Martes, 04 de mayo de 2010

En el Edén Dios le dijo a Adán que no comiera del árbol del bien y del mal. Un solo mandato restrictivo tenía el hombre en su jardín, circundado de muchas posibilidades ilimitadas: podía disponer de los miles de frutos de miles de árboles, pero menos de uno de ellos.  Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase (Génesis 2).  Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.  En el Nuevo Testamento el mismo Dios fue interrogado acerca de lo que hay que hacer para poner en práctica las obras de Dios. Su respuesta fue también un único mandato, pero esta vez no fue restrictivo, sino que ordenó un mandato de hacer: que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:28-29).

En el relato del Génesis se nos describe a la serpiente como un animal astuto. Esa astucia es alabada por Jesucristo cuando anuncia que es conveniente ser sencillos como palomas, pero astutos como serpientes. No obstante, a Satanás se le describe como la serpiente antigua, en clara alusión a su labor en el huerto del Edén. La astucia en sí misma no es perversa, lo dañino de ella es el mal uso que se le da. Continúa el relato diciéndonos que la serpiente suscitó un diálogo con la mujer que habitaba el huerto. Normalmente los diálogos entre personas desconocidas se inician con preguntas, pues eso da pie para establecer una interacción de habla. ¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Satanás estaba al tanto del mandamiento restrictivo (de no hacer) dado por el Creador a su criatura. Sin embargo, su pregunta era retórica, no buscaba una respuesta que le permitiera conocer el mensaje de Dios al hombre, simplemente trataba de alcanzar la actividad dialógica que conectara a la humana criatura con su angélico ser. A partir de allí se suscitaron los errores de la humanidad. Dice el Génesis que la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Ella estaba en su estado de inocencia, y la serpiente con su astucia logró cautivar su atención. Hoy en día, por el conocimiento revelado en las Escrituras, sabemos que el Cordero de Dios (Jesucristo) estaba preparado desde antes de la fundación del mundo. De manera que esa situación del huerto no tomó por sorpresa al Creador, sino que siguió el curso establecido por Él. Sin embargo, como lo señala la misma Biblia, esas cosas se escribieron para nosotros, para que aprendamos de la naturaleza del espíritu y saquemos provecho y tengamos esperanza.

Aceptado el diálogo con Satanás, éste se dio a la carga. Su asalto fue intempestivo, propulsado por el viejo odio que sintió en el cielo cuando quiso igualarse en grandeza al Altísimo. Semejante poder concentrado en un ser, un querubín protector, ser espiritual con alto conocimiento en esos temas del bien y del mal, pone en desarrollo el engaño, la falacia, la falsificación de la verdad. La incitación a la desobediencia estuvo precedida por dos promesas: Eva no iba a morir, sino que iba a ser semejante a Dios, en materia del conocimiento del bien y del mal. Percibir, aprender y razonar forma parte del conocimiento, de ese que se le acababa de ofrecer a Eva. Eso sonaba como un juicio práctico, empaquetado en ese estado en que uno quiere aprender más de lo que está aprendiendo. La curiosidad mató al gato, decimos, y la curiosidad mató a Eva.  Ahora la mujer quería satisfacer el particular interés propiciado por las palabras de la serpiente, lo cual establece que sí existía la capacidad de razonar y de pensar antes de la caída; antes de que su curiosidad se dirigiera al fruto prohibido, se concentraba más bien en dilucidar el mensaje de las palabras del reptil antiguo llamado diablo y Satanás.

En cambio, la conducta esperada para agradar al Padre, al Creador de su cuerpo, de su espíritu, de su entorno, se vio en la dificultad de someterse a la autoridad. Su obstinación fue súbita, sin la necesidad de que mediara largo tiempo para que se hiciera efectiva. Un instante, como el del parpadeo de los ojos, fue suficiente para arrastrar su corazón a la falta de voluntad en someterse al mandato restrictivo del Creador, el no hacer. Esa conducta de Eva ha sido la nuestra desde los siglos, pues que en esa materia ha sido una prolífica madre de la humanidad. También nos mata la curiosidad por el pecado, husmeamos donde no debemos, inventamos argumentos justificativos para que nuestra razón se calme. El mismo apóstol Pablo lo dijo una vez: el bien que quiero hacer no hago, en cambio el mal que no quiero, esto hago.

Lo que sigue del relato es historia: Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. El deseo de los ojos fue suficiente atracción para que Eva se acercara al árbol prohibido; la codicia para alcanzar sabiduría es parte de la vanagloria de la vida; y la satisfacción de la carne fue comer y darle de comer a su marido. Esa fue la oferta de Satanás para el hombre, la misma que le reiteró a Jesucristo cuando le tentó y le ofreció todos los reinos del mundo, si postrado le adorase. La serpiente ofrece siempre lo mismo: todo lo que hay en el mundo.

La consecuencia inmediata también, como inmediato el pecado, fue que los ojos de Adán y de Eva fueron abiertos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Comenzaba el periplo por ese conocer del bien y del mal, un conocer experimental que todavía nos carcome luego de tantos siglos de humana práctica. La segunda consecuencia de esa caída fue esconderse de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Ahora sí fueron a los otros árboles que no les estaban prohibidos, no pudieron permanecer satisfechos bajo la sombra del árbol del conocimiento del bien y del mal, sino que huyeron para esconderse de Jehová.

 En el mandato de no hacer el hombre no soportó la curiosidad y se enredó en la tentación. En el mandato de hacer el hombre sigue enredado, pero esta vez por la falta de curiosidad. No le apetece el fruto de la vida eterna. No desea tomar de la fuente de agua viva, sino que se conforma con la referencia que algunos dan sobre el Cristo. Como en los días de Noé, cuando éste construía el arca, 120 años no fueron suficientes para que se percataran de la noticia que les anunciaba la gran catástrofe. La humanidad entonces seguía apegada a sus tradiciones, a las prácticas de los patrones heredados, la suma de cuanto había sido percibido, descubierto o aprendido.  Su vía operativa de conducta consistía en esconderse de Jehová, el que ahora hablaba a través de Noé advirtiéndoles del juicio que vendría a los moradores de la tierra. El escondite favorito de la gente era el placer de la carne, la vanagloria de la vida y los deseos de los ojos. Nada distinto de su madre Eva, nada diferente de lo anunciado por Juan en su carta. La serpiente es la misma, su engaño es similar a través de los siglos, porque uno sólo es su pecado, la rebelión contra el Creador. El escondite lo construye la humanidad lejos del conocimiento del bien y del mal, como si pretendiendo ignorar esta oposición fuese suficiente para librarnos de la consecuencia necesaria por la rebelión ante nuestro Dios y Creador. Pero ya el salmista lo dijo tiempo atrás: ¿adónde huiré de tu presencia?  No fue posible para Adán ni para Eva, no fue viable para David, no es una esperanza para nosotros. Esconderse para no ser descubierto por aquél que hizo el ojo no parece sabio. Hoy día la promesa de la serpiente moderna supone que podamos parecer invisibles ante el Creador, pero hay caminos que parecen derechos, mas su fin es camino de muerte.

Como el juicio divino está escrito en su revelación, la salida que se nos propone es única, como lo fue en la época en que Noé construyera el arca. Ahora se nos propone un mandato de hacer, que creamos en el Hijo de Dios como el enviado del Padre para redención a nuestro favor. El mensaje de la Biblia sigue allí presente, con un Dios que es eterno e inmutable. Pareciera no tener sentido el que descuidemos una salvación tan grande, y menos aun en medio de una civilización que se dice conocedora -más que otras que precedieron- del mensaje del evangelio. Sólo resta clamar con el profeta Isaías a gran voz: ¡Señor! ¿Quién ha creído a nuestro anuncio?

César Paredes
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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 16:49
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