Si el Señor no nos hubiera dejado un pequeño remanente, seríamos como Sodoma, y habríamos sido semejantes a Gomorra. Estas dos ciudades eran el epítome de la plenitud del pecado, la sinopsis del mal perpetuado por humanidad alguna. La visión del profeta Isaías anuncia esta aseveración desde su primer capítulo. Estas dos ciudades se encontraban en la llanura del río Jordán, lo cual supone que eran fronterizas con la tierra de Canaán. Algunas ruinas arqueológicas, encontradas a orillas del mar Muerto, revelan los restos de ciudades destruidas por fuego y un gran cataclismo. Unas tablillas descubiertas en Ebla hacen mención a las ciudades de Sodoma y Gomorra. Específicamente a Sodoma, Lot -el pariente de Abraham- se fue a vivir. La historia señala una guerra entre los reyes del Norte contra estas dos emblemáticas ciudades, que al ser vencidas dejaron a Lot en el estatus de prisionero, por lo cual Abraham hubo de rescatarlo (Génesis 14:1-24). Los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera (Génesis 13:13), al punto que el término sodomita fue acuñado para ilustrar la perversión sexual habida en esa tierra. La ira de Dios hizo llover azufre y fuego desde los cielos (Génesis 19:24), y la mujer de Lot en su huída, infringió el mandato de los ángeles al ponerse a contemplar el espectáculo, por lo cual murió convertida en estatua de sal (Génesis 19:26). Este hecho ha quedado como referencia histórica, recogida en el libro de Deuteronomio de la siguiente manera: Y dirán las generaciones venideras…y el extranjero que vendrá de lejanas tierras, cuando vieren las plagas de aquella tierra…azufre y sal, abrasada toda su tierra; no será sembrada, ni producirá, ni crecerá en ella hierba alguna, como sucedió en la destrucción de Sodoma y de Gomorra… (Deuteronomio 29:22-23). Es por eso que el profeta Isaías compara a los líderes de Jerusalén con los regidores de Sodoma, diciéndoles: Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová (Isaías 1:10). Se hizo común en tiempo del Antiguo Testamento el acto de comparar a Jerusalén y a Babilonia con Sodoma, por el hecho de compartir la misma forma de sus pecados, y también por el castigo anunciado sobre sus pobladores. Jesucristo hizo referencia a las ciudades que no recibieran a sus discípulos, afirmando de ellas que en el día del juicio el castigo sería más tolerable para Sodoma y Gomorra, que para esas ciudades (Lucas 10:12).
Pablo saca a relucir en el Nuevo Testamento este vicio de la sodomía. En su carta a los romanos, desde el verso 18 hasta el 32, del capítulo 1, hace una disertación, un tratado en el cual expresa su punto de vista como apóstol de Jesucristo, una disquisición sobre este tema. Este contenido a tratar estaba muy de moda en la época del imperio romano bajo el cual vivía, de quien Petronio, político y escritor romano que viviera en el primer siglo de la era cristiana, dio testimonio con su libro el Satiricón. En esta novela satírica se narran las aventuras de algunos libertinos, entre los que se encuentra Encolpio, cuyo amante es un hermoso adolescente de 16 años llamado Gitón. Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Esa es la introducción de Pablo a su breve tratado sobre la sodomía narrada en la carta a los romanos.
Esa ira de Dios es prueba de la condenación del mundo, ya que el orden del Cosmos ha debido incitar al hombre a honrar debidamente a ese Dios conocido por sus obras. Existe en este discurso la noción de revelación general por parte del Creador, de manera que cada quien debe entender que si él existe es porque fue creado con algún propósito; el hombre tiene internamente el sentido de que algo más grande existe fuera de él, de manera que puede concluir por sí mismo que hay un Dios y que él mismo no es Dios. El no entender este principio hace que se detenga la verdad con injusticia, y de eso es responsable la humanidad. Si bien nuestro espíritu no puede comprender con justeza la grandeza de Dios, al menos existe una cierta parte que podemos comprender, ya que Dios se acomoda a nuestra pequeñez en la obra de la creación. El hecho mismo de que el poder de Dios se haga visible en sus obras, implica que Dios manifestó a la humanidad lo que Él era, por lo cual los seres humanos tienen la capacidad natural de reconocer al Creador a través de la imagen del universo. Este conocimiento intrínseco, presupone que el hombre sí ha conocido a su Creador por su obra. De allí que Pablo continúa: Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
El problema fundamental del hombre es no glorificar a Dios, de quien tiene conocimiento por cuanto el mundo no ha podido ser hecho por una causa fortuita, ni por sí mismo, de manera que presupone un Autor. La humanidad hoy día está llegando al clímax del repudio al Creador, por cuanto se ha inventado la fábula urbana de la evolución (de la urbe científica), por lo cual anda envanecida en sus razonamientos. En otros términos, según la declaración paulina, la humanidad hoy andaría con un necio corazón entenebrecido, oscurecido, mitigado. Un corazón al que le ha bajado la luz, se ha hecho oscuro y empañado, al igual que el de sus predecesores en la época pre-apostólica. Y consecuencia lógica es que si se abandona la verdad de Dios, no queda sino la vanidad de los sentidos, ya que el más alto espíritu de agudeza, la más elevada intensidad de inteligencia, se disipa como el humo. Si un ser inteligente me crea a mí y me da el regalo de la inteligencia, y por ella yo niego a ese ser dador de mis capacidades intelectuales, entonces esa actitud es por demás necia, carente de inteligencia. Prueba de la existencia de la idea de Dios en sus corazones es el hecho de habérselo imaginado en diversas formas, pero bajo el vicio de suponerlo en forma de rana, de buey, de reptiles, de hombre corruptible. El error sigue siendo el mismo, por cuanto todo eso no es más que obra creada por el autor de todo cuanto existe, de manera que eso no puede ser Dios. Sin embargo, la humanidad se forjó un Dios nuevo, ficticio, un fantasma divino, en palabras de Calvino. Y es que Dios no se compara al leño, al bronce, al oro, a la plata del orfebre: ¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para que seamos semejantes? Sacan oro de la bolsa, y pesan plata con balanzas, alquilan un platero para hacer un dios de ello; se postran y adoran. Se lo echan sobre los hombros, lo llevan, y lo colocan en su lugar; allí se está, y no se mueve de su sitio. Le gritan, y tampoco responde, ni libra de la tribulación. Acordaos de esto, y tened vergüenza; volved en vosotros, prevaricadores. Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré (Isaias 46: 5-11).
En su disertación sobre la sodomía, Pablo introduce un conector de causa y consecuencia, por lo cual, queriendo significar que hay una relación en lo que viene diciendo con lo que va a decir a continuación. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.
Aunque el texto habla por sí solo, agrego un extracto del comentario de Calvino a los Romanos, en el cual da su comprensión acerca del por qué Dios los entregó a esas pasiones vergonzosas. Calvino habla de la venganza de Dios, precipitando a esas personas en perdición y ruina infinitas. ¨Teniendo en cuenta que nada es de mayor honra que nuestro honor, es pecar de gran ceguera el no poner obstáculo alguno para deshonrarnos y difamarnos a nosotros mismos. Es pues, muy justo el castigo por la gran ofensa hecha a la majestad de Dios…El Apóstol se refiere, especialmente, al pecado de idolatría; pues no se puede honrar a la criatura religiosamente sin deshonrar perversa e impíamente a Dios, dando a otros la honra que sólo corresponde a Dios, lo cual es un sacrilegio…Luego hace un catálogo o enumeración de los vicios que comprendían a todo el género humano…pasiones de ignominia o de villanía y deshonra, es decir, cosas vergonzosas y malvadas, incluso para el sentido común de los hombres¨. (Calvino. Comentario sobre Romanos).
En otra carta de Pablo, el tema de la sodomía es mencionado colateralmente, junto con otros tipos de pecados, por los cuales no se puede heredar el reino de los cielos. …ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, todos ellos al lado de otro grupo: …ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6: 9-10). Sin embargo, la esperanza del evangelio sigue vigente en nuestros días, pues el mismo apóstol que condena estos tipos de pecados de sodomía abre la garantía de esperanza para los que estando en estos vicios son alcanzados por el mensaje del evangelio, que no es otro que arrepentíos y creed en el evangelio. En otras palabras, ese evangelio al cual se nos encomienda creer es la clara conciencia de que estamos perdidos, imposibilitados por nuestros vanos esfuerzos, para alcanzar mérito alguno y ser reconocido como hijo de Dios. Solamente la fe en Jesucristo, el nuevo nacimiento o el nacer a una vida nueva a través del Espíritu de Dios, es lo que atestigua el haber sido alcanzado por la gracia divina. No por obra alguna, como si fuere posible de parte nuestra, sino solamente acudiendo con un corazón contrito y humillado ante el Creador de todas las cosas. La esperanza es anunciada en el mismo texto que condena a los sodomitas, pues sigue el apóstol publicando: Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6: 11). Ese es el mensaje de la gracia soberana, que hace posible la limpieza y la redención de toda mancha del corazón del hombre. Pues si tus pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, afirma Isaías.
César
Paredes
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