De nuevo una mujer estéril aparece en las historias de la Biblia, como una madre que espera a un hijo nunca visto. En el plan eterno de Dios estaba prevista esa criatura para la mujer desconsolada, que a su vez sería un salvador para el pueblo de Israel, fustigado por los filisteos. Claro, no era que la promesa del Eterno había fallado sino que la mala conducta de su pueblo había merecido un castigo de mano de sus enemigos. Pero ahora todo cambiaría con la llegada de Sansón, el pequeño sol, como indica su nombre hebreo. Este hijo de Manoa, de la tribu de Dan, llegó a ser uno de los jueces de Israel, un héroe de fe nombrado en el libro de Hebreos, marcado como el hombre de extraordinaria fuerza física capaz de enfrentar solo a los enemigos de una nación.
La signatura de Jehová con Sansón estuvo precedida por la aparición de un ángel a la mujer de matriz improductiva, anunciándole la buena nueva. Poco después se le aparece de nuevo, a petición del esposo de la madre expectante, y Manoa corre hacia él para buscar respuesta a sus preguntas. El niño habría de ser nazareo, por lo tanto su cabello no debía ser rapado de su cabeza. Esa era la consagración a Jehová, y vino a configurar el sello y el secreto de su fuerza. El libro de los Jueces dedica cuatro capítulos a la descripción de la aparición de Sansón en la tierra de Israel. Nos dice que cuando creció quiso casarse con una mujer filistea. Sabido era para el pueblo de Israel que no debía mezclarse con los pueblos paganos, pero al héroe anunciado le entró el capricho de la concupiscencia y solamente apuntaba a la filistea que suponemos le parecía más grata que las mujeres de su nación.
El capítulo 13 de los Jueces nos anuncia que el Espíritu de Jehová había comenzado a manifestarse en Sansón en los campamentos de Dan. Ya estaba dando los primeros frutos, pero su deseo por la filistea lo dominaba. Su padre le advertía una y otra vez que tomara mujer de su familia o de la nación misma, mas Sansón respondió a su padre: Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada (Jueces 14). Los deseos de los ojos, la vanagloria de la vida y los deseos de la carne conspiraban contra Sansón, pero no contra Dios mismo. La Biblia nos dice que los padres de este juez y héroe del Antiguo Testamento no sabían que esa decisión empecinada de su hijo venía de Jehová, porque él buscaba ocasión contra los filisteos (Jueces 13). Gran lección aprendemos de esta situación en la que se nos narra la actitud tozuda y obstinada de un hijo de Dios que de manera perversa se dirige a hacer lo contrario a las normas preservativas de sus circunstancias y vida, pero que nos muestra que detrás de su guión está el redactor de todos nuestros episodios, por monstruosos que parezcan. Podríamos mirar la historia de Jesucristo desde esta misma perspectiva: el Hijo previsto y preparado desde antes de la fundación del mundo (1Pedro 1:20), cuyo dolor y maltrato había sido anunciado siglos anteriores por profetas de Dios, y cuyos ejecutores completaron el plan a perfección, no faltando nada de lo que estaba escrito, pero además sintiéndose complacidos por tan malévola obra humana.
Dentro del plan eterno e inmutable de Dios existe plena sabiduría y perfecta visión de lo que debe hacerse. Dentro de la actividad limitada, histórica del hombre, su misma imperfección le lleva a cumplir con placer la maldad que le dicta su corazón. El objetivo de Dios es precioso y de redención, el objetivo humano es perverso y de perdición. Ambos se complementan, pero ambos han sido planificados por el Altísimo, de quien no podemos más que decir con Pablo el apóstol: ¡Oh profundidad de las riquezas y de la sabiduría de Dios! Asimismo acontecía con Sansón, mientras él pensaba una cosa contraria a lo que sus padres anhelaban y sabían que era lo correcto. El actuaba conforme a su corazón, pero Jehová estaba detrás de esos pensamientos. Por algo dice Salomón: Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina (Proverbios 21).
En la historia de este personaje de la Biblia suele narrarse sus aventuras con leones, a quienes destrozaba con la fuerza de sus manos. También se habla de su capacidad para hacer acertijos o enigmas en las reuniones con sus amistades. Por supuesto que la reunión con esta mujer filistea fue de terror y decepción para su vida, pues era una mujer del grupo de los ¨incircuncisos¨, es decir, de los que no tenían ningún pacto con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Las mujeres filisteas de Sansón están en el plano de la significación del mundo y su plenitud de atractivos, regido bajo su príncipe, el que ahora gobierna las potestades del aire.
Pero la historia celebra los amores de Sansón con Dalila. Esta mujer viene a ser su contrario, su antihéroe y la personificación de la traición. Es el Judas femenino del Antiguo Testamento, la que seduce con sus encantos a quien le profesa su amor y pasión. No se nos dice si esa dama era filistea o si era de Israel, pero lo que sí es cierto es que se puso al servicio de los enemigos de Israel a cambio de un poco de dinero. Su objetivo era descubrir el secreto de su fuerza, de tal forma que los adversarios pudieran debilitarlo a tal punto que acabarían con su poder. Muchos fueron los intentos de Dalila, a quien Sansón todavía no descubría el arcano de él y de su familia, el otorgado por el ángel de Dios antes de ser concebido. En la medida en que la mujer indagaba sobre el misterio de su fuerza, Sansón respondía con sus fantasías para tratar de calmar a esta su amada. Sin embargo, después de varios intentos, Dalila le arguyó muy suspicazmente lo siguiente: ¿Cómo dices: Yo te amo, cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me has descubierto aún en qué consiste tu gran fuerza (Jueces 16:15). De nuevo el mismo ardid preferido desde los siglos, acusar a otro de lo que uno mismo es acusable. Dalila señala a Sansón como mentiroso, aunque la engañadora era ella misma.
Dalila es el modelo de las mujeres sin escrúpulos que han utilizado o siguen utilizando sus encantos físicos y engañosos corazones para atrapar hombres fuertes hasta arruinarlos. La pasión carnal que Dalila despertara en Sansón hizo que éste olvidara su misión divina, pues es claro que su fuerza era el producto de su consagración a Dios, no de su cabellera, aunque ésta constituía su símbolo. Una vez que sumido en la premisa de la prueba del amor, le confiesa su secreto, y mientras Sansón dormía, Dalila le cortó su cabellera. Entregado a los soldados filisteos, le arrancaron los ojos, lo encadenaron como a un esclavo y lo colocaron frente a una piedra de molino para que moliese en su prisión.
Vejado y humillado por sus enemigos, suponemos que lamentaba haber revelado el secreto del pacto entre él y Jehová. Arrepentido habría de recordar lo efímero que es el placer, lo terrible que implicaba haber sido picado y mordido por la serpiente antigua, que según el Apocalipsis se llama diablo y Satanás. Su cabellera fue creciendo junto con el tiempo, y llegada la ocasión (que entendemos también fue prevista por el Dios de la Biblia), los filisteos preparaban una fiesta a su dios Dagón. A su templo llevaron a este esclavo héroe para hacer burla de su acabada fuerza, además vencida por su propio ídolo, según era el comentario que ellos sostenían. Dice la Escritura que Sansón les servía de juguete delante de ellos. En este punto sucedió lo que se denomina el desenlace de todo verdadero hijo de Dios que ha pecado, se ha apartado de su gracia y se ha arrepentido. Entonces clamó Sansón a Jehová, y dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos (Jueces 16:28). Algo parecido le sucedió a Jonás en el vientre del pez, algo similar nos sucede a nosotros en este peregrinar por el mundo. En el caso de Jonás su clamor fue para salir y continuar con su labor encomendada, pero Sansón prefirió morir junto con los filisteos, derribando las columnas sobre las que se sostenía la casa.
Podemos perder nuestras fuerzas para soportar la existencia agobiante que a veces nos circunda, podemos perder la vista y quedar sumergidos en las tinieblas siniestras de la vida, podemos sentirnos lejos de nuestra verdadera patria, pero al igual que el hijo derrochador, también podemos recordar al Padre que nos anhela expectante. Sansón, David, Jonás, y muchos otros volvieron en sí. Una vez retomada la conciencia de quiénes eran y hacia dónde iban, emprendieron el camino de regreso a casa, como lo hiciera el hijo pródigo. Les aguardaba el perdón, el recibimiento, el estatus de hijos y sus oraciones fueron contestadas.
Finalmente, bueno es recordar y tener presente lo que el profeta Miqueas dijo una vez: No creáis en amigo, ni confiéis en príncipe; de la que duerme a tu lado cuídate, no abras tu boca…Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá (Miqueas 7:5-7).
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