S?bado, 09 de octubre de 2010

1 Juan 1: 8-10 asegura que: Si decimos que no tenemos pecado, nos enga?amos a nosotros mismos, y la verdad no est? en nosotros.?Si confesamos nuestros pecados, ?l es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a ?l mentiroso, y su palabra no est? en nosotros. Para andar en comuni?n con ?l debemos andar en obediencia. Y la confesi?n del pecado es un asunto de vital importancia. Pero el remordimiento o tormento continuado es una especie de penitencia que no se nos demanda. Eso puede ser parte de una neurosis, de una negativa influencia en nuestras mentes, de una err?nea interpretaci?n del sacrificio de Cristo. Muchos presuponen que ciertos errores o pecados cometidos son peores que otros. Eso es cierto a nivel individual o social. Resulta indudable que si en un ataque de ira alguien le corta un brazo a otro, entonces ese ser? un hecho con consecuencias temporales muy extensas. Pero si dice una mentira sencilla, entonces eso pudiera tener menores consecuencias individuales o sociales. Sin embargo, desde el plano de la perspectiva de Dios, pecado es pecado. Su rechazo a nuestras desviaciones se debe a la sencilla desobediencia que hacemos de sus mandatos. Recordemos el caso de Ad?n en el Ed?n. Su pecado no fue el crimen de Ca?n, ni la sodom?a en Gomorra y Sodoma, tampoco las torpezas del rey Acab. Simplemente fue la desobediencia a un mandato simple, lo cual cost? a la raza humana la ca?da al estar toda ella representada en Ad?n. Se podr?a argumentar que fue el primer pecado humano, y que Dios hubiera podido pas?rselo por alto, que pudo haberle dado una segunda oportunidad al hombre, antes de expulsarlo del Para?so. Pero el relato b?blico nos muestra que un pecado de desobediencia a Dios es suficiente para ocasionar la muerte espiritual del individuo. Porque en resumen, todo pecado grave o sencillo es desobediencia al Creador.

En esta vida cuando cometemos pecado, Dios ha establecido una v?a para la redenci?n: ir a ?l y confesar para restaurar la relaci?n con ?l. Mientras m?s nos alejamos del Se?or, m?s miserables nos sentimos. David es un ejemplo de un ser que estuvo caminando en un pecado de adulterio y asesinato por varios meses. Cuando el profeta Nat?n le llev? el mensaje de Jehov?, comprendi? el rey que su pecado era demasiado grande para soportarlo. Se dio cuenta de su dureza de coraz?n, la cual le hab?a cegado para ver la realidad de su ficci?n rom?ntica con la mujer ajena. Ante el profeta comprendi?, que a pesar de ser conforme al coraz?n de Dios, su humana constituci?n le remontaba hasta el viejo Ad?n, de quien tambi?n hab?a heredado el legado corruptible de la desobediencia. No en vano se ha escrito desde tiempos ancestrales que errar es humano. Porque el pecado es literalmente errar en el blanco. Nuestro objetivo como hijos de Dios es acertar al blanco, pero nuestra punter?a distorsionada requiere entrenamiento para evitar las fallas.

Sin embargo, no es tan simple esta met?fora. La naturaleza humana est? degradada, muerta en delitos y pecados, ciega, con tendencia al mal. Su querencia es de continuo la injusticia. La vieja rebeld?a mostrada en el huerto del Ed?n se nos acerca como una avalancha, rodando durante siglos enteros, recogiendo los m?ltiples errores que la raza humana ha vendimiado en su historia. De esta forma, nos arropa y nos cobija desde nuestros genes; nos educa y nos entrena en la sutileza de la carne. A?n desde muy ni?os ya mostramos la inclinaci?n por imitar nuestra historia, abundante en ejemplos de soberan?a humana, de reclamo de libertades y de la emancipaci?n de nuestro Creador.

La comuni?n de David se vio rota. Su gozo consigui? el extrav?o. Pero sab?a que muy bienaventurado ser?a aquel cuya transgresi?n hubiere sido perdonada y cubierto su pecado. Por eso reconoci? que ?l era ese hombre del cual le hablara la par?bola de Nat?n. Hab?a sacrificado la ?nica ovejita de su pr?jimo para com?rsela, sin menoscabo del da?o que hiciera, sin considerar que ?l como rey de Israel ten?a miles de ovejas en sus corrales. Tan avanzado hab?a sido su ego?smo, y su retiro a los atrios de los deseos de los ojos, que en su auto-contemplaci?n obvi? la injusticia a la que fuera invitado a participar, apartando con las fuerzas de su contexto personal toda la palabra de la ley de Dios que ?l pregonaba. El sab?a tambi?n que todo aquel que encubriera su pecado no prosperar?a. Pero si lo confesaba y se apartaba de ?l, entonces alcanzar?a misericordia. ?

La oraci?n es uno de los medios para acercarnos a Dios y tener comuni?n con ?l. Sabemos que la confesi?n de nuestros errores se puede hacer en ese espacio dedicado a la plegaria. David hab?a huido de la presencia de Dios por varios meses; poco importaba que repitiera oraciones o escribiera poemas. Su comuni?n estuvo interrumpida, rota, distanciada, porque su coraz?n se hab?a volteado hacia la desobediencia. El amor del Padre, semejante al que le fue mostrado al hijo pr?digo, ese padre expectante que sal?a a mirar el tiempo en que su hijo regresara a casa, fue lo que lo hizo reaccionar. De no ser por las palabras del profeta -en ese caso la palabra de Dios- David hubiera continuado en su inconsciencia.

El entrenamiento en el error genera un aprendizaje del error, una internalizaci?n en nuestra mente de que estamos haciendo correctamente lo que hemos aprendido mal. Podemos asumir una mentira como verdad, un mito como realidad, una leyenda como historia. Muchas ideolog?as se han sembrado en nuestra cultura y nos gobiernan porque se han instaurado como argumentos de autoridad. Ellas son el ligamen social de nuestros actos. Nos sentimos convalidados con nuestros pr?jimos porque hacemos aquellas cosas que la ideolog?a colectiva nos instruye como actos v?lidos y necesarios. Pero no es hasta que entramos en el santuario de Dios que vemos la transparencia negativa de esas im?genes, que antes nos encantaban. Eso implica un duro trabajo. De igual forma le sucedi? al salmista Asaf (como se muestra en el Salmo 73), pues en cuanto a ?l, casi se deslizaron sus pasos, pues reflexionaba acerca de la prosperidad de los injustos. ?Los imp?os dicen: ?C?mo sabe Dios? ?Y hay conocimiento en el Alt?simo? (Salmo 73:11). Eso le era duro trabajo a este salmista, hasta que entrando en el santuario de Dios comprendi? el fin de ellos. Dios los ha puesto en deslizaderos, ser?n asolados de repente, se consumir?n de terrores. El alma del salmista se llen? de amargura despu?s de comprender su torpeza, pues dijo de s? mismo que era como una bestia delante de Dios.

Pero algo enorme sucede en los corazones de los escogidos de Dios. A pesar del pecado que distancia y separa, sabemos que siempre estamos con ?l.? Asaf as? lo escribe: Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado seg?n tu consejo, y despu?s me recibir?s en gloria. ?A qui?n tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra?Porque he aqu?, los que se alejan de ti perecer?n; T? destruir?s a todo aquel que de ti se aparta. (Salmo 73: 23-25 y 27).

La oraci?n es la clave de la comuni?n con Dios. Una vez en su presencia confesamos nuestras faltas para que nuestro esp?ritu no se sienta alejado de ?l. Nuestra destrucci?n nos ronda cuando nos apartamos de Dios, pero el Padre nos aguarda como al hijo pr?digo. Sabemos que somos hijos, que eso no depende de nosotros, sino que es parte del gran amor de Dios por habernos llamado de esa manera (1 Juan 3:1). Sabemos que es necesario nacer de nuevo, y esto tampoco es por obra nuestra pues depende del Esp?ritu de Dios. Sabemos que hemos ido a Cristo, y esto tampoco depende de nosotros, pues hemos sido enviados a ?l porque el Padre as? lo ha dispuesto (Juan 6). Tambi?n conocemos que el que empez? en nosotros la buena obra la terminar? hasta el final, pues Cristo es el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2). Sabemos que como al pecador empedernido de la iglesia de Corinto, as? nosotros si tal hici?remos, seremos entregados a Satan?s para muerte de la carne, si bien el esp?ritu ser? salvo en el d?a postrero. No queremos pasar por ese trago amargo de ser entregados al enemigo nuestro por un tiempo, tampoco queremos caer bajo el castigo de Dios -que horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo. Sin embargo, Dios al que ama castiga, y azota a todo el que tiene por hijo (Hebreos 12:6). De no hacerlo as?, entonces no ser?amos hijos, dice la Biblia. David se fue apartando y se fue refugiando en el dictamen del pueblo: Sa?l mat? a sus miles y David a sus diez miles; despu?s de todo ?l era el que se hab?a enfrentado a Goliat, para liberar a Israel de las manos de los filisteos. Era el ungido de Jehov?, diestro para las batallas. Estaba refugiado en su fama como poeta de Dios, en la protecci?n que le daba al Arca de la Alianza, en su cualidad de profeta divino. Y muy a pesar de ser conforme al coraz?n de Dios, la naturaleza de Ad?n lo asalt?, lo enmudeci?, lo desvi? hacia los derroteros del enemigo, siguiendo los pasos de sus instintos pasionales. Fue tentado y cay? en la tentaci?n. Fue un enredo p?blico y privado; signific? una mancha en su curr?culo.

Pero cuando escuch? la admonici?n de Dios a trav?s de Nat?n, entonces cay? a tierra postrado ante Dios, reconoci? que ?l era un pecador que merec?a el castigo del Alt?simo. A pesar del castigo, continu? siendo rey de Israel, profeta, salmista -escribi? en ese per?odo el Salmo 51-, y era amado por Dios. Cuando Dios pens? en nosotros, mucho antes de que el tiempo existiera, no tom? en cuenta nuestros errores y desobediencias, pues de haber sido as? no nos hubiera escogido para esa salvaci?n tan grande. El que crea lo contrario entonces se est? envaneciendo en su imposibilidad, y es resistido por Dios el cual detesta la soberbia. Cuando nos escogi?, lo hizo mucho antes de que hici?ramos bien o mal, para que el prop?sito permaneciera por el que elige, no por nuestras obras (Romanos 9). De esta forma no hay jactancia de nuestra parte, simplemente alabanza a su misericordia. Adem?s, no pudo ser de otra forma, por cuanto la humanidad entera est? muerta en delitos y pecados, y eso imposibilita de hecho el que le anhelemos y le busquemos.

El creyente puede cultivar paz y comuni?n a trav?s de la oraci?n. Dios est? en control de cada una de nuestras circunstancias, y cuando oramos entramos en contacto con el Dios que todo lo sabe, que todo lo puede. A pesar de nuestras tribulaciones caminamos en paz, pues ese Dios revelado en la Biblia nos ense?a que no tenemos que preocuparnos por nada (Filipenses 4:6). Los errores que cometamos pueden interrumpir la l?nea de relaci?n con el Se?or, pero somos llevados a arrepentimiento, como lo asegura Juan: abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Dijimos que tenemos la disciplina de Dios como soporte, pues a todo el que ama castiga, pero, adem?s, el Se?or intercede por nosotros, pues es el Sumo Sacerdote que cumple tal funci?n: por lo cual puede tambi?n salvar perpetuamente a los que por ?l se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos (Hebreos 7:25). Esas dos condiciones bastan para entender que como hijos, a pesar de las ca?das, somos llevados a la confesi?n. Ya estamos limpios, dijo Jesucristo, solamente tenemos que lavarnos los pies, es decir, confesar y apartarnos de nuestros errores.? Por eso, la gran mentira es que nos creamos desechados para siempre, como si no tuvi?semos esperanza. Lo il?gico de ese pensamiento es que contradice la Escritura misma: Si antes -por culpa de nuestros errores o pecados- ?ramos enemigos de Dios, y ahora hemos sido reconciliados, mal puede ser cierto que por nuestros errores nos convirtamos de nuevo en sus enemigos. Su amistad nunca ha dependido de nosotros, sino de un acto de buena voluntad suya. Con mayor raz?n, ya siendo reconciliados con Dios seremos llamados a la confesi?n: si confesamos nuestros pecados, ?l es fiel y justo para perdonarnos (1 Juan).

Santiago nos recuerda que tenemos que pedir a Dios para tener las cosas que necesitamos, pedir con fe, no dudando, porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que va y viene. Debemos pedir, no para gastar en nuestros deleites, sino conforme a su voluntad. Dios tiene pensamientos de paz para sus hijos, pensamientos de bien, para darnos el fin que esperamos. Jes?s nos dio ejemplo de c?mo velar y orar, para no entrar en tentaci?n. Somos llamados a orar, a tener comuni?n con el Alt?simo. La oraci?n es un acto, pero tambi?n es una actitud. Es la habilidad desarrollada para la comuni?n con Dios, arte al que somos llamados a participar como hijos. Esa actividad renueva nuestra manera de pensar, despoja a nuestra mente de sus cargas y fantasmas, nos desarrolla el m?sculo de la confianza. La oraci?n es la sumisi?n absoluta del alma, de la mente y de nuestro esp?ritu, a la voluntad de aqu?l que nos llam? de las tinieblas a la luz.

Finalmente, cabe la pregunta ?c?mo negarnos a la seducci?n de la respuesta? Eso ser?a suficiente motivo para acercarnos confiadamente al trono de la gracia. Sus cuerdas de amor nos sostendr?n delante de su magnificencia, y de esa forma nos har? descansar. Por si fuera poco, todas las cosas nos ser?n a?adidas.

C?sar Paredes

[email protected]

destino.blogcindario soberania de dios

?

?

?


Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 15:47
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios