Viernes, 26 de agosto de 2011

David estaba huyendo de Saúl cuando escribió este salmo. Se encontraba en una terrible circunstancia de vida, al escapar de las manos de un rey que buscaba matarle, al vivir por fuerza en el destierro de un reino que le pertenecía por derecho divino, pues ya había sido ungido por Samuel como el futuro rey de Israel. Su consuelo lo sacó en la analogía que hizo entre su antiguo trabajo, cuando era un joven que pastoreaba las ovejas de su padre, con el trabajo que Jehová hace por sus escogidos. Así como él cuidaba a sus ovejas de los lobos, leones y osos, ahora Dios cuida de él de las manos de Saúl, en el valle de sombra y de muerte a que es sometido como un forajido de las manos del rey enemigo, como cuando Satanás arremete cual lobo contra las ovejas a través de prolongadas tribulaciones. Pero Dios continúa siendo su amparo y fortaleza (Salmo 46: 1).

Pero David habla en nombre de todos los creyentes, ya que Cristo es el buen pastor, el que dio su vida por sus ovejas.  Como una de las cualidades de Dios es que es omnisciente, él conoce a todas sus ovejas. Lo que es mejor, conoce cada una de sus necesidades, sabe dónde encontrarlas cuando están extraviadas, y lo que se necesita hacer para devolverlas al redil.  Por eso David llama a Dios ¨mi pastor¨. El está seguro de que en las manos de Jehová nadie podrá arrebatarle para destrucción. La maravilla de la metáfora radica en que la oveja sigue por naturaleza la voz del pastor, no se va tras la voz del extraño, y ya que el pastor no tiene un ápice de negligente estará pendiente del objeto de su cuidado.  Esto lo ha corroborado Jesucristo cuando dijo:  Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (Juan 10: 27 -28). Los que creen lo contrario, no le creen a Jesucristo y le hacen a él mentiroso.

David habla de ¨verdes pastos¨, lo que nos sugiere la gracia soberana de Dios. El sacrificio de Cristo, su sangre y su cuerpo, su justicia, nos vigorizan a través de la fe dada a los santos para sobreabundar en esta gracia sobre toda gracia.  Las aguas donde el Pastor nos pastorea son de reposo, porque descansamos plenamente en su justicia, no en la nuestra. La prueba de esta aseveración radica en la proposición ¨por amor de su nombre¨, de manera que no hay nada especial en la oveja, sino en el nombre del pastor.  Pero un animal que nace oveja no tiene mérito propio en ser lo que es; de la misma forma opera el nuevo nacimiento en nosotros, por voluntad de Dios y no por mérito humano. Como nos hizo sus ovejas desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1), el amor a su nombre hace que reposemos en su justicia. Su nombre implica su voluntad inquebrantable, su promesa indestructible (nadie las arrebatará de mi mano). Por eso el Señor vino a salvar a su pueblo (Mateo 1), y dijo que ponía su vida por las ovejas (Juan 10), que tenía otras que no eran de ese redil de entonces por lo cual rogó por las ovejas que habrían de creer por la palabra de aquellas que anunciarían su nombre (Juan 17).

Frente a esta realidad, David no teme la sombra que lo cubre como si la muerte le viniese de repente en ese valle donde le tocaba huir de Saúl.  Sabemos que es más fácil esconderse en las cuevas de las montañas que en un valle descubierto. Por eso el símil del poeta, ¨aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno¨.  La razón estriba en que el pastor sigue con él. La conciencia de que Cristo nos cuida porque ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, hace que el temor a los peligros del camino sean disipados.  La cobardía es inversamente proporcional a la fe cristiana.  Los cobardes estarán fuera (Apocalipsis 21: 8), porque implica que no están protegidos por la justicia de Cristo que es él mismo: Cristo nuestra pascua (1 Corintios 5: 7), Cristo, justicia de Dios (Romanos 3: 21 -26), por lo cual temblarán de espanto cuando se confronten con el justo juicio de Dios (Apocalipsis 6: 15 -17).  En la justicia de Cristo, nuestra alma es confortada, sin lugar a dudas, pues nunca lo será en la nuestra.

Quién es el creyente que se atreva a decir que no ha sido socorrido en presencia de sus angustiadores. Los mismos mártires que fueron asesinados con crueldad inusual, también fueron asistidos por la presencia especial y fortaleza dada por el Espíritu de Dios. De otra forma no hubiese sido posible soportar tal perversión desigual en el uso de la fuerza y la tortura: fuego abrasador, ahogamiento, latigazos, foso de leones, gladiadores en la arena, el potro de la inquisición, su empalamiento, el confinamiento a mazmorras, y tantos otros métodos que la historia nos ha mostrado con sus escritos e ilustraciones.  Pero David sostiene que el Señor le adereza una mesa delante de él en presencia de sus angustiadores. Aderezar significa disponer, preparar, remendar o componer, adornar, hermosear. Todo ello lo hace el Señor en presencia de nuestros angustiadores, esas personas cuya naturaleza se presta como vaso útil en manos del enemigo de las almas.  A veces son las mismas entidades espirituales de maldad de las regiones celestes las que nos hostigan, pero siempre el pastor continúa con nosotros.  Los enemigos nos ven y envidian la prosperidad aguardada para los santos, pues siempre mantenemos el espíritu de adoración a Dios, siempre escuchamos su palabra con agrado, buscamos seguir sus ordenanzas y la cobardía no nos somete.

David había sido ungido con aceite por las manos del profeta Samuel, pero sentía que Dios continuaba en ese acto operativo con él. El aceite también representa la abundancia de bien, el Espíritu de Dios con sus dones de gracia, la unción que nos enseña todas las cosas (1 Juan 2: 20 y 27). Debido a todo lo que el salmista viene expresando en este canto, la consecuencia esperada es que ciertamente el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestra vida.  Finalmente, moraremos en la casa de Jehová eternamente. De esta forma, por contraste, cabe decir que los que no son ovejas no tienen al buen pastor.  Ellos no tienen el bien y la misericordia sino que les sigue el mal y el juicio de Dios. En otros términos, Jesús dijo venid, benditos de mi Padre,  pero también añadió en otra oportunidad: nunca os conocí, apartaos de mí hacedores de maldad (Mateo 7: 23). En contraposición con el bien y la misericordia que sigue a las ovejas, a las cabras (o a los cabritos Mateo 25: 32) les persigue el mal, la maldición, el juicio contra sus malas obras. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo...Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles...E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna (Mateo 25: 34, 41, 46).

Esta es la gran diferencia entre los que gozan de las bendiciones del pacto de gracia que canta David, el amor de Dios mostrado en la justicia de Cristo y que es Cristo, en las provisiones para su casa o para sus ovejas que le siguen, las que dependen de la seguridad del Pastor mostrada en el continuo cuidado a su pueblo. Pues las aflicciones del tiempo presente no son nada comparadas con la gloria venidera, pues no hay enemistad ni ira de Dios para con las ovejas, ni en el curso de sus vidas ni en la eternidad.  Porque irrevocables son los dones (regalos) y el llamamiento de Dios (Romanos 11: 29).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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