Esta carta tiene mucho que decirnos, pero difícil para argumentar, para esbozar, por lo cual quisiera ubicarme dentro de algunos textos que considero están en tensión, una tensión que simula alguna contradicción, pero que no es más que la forma retórica de abordar un tema denso y escabroso.
Al menos dos criterios encontrados, en supuesta oposición, parecen suficiente motivo para una investigación, pues la manera como abordemos los textos puede significar que andemos en el camino apacible de justicia o en el temerario camino de la perturbación. 1) Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio (Hebreos 6: 4-7). 2) Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados (Hebreos 10:26). 3) Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos…porque esto lo hizo una vez y para siempre, ofreciéndose a sí mismo (Hebreos 7: 25-27).
En todo texto que examinemos aparecen unos elementos claves que permiten servir de orientación general hacia el sentido evocado. Vamos a buscar esas claves:
1- Es posible que lo difícil de explicar se deba a que seamos tardos para oír (5:11), de allí que necesitemos el alimento sólido –que es sólo para los que han alcanzado la madurez- para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (5:14).
2- La carta es dirigida a los Hebreos, al menos así parece haberse entendido desde los primeros siglos de la era cristiana. Como el tema también lo demuestra, hay que entenderla a la luz del criterio de sus destinatarios: unos judíos que se habían hecho cristianos, pero que querían judaizar. Ya la Iglesia se estaba consolidando y existían al menos dos generaciones de judíos cristianos. Sin embargo, la raigambre judía, el peso de los judíos no conversos en la diáspora sufrida a partir del año 70 d.C., por la destrucción de Jerusalén y por la persecución romana, exigió que los judíos no conversos acudieran a los judíos cristianos para buscar solidaridad. Pero esa solidaridad sugería el examen de sus creencias, por lo que algunos judíos cristianos intentaban volver atrás, judaizar dentro del cristianismo, para complacer a los dos grupos: a cristianos y a judíos no conversos.
3- En esta lucha surge la carta, que parece más una homilética, un sermón para ser leído en un púlpito, en un atrio. De todas formas lo planteado allí ha sido considerado parte del canon bíblico, por lo tanto inspirado por Dios mismo, de tal forma que no es posible encontrar alguna contradicción ni en ella misma, ni con las otras escrituras. De allí que los textos en forma aislada han constituido uno de los mayores tormentos en la vida de los creyentes que se acercan al estudio de los Hebreos sin atender a la totalidad del mensaje. No podemos escuchar un sermón en parte, y derivar conclusiones absolutas de esa parte, aislándola del resto. Es por eso que hace bien al leer Hebreos leerlo en forma total, de lo contrario podría confundirnos cuando aislamos un texto de su contexto.
4- En el libro de Juan (1 de Juan) se nos habla de la posibilidad de tener un abogado para con el Padre, una vez que hemos pecado, -y pecar es salirse del camino, errar el blanco-, cuando allí mismo se nos dice que el cristiano no practica el pecado (no peca dice también, en el sentido de no practicar el pecado), nos están diciendo también que tenemos esa confianza para el perdón, a través de Jesucristo el Justo. El creyente en Cristo ha de tener la confianza de volver al Padre en arrepentimiento, contando con un intercesor semejante, eterno e inmutable, como un sacerdote que conviene, con una ofrenda hecha una vez y para siempre.
5- Ahora bien, ¿quiénes son los ´pecadores` del libro de Hebreos? Son aquellos pertenecientes a la parábola del sembrador, cuya semilla germinó mas los abrojos y pedregales no le permitieron un adecuado desarrollo a la planta y perecieron sin fruto. Asimismo, son pecadores como Simón el mago, que una vez bautizado quería tener el don de imponer las manos para negociar con el Espíritu Santo, y le fue dicho que su dinero pereciera con él. ¿Quiénes son los pecadores del libro de Hebreos, aquellos a quienes les resulta imposible ser renovados para arrepentimiento? ¿Qué hicieron éstos que merezcan esa separación tan drástica? No sé si el pecado de muerte señalado en 1 Juan tenga que ver con estos, pero sí es cierto que estos no son renovables para arrepentimiento porque tienen un problema estructural como Simón el mago, como las semillas caídas en pedregales cuya raíz es poco profunda. Balaam fue un hombre cuyos ojos fueron abiertos, como bien indica el libro de Números capítulo 24, verso 3, pero a pesar de sus ojos abiertos se dirigió hacia la oscuridad. Dice el comentarista de la Biblia, Mattew Henry, que muchos pueden gustar el regalo del cielo, sentir algo de la eficacia del Espíritu Santo en sus operaciones sobre sus almas, permitiendo que ellos se acerquen a la religión, pero son como las personas en el mercado, que prueban cosas que después no van a comprar, y a pesar de haberse acercado a esas cosas, de haberlas probado, las dejan y no las adquieren definitivamente. De allí, continúa Mattew, que el pecado mencionado en Hebreos es la apostasía misma, tanto de la verdad como de los caminos de Cristo. A pesar de que Dios puede renovarles para arrepentimiento, lo usual es que no lo hace así.
6- Estos pecadores de Hebreos tienen una raíz colocada en parte en tierra aceptable, pero en parte en piedras y abrojos. Sucede que esos ´creyentes` tenían dos fundamentos, y se ufanaban de tenerlos. Por un lado habían alcanzado el evangelio de la gracia, lo habían oído y lo habían gustado –como la gente que ´gusta` en el mercado- pero por el otro lado, su raigambre cultural, su pertenencia a un grupo religioso reclamaba en su interior la vuelta atrás, como sus antepasados que desearon volver a Egipto y perecieron en el desierto. Eran judíos que querían volver al pacto antiguo, al del mandamiento anterior sin eficacia, (pues nada perfeccionó la ley: Hebreos 7:19). Es como decir que se creían doblemente salvos: tenían a Cristo pero tenían también la tradición de sus padres. Tenían mucho, por lo tanto no tenían nada. Ese es el principio bíblico: solamente a través de Jesucristo, lo demás invalida el trato. Por eso Pedro le dijo a Simón el mago, después de ´haber creído` y de haberse bautizado, cuando pidió bajo oferta de dinero el don de imponer las manos para otorgar el Espíritu Santo: No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios (Hechos 8:21).
7- Dos grupos de destinatarios dominan la carta. Un grupo funge como antimodelo, el grupo que cae y recae, y al que llamaremos ilegítimos. El problema no es el pecar o el caer, sino el caer continuamente, en una suerte de práctica del pecado; no me refiero a la adicción a un pecado, como que si Dios no pudiera sacarnos de esa adicción y perdonarnos por ella, me refiero a la práctica continua que cauteriza nuestra conciencia, de tal forma que se hace un hábito casi natural en nuestras vidas. El otro grupo representa a los cristianos hebreos que habían tenido tentaciones similares a la que tuvieron los otros hebreos mencionados allí, pero de los cuales el autor de la carta estaba persuadido de cosas mejores. El verso 9 del capítulo 6 dice que estos hebreos eran distintos, por lo cual los llamaremos los destinatarios legítimos de este sermón.
Los otros, los que recayeron, son un ejemplo colocado acá para ilustrar que los destinatarios legítimos de la carta no eran así. El conflicto se presenta cuando leemos ese texto puesto como ejemplo de lo que no eran estos hebreos y nos quedamos conectados en ese contexto, y no miramos el contexto de los principales destinatarios de esta carta. Este antimodelo, o modelo negativo, es el conjunto de ´creyentes` que había recaído. Pero ¿qué hacía que habiendo creído ellos no fueron levantados otra vez para arrepentimiento? Tal vez el hecho mismo de tener dos fundamentos. Eso es una real apostasía. Dos fundamentos en lugar de un solo fundamento que es Jesucristo. Estos se ufanaban de ser cristianos y judíos practicantes. Podían pedir a Jesucristo, pero de vez en cuando recurrían a las obras de la ley para afianzar su perdón. Por eso se les dijo que no podían volver a crucificar de nuevo al Señor, exponiéndolo a vituperio. De esa mezcla doctrinal no sale sino frutos malos, espinos y abrojos. El adulterio espiritual es un arma mortal para la fe.
El caso de Simón el mago presenta a un prototipo de creyente que gusta del evangelio, pero que no tiene fundamento sólido. Su intención es otra. Estos creyentes hebreos son ejemplo de aparentes creyentes, como dice Juan: salieron de nosotros, pero no eran de nosotros.
Dos contextos en tensión. Esa es la gran diferencia planteada en Hebreos y depende solamente del tipo de fundamento en que se halla el creyente, para encontrar crisis o liberación. Existe un solo fundamento, una sola piedra angular, llamada Jesucristo. Otro fundamento, o el mismo fundamento pero combinado con otro/s, de nada sirve. Ese es el tema central en esta carta, un tema que cabalga sobre las dos doctrinas bíblicas, una del Antiguo Testamento (A.T.) y otra del Nuevo Testamento (N.T.). El problema es que la del A.T. era tipo o prototipo de lo que habría de venir en el N.T. Pero ese tipo o prototipo no nos convenía, pues 7:19 dice que nada perfeccionó la ley. Los que se aferran a la ley viven por obras; para los que nos aferramos a la gracia las obras son una consecuencia y no una causa en nuestras vidas. Los que se aferran a la ley deben buscar un sacerdote para que expíe sus culpas, no pueden faltar a ninguna parte de la ley pues se hacen culpables de todas las demás partes. Eso no nos convenía, dice el autor a Hebreos, sino que nos convenía un sacerdote según el orden de Melquisedec, eterno, sin principio ni fin. Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, se le dijo a Cristo. Es por eso que Jesús es hecho fiador de un mejor pacto, el nuevo pacto de su sangre.
El problema del creyente no es con el pecado, pues siempre habrá de pecar mientras tenga esta doble naturaleza, de la cual dice Pablo en su carta a los Romanos: Miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Pablo sabía cuál era su fundamento en el momento del pecado, pues dijo inmediatamente: Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, Señor nuestro (Romanos 7:25). Ahora bien, si Pablo hubiese acudido a la ley, a los sacrificios de palomas y bueyes, que eran tipo de lo que ya había venido, entonces Pablo estaría incluido en la lista negra de los que recayeron y de los cuales era imposible que fuesen renovados para arrepentimiento. Pero Pablo, a pesar de sus caídas, a pesar de hacer lo malo que no quería hacer, a pesar de no hacer lo bueno que deseaba hacer, dio gracias a Dios por Jesucristo Señor. Entonces Pablo no tuvo ningún problema para seguir adelante, hacia el hogar celestial, porque no se estancó en otro fundamento. Y él pudo haberlo hecho en su carne, pues era judío de judíos, seguidor de la ley, discípulo de Gamaliel, celoso de Dios, perseguidor de los cristianos…Todo eso pudo tentarlo a él para combinar los dos fundamentos. Pero una cosa es la tentación y otra la caída. Hay caídas que matan, pero del vivo hay esperanza. Si alguien cae en la tentación de rechazar a Jesucristo como fundamento, y busca un fundamento diferente, podemos suponer que está en apostasía. Y aun Dios podría perdonar a un apóstata que se arrepienta y acuda a Él humillado reconociendo su error (como le propuso Pedro a Simón el mago), pero estos hebreos del antimodelo no reconocían su error, sino que se afianzaban en ello.
Otras perspectivas de análisis.
El capítulo 6 nos mostraba que es imposible que los que una vez fueron iluminados…y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo y para sí mismos al Hijo de Dios… Cuando un sacerdote judío hacía un sacrificio en el A.T. lo hacía en una prefiguración de lo que habría de venir en el nuevo pacto. Si ya en el nuevo pacto Jesucristo se ofreció a sí mismo para perdón de nuestros pecados, entonces no quedaba lugar para volver al sacrificio antiguo. La prefiguración se acabó y dejó el sentido que tenía al haber llegado el verdadero sacrificio, del cual todos los anteriores eran sólo prefiguración.
Si un judío acude al viejo pacto, a ese judío, aún siendo ´cristiano`, le resulta imposible crucificar para sí mismo al hijo de Dios. Ese judío que ha gustado del nuevo pacto, no puede ser renovado otra vez para arrepentimiento. Eso había sido ya explicado a principios del capítulo 6 de Hebreos, cuando se hablaba de dejar atrás los rudimentos de la doctrina de Cristo, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Estas cosas nombradas en los versos 1 y 2 de Hebreos 6 son rudimentos que se recomienda dejar, para seguir adelante hacia la perfección. Se nos exhorta a no ser niños sino maduros, comiendo alimento sólido.
Hoy día también hay iglesias donde encontramos ´creyentes` que se han bautizado varias veces, porque consideraron que su primer bautizo se lo hizo un pastor que no era digno de ello. Eso es echar otra vez el rudimento de la fe. Hay iglesias donde cada domingo la gente pasa adelante para que los pastores coloquen sus manos sobre sus cabezas y eso es otro rudimento de la fe que se nos recomienda dejar. De manera que se nos exhorta a andar en la perfección, a comer alimento sólido (no es que se prohíba la imposición de manos, ni el bautismo, ni el arrepentimiento en un acto de entrega a Cristo, sino que se nos advierte que una vez que usted lo hace no tiene que volverlo a hacer).
Por todo ello pareciera que cuando el autor de Hebreos nos dice que es imposible que estos iluminados que han recaído sean otra vez renovados para arrepentimiento, volviéndose a bautizar, exigiendo que se le impusieran las manos, etc., nos quiere indicar que las vanas repeticiones son un sin sentido para Dios. Eso es exponer al Hijo de Dios a vituperio. Quienes tal hacen son comparables al fruto de espinos y abrojos que no sirve sino para ser quemado. El mandato del verso 1 de Hebreos 6 es a no continuar con los rudimentos de la doctrina de Cristo. El mandato consiste en no echar otra vez el fundamento del arrepentimiento…de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos… Ese no continuar con los rudimentos de la doctrina de Cristo no puede entenderse como un llamado a abandonar la doctrina de Cristo, pues es aclarado inmediatamente que se nos conmina a no echar otra vez el fundamento. El problema básico se plantea en el fundamento. No se puede echar otra vez el mismo fundamento, pues implicaría que el anterior fundamento estaría en vituperio (bajo vergüenza). Es como si dijéramos, Cristo no sirve, el anterior Cristo no sirve, pero he aquí un nuevo Cristo, renovado, que sí sirve (como si dijéramos que me entregué a Cristo hace un año, pero ahora me volví a entregar a Él, y ahora me siento mejor. Si eso decimos y hacemos estamos vituperando a Cristo mismo, al cual ya nos habíamos entregado). Si tal fuera el caso eso sería vituperar al primer Cristo, como si lo hubiera. Y como no hay primero ni segundo Cristo, sino un solo Cristo, mediador entre Dios y los hombres, entonces no hay más sino un solo fundamento.
Recuerdo el caso en que el Señor lavaba los pies de sus discípulos y Pedro le pidió que le lavase todo el cuerpo. El Señor le dijo que ellos no necesitaban lavarse todo el cuerpo, sino sólo los pies, pues ya estaban limpios, en una clara alusión a que los creyentes ya fuimos lavados totalmente del pecado, pero necesitamos solamente la confesión diaria –el lavatorio de los pies- de nuestras faltas. Pero no necesitamos volver a hacer una alharaca y pasar adelante en reuniones para volver a entregar la vida a Jesucristo, rebautizarnos, volvernos a imponer manos, etc. Eso sería vituperar al Hijo de Dios diciéndole que Él es insuficiente en Sí mismo y por eso es conveniente repetir ese sacrificio, como si pudiéramos crucificarle para nosotros mismos una y otra vez. Es por ello que nos convenía un sacerdocio inmutable, un Mesías que pudiera salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (Heb. 7:24-25). Un Mesías que no nos pide rebautizarnos, volvernos a imponer manos, volvernos a entregar a él cada domingo, cada evento eclesiástico. Quienes tal hacen lo exponen a vituperio, y han venido a ser como abrojos para ser quemados. Esto está expuesto en el libro de Hebreos, pero aún aquellos que han hecho semejante vituperio, si están vivos y pueden arrepentirse de sus errores, el Señor es fiel y puede perdonarles, pues por algo se escribió en su palabra esta amenaza, para que tengamos miedo de su cumplimiento y corramos presurosos ante quien puede lavarnos los pies, como a Pedro y a los otros.
El capítulo 10 (verso 26) nos dice que si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. Poco antes en los versos 17 y 18 leíamos que nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado. Y en los versos siguientes se habla de lo que tenemos: libertad para entrar al Lugar Santísimo y un gran sacerdote sobre la casa de Dios… (19-23), concluyendo que nos podemos acercar con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura…porque fiel es el que prometió.
Al comparar estos dos grandes textos podemos ver su tensión, una aparente oposición bajo la cual uno tiene que preguntarse a qué tipo de pecado se refiere el expositor a los Hebreos. ¿Qué significa pecar voluntariamente? ¿A qué pecado se refiere? Esta última pregunta es vital hacerla y responderla, pues casi todos los pecados son voluntarios. Hay pecado heredado, como hemos heredado la vieja naturaleza de Adán, de nuestros padres. Pero hay pecado que cometemos a diario, algunos por ignorancia, o por omisión (porque dejamos de hacer lo bueno), pero hay otros –la mayoría- que son por comisión voluntaria. Estamos conscientes de que algo no lo debemos hacer, pero dadas ciertas circunstancias lo hacemos. Eso es un pecado voluntario.
Para responder a qué pecado se refiere el expositor a los Hebreos tenemos que mirar al contexto en el que está hablando. La referencia precedente y subsiguiente a esos textos es la ley de Moisés, el sacerdocio del A.T. y el nuevo sacerdote. El que tiene por inmunda la sangre del Hijo de Dios y hace afrenta al Espíritu de gracia, que pisotea al Hijo de Dios, merece mayor castigo que el que viola la ley de Moisés (26-29). De nuevo dos destinatarios: un sujeto o un grupo de personas a quienes se le hace la advertencia o admonición en relación al pecar voluntariamente, frente a otro sujeto o grupo de personas que incluyen a los que no retrocedemos para perdición (10: 39). Entonces el problema no está en pecar sino en retroceder.
Los cristianos tienen que tomar en serio la Escritura de Dios. Si en ella leemos –en el mismo texto inmediato que estamos explicando- que Dios dijo que nunca más se acordará de nuestros pecados, entonces no puede ser que interpretemos que como hemos pecado deliberadamente (voluntariamente) tenemos encima el castigo eterno de Dios. No se trata de que para nosotros sea imposible el arrepentimiento. Sencillamente que si nosotros –que hasta ahora nos hemos dicho cristianos, y hemos gustado de esas glorias espirituales- empezamos a decir y a creer que la sangre de Cristo es inmunda (insuficiente), empezamos a pisotear al Hijo de Dios (en el sentido de que lo declaramos incompetente para nuestra expiación), afrentamos al Espíritu de gracia (empezando a actuar en base a las obras), entonces seremos de los que recayeron sin que quede más sacrificio por nuestros pecados, pues habríamos cambiado a un animal por el Hijo de Dios (un cordero por el Cordero). No pensemos que vamos a encontrar expiación por nuestros pecados en otro Cristo –como si lo hubiera-, no pensemos que vamos a hallar gracia en las obras, pues gracia y obras son excluyentes como causa, no pensemos que vamos a conseguir perdón y remisión de pecados ante un Dios que hemos rechazado y del cual hemos pisoteado a su Hijo.
Hebreos 2:3 en concordancia con Filipenses 2:12 nos manda a cuidar con temor y temblor una salvación tan grande. Ese cuidar no es otra cosa que mantener, acariciar, disfrutar de un regalo inmerecido. Si se nos regalase un bien terrenal, digamos una casa, un automóvil nuevo, sabemos por la donación que esos bienes nos pertenecen ahora a nosotros que los hemos recibido. El que se nos diga cuiden su carro con temor y temblor, ocúpense de su casa con temor y temblor, no implica que se nos va a quitar lo que nos ha sido dado. Lo que implica es que debemos apreciar lo que se nos ha dado, debemos acariciarlo, disfrutarlo, cuidando de no deteriorar aquellos bienes regalados. Se corre el riesgo de no saber apreciar lo que se nos regala, porque nada nos ha costado, por lo cual no está demás la exhortación.
El que lleguemos al cielo con obras en heno, hojarasca o madera hace mucha diferencia con aquellos que han edificado sobre metales nobles, como el oro, plata o piedras preciosas. La obra de cada uno será evaluada, como por el fuego, y la madera, heno y hojarasca se quemarán y de ellos sólo quedarán cenizas. Pero la de los metales y piedras preciosas quedará purificada. Si bien, dice Pablo, aquél que edificó en heno, hojarasca o madera (que no cuidó su salvación con temor y temblor, que descuidó una salvación tan grande, porque no supo apreciar un regalo de tal magnitud) será salvo como de un incendio.
El pecado de incredulidad.
El libro de Hebreos empieza diciéndonos que Dios ha hablado muchas veces y de muchas maneras. De eso trata el libro, de lo que Dios ha hablado y por medio de quién lo ha hecho; si anteriormente lo hacía por la vía de los padres (Abraham, Isaac, Jacob, etc.) y los profetas, ahora lo ha hecho a través del Hijo. Nos dice que el Hijo es imagen misma de la sustancia de Dios, lo cual acaba con la herejía naciente acerca de que Cristo no era consubstancial con el Padre. La disertación comienza a centrarse en la superioridad del Hijo ante los ángeles y todo lo creado, puntualizando que la función de los ángeles es la de ministrar al servicio de los herederos de la salvación.
Después de esta magistral y apoteósica introducción, plasmada en el capítulo 1, se da inicio al desarrollo temático del libro, con un conector gramatical de causalidad: por tanto. A partir de allí se comienza a hacer énfasis en lo que debe ser nuestra actitud frente a esa salvación recibida. Se nos pide diligencia para evitar deslices. Una comparación con los eventos del Antiguo Testamento, específicamente con los castigos infringidos a los transgresores de la ley, se alza como modelo donde hay que mirar para temer el castigo que pudiéramos recibir nosotros si nos atrevemos a descuidar una salvación tan grande.
La ´salvación tan grande` se deduce del hecho de que no estamos sometidos al fuero de la ley mosaica. El Nuevo Pacto resulta ser la maravilla no soñada ni siquiera por los profetas, pero anunciada por ellos. Quizás ellos mismos siendo voceros del Altísimo no comprendieron a cabalidad su anuncio, y tal es el caso de que la Iglesia misma era un misterio, como lo dijera Pablo en algunos de sus escritos. Hasta ahora no se ha explicado en la carta en qué consiste el descuido de una salvación tan grande.
Si comparamos el verso 9 del capítulo 2 con el verso 4 del capítulo 1 podemos ver una aparente contradicción. En el verso 4 se dice que Jesús fue hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. En cambio, en el verso 9 se nos advierte que Jesús fue hecho un poco menor que los ángeles. Es indudable que esta ´contradicción` es aparente, por cuanto el espíritu del expositor en su contexto quiere decirnos que Jesús se hizo un poco menor que los ángeles para poder padecer la muerte por nosotros. En otros términos, en el capítulo 1 verso 4 se habla del Hijo de Dios sentado a la diestra del Padre, superior a los ángeles. En el capítulo 2 versículo 9 se describe a Jesús hecho hombre para poder padecer por nuestras culpas. Es ese Jesús humanado el que es inferior a los ángeles, al igual que toda la humanidad que ha sido hecha menor que los ángeles. Son dos presentaciones acerca de Jesucristo, una como Dios en su majestad y otra como igual a nosotros para padecer por nuestro pecado. El capítulo 2 verso 14 lo aclara, por cuanto si los hijos (nosotros) participaron de carne y sangre, él (Jesucristo) también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte (su muerte) al que tenía el imperio de la muerte, al diablo (por eso se dice que subiendo a lo alto llevó cautiva la cautividad, Efesios 4: 8; y se nos perdonó todos nuestros pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz, Colosenses 2: 13-15).
Una aclaratoria que coincide con el resto de la revelación bíblica es la que el autor de la carta a los Hebreos hace en capítulo 2 verso 16. Esto refleja la soberanía absoluta de Dios quien no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Sabemos que Pablo aclara en su carta a los Romanos quién es esa descendencia, citando a Isaías cuando dice: En Isaac te será llamada descendencia. No son hijos todos los que descienden de Abraham, sino que en Isaac sería llamada descendencia, es decir, los que Dios quiso reservar para sí mismos. Si el Señor no se hubiera reservado remanente, hubiésemos sido como Sodoma o como Gomorra, dice Isaías capítulo 1 verso 9.
Se hizo un poco menor que los ángeles. En la carta a los Hebreos existe un eje central dominante, dentro de muchos ejes circundantes en esta suerte de máquina expositiva tan compleja, y es Jesús como Sumo Sacerdote. En el A.T. había un eje muy central, la figura del sumo sacerdote en el lugar santísimo…Todas las cualidades del sumo sacerdote son referidas y encontradas en el nuevo sacerdote, el Hijo de Dios. Y como él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para favorecer y compadecerse de los que son tentados. El Señor ha querido tener varias funciones, por lo que no cabe duda de que hay un acto de buena voluntad: padeció siendo tentado y es fiel ante Dios para expiar los pecados de su pueblo. Por otra parte destruyó al diablo, quien tenía el imperio de la muerte, de allí que el capítulo 3 empieza con un conector de consecuencia: por tanto, llamando al deber de conocer al sumo sacerdote, un personaje mayor que Moisés.
En el mismo capítulo 3 verso 6 hay un condicional: si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza. Para algunos es una duda el si condicional, pues en nuestra fuerza no podemos mantenernos hasta el final; sin embargo, la Biblia señala que fiel es Dios el cual también lo hará, y el que en vosotros empezó la obra la terminará. Los que no retienen la confianza firmemente son semejantes al grupo del cual Juan habla, los que salieron de nosotros pero que nunca habían sido de nosotros. La disensión siendo mala es bueno que venga. Asimismo, el si condicional no es necesariamente malo. Es bueno porque nos permite la duda acerca de nosotros mismos, nos evalúa para ver si estamos en el grupo que aguantará hasta el final o nos iremos antes de las filas de los llamados. Ese si condicional permite que vengan a nuestra memoria, alimentada por el Espíritu de Dios, los versos que permiten reunir las partes de una estructura mayor. Me refiero a los textos de la Biblia que hablan de ese Dios que empezó la obra en nosotros y que habrá de terminarla.
Si le amamos a Él es porque Él nos amó primero, y si acudimos a Él fue porque Él nos llamó diciéndonos: sígueme. Además, nadie puede ir al Hijo si el Padre no le lleva. Si tenemos fe, la fe viene por el oír, no el Logos sino el Rema, no la palabra genérica sino la palabra específica de Cristo. Pero hay más, la fe es un don de Dios y no es de todos la fe. Cuando nos enfrentamos con el si condicional nos hacemos la evaluación y todos estos textos, entre tantos otros, nos aclaran que esta empresa no es nuestra sino de Dios, el cual por su fidelidad permite que nos mantengamos hasta el final.
Hay un juramento que Él mismo hizo, hay una promesa que también nos dio. Este juramento y esta promesa nos la dio a través del padre Abraham, del cual venimos a ser nosotros hijos de la fe, pues la gloria de Abraham estuvo en que él creyó y ese acto de creer le fue contado por justicia.
El si condicional es bueno porque nos permite salir a flote en el mar de las dudas. Hay unos que se hunden, pero es necesario que esos se hundan, pues eso es conveniente para que se cumpla la Escritura.
En el capítulo 3 se expone además el reposo al cual no podrán entrar los de corazón malo de incredulidad por apartarse del Dios vivo. El problema no lo constituye el conjunto de nuestros pecados cotidianos, pues nos guste o no nos guste son necesarios para que entendamos de qué nos ha librado la gracia de Dios. Sin embargo, en Hebreos se nos sugiere a que no haya en ninguno de nosotros quien padezca de ese pecado de incredulidad. No se nos dice que no haya entre nosotros ninguno con pecados de la carne, que tampoco son buenos, pues llevan en sí castigo y nos hacen objeto del castigo de Dios como Padre, para demostrarnos que somos sus hijos y objetos de su amor; el autor de Hebreos no se está refiriendo a esos pecados que pueden estar anidando en nuestros corazones. Para esos pecados hay otro tratamiento, está la confesión y el abogado que tenemos para con el Padre; está el Espíritu Santo que se contrista en nosotros, que nos lleva a toda verdad, que nos convence de justicia y de juicio, que nos redarguye de pecado.
El autor de Hebreos se refiere a un tipo de pecado que no tiene arreglo, pues si no creemos que Dios nos conmina al crecimiento y a la madurez espiritual, si no creemos que el Hijo de Dios es el gran Sumo Sacerdote, según el orden de Melquisedec, sacerdote que nos convenía por ser eterno e inmutable y que intercede por nosotros todos los días, si no creemos a su palabra, entonces la incredulidad nos habrá cobijado al punto en que hemos venido a ser estériles e improductivos, como abrojos y espinos.
De manera que el pecado grave, el del si condicional, si es que no nos mantenemos en la esperanza y confianza hasta el final, es el del corazón malo de incredulidad. Aun la duda, que se parece a la incredulidad, no es la incredulidad misma. Puede haber un corazón malo cargado de pleito y de rencores y eso no es bueno, pero el pecado malo que nos aparta del Dios vivo es el de la incredulidad. Cuando por medio del Espíritu Santo caemos de rodillas ante Dios y suplicamos el perdón, derramamos nuestras lágrimas por todos esos pecados de la carne, pero cuando así hacemos hemos de entender que todavía creemos. Si así hacemos y recibimos en ocasiones la reprensión del Señor hemos de entender que todavía somos creyentes. Pero el pecado de incredulidad no nos lleva al arrepentimiento, pues ¿cómo vamos a arrepentirnos si no creemos? ¿Ante quién arrepentirnos si no creemos en el Hijo de Dios? Si algunos de los judíos de la carta a los Hebreos se habían apartado a tal punto en que no creían en el sacrificio hecho por ese sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, sino que tenían que sacrificar un cordero o un palomino, después que habían gustado las delicias del evangelio, entonces habían venido a ser como incrédulos.
El pecado de incredulidad es de tal envergadura que parece no conseguir el perdón, pero es lógico que no lo consiga por cuanto ese mismo pecado niega todo el concepto del Dios redentor y de la oferta de su Hijo como expiación de nuestras culpas. Si alguien lee esta carta y no acepta que debe expiar sus culpas, o no cree que el Hijo de Dios sea suficiente para hacerlo, entonces esa persona padece del pecado de incredulidad. El llamado a esa persona es a reflexionar y a reconocer la oferta hecha por el Padre a través del Hijo, de manera tal que no resistamos al Espíritu Santo cuando nos proponga el camino que conduce al Padre.
Somos corregidos, pues el pecado no es gratuito, ya que Dios nos trata con azote. Pero hay un pecado malo que Él no corrige: el corazón lleno de incredulidad. El que oye la voz del Señor y endurece su corazón, está cayendo en el pecado de incredulidad. El endurecimiento por el engaño del pecado causa esa cauterización que nos puede conducir a la incredulidad. De allí que se diga, con otro si condicional: si oyereis hoy su voz, no endurezcais vuestros corazones (versos 7, 8 y 13 del capítulo 3). Yo no empecé esta obra de salvación, Él la empezó, pues Él me amó primero. Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Él es el que llama, y nosotros sólo seguimos su voz, pero cada quien tiene que esforzarse en conocer si es un llamado del Señor, aunque haya algunos que se espanten y se vayan.
Los que salieron de Egipto no entraron en su reposo por su incredulidad, por no haberle creído a Dios (Números 13 y 14). A nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos, pero a ellos no les aprovechó porque la palabra no estaba acompañada de fe en quienes la oyeron. Pero, conector disyuntivo, primero se ha exaltado el castigo de la gente que salió de Egipto y vagaron por el desierto 40 años, para después mostrar al grupo que sí tiene fe, que no milita en la incredulidad, los cuales entran en el reposo. ¿Y qué es el reposo de Dios? El reposo es oír la palabra y creerla. ¿Cómo saber si somos salvos? Solamente a través del reposo de Dios. Ese reposo es la justicia que da paz (Isaías), pues en quietud y reposo seréis salvos; el acto de oír la palabra con fe es conducente al reposo de Dios, por lo cual se nos dice que la fe viene por el oír la palabra de Dios.
En la lengua griega existen dos vocablos que refieren a una misma idea: logos y rema, y refieren al concepto palabra. Sin embargo, cada uno de esos vocablos tiene una acepción particular que la diferencia del otro. Mientras logos refiere a una palabra genérica, a la razón, a la lógica y al estudio o tratado de la ciencia, el rema implica una palabra específica, particular. De este vocablo rema, del verbo reo, que significa fluir, viene la palabra retórica. Por eso los retores elaboraban discursos que fluían de sus almas, de sus mentes, para persuadir a su auditorio. En el griego del Nuevo Testamento aparecen estos dos vocablos también, logos como palabra general, mientras rema como la palabra diciente. Cuando Jesús le dijo a Pedro que caminara sobre las aguas, ese dicho no fue un logos, sino una palabra particular para él, un rema. Asimismo, cuando Pablo habla de que la fe viene por el oír la palabra de Dios, dice en el griego que la fe viene por el oír el remato Cristou (la palabra específica de Cristo).
Es por ello que cuando un tipógrafo lee la Biblia para escribirla o para corregir lo que ha escrito, lee sencillamente el Logos general. Esa palabra no necesariamente le habla al tipógrafo. La palabra que habla es la que Dios envía en forma específica, el Rema. Y cuando se nos envía rema es porque se nos ha dado fe, pues la fe es un don de Dios y no es de todos la fe. Pedro siguió adelante, porque tuvo un llamado específico. El reposo de Dios está en oír su palabra con fe. Cuando sabemos que Dios da la fe y que ha podido no dárnosla, entonces entramos en su reposo, en el reposo de su gracia.
Veamos un ejemplo de falta de reposo: si Dios nos dice Mía es la venganza, yo pagaré, y nosotros no le creemos sino que buscamos vengarnos nosotros mismos, entramos en aflicción. Si Dios dice por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones con acción de gracias…y nosotros no oramos, ¿qué reposo podemos tener? Así nos estamos convirtiendo en incrédulos. No seáis incrédulos, sino creyentes! El reposo de la Palabra implica que ella nos discierne, nos penetra como espada de dos filos, hasta partir el alma, el corazón y los tuétanos. Todo lo discierne, porque todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquél a quien tenemos que dar cuenta.
Por tanto, dice el capítulo 4 verso 14, teniendo un gran sumo sacerdote retengamos nuestra profesión de fe, no volvamos a la incredulidad. Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para el oportuno socorro. Si el pecado que me aparta de Dios es la incredulidad la dificultad para comprender es la dureza que tenemos para entender. Los inexpertos en la palabra de justicia necesitan leche, pero hay un grupo con los sentidos ejercitados en el bien y en el mal, que han alcanzado la madurez. Hay que usar la conciencia, la palabra oída, para discernir el bien y el mal. No podemos llenarnos de pesadez y para eso se requiere entrenamiento bajo oración, ayuno y meditación de la palabra, como lo hizo el Maestro.
César Paredes
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