Aunque algunos afirman que Dios ama a todas las personas, otros sostienen que no desean el amor que Jes?s manifest? por Judas. Este amor no fue salv?fico. Unos te?logos desde la antig?edad cristiana reclaman que la culpa de Judas y la culpa de los renegados que rechazan a Dios, es absolutamente de ellos. ?Sin embargo, otros te?logos cristianos mantienen que esa decisi?n obedece a planes exclusivos de Dios. Por ejemplo, existi? un plan detallado para la crucifixi?n de Jes?s. Esto fue meticulosamente anunciado por los profetas, cientos de a?os antes de que sucediera. De manera que conviene verificar si realmente Dios ama a toda la humanidad con el fin de salvarla de la eterna condenaci?n que ?l mismo ha creado.
Si Dios ama a unos y detesta a otros, entonces surge otra interrogante: ?cu?les fueron sus razones para semejante amor y odio?? Moralmente somos personas sin atractivo, con una personalidad suficientemente abominable. De hecho se dice que somos injustos, que no hacemos el bien, que el mal que no quisi?ramos hacer eso hacemos. No obstante, se dice que Dios ama dentro de la humanidad a un grupo de personas.?
Pero qu? sucede con los que no son elegidos para amar. Si los que Dios escogi? amar son por naturaleza abominables, entonces los otros, los dejados a un lado, tambi?n son hechos de la misma masa. ?Cu?l ser?a la raz?n para escoger a unos y rechazar a otros? De nada vale argumentar que eso es una interpretaci?n desviada o intencionada que hacemos de la Escritura. ?Fij?monos bien en que si nos apartamos de este criterio, que est? ampliamente documentado en la Biblia, y tomamos la idea o la ficci?n teol?gica de la libertad humana, seg?n la cual escogemos nuestro destino eterno, entonces el problema sigue igualmente sin resolver. ?Por qu? un Dios de amor, que da iguales oportunidades a toda la raza humana para ser rescatados por el evangelio, habiendo previsto de antemano la condenaci?n de millones de millones, no tuvo misericordia de ese lote y los preserv? de la ca?da?? Ese Dios ha podido no crearlos, ha podido crearlos y salvarlos -pues se dice Todopoderoso. Pudo -previendo el so?ado libre albedr?o humano- no crear a esos seres, no permitirles nacer, para que no pecando no muriesen espiritualmente. Como vemos, el problema moral de Dios no queda resuelto.
Si bajo la hip?tesis del libre albedr?o humano, en Dios prevaleci? el amor a la libertad de la criatura antes que el amor por la criatura misma, entonces seguiremos dudando de la cualidad moral de ese Dios. De una u otra forma, el que una criatura humana padezca eternamente en el infierno, bajo inimaginables tormentos, sigue siendo absoluta responsabilidad del Creador. El razonamiento sigue siendo simple: si los predestin? para tal fin, como parece decirlo la Escritura a lo largo y ancho de sus p?ginas, o si los dej? a su libre arbitrio para que decidieran escogerle como salvador, a pesar de que la muerte espiritual supone impotencia para escoger el camino de salvaci?n, en ambos casos sigue en el banquillo de los acusados.
Como quiera que ya nuestra naturaleza le condena, ahora surgen los salvadores teol?gicos con teor?as explicativas para tratar de justificar la voluntad divina. La respuesta que da la misma Escritura es una: ?qui?n eres t? para que alterques con Dios? Lo dem?s es silencio absoluto. El problema estriba en que la respuesta ha de comenzar en lo que Dios revela de S? mismo. Lo que a nosotros suele parecernos razonable, en la mente de Dios puede ser muy diferente. Mis caminos no son vuestros caminos, ni mis pensamientos vuestros pensamientos.
En nuestro diario vivir vemos como contingencia la cadena de eventos que nos acontece. Los hechos en los que estamos envueltos nos parece que pueden o no pueden acaecer. Persiste la idea de que ciertos actos ocurren por la intervenci?n de la autonom?a humana. Esa gran lucha interpretativa de los fen?menos que acaecen sirve de argumento para defender a Dios. El Dios acusado por nuestra naturaleza es ahora benevolentemente defendido. Defendido por aquellos que ?l mismo no defendi?, por aquellos que ?l mismo rechaz? desde un principio. Porque semejante atrevimiento no parece obra de ning?n verdadero hijo de Dios. Entonces lo necesario y lo contingente se apuntalan para demostrar que Dios es inocente de cuanto sucede en nuestras vidas. Dicen algunos que Dios en su soberan?a decidi? dejar de conocer, ignorar, no conocer nuestras contingencias, es decir, aquello que puede o no puede ser. Pero eso negar?a incluso al Dios Omnisciente, que aunque no predestinara ni eligiera por el puro afecto de su voluntad, solamente conoce de antemano lo que sus criaturas habr?an de hacer. Sabemos que una presunci?n del conocimiento es que el evento conocido no sea contingente, sino necesario. Sabemos que si Dios sabe que ma?ana va a llover en determinada ciudad, a determinada hora, es porque ese evento no est? sujeto a contingencia, sino que es ya un hecho. De manera que ese hecho es absolutamente necesario para ?l. ?Desde nuestra perspectiva, sometidos a la ignorancia de los eventos futuros, para nosotros suele ser contingente el que llueva o no llueva en determinado momento y lugar. Pero el Dios que predice no ser?a fruct?fero si los eventos predichos no le fueran ciertos. No habr?a tal conocimiento en ?l, pues epistemol?gicamente cuando se conoce algo es porque eso que se conoce debe ser verdadero o cierto. De manera que si el Dios omnisciente conoce de antemano lo que sus criaturas han de hacer, es porque ese conocimiento le es cierto. Si le es cierto, entonces no le es contingente. Pero si sus criaturas que no son omniscientes, que no hab?an a?n nacido antes de la fundaci?n del mundo, no sab?an lo que ellos mismos ir?an a hacer, entonces surge otra pregunta: ?c?mo conoce Dios los hechos ciertos de sus criaturas, si ?stas no han nacido todav?a y no han hecho ni bien ni mal? ?De d?nde averigua ?l el futuro de sus criaturas y todas sus cosas creadas? Ciertamente debemos ser justos y objetivos al reconocer que tal futuro no le ser?a cierto a Dios a menos que ?l se lo hubiera propuesto como un hecho. Si lo supo fue porque lo planific?. Eso cobra mucho m?s sentido, no solo desde el plano de la l?gica, sino desde el ?ngulo del cotejo b?blico.? De manera que el determinismo ha de ser verdad en aqu?l que todo lo conoce. Las cosas preconocidas o conocidas por ?l no pueden cambiar en s? mismas. Lo que ?l conoci? es un hecho ya conocido para ?l, por lo tanto un hecho no cambiable.
Esto no implica que el hombre no pueda intentar cambiar sus condiciones de vida, o no pueda sufrir cambios en su medio espiritual. El asunto ha de ser visto al menos desde dos planos. Desde nuestra perspectiva, por cuanto desconocemos los eventos futuros de nuestra inmediatez, eso se presenta como una cadena de eventos contingentes: pueden o no pueden darse. Desde la perspectiva del que todo lo conoce, esos mismos eventos que acontecer?n a los mortales hombres son absolutamente necesarios que ocurran. De nuevo la interrogante: ?Por qu?, pues, inculpa? Pues ?qui?n ha resistido a su voluntad? ?La respuesta dada por el Esp?ritu a Pablo es la que nos calla cuando entramos en la contemplaci?n de ese majestuoso e inconmensurable poder del Dios que hace como quiere. Con nuestra naturaleza pecaminosa todav?a luchamos para inculpar a Dios por nuestros actos. Poco importa qu? postura adoptemos: la predestinaci?n b?blica o la ficci?n de la criatura libre. En ambos casos es un Dios acusado. ?Si predestina, ?qui?n resiste a su voluntad? Si endurece, ?por qu?, pues, inculpa? Si no predestina, sino que deja al libre arbitrio humano su destino, entonces es un Dios que no puede -o no quiso- salvar a nadie, pero que valora de mucho m?s precio el libre albedr?o humano que el rescate de su alma.
Sin embargo, Pedro el ap?stol recomend? acudir siempre a la ley y al testimonio. No es asunto de lo que supongamos, sino de lo que nos ha sido revelado. Pues asumimos que la palabra revelada es la verdad, ya que de lo contrario la discusi?n no se dar?a. ?Dios ha hecho a?n al imp?o para el d?a malo. Ha preparado los vasos de ira para el d?a de la ira, y los soporta con mucha paciencia. Asimismo ha preparado los vasos de misericordia, para hacer notorias las riquezas de su gloria, todo por el puro afecto de su voluntad. La vieja pregunta de ?por qu?, pues, inculpa? podr?a muy bien acomodarse de esta manera: ?por qu?, pues, salva a muchos?, o ?por qu?, pues, no condena a todos? La gran respuesta molesta a nuestra naturaleza que lucha por curiosear m?s all? de la respuesta dada. ?Y ?c?mo es nuestra naturaleza? Pablo tambi?n se?ala la respuesta que le fue revelada: Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.?Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en m?. Y yo s? que en m?, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien est? en m?, pero no el hacerlo.?Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en m?. As? que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal est? en m?.?Porque seg?n el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que est? en mis miembros. !Miserable de m?! ?Qui?n me librar? de este cuerpo de muerte??Gracias doy a Dios, por Jesucristo Se?or nuestro. As? que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado (Romanos 7: 14-25).
La realidad es que somos responsables de nuestros actos. Judas fue predestinado para hacer lo que hizo, pero fue responsable de lo en su mal?fica voluntad realiz?. Cada uno de nosotros tiene ese conflicto en su naturaleza, el de conocer la ley de Dios y al Dios de la creaci?n, pues su obra testifica ante nosotros de que nosotros no nos hicimos a nosotros mismos. Sin embargo, la humanidad entera no glorific? a Dios, sino que se envaneci? en su soberbia. Alejada de su Creador por la ca?da de Ad?n, el hombre ya no reconoce a quien le ha formado. El hombre desplaza voluntariamente a Dios de su vida, lo sustituye con falacias y con su imaginer?a. No obstante, en la locura de la predicaci?n quiso Dios salvar al mundo, rescatar a sus ovejas que oyen su voz y le siguen. El llamado ha de hacerse, desde luego, y no es otro que arrepent?os en el sentido de volver vuestra mente de la vana manera de pensar, y creed en el evangelio, que no es otro que el regalo que Dios hace a sus elegidos de un Cordero sustitutivo, expiatorio, por el cual se rescata a quien Dios haya previsto para tal fin. ?Yo, yo Jehov?, y fuera de m? no hay quien salve.?Yo anunci?, y salv?, e hice o?r, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehov?, que yo soy Dios. Aun antes que hubiera d?a, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ?qui?n lo estorbar?? (Isa?as 43: 11-13).
C?sar Paredes
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