Recordemos el famoso pecado de Ac?n. En su tienda hab?a escondido un manto babil?nico y doscientos siclos de plata junto con un lingote de oro de cincuenta siclos. Ese acto prohibido fue suficiente para que la ira de Dios se encendiera y diera un ejemplar castigo al pueblo de Israel en una batalla. Josu?, el l?der, clam? a Jehov? por haberlo entregado en manos de los amorreos, y como era costumbre en la manera de orar de muchos, exclam?: ?Ay, Se?or! ?Qu? dir?, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? (Josu? 7:8). Pero en el verso anterior hab?a dicho: Ojal? nos hubi?ramos quedado al otro lado del Jord?n.
Claro, su liderato estaba en juego, pues serv?a al Dios vivo, el que hab?a hecho con sus padres la traves?a desde Egipto, el mismo que les hab?a suplido durante tantos a?os en el desierto. Ahora prefer?a no haber confrontado semejante derrota. Pero Dios le respondi? dici?ndole que se levantara, que Israel hab?a pecado y quebrantado su pacto, adem?s de haber tomado del anatema, hurtando y mintiendo. Cuando Josu? confront? a Ac?n, le pidi? que confesara su error. Este as? lo hizo, pero el castigo no se detuvo por haber confesado su pecado.? Josu? entonces le dijo: ?Por qu? nos has turbado? T?rbete Jehov? en este d?a. Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron despu?s de apedrearlos (Josu? 7:25).
En muchas ocasiones el pecado oculto puede acarrear consecuencias desastrosas para el individuo y para su entorno. Por algo David exclamaba: l?brame de los pecados que me son ocultos. A veces el pecado escondido permanece de esa forma por mucho tiempo. Puede durar d?as, meses, a?os, sin ser descubierto. Eso no implica que los ojos de Dios no lo vea, simplemente que sus s?ntomas no se han manifestado p?blicamente todav?a. Empero, cuando llega el momento todo desencadena en destrucci?n, lo que le es propio al pecado. Un controlador de vuelos comete un error un d?a, nadie lo descubre y nada malo sucede. Eso le acostumbra a ser negligente y vuelve a cometer otro descuido. Puede ser que nada pase, pero su mente se va habituando a su descuido hasta que llega el d?a fatal en que comete el grave error en el que s? suceden los accidentes a?reos. Por su culpa decenas de personas pierden sus vidas, o quedan lisiadas, y otras tantas sufren las p?rdidas de sus familiares. Un error oculto, no corregido a tiempo, puede conllevar a fatal destino. L?brame de los que me son ocultos, gritaba David (Salmo 19:12).
Una persona se acostumbra a unos tragos de licor que nada malo le causan. Pero despu?s siente tal dependencia que no ve raz?n alguna por la cual no pueda disfrutar de otro poco del el?xir fant?stico que le alegra. Su cuerpo se va habituando a la dosis, pero ahora su esp?ritu necesita un poco m?s, ya que la cantidad anterior no surte el mismo efecto. Va dando rienda suelta a lo que le parece natural, inocuo, inocente. De esa forma el alcohol, o la droga a la que se ha habituado, pasan a tener el control de su cerebro y lo envanecen. Comienzan sus errores p?blicos o privados a ser m?s fuertes, y ahora se entusiasma a apostar a los caballos, a los naipes, a jugar con las inversiones en la bolsa de valores. Poco importa d?nde se encuentra, ya est? dopado y perseguido por su h?bito de adicci?n que le da la euforia suficiente para atreverse a realizar lo que antes sent?a como inapropiado y prohibido por sus normas morales. Esa persona est? actuando como Ac?n, el personaje del Antiguo Testamento. Sus consecuencias pecaminosas ya no representan un peligro en solitario para ?l, sino que ahora ha involucrado a su familia, a sus vecinos o a su naci?n.
No podemos servir a dos se?ores. No existe un t?rmino medio o neutro, pues estamos al servicio del Dios vivo o al servicio de Satan?s. La miseria del pecador secreto es muy alta, ya que en aras de ocultar su error intenta maquillar su imagen para aparecer limpio y sin mancha ante los dem?s. La gran mentira consiste en que preferimos valorar de mayor estima la opini?n del pastor, del hermano de la iglesia, del vecino que me conoce como un hombre de fe, antes que la estima del Dios vivo. Suponemos que si esas personas no conocen de nuestro pecado secreto, entonces todo puede continuar bien y sin trastornos. Poco nos importa que Dios ya se haya enterado, pues el hecho mismo de estar cometiendo en secreto lo que los dem?s no pueden ver, presupone que uno es realmente un infiel o un ateo. Claro, pues quien sostiene que es m?s importante que la congregaci?n no se entere de lo que hago, y no piensa que Dios ya se ha enterado, es porque no valora el conocimiento de Dios, su Omnisciencia, su Omnipresencia, su existencia misma. El pecado llama a pecado, y el pecado engendra la muerte. Nadie puede pecar poco cuando peca en secreto, sino que tendr? que acudir a mentiras moderadas para que logren aminorar la podredumbre del error anterior. Por algo Jesucristo habl? de los fariseos como de sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre por dentro. El pecado secreto hace eso mismo, nos exige blanquearnos por fuera, sin importar que por dentro no soportemos nosotros mismo nuestro propio hedor.
Ahora bien, no sabemos por qu? raz?n Dios sacrific? a Ac?n con la lapidaci?n, junto con su familia. Podemos indagar en la historia teol?gica del Antiguo Testamento. Podemos indagar incluso en la del Nuevo Testamento, hasta encontrarnos con el caso narrado en el libro de los Hechos de los Ap?stoles, en su cap?tulo 5, cuando nos habla de la pena capital sufrida por Anan?as y Safira, la pareja de creyentes que minti? al Esp?ritu Santo. Quiz?s la respuesta primera e inmediata que acude a nuestra mente es que esos casos se escribieron para ense?anza nuestra, para nuestro beneficio. De ser as?, tenemos que suponer que Dios nos est? compungiendo en nuestras conciencias para que renunciemos a esos pecados secretos. Tal vez claudicamos entre dos opiniones, dejar o no dejar el pecado oculto. Ser o no ser, como en el teatro de Shakespeare. Pero recordemos las palabras de El?as ante el pueblo de Israel reunido aquel d?a: ?Hasta cu?ndo claudicar?is entre dos pensamientos? Si Jehov? es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de ?l (1 Reyes 18:21).
De seguro que en esa batalla de la mente, del esp?ritu y del alma, se debaten las aguas del ser y del deber ser. El llamado a la vida cristiana, a la lucha contra la carne, a la crucifixi?n de la carne con sus pasiones, no es una tarea f?cil, sencilla ni posible para un simple mortal. Es m?s, eso es una tarea imposible del todo para una persona que no tenga el poder de Dios para auxiliarle. Solamente la gracia de Dios puede solventar ese conflicto, de manera que en el conocimiento de esa verdad, que es Jesucristo, seamos verdaderamente libres de la vanagloria de la vida, del vicio, de la atadura que gobierna nuestras mejores intenciones. En ocasiones es mejor sacrificar una parte de nosotros mismos y entrar cojos, mancos, sin un ojo, al reino de los cielos, que ser lanzados todo completo al lago de fuego preparado para el diablo y sus ?ngeles. El castigo de Ac?n fue por su pecado secreto. ?Ad?nde iremos de la presencia del Se?or? L?brame de los pecados ocultos, clamaba David (Salmo 19:12); ?Ay de los que se esconden de Jehov?, encubriendo el consejo, y sus obras est?n en tinieblas, y dicen ?Qui?n nos ve, y qui?n nos conoce? (Isa?as 29:14); Deje el imp?o su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vu?lvase a Jehov?, el cual tendr? de ?l misericordia, y al Dios nuestro, el cual ser? amplio en perdonar (Isa?as 55:7); Si confesamos nuestros pecados, ?l es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9).
Tal vez nosotros debemos considerarnos personas con mucha suerte, mucha m?s de la que gozaron Anan?as y Safira, Ac?n, y tantos otros personajes b?blicos que fueron el vivo ejemplo de c?mo Dios odia a los que suponen esconderse de su presencia para administrar sus pecados ocultos. Por eso la Biblia nos recuerda que si o?mos hoy su voz no endurezcamos nuestros corazones. El coraz?n de Fara?n no tuvo chance alguno, pues Dios lo hab?a endurecido para glorificarse ante las naciones. Tal vez con el tuyo ?l tenga otro prop?sito, por lo cual te recomienda cambiar de mentalidad, reconociendo que eres impotente para salir de esos enredos en que por tu naturaleza concupiscente te has metido. La salida es creer el evangelio que no es otro que Jesucristo mismo, ya que ?l es la buena noticia para el pueblo de Dios. La Biblia dice: el que oculta sus pecados, no prosperar?, pero el que los confiesa y se aparta alcanzar? misericordia (Proverbios 28:13).
C?sar Paredes
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