Decenas de ocasiones aparece en la Biblia la palabra mundo, algunas veces como era, otras como cosmos, pero en la mayoría de sus ocurrencias hace referencia a la morada natural del hombre. En el Antiguo Testamento es el libro de los Salmos el que más recoge este término, seguido del libro de Isaías; pero en el Nuevo Testamento es sin duda alguna el apóstol Juan quien más referencias tiene al concepto del mundo.
Su étimo nos refiere al orden, a un establecimiento de reglas y de estéticas que dominan el universo. Estar en el mundo es en un sentido primigenio estar en el orden. El mundo pasa a ser un antónimo de caos. Si el caos es el desorden, el mundo es el orden. En la lengua griega se le nombra con dos étimos: aion y cosmos. La palaba cosmos es más conocida dentro de la lengua latina y sus afiliadas, pues de allí deriva cosmética, un concepto relacionado con la belleza y el orden.
Contrariamente a lo que muchos suponen, lo inmundo no refiere a estar metido en el mundo, pues este prefijo in es negativo y por lo tanto hace alusión a no pertenecer al mundo, a no pertenecer al orden ni a la estética. Una persona inmunda es por lo tanto una persona sin reglas, sin orden, sometida al caos. En ocasiones el prefijo latino in hace referencia a estar dentro, pero en el caso de inmundo su referencia es negativa, a estar sin orden ni estética, a estar en el mismísimo caos.
Creo que por la vía de la etimología popular las masas de las naciones y de las lenguas tienden a confundir un étimo con otro, y le dan forma hasta llevarle un significado aparente con el cual funcionan en el habla de la lengua. Es por eso que muchos, y no pocos, suponen que inmundo quiere decir estar en el mundo. Eso tiene su sentido, lógico también, pero etimológicamente es erróneo. El concepto de mundo se cargó de un significado que en un principio no tenía, de tal forma que la proposición estar en el mundo en lugar de referir a la idea de estar en el orden, en el cosmos, viene ahora a referir a estar en lo ruin, en el caos moral. Es por eso que el prefijo latino in, incorporado a la palabra mundo, desincorpora su carga negativa gramatical y retoma la otra carga gramatical preposicional de estar dentro de. De allí que el inmundo sería en principio el que está sin orden, sin estética, sin reglas, mas por el uso de la lengua el inmundo pasa a ser el que está incorporado a un sistema de impurezas.
La inmunditia latina no era otra cosa que la falta de limpieza, de orden y de estética. Pero ¿cómo pasó el concepto mundo en tanto estética a significar algo semejante al caos moral? Es allí donde entra a jugar la incuestionable referencia bíblica, sobre todo en el Nuevo Testamento, cuando se hace alusión a la oposición cielo-tierra. La idea bíblica de buscar las cosas de arriba, las celestiales, de tener nuestra ciudadanía no en la tierra sino en el cielo, va a dar ese impulso para transformar la significación de este término. El hecho mismo de que Satanás sea llamado el príncipe de este mundo, el cual está opuesto al reino de los cielos, ayuda a configurar toda la carga negativa que contiene el vocablo mundo. No en vano cobra un sentido teológico esta transformación, pues si Dios hizo al cosmos-mundo de manera perfecta, al punto en que se complació con su obra –y vio Dios que todo lo que había hecho era bueno- fue la inclusión de Satanás como príncipe de este mundo el que trastocó su estética y orden dando origen al nuevo caos. El mundo como orden se fue transformando en mundo como desorden, entonces lo inmundo es lo antiestético, lo desordenado, y la inmundicia es la suciedad moral de la humanidad.
Cuando se llega al concepto de mundo como hábitat del caos moral, el prefijo latino in, que en un principio (y aún todavía) refería a una proposición negativa, cambia ahora (¿por etimología popular?) a la proposición preposicional que refiere al estar dentro de, de manera que un inmundo –además de ser un antiestético, antiorden, antibelleza, en el sentido latino- es una persona que está metida en el mundo, por antonomasia el hábitat del caos, donde gobierna el príncipe de las tinieblas y el desorden.
Después de estos pormenores etimológicos, es bueno enfocarse en algunos contextos en que aparece este vocablo en la Biblia. Como espacialidad: He aquí estos impíos, Sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas, dice Asaf en el salmo 73. Como universo: ¿Quién visitó por él la tierra? ¿Y quién puso en orden todo el mundo? (Job 34:13). Como humanidad: El juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud (salmo 9); Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes (Isa 13.11). Como creación. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud (Sal 50:12). Como habitáculo de la humanidad: Brame el mar y su plenitud, el mundo y los que en él habitan (Sal 98). Como el Cosmos: No había aún hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo (Prov 8:26). Como principado de Satanás: ¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel? (Isa 14.16-17); No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí (Juan 14.30); Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares (Mateo 4). Obsérvese que en la respuesta de Jesús no se le objetó a Satanás su derecho sobre los reinos de este mundo, pues él es su príncipe.
Pueden aparecer otras categorías para el vocablo mundo, pero creo es suficiente para tratar de entender el cambio semántico ocurrido a través de su uso, incluso en las mismas Escrituras. Es bajo este contexto, el del principado de Satanás, que el orden, el cosmos, las normas, todos elementos sémicos constituyentes del término mundo, ceden ante su influencia, quien puso el mundo como un desierto asolando sus ciudades y haciendo cárceles para sus presos, las cuales nunca abre. Ese mundo ordenado se transforma en un caos por contraste. Interesante es que la huella del orden todavía sobrevive, como el signo ineludible del Creador. Descartes lo decía: tengo la idea de la perfección, pero yo soy imperfecto; luego sostengo que un Ser perfecto hubo de darme esa idea de lo perfecto. En la naturaleza, en cada amanecer o puesta del sol, en el espacio sideral, en la inmensa cantidad de meteoritos que pasan cerca de la tierra, pero que no entran en ella, vemos un orden, un control especial que nos anuncia un Dios soberano que lleva las riendas. Sin embargo, el principado de este mundo, o de esta tierra, le fue dado a Satanás, el desolador. De allí el sentido negativo del vocablo mundo.
Dijimos que en el griego del Nuevo Testamento aparecen al menos dos palabras para denotar el concepto mundo. Ellas son AIÓN y KÓSMOS. Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mat28:209). Este es el mundo como generación, como edad, como siglo: AIÓN. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mat 16.26). Este es el mundo como KÓSMOS, creación, universo, habitáculo terrenal. Este último término es el de mayor frecuencia en el Nuevo Testamento.
Admoniciones contra el mundo. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Juan 2.15-17). Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo…Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios nos oye; el que no es de Dios no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error (1 Juan 4:1 y 5-6). Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Juan 5.4-5).
Como enseñanza capital ha sido la valiosa información dada por Juan en relación con el mundo: estamos en el mundo pero no pertenecemos a él; en el mundo tendremos aflicción, pero esa no es nuestra morada definitiva; si el mundo aborrece a Cristo, cuánto más a nosotros los que intentamos seguirle. El mundo pasa a ser un concepto tan negativo que se asemeja a nuestra naturaleza pecaminosa. Ese concepto se trasiega a través de múltiples mecanismos que son estimulados por la facilidad espantosa de la tecnología actual: los llamados medios de comunicación masivos nos persiguen doquiera nos encontremos, pues en lo más recóndito del campo, de la selva, del mar, llegan las ondas anunciadoras del espectáculo babilónico advirtiéndonos que nos estamos perdiendo la gran fiesta. Ya Pablo también lo anunciaba: y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa (1 Cor 7:31). ¿Y cuál es la gran fiesta? Los deseos de los ojos, de la carne, y la vanagloria de la vida; en otras palabras, el espectáculo de las guerras, de las amenazas de guerra, el hambre, la miseria humana, el egoísmo, la envidia, la criminalidad, la estafa política, la seducción por la lascivia, las pasiones vergonzosas, el amor al dinero, la apariencia física ante el otro, la ostentación, los adulterios, las hechicerías, la dependencia de los vicios, el desorden, el chisme, el rencor, el mal hablar, la soberbia, el sentirse superior a los demás, y cosas semejantes a estas. Según una de las cartas de Juan, en este mundo están concentrados los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, un paquete que no proviene de Dios sino del mundo que pasa junto con sus deleites, pues es un mundo sometido a vanidad por causa de aquél que nos sujetó a esperanza.
Los deseos de la carne o del cuerpo como dice la versión Siríaca del Nuevo Testamento incluyen los deseos impuros, la falta de castidad, malos pensamientos, malas palabras, indebidas acciones, la fornicación, el adulterio, el rapto, el incesto, la sodomía y todos los deseos contra natura, así como la intemperancia en el beber, en el comer, además de la gula y demás excesos corporales. La razón es que estos deseos de la carne y excesos del cuerpo batallan contra el alma, deshonran al cuerpo mismo y deforman el carácter.
Los deseos de los ojos suponen que Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír (Eclesiastés 1). Dice un salmista: Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu camino (Salmo 119: 37). Por eso Jesucristo advirtió en el Sermón del Monte: Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mateo 5: 28). Y hay quienes no sólo miran lo impuro, sino que se entretienen en lo que consideran noble: …pero nunca cesa de trabajar, ni sus ojos se sacian de sus riquezas, ni se pregunta: ¿Para quién trabajo yo, y defraudo mi alma del bien? También esto es vanidad y duro trabajo (Eclesiastés 4: 8).
La vanagloria de la vida es ilustrada por la ambición de honor, de controlar sitios y recibir altos títulos, como fuera la conducta de los escribas y de los fariseos: …que amaban los primeros asientos en las cenas, y los primeros puestos en las sinagogas (Mateo 23). Lujuria y pompa con costosos enseres junto a numeroso tipo de atención que aparece en cada época con cada generación.
El conjunto de los deseos de la carne, de los ojos y la vanagloria de la vida constituye la indulgencia ante las propensiones animales o ante los apetitos de la carne, pues cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después de haber concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte (Santiago 1: 14-15). Aunque el mundo haga una activación de la tentación la fuente de ella está dentro de nosotros, la influencia exterior no tendría el mismo empuje en nosotros si no fuese por la correspondencia y la atracción que nosotros mismos buscamos dentro de nuestro ser.
Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, a pesar de tener su objeto referente fuera de nosotros, tienen su impulso básico dentro de nosotros mismos. Recibimos el alimento porque sentimos hambre; si no hubiese apetito no nos detendríamos a recibir o a buscar el alimento. Así mismo sucede con la atracción que el mundo ofrece en nosotros, la aceptamos porque el deseo está dentro de nosotros mismos.
Nuestro viejo hombre está viciado conforme a los deseos engañosos, tiene estímulos suficientes que aspiran al conocimiento, al alimento, al poder, a la gratificación sensual. Esa mezcla de deseos se confunde en lo que se ha denominado deseos primarios, el impulso básico de la humanidad, pero que deben ser controlados.
Nuestra lucha es interna, y nuestro hábitat es el mundo. Por ello el debate interior se incrementa hasta el punto en que la aflicción pareciera tomar el control de nuestra mente, al generar infelicidad y aislamiento en la vida del cristiano en su relación con el mundo. No obstante, el mundo en tanto Cosmos se nos presenta como un caleidoscopio lleno de figuras y colores, digno de indagar en la huella perenne dejada por su Creador. La ciencia lo demuestra y el conocimiento lo confirma. La naturaleza sigue vigente mostrando en su esplendor la magnificencia de un Dios que todo lo ha previsto, y de un Dios que también ha provisto para cada circunstancia. A pesar del principado temporal de Satanás el mundo se disfruta en el orden y belleza que no pueden ser borrados del todo; tal vez el mayor caos es el social, pues el hombre es el portador de esa falta de estética a la cual ha sido sometido por su príncipe, un ser amargado por su estado de conciencia acerca de su propio futuro: la condenación eterna.
En su desespero porque el tiempo se le acorta, Satanás arremete contra todo ser viviente, en especial contra aquellos que han sido rescatados de sus prisiones; es en esa persecución feroz que revuelve el polvo del desierto creado por sus ideas, por sus estrategias, difundidas además por los rápidos medios de divulgación de hoy día. Hemos sido llamados a mirar las cosas de arriba donde está nuestra ciudadanía. El llamado también es a disfrutar el día a día, con el beneplácito del Creador, pues mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo.
César Paredes
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