Viernes, 22 de octubre de 2010

En una de las cartas de Juan, el ap?stol se dedica a disertar sobre el testimonio en el cielo y en la tierra. Asegura que quien cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en s? mismo, pero aquel que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso. Uno se pregunta: ?qu? es el testimonio? Y Juan responde: el hecho de que Dios nos haya dado vida eterna, la cual est? en su Hijo. De all? que quien tenga al Hijo, tenga tambi?n la vida. Lo contrario tambi?n se aplica de manera absoluta: el que no tenga al Hijo, no tiene la vida.

M?s adelante nos asegura que est? escribiendo esas cosas para que sepamos acerca de nuestra vida eterna, lo cual constituye por s? mismo una garant?a. De manera que a partir de ese presupuesto podemos orar confiados, pues por ese hecho -tener el testimonio en nosotros- nos aseguramos que las oraciones sean contestadas, siempre que oremos de acuerdo a la voluntad de Dios.

Uno se pregunta si es posible orar en disconformidad a la voluntad divina y deducimos que podr?a ser posible, en tanto nos apartamos del testimonio que est? en nosotros. Pareciera que por momentos experimentamos estar fuera de ese testimonio. Mas somos nosotros los que nos alejamos, no es ?l quien se va de nosotros. Ac? existe ese rengl?n dif?cil de entender, a no ser que acudamos a dos conceptos teol?gicos muy importantes.

El primero de esos conceptos es el hecho de que tenemos una naturaleza contaminada, que aborrece lo bueno, con tendencia al mal. Ya corrompida, la raza humana se ha alejado de su Creador. No lo soporta, ni resiste la luz, sino prefiere las tinieblas. El cristiano contin?a pecando, a pesar de tener el testimonio consigo. Es la concupiscencia de la carne quien a veces lo domina y le recuerda que es de la tierra. Por eso los deseos de los ojos, el mundo y la vanagloria de la vida hacen fest?n y lo desv?an de su deseo y querencia de caminar junto con el Padre.

El segundo de los conceptos es la voluntad de Dios. Nada se mueve en este mundo, en este o en cualquier universo, sin que Dios lo haya previsto y ordenado. No se trata de una voluntad permisiva, sino de una voluntad ejecutiva. Si recordamos el Padre Nuestro, vemos una ense?anza de Jes?s: no nos metas en tentaci?n, sino l?branos del mal (del maligno dicen otras versiones). Dios tiene la potestad de meternos en ciertos enredos, de acuerdo a sus planes eternos. Pero nosotros somos llamados a suplicar que no lo haga. All? pareciera haber una tensi?n, pero es simplemente si lo miramos desde afuera. La realidad es que en la medida en que nos acometamos a andar con ?l, pareciera que ?l tambi?n se acerca m?s a nosotros. Am?state ahora con ?l, y tendr?s paz, y por ello te vendr? bien (Job 22:21). ?C?mo funciona eso de la voluntad de Dios para nosotros? La respuesta implica una vida de examen y estudio particular, para valorar la interacci?n suya en nuestras vidas.

Pero ambos conceptos se combinan y sirven para ilustrar la importancia de caminar con Dios, y solo en esa medida oraremos seg?n su voluntad y tendremos las peticiones que le hayamos hecho. A veces nos hemos acostumbrado a creer que Dios viene en nuestro auxilio, en la medida en que clamamos. Pero cuando uno busca en las Escrituras, entonces el fen?meno se ve desde otra perspectiva. No es que venga en nuestro auxilio, como si estuviera distante. Es que a?n esas circunstancias dif?ciles por las que pasamos han sido pensadas desde antes en su soberana voluntad y designio. Todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3). ?Se tocar? la corneta en la ciudad y no se estremecer? el pueblo? ?Habr? alguna calamidad en la ciudad sin que Jehova la haya hecho? (Am?s 3:6). Mi consejo permanecer?, y har? todo lo que quiero (Isa?as 46:10). En el libro de Daniel leemos respecto de Nabucodonosor, cuando le fue restaurada la raz?n: Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y ?l hace seg?n su voluntad en el ej?rcito del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ?Qu? haces? (Dan 4:35).

Juan introduce uno de los textos m?s dif?ciles de interpretar en la Biblia. Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedir?, y Dios le dar? vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida (1 Juan 5:16). El verso 17 a?ade que Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte. En el texto griego se lee el verso 16 como un pecado que conduce hacia la muerte, pros t?natos. No se nos dice que sea un pecado particular, sino que hay pecado de muerte. Pareciera entonces que eso depende del pecado y del pecador en ciertas y determinadas circunstancias. No dijo Juan que hubiera pecados de muerte, como si pudiere elaborar una lista, con lo cual hubiera facilitado nuestra tarea, sino que dice que hay pecado de muerte. Esa es una manera muy general de sugerir que pudiera ser relativo para cada creyente.

Juan habla de hermano, dici?ndonos que es un creyente el que puede cometer el pecado de muerte. Como refuerzo, en el verso 18 asegura que quien ha nacido de Dios no practica el pecado, porque Jesucristo le guarda, y el maligno no le toca. Recordemos la oraci?n del Padre Nuestro: l?branos del mal (del maligno). Al tratarse de un hermano que es guardado por Jesucristo, sabiendo que ?l intercede por nosotros ante el Padre, que el mismo Padre nos disciplina como a hijos, que el Esp?ritu Santo nos anhela celosamente, y que los hermanos no practican el pecado, entonces tenemos que entender que la muerte de la cual Juan nos habla no puede ser muerte espiritual para condenaci?n eterna.

Hay criterios divididos. Algunos sostienen lo contrario de lo que ac? se afirma, pero las razones que esgrimimos nos permiten sugerir que se trata de muerte f?sica, o de una muerte social. En la iglesia de Corinto exist?a un problema con el desorden en la cena del Se?or. Pablo asegura que por esa raz?n muchos duermen, y otros andan enfermos, apagados. En otro caso de la misma iglesia, un creyente hermano se acostaba con su madrastra. Pablo ordena a la iglesia que lo entreguen a Satan?s, para muerte de su carne, a fin de que su esp?ritu viva en el d?a postrero. La iglesia obedece y el hermano sufre y se siente desolado. Parece ser que fue entregado al pecado (pues a Satan?s el pecado le fascina) y tuvo tal aborrecimiento por el mismo, se sinti? tan relegado socialmente (la muerte social) que en la segunda carta Pablo aconseja a la iglesia a que lo restauren en la comuni?n, pues que ya el hombre se consum?a en mucho dolor y pesar. Ese caso ilustra un pecado p?blico y horrendo, terriblemente da?oso en el ?rea individual y social, pero que a pesar de su repugnancia, y por efecto de su castigo -la entrega a Satan?s-, el hermano pudo ser restaurado y seguir viviendo, y no muri? f?sicamente.

Son dos conceptos diferentes: el pecado de muerte y la pr?ctica del pecado. El que practica el pecado (verso 18) no ha nacido de Dios. Pero hay hermanos que cometen pecado de muerte (verso 16). Juan nos asegura en el verso 19 que somos de Dios, de manera que no estamos bajo el maligno. Toda esta admonici?n dada en esta carta sirve para ordenar nuestros pasos. Y si el justo con dificultad se salva, ?En d?nde aparecer? el imp?o y el pecador? ?(1 Pedro 4:18). Pero tambi?n hay promesas maravillosas que nos alientan a continuar nuestra peregrinaci?n hacia la patria celestial, ese hogar que anhelamos como nuestra meta. Ver? el fruto de la aflicci?n de su alma, y quedar? satisfecho; por su conocimiento justificar? mi siervo justo a muchos, y llevar? las iniquidades de ellos (Isa?as 53:11). La intercesi?n de Cristo se une a su sacrificio, a su encarnaci?n, para que su pueblo sea realmente salvo. Si hemos sido llevados a Cristo por el Padre, entonces no podemos caer en la muerte eterna. Por eso somos invitados a perseverar hasta el fin: son los dos lados de la moneda. Una parte es que hemos sido elegidos desde la eternidad para participar de la gloria venidera, la otra es que se nos encomienda nuestra perseverancia para ser salvos. Ambas cosas son necesarias, pero ambas cosas est?n garantizadas por el Padre. De all? que, quien se crea elegido y no pueda dar el fruto de la perseverancia, pareciera que lo que est? haciendo es practicar el pecado.

Entiendo que la pr?ctica del pecado se produce de la manera en que la conciencia por el mal que se hace est? cauterizada. No hay sensibilidad por el da?o que se comete y quien as? act?a se acostumbra a pecar sin que se moleste su esp?ritu. Tal persona revela que no ha nacido de nuevo, que el Esp?ritu de Cristo no est? en ?l. Poco importa si asiste a la iglesia, si intenta ser una oveja o trigo, o si es fervoroso. Simplemente, no tiene idea del nuevo nacimiento y milita en una profesi?n externa, que no viene de adentro. Eso es la pr?ctica del pecado, eso es estar en el mundo bajo el maligno.

Con el nuevo nacimiento se aborrece el pecado con su pr?ctica. Sabemos que no podemos escapar al pecado, en cuanto tenemos el viejo ropaje todav?a, pero al menos habremos salido de su pr?ctica. El que no ha nacido de nuevo est? habilitado para la pr?ctica del pecado, sin que eso le cause molestias de conciencia o del esp?ritu. Es posible que la consecuencia natural del pecado le incomode, como quien se embriaga y siente la resaca al d?a siguiente, con lo cual le puede abordar el deseo de dejar esa costumbre del alcohol. Pero eso no implica nuevo nacimiento, sino que simplemente es una manifestaci?n de molestia natural, f?sica y emocional de su mal h?bito. Al abandonar una mala costumbre seguir? en la pr?ctica de cualquiera de los miles de pecados a los que la naturaleza humana se puede entregar sin el reclamo de su esp?ritu. Empero, el que tiene el Esp?ritu de Cristo entiende en cada instante que peca que eso no est? bien, que ofende a Dios, que est? da?ando su condici?n de lucha contra las potestades espirituales de maldad. Como consecuencia necesaria le acarrea debilidad, enfermedad y castigo, incluyendo la muerte f?sica.

Uno se pregunta en este punto: ?No es acaso una alegr?a el morir y estar con Cristo, lo cual es much?simo mejor? Eso es lo que Pablo nos asegura. Entonces pareciera que si recibimos la muerte como castigo por el pecado de muerte, se nos est? premiando al ser llevados directamente a la presencia del Se?or.

En este punto debemos ser cautelosos. Los cristianos tenemos responsabilidades ante Dios, ante la iglesia y ante el mundo. Somos libres pero no para usar esa libertad como pretexto de satisfacci?n para la carne (Romanos 6:1). Se podr?a argumentar que a mayor pecado mayor gracia, pero eso es un error. Esa no es la manera de actuar del creyente pues ?c?mo viviremos a?n en el pecado? ?Somos embajadores de Cristo, tenemos el ministerio de la reconciliaci?n, tenemos que mantener un testimonio limpio. De all? que se nos castigue, pues de otro modo ser?amos bastardos y no hijos.

Se nos dice que tengamos cuidado con nuestros pecados, ya que eso nos conduce hacia la muerte: tambi?n la muerte como testigos de Cristo. En el libro de Hebreos (12: 1) se nos asegura que tenemos alrededor nuestro una gran nube de testigos, ya nombrados en el cap?tulo anterior. Ellos son los h?roes de la fe, junto a los cuales vamos a estar. Son los que fueron aserrados, matados por los leones, apedreados, perseguidos, vituperados, atormentados, azotados, prisioneros, de los cuales el mundo no era digno, los que configuran parte de la galer?a de la fe de la que se nos ha llamado a participar, si es que anhelamos una patria mejor, la celestial. Podr?amos ser rescatados como del fuego, sin gloria alguna, sin obra que ofrendar al Padre, si edificamos en heno, madera u hojarasca.

La idea de toda esta parte de la carta de Juan es que nos arrepintamos para vivir. El pecado de muerte no es un pecado particular, sino un pecado que conduce a la muerte, pros t?naton. Tenemos que interrumpir ese camino hacia la muerte, pero eso es cosa entre Dios y el creyente que camina hacia su propia muerte. All? entra la disciplina y el castigo del Padre para con sus hijos a quienes ama. ?Pablo a los Corintios habla de gente salva en la iglesia, pero que por ciertas cosas se hab?an debilitado y enfermado. Las enfermedades son de amplia gama y pueden incluir la inestabilidad mental y emocional. ?Muchos duermen, pues Dios pareciera decir que ha tenido suficiente con eso.?

Los creyentes tienen la capacidad de conocer si lo que hacen es o no es correcto, ya que el Esp?ritu Santo testifica a su esp?ritu que son hijos de Dios. Tambi?n saben los creyentes cuan horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo: muchos no entraron en la tierra prometida, sino que tuvieron que morir antes de que entraran los dem?s. ?Tambi?n se sabe que cada pecado es conducente a la muerte, pues la paga del pecado es muerte, pero como Cristo pag? por los pecados de su pueblo nosotros no podemos morir espiritualmente.

En este punto preguntamos si deseamos confrontar la disciplina del Se?or. Recordemos al rey Nabucodonosor, que altivo y distante fue sometido hasta llegar a comer yerba del campo como un buey. El Se?or lo humill? y lo coloc? como a las bestias del monte, hasta que tuvo que reconocer que Dios solamente era el Alt?simo. Ese es uno de los objetivos fundamentales de la vida cristiana: que Dios se ha hecho un pueblo para S? mismo, a fin de hacerlo objeto de la alabanza de Su gloria. Hemos sido llamados e invitados a esa gloria, pero si nos mantenemos rebeldes seremos sometidos bajo su disciplina, para que finalmente exclamemos de acuerdo a las palabras de ese rey altivo y humillado: Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y ?l hace seg?n su voluntad en el ej?rcito del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ?Qu? haces? (Dan 4:35). Dios es demasiado soberano como para tolerar siquiera un ?pice de soberbia o altivez humana.

C?sar Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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