Cualquiera que invoque el nombre del Señor será salvo. La razón expresa radica en que Dios no hace acepción de personas, pues lo que escoge no lo hace como si viese mérito alguno en sus criaturas. Le da lo mismo Judío que Griego, y para ambos es el anuncio del evangelio. Ambos grupos constituyen simbólicamente el planeta entero: de un lado los judíos eran los portadores de la salvación, los que sabían a quién adorar; del otro lado, los gentiles o las gentes eran los otros, representados por los griegos. Con el evangelio de Jesucristo las gentes (los griegos y por extensión todo el mundo diferente a los judíos) es incluido en el anuncio. ¿Y cómo son incluidos los gentiles y cómo han sido llamados los judíos al evangelio? El mismo texto de Romanos lo explica a continuación.
Solamente pueden invocar al Señor quienes han creído en él y han conocido su doctrina. Solamente se puede creer si se ha oído acerca de esa persona en la que se cree. Y solamente habrán oído si alguien les ha predicado. Por supuesto, los que predican han debido ser enviados a tal fin (versos 14 y 15). Para creer en Jesucristo tenemos que conocerlo, averiguar cuál es su doctrina y qué vino a hacer por nosotros. Pero ese 'cualquiera que invoque' no incluye a la totalidad de la raza humana, pues no todos obedecieron al evangelio (verso 16), y no todos lo han oído, como se desprende de los versos 14 y 15 señalados. A pesar de que por toda la tierra salió la voz de los anunciadores, y hasta los fines de la tierra sus palabras, no todos han oído y de los que oyen no todos creen. Porque muchos son llamados, y pocos son escogidos (Mateo 22: 14).
El mundo adora lo que no sabe, como le dio a entender Jesucristo a la mujer samaritana: Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos (Juan 4: 22). Los judíos también han manifestado celo de Dios, pero no conforme a ciencia (Romanos 10: 2). De manera que el evangelio es el anuncio de que Cristo es nuestra pascua (1 Corintios 5: 7), la justicia de Dios (Romanos 3: 21-26). Pablo da gracias de que los hermanos a quienes escribe habían obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual habían sido entregados (Romanos 6: 17). ¿Cuál forma de doctrina es esa, por la cual el apóstol da gracias? No era una doctrina combinada con opiniones filosóficas, convertida en una Cábala. Tampoco era un conjunto de tradiciones humanas, supuestos paganos, al que el mundo rendía culto inútilmente. Era una doctrina conforme a ciencia. ¿Y cuál es esa ciencia o conocimiento? ¿Por qué Pablo la considera de vital importancia?
Esa doctrina es la enviada por el Padre a través de Cristo, seguida por sus apóstoles y llevada a los santos y a aquellos que habrían de creer por la palabra de ellos (Juan 17: 20). Es una secuencia ejemplar, del Padre a sus ovejas: pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen (Juan 10: 26-27). Esa es la forma de doctrina en la que habían creído, pues eran absolutamente libres de la esclavitud del pecado y de la ley por la armonía de la gracia. Habían creído en el evangelio de la libertad, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. No creían en las obras de la ley, de manera que su arrepentimiento y su obediencia a Cristo eran consecuencia de la gracia de Dios. ¿Por qué era así? Porque en la cadena de gracia presentada, el Padre era quien llevaba las ovejas hacia el Hijo: Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere (Juan 6: 44). Y Cristo había manifestado el nombre del Padre a los hombres que del mundo le habían sido dados; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra (Juan 17: 6). Esa es la forma de doctrina que habían creído, por lo cual el apóstol daba fe de su alegría ante Dios.
Eso era tener celo de Dios conforme a ciencia, asumir el evangelio no por obras de justicia propias, sino de acuerdo a su gracia soberana, pues habiendo sido justificados por su gracia hemos llegado a ser herederos de la esperanza de vida eterna (Tito 3: 7).
Esa forma de doctrina en la que hay que creer deja por fuera cualquier jactancia de nuestra parte. Si el hombre natural está enemistado con Dios, si está muerto en sus delitos y pecados, si no busca a Dios, ni siquiera uno de entre ellos, si todos se han desviado y apartado del camino, entonces urge un Dios actuante que voluntariamente intervenga a salvar lo que haya siempre querido salvar. No puede el hombre sugerir que él acepta o busca a Dios, pues el sacrificio del impío es abominación a Jehová (Proverbios 15: 8). Por eso Jesucristo le dijo a la mujer samaritana que ellos (el mundo en general) no sabían lo que adoraban, y Pablo dijo que el celo judío no era conforme a ciencia. Del impío aún su oración es para pecado (Salmo 109: 7) y Jehová está lejos de los impíos; pero él oye la oración de los justos (Proverbios 15: 29), pero solamente somos justos cuando Cristo ha sido hecha nuestra justicia, nuestra pascua. Eso sólo ha podido suceder en su trabajo de redención en la cruz, de acuerdo a los planes eternos e inmutables del Padre (Efesios 1, Romanos 9), y cuando se ha aplicado en el tiempo nuestra salvación por haber oído el anuncio del evangelio por la palabra transmitida.
No puede en ninguna manera descansar en nuestras manos la sola idea de cooperar en nuestro rescate. No podemos convertirnos en nuestros corredentores, pues en nuestra total depravación se ha manifestado la gracia en una elección incondicional, con una redención específica y particular. Hemos nacido de nuevo por el irresistible poder del Espíritu de Dios, por lo cual habremos de ser preservados para que la obra empezada en nosotros culmine en el días de la redención final. He allí la forma de doctrina que habían creído los hermanos en Roma, por lo cual el apóstol daba gracias a Dios. A pesar de que el pecado continúa en nosotros haciendo su presencia en el día a día, creer en el evangelio significa asumir esa forma de doctrina que comprende la persona y el trabajo de Cristo.
¿Alguna vez Dios ha deseado salvar a todo el mundo y en consecuencia ha quedado frustrado? Esa es la voz del pastor extraño. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños (Juan 10:5).
César Paredes
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