Según Pablo, Dios anuncia una nueva era a través de la muerte de su Hijo. En el Antiguo Testamento, la gente era justificada creyendo en Dios, mirando hacia la promesa del Mesías que habría de venir. Incluso Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Job afirmó que él sabía que su Redentor vivía. Ahora, bajo el Nuevo Pacto, somos justificados a través de la fe en el Mesías, y también somos declarados rectos delante de Dios, gracias a la muerte propiciatoria de Jesucristo.
Este Jesús se le apareció a Pablo en forma dramática. Siendo Saulo de Tarso, el cruel y emblemático perseguidor de los cristianos, el que estuvo presenciando el apedreamiento de Esteban, el férreo defensor de la ley de Moisés dentro del pueblo judío, fue derribado de su caballo cuando continuaba su carrera loca intentando defender con las armas carnales el mensaje de Dios. Ciertamente, como él mismo refiere en su carta a los romanos, se había convertido en un celoso de Dios, pero no conforme a ciencia. En otros términos, Pablo amaba a un Dios (dios) que no conocía, del cual no tenía ninguna revelación. Para el nuevo apóstol del evangelio, ese momento en que es derribado de su altivez dejó una profunda huella en su mente, en su alma, en su espíritu e incluso en su cuerpo, pues quedó ciego por un tiempo. El presenta en definitiva la visión del Cristo resucitado, pues si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe…aún estáis en vuestros pecados (1 Corintios 15).
Desarrolla también la tesis de la iglesia como cuerpo de Cristo, al que pertenecen los dones que los creyentes tienen. Cada participante de este cuerpo tiene alguna cualidad importante para desarrollar en el desempeño de la nueva institución, y eso es un don, un regalo, que ha de usarse en forma armoniosa en el entretejido de hermanos que integran esta masa de gente. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo…Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?...Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?...Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?...Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro…De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular (1 Corintios 12).
Pablo también nos enseñó que el Espíritu Santo era el poder más efectivo para la vida de santidad en cada creyente, más eficaz, incluso, que el poder de la ley en tiempos de Moisés. Sabido es que la ley enseñó a la gente lo que tenía que hacer, pero no pudo proveer la voluntad o poder para hacer lo bueno; sin embargo, el Espíritu de Dios sí provee tanto el poder como la motivación. El mandato es por tanto a andar en el Espíritu, y a no satisfacer los deseos de la carne, que se opone contra el Espíritu, así como el deseo del Espíritu se opone contra la carne. En tal sentido, bajo esta oposición que se manifiesta en la vida de los creyentes, surge una parálisis que impide hacer lo que queremos hacer, pues con la mente servimos a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado, y cuando hacemos lo que no queremos, no lo hacemos nosotros, sino el pecado que mora en nosotros (Romanos 7:20), pues que en el hombre interior nos deleitamos en Dios, no obstante existe una ley en nuestros miembros que nos lleva cautivos a la ley del pecado que mora en nuestros miembros. A pesar de todo ello, si somos guiados por el Espíritu vamos venciendo esas obras de la carne que son entre otras: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas (Gálatas 5:20-21). Esta práctica no nos permite heredar el reino de Dios (que es justicia, paz y gozo en el Espíritu -Romanos 14), en cambio el fruto o consecuencia del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5).
Otros de los grandes temas tratados por el apóstol de los gentiles es el de la segunda venida de Cristo. Los cristianos compartirán la gloria del Hijo de Dios cuando regrese a esta tierra, pues el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras (1 Tesalonicenses 4).
La vida de este gran apóstol nos es contada en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Nacido en Tarso, aprendió a comerciar con tiendas de campaña, las cuales sabía hacer; estudió a los pies del gran maestro de la ley llamado Gamaliel, lo cual lo hizo docto en estos saberes. En su juventud se dedicó a perseguir a los cristianos, recibió la comisión de ir a Damasco para una cruel persecución a la iglesia, pero en ese trayecto se le apareció el Señor en forma milagrosa. Saulo -su anterior nombre- cayó desplomado a tierra, fue cegado por el resplandor del Hijo de Dios, quien le pregunta: ¿por qué me persigues?, a lo cual no pudo sino exclamar: ¿Quién eres, Señor? Tres días quedó absolutamente ciego, y después siguió padeciendo de la vista a lo largo del resto de su vida. Como necesaria consecuencia aprendió a conocer cuánto tenía que padecer por servir a Cristo, pues fue encarcelado varias veces, azotado, escarnecido; sufrió naufragio, fue picado de una víbora, sanado milagrosamente. Ávido lector de filosofía, literatura y versado en el Antiguo Testamento, profirió un elocuente discurso en Atenas, citando a uno de sus poetas, inmortalizando sus frases que permanecen selladas en el texto sagrado: Porque linaje suyo somos. Apeló al César para tratar de llevar el mensaje al emperador; cumplió su sueño de ir a Roma donde al parecer fue asesinado.
Uno de los escritores más prolijos en el Nuevo Testamento, con doctrinas bien desarrolladas como cuerpo estructural, es el que mejor ha expuesto el tema de la predestinación y la elección de Dios. Su comprensión de este tópico le llevó a un profundo pesar en su corazón al entender que tenía parientes según la carne, familiares muy queridos que no habían sido predestinados para creer el evangelio de Jesucristo. Habían sido rechazados desde los siglos como rechazado había sido Esaú, y frente a esa realidad dura no podía sino sentir dolor. Sin embargo, de su comprensión aprendemos la absoluta humildad ante la soberanía de Dios, quien ha manifestado su gracia para con los elegidos, pues no siendo merecedores de favor alguno, no encontrando mérito en nuestro espíritu muerto en delitos y pecados, tendiente siempre al mal, se nos ha otorgado gracia sobre toda gracia para ser llamados hijos de Dios. Se nos ha dado fe como regalo, para a través de ella operar la salvación por el mérito de Cristo, bajo el mecanismo sobrenatural del nuevo nacimiento.
Desde este lado de los siglos queda a todo cristiano que ha leído sus epístolas y ha comprendido su mensaje, el estar agradecido por tan magna obra teológica transferida al cuerpo de Cristo. Pero sabemos que ese agradecimiento es mucho más prudente elevarlo al que propició también desde los siglos la cadena de acontecimientos que ha hecho posible este conocimiento, al único y sabio Dios. Pues que finalmente podemos decir con el apóstol: porque en Él vivimos, nos movemos y somos.
César
Paredes
[email protected]
destino.blogcindario
soberanía de Dios\
Tags: SOBERANIA DE DIOS