ni contra una ´energía`, sino contra personas.  Por eso se corrobora una vez más que el Espíritu Santo es una persona.  Decir lo contrario ¿será acaso una blasfemia?  Hay que tener mucho cuidado en esto.

Cristo oró al Padre para que enviara al Consolador, el Parakletos griego, el Abogado que estaría con nosotros, de manera tal que nosotros no quedásemos huérfanos. Que Cristo es coeterno con el Padre es un hecho dictaminado por Él mismo.  Antes que Abraham fuese yo soy (Juan 8:58); y convenía que Él fuese hacia el Padre para que el Consolador pudiese ser enviado (Juan 16).  La unidad con el Padre se muestra cuando dijo el que me ha visto a mí ha visto al Padre (Juan 14), pero en la oración intercesora del Getsemaní, relatada en Juan 17, leemos la súplica hecha: para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros…Y si el Espíritu Santo viene en Su lugar, tiene sentido pensar que cuando el Espíritu vino Cristo mismo vino en Él, y con Cristo vino el Padre también.  Pues aunque exista separación de identidad, existe una clara unidad.  Si quien le ha visto a él ha visto al Padre, la promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo se cumple con el Consolador, quien lo representa a Él, pero que es también Él junto con el Padre haciendo morada en nosotros.  Una entidad inseparable, con identidades separadas y funciones particulares bajo un mismo propósito:  llevar toda gloria a Dios, el Creador de todo cuanto existe,  el que ha hecho posible su misma revelación.  En la oración intercesora el Hijo requiere al Padre la unidad de todos los creyentes que le han sido dados a Él, pero también de todos aquellos que habrían de creer por la palabra de estos.  La respuesta se deja ver clara cuando el Consolador es enviado a nosotros e irrumpe en el día del Pentecostés manifestando su presencia.  Pablo más tarde explicaría que ese Espíritu Santo son las arras, la garantía, de que somos de Cristo.  Se ha injertado en nosotros el Espíritu de Dios; y Juan nos advierte que quien no tenga el Espíritu de Cristo no es de Cristo.  Esa es la unidad en la diversidad.  Es la unidad trina del Dios que es Uno.  Oye oh Israel, vuestro Dios uno es.

Así como el Hijo ha sido enviado al mundo para representar a Dios, para traer las buenas nuevas de salvación, el mismo Hijo es Dios ha rogado al Padre y en respuesta nos ha sido enviado al Espíritu Santo, el Consolador, quien es Dios mismo.  Queda claro que el Padre, el Hijo y el Espíritu son personas con identidades distintas, pero que son al mismo tiempo un mismo Dios.  

 

-¿Cómo explicar este fenómeno a partir de la Naturaleza?

 

Tal vez no haya parangón que podamos señalar para hacer la didáctica de esta exposición.  Sin embargo, algunos teólogos han buscado ejemplos que puedan ilustrar este fenómeno teológico de manera que se haga más inteligible a nuestro pensamiento. El Sol es la estrella más cercana a la Tierra, y es el centro de nuestro Sistema Solar. El sol es una masa incandescente, en forma de bola giratoria gigante de gases muy calientes, alimentada por reacciones de fusiones nucleares.  La luz del sol calienta nuestro mundo y hace posible la vida.  Nuestro clima espacial se debe a la actividad propia del sol. La energía solar se crea en el interior del sol.  La temperatura (15,000,000° C; 27,000,000° F) combinada con una súper presión genera un conjunto de reacciones nucleares.  La importancia del sol para nosotros en la tierra es tal que la mayor parte de la energía utilizada por los seres vivos procede de esta estrella, las plantas la absorben directamente y consiguen realizar la fotosíntesis, los herbívoros al comer las plantas absorben indirectamente una pequeña cantidad de esta energía.  Por su parte, los carnívoros absorben indirectamente una cantidad más pequeña comiéndose a los herbívoros, en un ciclo propio de la naturaleza.

La mayoría de las fuentes de energía usadas por el hombre derivan indirectamente del sol. Los combustibles fósiles preservan energía solar capturada hace millones de años mediante fotosíntesis; además, la energía hidroeléctrica usa la energía potencial de agua que se condensó en una determinada altura después de haber sido evaporada por el calor del sol, de manera que esa gigantesca estrella es de vital importancia para los humanos y para la vida en la tierra.

Tenemos entonces una masa incandescente que produce luz solar y que calienta nuestro mundo.  Si nos planteamos estas tres actividades del sol, su incandescencia, la generación de su luz y la generación del calor, podemos suponer que una precede a la otra.  De esta manera, la masa incandescente sería lo primero que ocurriría; en segundo lugar tendríamos a la luz solar; como consecuencia final nuestro mundo se calentaría.  Bien, esa sería una buena descripción del fenómeno, pero sólo visto desde un plano lógico.  Para un habitante  entendido del planeta tierra, ese rayo de luz que logra ver proviene del sol.  Y gracias a ese rayo de luz logra calentar su piel.   Hay un orden lógico en su sistema perceptivo que le advierte que una cosa viene antes que la otra, o lo que es lo mismo, un fenómeno causa al siguiente y éste al otro.  Pero cuando nos preguntamos qué fue primero, la incandescencia, la luz o el calor, la respuesta es otra.  La respuesta ha de ser que son tres fenómenos simultáneos, pues ´mirando` dentro de esa bola incandescente entendemos que no es otra cosa que luz, y que no es otra cosa que calor.  No podríamos decir sino que son tres actividades que se dan simultáneamente, aunque la percepción que tengamos de ellas sean lógicamente diferenciadas e inferidas como causa y efecto una de la otra. 

Desde este breve análisis podemos deducir que desde el plano lógico existen tres etapas: la incandescencia, la luz generada por esa incandescencia y el calor final que esa luz me permite percibir.  Pero desde el plano cronológico tenemos que concluir que son tres actividades simultáneas, que se dan en un mismo momento, por cuanto no es posible inferir a la masa incandescente del sol separada de su luz y separada de su calor.  Asimismo, por vía de esta analogía, podemos ver que desde el punto de vista lógico, el Padre es anterior al Hijo, y a petición del Hijo se ha permitido que se nos envíe al Espíritu Santo como su vicario.  Pero desde el punto de vista cronológico, no se pueden concebir a las tres personas en una forma separada, como que si una fue antes que la otra, pues los tres son coeternos, desde el siglo y hasta el siglo (Véase Pearlman Meyer. Teología Sistemática. 1958, Ed.Vida, Florida).  Es por eso que en la formulación bautismal que Jesús propusiera y ordenara a sus discípulos en la Gran Comisión, se les dijo que bautizaran en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y no se les dijo en los nombres del …, como si se tratase de muchos dioses, pues se trata de un solo Dios.

Otro ejemplo interesante para desarrollarlo como analogía sería la composición química del agua.  H2O es su fórmula. Dos partes de hidrógeno y una de oxígeno.  Esta composición química sería su substancia.  Pero el agua puede manifestarse en forma líquida, sólida (cubos de hielo) y gaseosa (las nubes).  Sin embargo la substancia del agua en sus tres manifestaciones sigue siendo la misma. 

 

-Aunque unidos, cada uno guarda su identidad.

Algunas personas suponen que como Cristo es Dios, el Padre y el Hijo son la misma persona.  Pero abundan los textos que exponen claramente la diferencia de identidad entre el Padre y el Hijo.  En Zacarías 12:10 leemos:  y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el unigénito, afligiéndose por él como se aflige por el primogénito. En el libro de Juan, capítulo 19, verso 37, vemos el cumplimiento de esta profecía.  En este cumplimiento observamos que uno de los soldados de la crucifixión tomó una lanza y traspasó el costado de Jesús, por lo que Juan cuando relata lo que vio confirma que estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura.  De este breve análisis se deduce que el Padre no fue al que traspasaron, sino al Hijo.  De allí que el Padre y el Hijo son dos identidades distintas, pero unidas. 

-La eternidad del Hijo.

 

Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad -Miqueas 5.  A Jesucristo se le reconoce como la vida eterna.  En 1 de Juan, capítulo 1, verso 2, leemos:  porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó.  Y en Juan 17, Jesús mismo en la oración hecha en Getsemaní exclamó que la vida eterna es conocer al Padre y a Jesucristo a quien Él ha enviado.  Y si leemos Juan 1 nos encontraremos con el Verbo de Dios que era en el principio: el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.  De manera que si estaba el Verbo de Dios (Cristo) con Dios en el principio, y si fueron hechas por Él todas las cosas, hemos de inferir que Jesucristo es Dios y es coeterno como Dios y junto con Dios.  En otros términos, es una de las personas de la Trinidad.  Más adelante Juan expone que ese Verbo se hizo carne y vino a lo suyo, pero los suyos no le recibieron.  Por supuesto, en el Génesis 1 hemos podido leer que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, sobre la faz del abismo.  Entonces sabemos que los tres actores, Padre, Hijo, Espíritu Santo, actuaban desde el principio y conjuntamente, pero con tres personalidades identitarias que les permiten la diferenciación entre ellos mismos.  Sin embargo son uno.

 

-El Espíritu Santo: Dios Por Naturaleza.

 

Curiosamente nadie niega la personalidad del Padre ni la del Hijo.  A pesar de que algunos confunden en una sola identidad al Hijo con el Padre, todos atribuyen personalidad al Padre.  Los que entienden que el Padre y el Hijo son dos personas también atribuyen personalidad al Hijo.   Pero queda todavía un grupo de personas que a diferencia de aquellos no conceden identidad personal al Espíritu Santo.  Solamente le reconocen como a una fuente de energía, un potencial de fuerza, un movimiento de poder. 

Para tratar de dilucidar este asunto vamos a empezar definiendo lo que concebimos como persona.  La persona es aquella entidad susceptible de tener raciocinio, emociones y voluntad. Ese es el criterio más generalizado en la opinión de los expertos en la materia.  Fue Boecio quien dijo que la persona es la Sustancia individual de naturaleza racional.  De allí que esa sustancia es indivisible, autónoma, no diluída en otra sustancia; es racional, sujeto de intelecto, bajo el cual la voluntad y las emociones son administradas.  La voluntad no es una entidad descontrolada, sino atada a la racionalidad.  De igual forma las emociones están siempre vinculadas a la ratio o razón, obedeciendo su manifestación a una referencia racional o intelectual.  Lo que mi razonamiento es capaz de analizar puedo expresarlo en un acto de voluntad bajo determinadas emociones.

No en vano los latinos -y primero los griegos- cuando hacían sus presentaciones teatrales llamaron a la máscara que se colocaban los actores, personae.  Esta máscara tenía al menos dos utilidades prácticas e inmediatas: servía para mostrar un determinado personaje y servía también para amplificar el sonido en el teatro de entonces.  El nombre griego era PROSOPON, pero el nombre latino fue PERSONAE, en otros términos, per sonare o para sonar, para aumentar el sonido.  Una persona es una máscara, y cada máscara representa una persona.  Nosotros podemos ser susceptibles de múltiples manifestaciones de nuestra personalidad, por eso a veces metaforizamos nuestros actos llamándolos actos enmascarados. Amanecemos un día con una determinada máscara, pero podemos cambiarla por otra, de acuerdo a las circunstancias.  De allí el adagio latino homo plures personas sustinet (el hombre sostiene muchas máscaras, o roles).

Curiosamente, en el Derecho Romano Antiguo, los esclavos eran considerados cosas y no personas.  Esto alude al valor fundamental que le atribuía el derecho de la época al concepto de persona. Para ser persona se necesitaba ser libre, no estar sometido a esclavitud alguna.  Peligroso principio jurídico, pero interesante principio filosófico.  Al carácter racional de Boecio se le puede sumar el carácter de libertad ofrecida por los romanos al concepto de persona. Pues hay que dejar claro, que para los romanos los esclavos eran humanos también, pero no tenían el carácter jurídico de personas.  De allí que humano no involucre necesariamente a persona

Esta sucinta explicación de lo que se concibe como persona nos puede ser de utilidad cuando estemos analizando el criterio del Dios bíblico manifestado como tres personas diferentes, unidas en un mismo propósito y voluntad.   El Espíritu Santo es una persona porque cumple las características de ella. Lógicamente, las tres cualidades básicas de la personalidad son: El razonamiento, las emociones y la voluntad.  O recordando nuestra definición dada: La persona es aquella entidad susceptible de tener raciocinio, emociones y voluntad.

 

 

Capacidad de raciocinio del Espíritu Santo

 

Romanos 8:26

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.

1 Corintios 2:10-11

Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?  Así tampoco, nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

Mateo 13:11

Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo.

Lucas 12:12

Porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir.

Hechos 16:6-7

Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió.

2 Pedro 1:21

Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

  

Capacidad emocional del Espíritu Santo

 

Isaías 63:10

Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo Espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos.

Efesios 4:30

Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.

Hechos 15:13

Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.

1 Tes. 1:6

Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo.

Gálatas 5:22

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz…

Romanos 8:26

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.

 

Capacidad volitiva del Espíritu Santo

 

1 Corintios 12:11

Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

Hechos 8:29

Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro.

Apocalipsis 2:7

El que tenga oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

Hechos 13:2

Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.

Juan 14:26

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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