Mi?rcoles, 09 de abril de 2008

Era costumbre entre los profetas de Israel el tener siervos. Si bien no todos los profetas son presentados en las narraciones bíblicas con sus ayudantes, en algunas de ellas así aparecen.  La importancia de un profeta en el contexto del Antiguo Testamento nos hace suponer que eran tratados con cierta consideración por parte del poder de los gobiernos del antiguo Israel. Algunos de ellos son presentados con ayudantes que aprenden del profeta su conducta, su manera de servir a su Dios, su entusiasmo. Ese entusiasmo parece motivar a los ayudantes del profeta a prestar interés en el oficio profético y a desear el servicio al Dios vivo.

En ese contexto de admiración y de la conciencia de la vocación profética son mostrados algunos ayudantes, como fuera el caso de Eliseo, siervo de Elías, con quien estuviera fielmente hasta el final del trabajo del profeta en  esta tierra.  Su admiración por el trabajo profético y el poder del Dios de Israel en medio de las acciones proféticas era de tal magnitud que insistió en querer estar con Elías hasta el último momento.  Esa admiración y deseo manifestado por la obra poderosa del Dios vivo conmovió a Elías al punto en que le ofreció a Eliseo darle lo que deseara antes de su partida.  Elías tal vez imaginó hacer un milagro especial a los que estaba acostumbrado; a lo mejor supuso que Eliseo quería ser socorrido en algún favor personal, resolver algún conflicto familiar o concerniente a sus afectos.  Sin embargo, al parecer la única petición que de inmediato hiciera Eliseo fue el querer recibir nada menos que una doble porción del espíritu de Elías antes de que fuese quitado de en medio.

Esta petición de Eliseo reflejaba parte de la sabiduría adquirida bajo la tutela de su jefe Elías.  Eliseo no se interesó en los favores particulares sino en la fuente que hacía posible los favores.  Su mirada buscaba traspasar los obstáculos de la cotidianidad, esa vida diaria que a veces nos roba el tiempo, el objetivo de la vida y la naturaleza del espíritu involucrándonos en tantas actividades que nos alejan de un mejor propósito.  Ciertamente, quien pone su mirada en las cosas de abajo, en los asuntos terrenales, tendrá suficiente entretenimiento para recorrer los laberintos del mundo, donde enfrentará minotauros que se levantan como monstruos hasta que se tenga que acudir a la Ariadna que nos marca el camino con su hilo para salir del laberinto.  Lo que sucede a menudo es que por la premura de huir del Minotauro se termina enredado en el hilo de Ariadna.

Este enredo en la sabiduría del mundo nos aparta la mirada de un objeto de valor mucho más noble y substancioso.  La mirada de Eliseo en su maestro Elías, en el Dios a quien servía, en el poder que se disfrutaba al saberse escuchado por el Señor, constituía suficiente motivación para no querer recorrer los caminos peligrosos, que por ser diferentes se muestran atractivos aunque tengan un fin como camino de muerte.  Millares de cristianos anhelan pasar la vida eterna con Cristo, pero no pueden resistir diez minutos diarios en su presencia. A estos creyentes nunca les alcanza el tiempo pues la rutina diaria los jalonea al punto en que quedan convencidos de que su camino es paralelo al camino del Señor.  Las líneas paralelas no se cruzan, al menos en esta dimensión de la física en que habitamos, y diez minutos de nuestro tiempo son una dura carga para ofrendar.  Eliseo nos enseña con su actitud que su deseo estaba centrado en un único objetivo que no era más que el servicio al Señor, fuera de lo cual no deseaba más nada.  No tuvo otra petición, no quiso un milagro para su vida, un favor particular, sino que apuntó al más grande de los objetivos, ser siervo del Señor a quien servía Elías del cual él era siervo.  En otros términos, Eliseo quiso seguir en su condición de siervo, pero esta vez anhelaba ser siervo del Señor de su señor. 

Pudiésemos suponer que la proposición de Elías dejaba implícita en Eliseo la oportunidad de escapar del servicio diario en esas labores arduas a las que el profeta estaba sometido.  Recordemos que Elías fue perseguido por Jezabel, la reina esposa del rey Acab, fue llevado a vivir apartado en unas montañas, en un arroyo, en una soledad humana creciente.  Elías no tuvo tiempo para establecer un hogar  confortable y honorable de acuerdo a los valores sociales de su época. A Elías le tocó una vida emocionante pero cargada de aflicciones y luchas; muchas de esas luchas tuvo que pasarlas frente a un pueblo embrutecido en el servicio a otros dioses, bajo una convicción de soledad humana tan fuerte que se atrevió a decirle a Dios que solamente él había quedado en la tierra de Israel sin haber doblado su rodilla delante del dios Baal.  El profeta Elías no tuvo tiempo ni confort para llevar una vida normal, como también era costumbre en aquellos tiempos;  por el contrario, le tocó deambular de un sitio a otro, ser alimentado por unos cuervos, convivir con una viuda en un territorio extraño, esconderse de las fuerzas del rey Acab que le buscaban con malas intenciones para su vida.  Por supuesto que en todos sus menesteres contó con el auxilio del cielo mismo, pero no contó con el auxilio de la gente a quien también servía en el servicio al Dios de Israel. Pero Eliseo quería seguir los pasos de su maestro.

Eliseo fue el amigo que acompañó a Elías en los momentos finales antes de su partida.  Elías supo antes de irse que al menos había dejado a un discípulo consciente de la valoración de un trabajo tan digno para un mortal. El trabajo de Elías como profeta contaba con los momentos gloriosos en que se veía la mano del Altísimo interviniendo en las faenas normales de los humanos, intercediendo a favor de un pueblo que se encontraba extraviado en los laberintos del mundo.  Sin embargo, el  trabajo de Elías también contaba con esos sentimientos de tristeza y soledad que se produce cuando alimentamos mucho al espíritu y tomamos conciencia de que habitamos en la carne, en la dimensión  del espacio-tiempo.  En esta dimensión a la cual estamos sometidos por las leyes de la física necesitamos percibir el contacto humano para seguir creyendo que no estamos solos.  Necesitamos una voz de afecto que nos de a entender que nuestra lucha espiritual tiene un sentido noble y no es un reflejo o síntoma de alguna locura humana mal asumida.  A lo mejor al final de la vida del profeta Elías él pudo sentir esa voz de contacto humano en la petición de Eliseo, para sentirse regocijado en cuanto a que su labor no había sido en vano desde la humana perspectiva.

Con las pasiones inherentes a la vida humana el profeta Elías mostraba a todos y en especial a sí mismo que no era un ser sobrenatural.  A través de sus angustias y temores el profeta hacía contacto con la tierra.  La persecución a la cual fue sometido por la jefa de los profetas de Baal, la reina Jezabel, lo hizo sucumbir en un ataque depresivo.  Quítame la vida, porque no soy yo mejor que mis padres! Así clamó el profeta poco después de esa enorme victoria ante los profetas de Baal, de los cuales degolló una gran cantidad cuando Jehová consumió el holocausto en uno de sus actos sobrenaturales para nosotros. Lo que sentía el profeta podría ser inferido a través de esa exclamación en que pide se le quite la vida.  Tal vez el profeta se sentía mejor que muchos israelitas adoradores de Baal; tal vez se sentía superior a sus padres por haber sido el receptáculo del Espíritu de Dios para tantas intervenciones sobrenaturales.  Lo cierto es que su solicitud era también una confesión de sus pasiones semejantes a las nuestras.  Un profeta especial que se pudo considerar a sí mismo especial, pero que gracias a la depresión a la que fue sometido se le permitió refrescar su miseria humana, haciéndolo similar a los mismos profetas de Baal.  Tuvo Elías que reconocer cuando ya no daba más de sí mismo que era por la misericordia de Jehová que no había sido consumido.  Ha sido por la misericordia de Dios que hemos sido escogidos para salvación y no para ira. Por eso se nos recuerda que somos hechos de la misma masa en la cual ha sido formada toda la humanidad, de manera que no se nos permite gloriarnos por nuestro estatus salvífico.  Se  nos permite estar agradecidos y con la cabeza inclinada ante aquel que tiene el poder de echar nuestra alma y nuestro cuerpo en los lugares de tormento.  Por eso Elías tuvo que comprender que él ya no podía más y se echó a morir.  En la misericordia del Dios a quien servía fue reconfortado con sueño y comida, el descanso más primitivo de la vida humana.  Eso fue suficiente para restaurar su ánimo y continuar todavía un poco más, pues los planes del Dios eterno lo habían determinado de esa manera.  El Dios soberano estaba detrás de todo lo que le acontecía a Elías,  pero también estaba a su lado.  

Eliseo le pidió al profeta nada más que una doble porción de su espíritu, una cosa difícil bajo el criterio de Elías.  Elías ya le había prometido lo que él tuviera a bien pedir por lo cual le concedió su deseo bajo la condición de que Eliseo le viera partir. Ver partir a Elías no era un capricho del mismo profeta, sino un indicativo del estar alertas y atentos ante quienes servimos. Cuando Eliseo vio partir a Elías exclamó diciendo: Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!  

Eliseo alzó el manto del profeta y golpeó las aguas del Jordán clamando: ¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?  Esa expresión informaba del mayor deseo en la vida de este siervo, un hombre no conforme con que Elías le concediera un favor particular a través de su intercesión ante su Dios.  Eliseo lo quería todo: quería el manto de Elías, pero sobretodo quería al Dios que estaba detrás del manto. Un gran ejemplo para nosotros hoy día que a veces nos conformamos con las oraciones que pueda hacer a favor nuestro algún hermano que sabemos será escuchado.  La actitud de Eliseo nos muestra el interés máximo en los escogidos de Dios, que no puede ser otro que estar en su presencia misma, ser oídos directamente, sin intermediarios, pues precisamente el único intermediario entre Dios y los hombres es Jesucristo hombre.

De inmediato comenzaron los milagros a manifestarse en la vida de Eliseo: las aguas del Jordán también se apartaron delante de él.  Después y a solicitud de unos hombres de la ciudad fueron sanadas las aguas de la ciudad, por el accionar del profeta.  Eliseo también nos muestra el poder de Jehová para bendecir y para maldecir, pues aparte de esas grandes bendiciones operadas como milagro a través del profeta hubo también un castigo terrible para unos muchachos.  Unos jóvenes que se burlaban del profeta y le gritaban: Calvo, sube! Calvo sube!  Eliseo era calvo, al parecer por ese relato en que se nos dice que los muchachos le gritaban a manera de burla.  La calvicie de Eliseo era parte de su identidad, una identidad que sintió profanada con la burla hecha por esos muchachos.  Ese contexto del relato pone de manifiesto lo terrible de la burla, ese acto que busca frustrar, desvanecer la esperanza y el deseo de alguien, a través de pretender generarle un sentimiento de apocamiento en la personalidad de quien es objeto de la burla. 

La burla hecha a través de esos muchachos estaba destinada a menguar la confianza del profeta en su persona como instrumento de Dios.  La burla puede hacernos sentir miserables y busca crear un laberinto donde nuestras emociones se extravíen y nuestra autoestima sea reducida a simples piezas de una imagen deforme.  La reacción del nuevo profeta no fue un capricho de su alma, sino una respuesta natural de quien ve que se intenta crear un itinerario desconocido y equivocado en el destino trazado por el Ser Supremo.  Por eso el profeta no vaciló en maldecir en el nombre de Jehová a quienes desde atrás buscaban hacer daño a su autoestima.  Eliseo estaba consciente de quién era, en tanto recipiente o vaso, instrumento del Dios vivo.  Poco después salieron dos osos del monte y despedazaron a cuarenta y dos muchachos.  Ese fue el tercer milagro operado a través de la vida del nuevo profeta.

Diferente al carácter que Eliseo había mostrado para con su maestro a quien servía es el carácter mostrado por su propio siervo. Se cuenta que Giezi era el siervo del profeta heredero de la doble porción del espíritu de Elías, pero que tuvo conductas y deseos no propios en los que pretenden dar servicio en las labores encomendadas por Dios mismo. Naamán, un general del ejército del rey de Siria, bajo sugerencia de una mujer cautiva en Siria y perteneciente a la tierra de Israel, acudió ante el profeta Eliseo para que le quitara una lepra de la que venía padeciendo desde hacía cierto tiempo.   Como era costumbre en ese tiempo para los extranjeros pertenecientes al gobierno de un país vecino, Naamán partió con cartas del rey de Siria para presentarse ante el rey de Israel, asi como con dinero y mudas de ropa para hacerle presentes al profeta que habría de sanarle de su lepra. 

Cuando Naamán se entrevistó con Eliseo no pudo creerle que le enviara a sumergirse siete veces en el río Jordán.  Ese mandato de Eliseo le parecía insignificante al general y decidió no hacerle caso. Sin embargo cedió ante los argumentos de sus servidores quienes sensatamente le dijeron: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?  Sus propios criados pudieron entender la sensatez del mensaje de Eliseo, mensaje destinado a quebrantar la altivez de un general de gran poder que pretendía ser atendido por un profeta que debería mostrarle una deferencia particular.  Los criados del general, desde una pose mucho más humilde, fueron capaces de descifrar el mensaje del profeta: obedecer a la simpleza del mandato, de un mandato simple, que nos derrumba nuestros argumentos de sensatez y orgullo. 

Una vez que Naamán obedeció al profeta e hizo como se le había mandado todo su cuerpo fue sanado.  Como parte de su agradecimiento quiso que el profeta aceptara los regalos que traía con tal fin, pero Eliseo no quiso aceptar nada a cambio del milagro.  Estamos ante un ejemplo de humildad por parte del profeta, pues no pretendió hacer mercadería con el don especial que moraba en él.  No quiso hacer comercio ni con la palabra ni con el milagro.  Y ante la insistencia de Naamán, los ojos de Giezi, el siervo de Eliseo, se abrieron con gran codicia.  Giezi esperó el momento, ya idos Naamán y sus siervos de regreso a Siria, para acercarse ante el general y con grandes mentiras pedirle algunos presentes a nombre de Eliseo.  Después de haber conseguido los presentes, Giezi los escondió en la casa y despachó a los hombres de Naamán que le habían acompañado con la carga donada. 

Giezi fue interrogado por Eliseo, acerca de dónde había estado.  Las mentiras que había dicho a Naamán tuvieron que ser ocultadas con otras mentiras, como suele suceder en esos casos en que se tratan de ocultar las malas acciones.  Asimismo hizo el rey Saúl cuando Samuel le salió al encuentro preguntándole por qué había tomado de un botín que le estaba prohibido.  Saúl tuvo que argumentar que había sido el pueblo el que lo había hecho, y que finalmente ese botín era para una ofrenda al Dios mismo.  Asimismo, Adán dijo que había sido Eva, y ésta que era la serpiente, hasta que Dios paró de preguntar.  Giezi no hizo más que repetir la conducta modelo de quienes confunden  el servicio a Dios con el aprovechamiento personal en el servicio.  Tomó para él mismo lo que el profeta había rechazado en su conciencia de servicio.  La palabra de Eliseo contra Giezi constituyó una maldición, pues la lepra de Naamán se pasó a él y a su descendencia.  Este castigo vino acompañado de una reprimenda reflexiva muy importante, reveladora del estado de conciencia en el cual vivía el profeta:  ¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas?  Esa pregunta se debe hacer repetidamente en el camino de la vida, en nuestro peregrinar diario.  ¿No somos nosotros efímeros, para entretenernos en los asuntos de este mundo?  ¿No tenemos nosotros un compromiso mucho más grande que tomar ropa, tierra y dinero? El que muchos profetas o predicadores contemporáneos hayan equivocado su actitud no nos autoriza a nosotros a seguir sus derroteros.  Esos predicadores que piden dinero a cambio de sus ´ buenas profecías` muestran su lepra espiritual cuando les miramos de cerca.  Obsérvelos y contemple desde ya su recompensa.

Cuando uno mira todas esas manifestaciones sobrenaturales que circundaron la vida de los profetas de Israel tiene que plantearse muchas interrogantes. Quizás unas de las principales preguntas sea ¿para qué están escritos esos relatos? ¿Será cierto ese conjunto de relatos del Antiguo Testamento?  La respuesta que demos a esas interrogantes podrá cambiar nuestra vida simplista y monótona, sin destino y sin propósito, en una vida cargada de sustancia y marcada con un sentimiento de trascendencia.  La Biblia ha sido escrita para confortar el alma de los que nos allegamos a ella a buscar la palabra divina.   Siempre que surja la duda respecto al poder de Dios para resucitar un muerto a través de la intercesión profética, levantar un hacha por medios sobrenaturales haciéndola flotar de un río, mostrar predicciones que se cumplen con la exactitud de los relojes suizos, debemos buscar ese otro milagro que por cotidiano dejó de impactarnos tanto. Me refiero al milagro de la vida, al milagro que supone contemplar la estructura de un ser humano, la armonía ofrecida en el cuerpo de un caballo, el conjunto de la naturaleza misma.  Esos milagros por cotidianos dejaron de asombrarnos, lo cual no implica que han dejado de ser milagros.  Lo que sucede es que preferimos un acto de magia al acto de la vida, este acto que por saberlo descubierto ya no nos causa la impresión que causa lo desconocido.  Pero contemplar e imaginar de qué forma un espermatozoide fecunda un óvulo y se convierte en el milagro de la vida humana resulta un buen mecanismo para generar asombro en nosotros.  Todavía quedaría la interrogante acerca de cómo y de qué manera se formaron el espermatozoide y el óvulo.  Pero las respuestas que encontramos en la ciencia nos llevan a la última pregunta: ¿de dónde salió todo?

Por supuesto, muchas respuestas podemos dar a esa gran pregunta.  El que algunos humanos encontremos la respuesta en ese acto de fe que hemos depositado en el Dios de la Biblia nos ha ridiculizado para muchos militantes del mundo.  Se nos acusa de irracionales, como irracional fue el acto de Naamán al sumergirse siete veces en el Jordán.  Irracional fue cortar un palo y echarlo al río para que hiciera flotar un hacha.  Siempre existirán esos muchachos que nos gritan calvo, calvo!, como hicieran con Eliseo.  Esos gritos de burla tienden a permear nuestra fe, buscan separarnos del propósito para el que fuimos creados, el de vivir creyendo en el poder infinito de un Dios que nos ha permitido vivir y existir en un medio ambiente cargado de limitantes físicas.  Por ello, cuando vemos su actuar en medio nuestro, sentimos que es un actuar extraño, sobrenatural.  Es por eso que los profetas tenían que estar aislados, pues nunca fueron comprendidos por sus propios conciudadanos, sino vejados y maltratados, cuando no profetizaban acomodadamente a favor de las masas y de los reyes. 

Los relatos de la Biblia se escribieron no solamente para narrar parte de ciertos hechos históricos, sino para alimentar nuestra fe.  Cada milagro y su manera de haberse realizado registra un modelo, un arquetipo, que nos puede ayudar en los conflictos diarios.  La interpretación de esos paradigmas ha de hacerlos cada persona que busca una forma de alimentación espiritual.  Cuando contemplamos una obra de arte lo que cuenta es el impacto que ella causa en nuestra imaginación.  Son nuestros interpretantes culturales los que permiten redireccionar el sentido interpretativo de la obra.  Asimismo, cuando miramos los milagros relatados en la Biblia tenemos que confrontarlos con nuestros interpretantes culturales y también espirituales.  En el desarrollo de esas dos actividades y características el ser humano puede hallar múltiples respuestas del mismo relato.  Eso no es una interpretación privada, simplemente es un encuentro privado y particularizado con el relato, en donde cada quien es atraído y seducido por lo narrado en el texto hasta tal punto en que quede impregnado de parte del valor del relato mismo.  Lo que Dios quiera decirnos nos será dicho, y lo que Dios quiera callar jamás lo podremos escuchar.

Una vez Jesucristo dijo acerca de sí mismo que destruyeran ese templo y él lo reconstruiría en tres días.  Esto lo dijo concerniente a lo que habría de sucederle a él en relación con su muerte y resurrección, pero la gente no le entendió y supuso que hablaba del templo en que se habían invertido más de cuarenta años de construcción y que él presumía construir en tres días.  Por supuesto que Dios ha podido construir un templo en tres días o menos, el punto es que Jesús hablaba metafóricamente. Ese hecho de hablar en metáforas nos dice mucho, sobretodo acerca de las otras metáforas encontradas a lo largo de la Biblia.  Los relatos de los milagros operados por medio de los profetas pueden referirse ciertamente a hechos particulares de milagros particulares, pero para nosotros, viéndolos de esa manera, equivaldría a una simple recolección de hechos históricos referidos a milagros.  Sin embargo, el recuento de esos hechos históricos suelen ser también una metáfora de muchas circunstancias en las que no necesitamos llamar osos para destrucción, ni sacar hachas reales flotando de un río, como tampoco necesitamos decirle a una montaña que se quite de en medio.  Tal vez lo que más necesitamos es ordenar que esos problemas sean resueltos de inmediato. Tal vez necesitamos que esos instrumentos de trabajo salgan a flote en nuestra vida.  Simplemente basta con mirar el relato histórico y la metáfora surgirá, alentando nuestras esperanzas.

Una mujer va a un pozo a buscar agua para llevar a su casa. Se encuentra con Jesús quien le pide agua. La mujer le argumenta y Jesús le contraargumenta.  La mujer hablaba de agua real, Jesús hablaba metafóricamente acerca del agua de vida.  Una vez que la mujer entendió de qué hablaba Jesús resultó maravillada, pero ella tuvo que ser impactada a la manera como eran impactados en la antigüedad las personas en Israel, con milagros y revelaciones especiales. Jesús le descubrió ante sí misma su vida, le dijo cinco maridos has tenido, y el que tienes no es tu marido.  Ella de inmediato supuso que Jesús tenía que ser uno de esos profetas antiguos. Pero Jesús le había dicho que si ella supiera quién era el que le pedía de beber ella misma le pediría a él para recibir agua viva.  Le había dicho que cualquiera que bebiera agua de ese pozo volvería a tener de nuevo sed, mas el que bebiere del agua que Jesús pensaba dar no tendría sed más nunca, sino que esa agua sería como una fuente de agua para vida eterna. La mujer pidió de inmediato de esa agua, pero no se había percatado todavía acerca de la vida eterna, pues ella seguía con la referencia denotativa del agua que quitaba la sed y que evitaría en ella el tener que volver a buscarla en el pozo.  Jesús de inmediato tuvo que probarle internamente acerca de su conciencia y por eso le propuso que llamara a su marido, a lo que la mujer siguió afianzada en la literalidad de la palabra y se aferró al hecho de no tener marido por no estar casada.  Jesús la sacó de esa visión denotativa de las palabras argumentando que ella había respondido lo correcto, pues realmente no estaba casada, sino que había tenido cinco hombres o maridos, pero que aún el que ahora tenía no era realmente su marido. El hecho de que Jesús le declarara acerca de su vida íntima bajo esa revelación realizada maravilló a la mujer al punto de que primero ella supuso que Jesús era un profeta, pero una vez que Jesús mismo se identificó como ese Cristo que habría de venir ella corrió a la ciudad a notificar a la gente, acerca de ese Jesús de quien ella sospechaba era el Cristo.

Muchas son las ocasiones en que la Biblia habla por metáforas.  El lenguaje de la fe suele ser metafórico, pues es una referencia de algo oculto, ya que lo que se ve no es objeto de la fe, pues la fe es la certeza de lo que anhelamos, la convicción de lo que no se ve.  Y sin fe es imposible agradar a Dios, un Dios que premia a los que le buscan.  El milagro considerado como la ruptura de lo natural por lo sobrenatural suele ser denotativo, como las señales en las manos de Jesús mostradas a Tomás.  La fe, en cambio, se fundamenta en una metáfora de la palabra narrada y revelada, y nos permite ser del grupo anunciado por Pedro, de aquellos que amamos a Jesús sin haberle visto.  Por la fe somos llamados bienaventurados, por no haber visto y haber creído.  Por la fe creemos que fue constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.  Y ese es el punto ciego al que llegamos todos los humanos.  Después de allí lo que queda es creer o no creer, pero ambos son metáfora de una realidad que no vemos.  Tiene tanta fe el que cree que el que no cree.  El que no cree lo hace fundamentado en un Dios que a quien no ve, por lo cual clama que no puede creer en lo que no ha visto, pues su confianza se basa en hechos concretos e impactantes.  El que cree también lo hace fundamentado en un Dios a quien no ve, pero decide, sin poder probarlo a la manera de la ciencia, poner su voto de confianza y seguir adelante.  Son dos perspectivas opuestas con dos consecuencias opuestas.  Si se nos llama irreflexivos por depositar nuestra confianza en un Dios a quien no vemos a la manera de los humanos, también suele ser muy aventurado dejar de creer en un Dios porque no lo vemos a la manera de los humanos, pero que se ha dado a conocer a través de la creación misma. 

Jesús es también un profeta, pues ha vaticinado lo que a través de los siglos se ha ido cumpliendo paso a paso.  También tiene siervos como los otros profetas.  La diferencia con ellos es que él es la fuente de las profecías, el objeto de las mismas y el sujeto de nuestra esperanza.  El servicio que le demos debe estar motivado por razones semejantes o incluso superiores a las que tuvieron Eliseo y todos los que fueron siervos de profetas.  La ventaja nuestra es que Jesús dijo ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor.  Os llamaré amigos.  Esa oferta motiva y vence al mundo: así como Abraham fue llamado amigo de Dios, simplemente porque creyó a Dios y eso le fue contado por justicia,  nosotros también somos llamados amigos de Dios.  Esa oferta es muy valiosa para dejarla extraviar en los laberintos del mundo.  Por esa oferta soportamos con paciencia incluso las burlas a las que somos sometidos en el ejercicio de nuestra fe. Pese a todo, vale la pena!


Publicado por elegidos @ 17:06
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