S?bado, 26 de marzo de 2011

Si Dios no est? en control de todo, y de absolutamente todo lo que acontece en el universo, y por ende en nuestro planeta, entonces el cristiano tendr?a conflicto con la oraci?n del Padrenuestro. H?gase tu voluntad, es la petici?n ense?ada por Jes?s. ?C?mo podr? ser hecha la voluntad de Dios si el hombre tiene libre albedr?o? O, ?c?mo dar gracias a Dios en todo y por todo, como manda Pablo en la carta a los Efesios? No podr?amos estar seguros si algunas cosas son o no son su voluntad, puesto que si el libre albedr?o humano las provoca, entonces ?c?mo agradecer a Dios por todo? ?C?mo pueden esas situaciones inciertas ayudarnos a bien? De igual forma podr?amos preguntarnos acerca de las profec?as y su certero cumplimiento, pues un hombre libre ciertamente obviar?a el gui?n establecido por Dios.

Cuando confesamos la absoluta soberan?a de Dios estamos adorando plenamente, pues reconocemos que ?l est? en control y desde esa perspectiva nuestra fe no puede nublar a la raz?n, ni la raz?n debilitar a la fe. Santificado sea tu nombre, dice el Padrenuestro, en la implicaci?n de reconocer que ?l es completamente soberano. De igual forma decimos venga tu reino, pero no podr?a venir si fuese el de un Dios parcialmente poderoso. Mucho menos pedir?amos hacerse su voluntad en un mundo que es su enemigo, rodeado de potestades de maldad en las regiones celestes, bajo la influencia de doctrinas de demonios.

Para los dualistas eso suele ser com?n, pues se supone que existe una lucha entre dos fuerzas que cohabitan en la divinidad, el bien y el mal. O tal vez se trata de la batalla entre dos grandes dioses. Sin embargo, la doctrina desprendida de la Biblia presenta a un solo Dios con una sola voluntad, inmutable, que hace como quiere y que anuncia lo que todav?a no ha acontecido, sencillamente porque as? lo ha planificado o as? lo ha decretado o decidido. Adem?s, ese Dios de la Biblia dice que no tuvo ni tiene consejero, y que no hay quien detenga su mano y le diga ?Epa! ?qu? haces?

Es desde la perspectiva de un Dios soberano que nuestras plegarias cobran sentido de seguridad. ?C?mo podr?amos pedir algo a Dios si nuestras circunstancias est?n bajo la autoridad de la voluntad humana? Esa es una interrogante digna de meditar y de responder.? ?C?mo podr?a Dios responder a nuestras plegarias si est? limitado a la libertad de la voluntad humana? A lo mejor ?l tendr?a que tener mucha fe para que los hombres muevan la monta?a que imposibilita su favor hacia sus hijos.? Vemos que se invirti? la carreta con los caballos: ahora es el carruaje el que va delante, mientras los caballos la empujan con sus pectorales. Tal absurdo se presentar?a si supusi?ramos que Dios no est? en control absoluto de cada circunstancia y ?tomo del universo.? Esto ?ltimo, por supuesto, es una exageraci?n dogm?tica para la mente natural, la mente del que no conoce a Dios.

Nuestro Dios est? en los cielos, ha hecho todo cuanto ha querido, dice el Salmo 115:3. De manera que las plegarias no cambian la mente de Dios, sino que cumplen su voluntad, pues qu? hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Esp?ritu intercede por nosotros con gemidos indecibles, de manera que interpreta la mente del Se?or y la nuestra. De tal forma, Dios mismo nos ayuda en nuestras peticiones.? Por esta v?a, todas las rogativas que se hacen conforme a su voluntad las tenemos o las alcanzamos como una respuesta clara de la Deidad.

Dios puede responder negativamente a nuestras rogativas, porque entiende que eso es lo que nos conviene. Ejemplo tenemos en el caso presentado tres veces por Pablo, cuya respuesta consisti? en un b?state mi gracia, pues mi poder se perfecciona en tu debilidad.? Otras veces puede respondernos afirmativamente, de tal forma que obtenemos lo que deseamos y nos regocijamos con la d?diva alcanzada. Pero hay otras ocasiones en que se nos dice que s?, pero no todav?a. Ac? debemos comprender que suele prepararnos para recibir la respuesta, pues lo que hemos solicitado requiere que tengamos habilidad para saberlo manejar adecuadamente. A David le fue dado el reino de Israel, fue ungido por Samuel, pero tuvo que esperar un largo recorrido huyendo de Sa?l, asunto que lo habilit? para comprenderse a s? mismo, para depender m?s de Dios, para construir m?s poemas o salmos. En su gobierno no demostr? la arrogancia de su predecesor, independientemente de sus propios errores.?

Hay tambi?n diferentes maneras en las que Dios responde nuestras plegarias, pero la respuesta siempre conlleva la gloria del que responde (Juan 14:13); Juan 15:7 implica que debemos vivir en ?l as? como ?l en nosotros, como el p?mpano en la vid: Si permanec?is en m?, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que quer?is, y os ser? hecho. Esta es una promesa muy amplia y generosa, bajo una sola condici?n: la permanencia en la vid para que el p?mpano sea nutrido y alimentado de su savia, de tal forma que produzcamos fruto. Juan 16:23 insiste en que la petici?n sea en su nombre. Pero no bajo f?rmulas m?gicas, ni procedimientos regulares o repetidos, sino que hemos de entender qui?n es aqu?l en el cual creemos, el soberano del universo. Pedir en su nombre no presupone unas palabras prefijadas y finales, sino la comprensi?n de que todo est? hecho para su gloria, y que ?l tiene el control, por lo cual tambi?n es capaz de querer y hacer que nuestro gozo sea cumplido.

Yo, yo soy vuestro consolador. ?Qui?n eres t? para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno? Y ya te has olvidado de Jehov? tu Hacedor, que extendi? los cielos y fund? la tierra; y todo el d?a temiste continuamente del furor del que aflige, cuando se dispon?a para destruir. ?Pero en d?nde est? el furor del que aflige? (Isa?as 51:12-13). Ac? se nos habla de un Dios soberano, controlador de cada circunstancia. Al hombre se le reclama su identidad, record?ndole bajo la pregunta ret?rica que ?l no es nada, sino un simple mortal, comparable al heno que comen las bestias del campo. El creyente es lo que es por la gracia de Dios, no porque sea de la raza de? Ad?n. Para el hijo de Dios resulta en vanidad absoluta temer al que aflige, pues que no existe tal si no es por la soberana voluntad del Hacedor. He all? el mensaje de paz para que nos dispongamos a clamar en oraci?n confiada, ya que a?n el hombre que aflige est? puesto para ello y es controlado por su Hacedor. Pues ciertamente Dios es Creador de toda la humanidad, del imp?o para el d?a malo, y del justo para la gloria eterna.

Somos hechos justicia en Jesucristo y Cristo es la justicia de Dios. Al que no conoci? pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fu?semos hechos justicia de Dios en ?l (2 Corintios 5:21); la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo,?para todos los que creen en ?l...?siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redenci?n que es en Cristo Jes?s (Romanos 3: 22-24). Somos hechos justos en el sentido de que se nos declara justos. Un juez declara la inocencia o la culpabilidad del reo, pero nunca lo hace inocente o culpable. De igual forma Dios nos ha declarado justos mediante la fe en Cristo.

Ciertamente, una cosa es la nueva naturaleza implantada en el cristiano bajo el nuevo nacimiento, con el Esp?ritu que ahora mora en nosotros como garant?a de ser hijos. Ese Esp?ritu nos anhela celosamente, se contrista en nosotros, nos ense?a y nos lleva a toda verdad. Incluso intercede con gemidos indecibles y nos ense?a a orar, a pedir lo que conviene. La nueva naturaleza del creyente est? junto a su vieja condici?n de pecador, y ninguna le abandona en esta vida. De all? la lucha feroz en nosotros, por lo cual podemos clamar con Pablo: miserable de m?, que el bien que quiero hacer no hago, empero el mal que no quiero, esto hago (Romanos 7: 21-24). Sabemos que la vieja naturaleza no puede querer hacer el bien - que es la justicia de Dios -, pero el nuevo nacimiento imparte el deseo y la fuerza para la batalla. Desde esa nueva condici?n el cristiano entiende y comprende que es miserable, pues la nueva luz que le acompa?a le hace ver con m?s claridad lo putrefacto del pecado que mora en ?l, y no podr?a ver su miseria si no hubiese sido capacitado por el Esp?ritu de Dios que ahora mora en ?l. A pesar de su indecencia, mezquindad y desdicha, cuenta con la declaraci?n de justicia del Juez Supremo, que lo ha declarado justo por la fe en Jesucristo.

Con estas credenciales anunciadas en las Escrituras, el cristiano ha sido hecho capaz de orar al Padre, de clamar su justicia, de suplicar su providencia. La conducci?n ejercida por el Esp?ritu que ahora habita en nosotros nos lleva a deleitarnos en la ley del Se?or, de d?a y de noche, de tal forma que se nos garantiza la respuesta a las peticiones de nuestro coraz?n (Salmo 37:4). ?No conoce el Se?or nuestras palabras, a?n antes de que salgan de nuestra boca? A?n nuestro suspiro no le es oculto. Estos son incentivos para clamar bajo el eje de la soberan?a de un Dios que a pesar de su poder no nos mira con distancia, a pesar de su justicia alt?sima nos ha declarado justos por la fe en Jesucristo. Ese mismo Dios nos ha dicho en una oportunidad, que si los padres siendo malos saben dar buenas d?divas a sus hijos, cu?nto m?s no nos dar? a nosotros cuando suplicamos. ?Se tardar? en respondernos? Vale la pena intentar. ?Habr? algo que sea dif?cil para Dios? Recordemos siempre, que cuando nos pese orar porque nos consideremos injustos y pecadores, hemos sido declarados justos, por la justicia de Jesucristo. Y reconciliados por la fe, tenemos paz para con Dios. El que no escatim? ni a su propio Hijo, ?c?mo no nos dar? tambi?n con ?l todas las cosas?

C?sar Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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