Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. El arminianismo se suele oponer al calvinismo. Sin embargo, en este trabajo no voy a hacer énfasis en este último, sino en la confrontación de aquél con la Biblia. Muchos piensan que el arminianismo es una manera de acercarse a Dios, un poco diferente de tantas otras vías manifestadas por las religiones. Es allí donde hay que tener cuidado por la similitud que pueda presentar con los dictámenes bíblicos. Su disfraz ha resultado una excelente imitación del ropaje escritural, pero su examen lo desnuda ante una conciencia regida por el Espíritu.
El arminianismo se conoce como el cuerpo de doctrinas propagado por Arminio desde Holanda. Este teólogo vivió en el siglo XVI y murió apenas entrado el siglo XVII, en 1609. No obstante, sus alumnos propusieron unos puntos contra la conocida doctrina expuesta por Calvino, pero en respuesta se produjo el Sínodo de Dort (por una ciudad que lleva este nombre), en el que se obtuvo un contundente rechazo a su herejía considerada altamente peligrosa para el evangelio presentado por la Reforma Protestante. Recordemos que esta Reforma lo que hizo fue volver a las Escrituras, retomando la Biblia como la Sola Palabra revelada de Dios. Como los discípulos de Arminio se opusieron en cinco puntos a la tesis de la reforma, la respuesta del Sínodo ha pasado a ser conocida como los cinco puntos del calvinismo. Pero más allá de Calvino y sus seguidores, son cinco puntos desprendidos de la Biblia, a los que los arminianos se oponen y contradicen con su habilidad para torcer las Escrituras.
Como dato histórico curioso, todas las Confesiones de Fe de las Iglesias Reformadas, tanto en el Reino Unido como en el continente de Europa, han sido diametralmente opuestas a los cinco puntos de los Remonstrantes, como también se les conoce a los arminianos de entonces. El Sínodo de Dort estuvo compuesto por delegados de todas las Iglesias Reformadas, quienes en 1618 se reunieron y condenaron las tesis arminianas. Si tuviésemos que definir al arminianismo en pocas palabras, podríamos decir que es un esquema en el que la salvación de los hombres es compartida con el trabajo de Dios y el de los humanos. En esto contraviene la Escritura que asegura y revela que la salvación es un acto de gracia de Dios, el perfecto trabajo de Cristo y la omnipotente operación del Espíritu. Como se desprende de lo dicho por lo mostrado en la Biblia, y lo explicado por Jesús a Nicodemo, la salvación es un acto monergístico, unilateral, pero el trabajo arminiano es sinergístico, combinado con la provisión de Dios y la actitud y decisión del hombre.
En esto, el arminianismo es una continuación de la doctrina del papado en la iglesia de la Reforma. Alguien comparó a esta herejía como el desove de la serpiente en medio de la cristiandad reformada, y los pequeños áspides crecieron en medio de la congregación para infectar con su veneno la teología protestante. En realidad, esta doctrina nacida del hogar de Satanás es la quintaesencia del error voluntario e intencionado.
Una famosa carta escrita por un Jesuita al párroco de Bruselas y aprobada por Laud mismo fue encontrada en su estudio en Lambeth. Una copia de esta carta se halló entre los trabajos de una sociedad de sacerdotes y Jesuitas en Clerkenwell, en el año 1627. Lo siguiente es un fragmento de esa carta: "Ahora nosotros hemos plantado la soberana droga del arminianismo con la que esperamos purgar a los protestantes de su herejía; y esta florecerá y dará fruto en su debido tiempo ... Soy transportado en este momento por el júbilo de ver felizmente todos los instrumentos y medios, sean grandes o pequeños, cooperar para nuestros propósitos. Estos no son otros que regresar a nuestro principal ropaje: el arminianismo" (S.G.U. Publication No. 173, p. 142. Arminianism. Another Gospel by Rev. William MacLean, M.A).
El papado asumió la doctrina del libre albedrío, según la cual Dios y el hombre comparten su gloria mutua, frente a la de la predestinación y reprobación de Dios. Pero como bien dijo Jerome Zanchius, el célebre reformador italiano, Dios solamente ha ser exaltado. La conversión y la salvación debe, por la naturaleza del caso, ser formada por nosotros solamente, o por nosotros con la ayuda de Dios, o por Dios solamente. Los Pelagianos creen en el primer caso, los Arminianos en el segundo, y los verdaderos creyentes en este último. Los arminianos de hoy día enarbolan las mismas doctrinas falsas de sus predecesores, y se oponen resistentemente a la absoluta soberanía de Dios.
Dentro de sus seguidores y discípulos protestantes destaca John Wesley, de quien ya se presentó una clara denuncia de su herejía en este blog. También aparece otro de sus apóstoles, muy conocido en el ámbito protestante por su arduo trabajo hiper-evangelístico. Se trata de Moody, cuya obra se propaga a partir del siglo XIX. Su esquema de salvación falsea también la realidad bíblica. Moody ignora que la gloria de Dios es la manifestación suprema del evangelio. De hecho, el evangelio no es un esquema de salvación adaptado a la conveniencia del hombre. En Moody, la soberanía de Dios queda relegada a un trabajo de conversión. El objeto de la fe es Cristo como la sustitución de los pecadores, pero no es Cristo en sí mismo. Para Moody, el Mesías sustituyó al pecador en la cruz, por ende a cada miembro de la raza humana. Ser cristiano se convierte en un asunto fácil: si eres persuadido a creer lo que se presenta en el evangelio, y a pensar que por medio de esta fe la salvación es segura, entonces el problema se termina. Con Moody los himnos se cantan al hombre y no son una alabanza a Dios, pues los cantos se usan para la prédica de un evangelio que está a la mano, al alcance, no importa cuánto la Biblia enseñe al respecto.
El predicador Dwight L. Moody predicó a un dios que quería salvar a todos, el mismo que quiere darle algo a usted, por eso golpea la puerta del corazón de todos y suplica por su aprobación. Ése es el hijo de Dios que viene (a usted) a la hora de medianoche, suplicando para que usted le acepte. Si usted lo aceptara solamente, él haría cualquier cosa para usted. Los hombres están felices de conseguirse con un Dios que les suplica, que se muestra intencionalmente incapaz de controlar la voluntad de sus criaturas, pues les muestra su más profundo respeto. Por supuesto, esta visión acerca de Dios no tiene nada que ver con el reconocimiento de su soberanía. La consecuencia inevitable del Dios predicado por Moody, o por cualquier arminiano, es que si usted cree entonces usted es regenerado. No obstante, el valor de esta doctrina no es más que la de un olor de muerte para muerte. El nuevo nacimiento es una actividad ex machina, donde la criatura que nace nada ha hecho para ser un feto, y nada hace para producir su nacimiento. Son los elementos externos a él los que lo impulsan a la vida. Así es el nuevo nacimiento del Espíritu, una obra ex machina, operada por Dios y no por voluntad de varón, de carne o de sangre.
Pero la doctrina de Moody, así como la de Arminio, en general, agrada a la mente soberana de los humanos. Nada más odioso para el hombre natural que la conciencia de dependencia absoluta de un Dios soberano que decide sobre su destino. Si Adán en el Edén optó por independizarse de Dios (de acuerdo a los mismos planes eternos e inmutables de su Creador), no se puede esperar algo distinto de la descendencia adánica. El hombre natural no discierne las cosas del Espíritu, porque para él son locura, de tal manera que ni se arrepiente ni cree en el evangelio (el anuncio del Dios soberano que salva a su pueblo). En su debido tiempo, las ovejas señaladas para tal fin (Juan 10) llegan al conocimiento de la verdad y reconocen al pastor. Pero llegan a creer porque son ovejas (Juan 10: 26), por lo cual se echa por tierra ese otro evangelio, el que se hace a la medida de la independencia humana. Rick Warren, el pastor de la nueva iglesia emergente, dijo un día en un programa televisado: haga un trato con Jesús por 60 días, si no le conviene lo devuelve. Este es el evangelio arminiano por excelencia, confeccionado a la medida del hombre natural. Ese es el otro evangelio, el que no hay que creer así haya sido traído por un ángel del cielo (Gálatas 1. 8).
César Paredes
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