El reloj profético del Dios bíblico va acompañado de una brújula. Estos dos elementos permiten que los creyentes en la Biblia como revelación puedan orientarse en cuanto a los tiempos del fin y acerca del lugar donde ocurrirán ciertos eventos que se muestran como puntos de referencia. El libro de Daniel es uno de esos libros que contienen profecía referida para los tiempos del fin, no obstante que ese sea un libro histórico y no profético, según el catálogo de los elaboradores del canon. Pero así como los Salmos de David contienen profecía sobre el Mesías y sobre otros eventos del porvenir, otros libros ´ no proféticos ` contienen también profecías que son de gran relevancia.
En el capítulo 9 de Daniel se dice que el profeta se encontraba hablando y orando, y confesando su pecado y el de su pueblo, cuando el varón Gabriel fue a él en la tarde. Gabriel le hizo entender dándole sabiduría y entendimiento. La profecía es contundente, pues se anuncia un determinado tiempo para el pueblo de Daniel (Israel) y para su ciudad (Jerusalén). Recordemos que al inicio del capítulo 9 Daniel se encontraba mirando en los libros el número de años que duraría el castigo de Jerusalén, anunciado por el profeta Jeremías.
Haciendo la plegaria, porque ya sabía que el tiempo de la finalización de ese castigo pronto terminaría, Daniel fue escuchado; pero por el hecho de ser muy amado le fue enviada una revelación especial acerca de su pueblo y de Jerusalén, aunque también acerca de una serie de eventos que tendrían lugar en relación con su pueblo y con su ciudad amada. Esos eventos nos interesan a nosotros los habitantes del planeta, independientemente de que no seamos Israelitas ni que vivamos en Jerusalén. Y es lógico el interés por cuanto lo que allí acontezca no será un evento aislado del resto del planeta, pues aunque parte de la profecía ya ha sido cumplida la parte final será cumplida en base a una serie de acontecimientos históricos en los cuales parece que estamos viviendo.
Dice Isaías ¿Quién oyó cosa semejante? ¿quién vio tal cosa? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sión estuvo de parto, dio a luz a sus hijos (Is. 66). En el año de 1948 nace Israel con su propio territorio. Es bueno recordar esta cita de Isaías para poder vincularlo con lo anunciado por Daniel. Ese texto de Isaías se refiere a un evento que está incluido en la cadena de acontecimientos que tienen que ocurrir con precisión para que se cumpla toda la palabra dada a Daniel.
Ya el profeta Zacarías en el capítulo 2 de su libro había anunciado que quien tocara a Israel tocaría a la niña de los ojos de Dios. Y en el Génesis 12:3 aparece una declaración que va a marcar el destino de este pueblo hasta el final: Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Dado que el Dios de la Biblia se manifiesta a sí mismo como un Dios de pactos, resulta de provecho entender que Él no cambia, por lo cual sus pactos jurados en su propio nombre se mantienen. Muchos suponen hoy día que el Dios de Israel abandonó a Israel por la Iglesia. La iglesia ha sido el producto de un nuevo pacto, y es parte de ese gran paréntesis que se deja ver en la declaración que escribe Daniel entre la semana 69 y la 70. El mismo Pablo en su carta a los Romanos advierte que Dios no ha desechado a su pueblo, refiriéndose a Israel, y agrega que al final de los tiempos todo Israel será salvo. Por eso el pueblo de Israel sigue siendo una brújula y un reloj profético, a partir de los datos suministrados en la Biblia.
En la Biblia encontramos muchísimos pueblos y naciones en referencia a lo que Dios hace y a lo que hace con Israel. Sin embargo, existen tres categorías generales de pueblo dentro de las Escrituras: los Israelitas, los Gentiles y la Iglesia. Estas categorías tienen que ver con el plan de salvación de Dios para con la humanidad. Los primeros pactos fueron hechos con Israel. Después se incorporaron los gentiles, pero dentro del nuevo grupo naciente que es la Iglesia. Dentro de la iglesia todos somos iguales, en el sentido de que no hay judío ni griego, nadie es superior a otro y el que se crea más grande debe servir al más pequeño. Es dentro de la iglesia que Dios hizo de los dos pueblos –el israelita y el gentil- uno solo. Pero fuera de la Iglesia siguen vivos los pactos realizados con Israel, que son de obligatorio y necesario cumplimiento, pues están proyectadas muchas promesas tanto para los tiempos actuales como para los tiempos subsiguientes. De manera que no es conveniente confundir ambos pueblos, el gentil (adherido con la iglesia, sabiendo que la iglesia incluye, además de a los gentiles a los judíos conversos) y el judío (de los viejos pactos). Ambos pueden ser un solo pueblo dentro de la iglesia. Pero fuera de la iglesia, en la que continúan miles y millones de ellos, continúan bajo el efecto de los viejos pactos.
Esta situación planteada se ve reforzada por la famosa semana 70 profetizada por Daniel, además de otras cuantas profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento que refieren al tiempo en que Israel sería esparcido a través de las naciones, lo que se conoce como la diáspora judía en el mundo, y el tiempo en que serían llamados a ser de nuevo Israel, a ser esa nación que dejó de existir hace centenas de años pero que nació en un solo día, como dijera Isaías. Cuando vemos estos acontecimientos históricos no nos podemos negar a admitir que esos viejos pactos siguen vigentes, pues de lo contrario esas promesas no se habrían cumplido. Esto contraviene lo que algunos sostienen diciendo Dios abandonó a su pueblo, o lo trocó por la Iglesia. Queda claro que aunque Dios hizo de los dos pueblos uno solo, lo hizo dentro de la Iglesia –donde no hay judíos ni griegos-, pero fuera de la iglesia los viejos pactos están vigentes para Israel, y el nuevo pacto está vigente mientras dure la iglesia en la tierra.
Cuando vemos las noticias de los acontecimientos del mundo, a veces podemos observar a los judíos frente a su muro de los lamentos. Están lamentando que el templo de ellos no esté construido. Ese templo fue destruido en el año 70 d.C. bajo las tropas del general romano Tito. Desde esa época empezó la nueva diáspora judía hasta que hace pocos años comenzaron a retornar a su pueblo. Pero los judíos rabinos y los de la religión judaica visten de negro frente al muro de los lamentos. Están de luto porque no tienen todavía el templo. Ese templo, que era el famoso templo de Salomón, reconstruido después, subyace en ruinas en el terreno de una mezquita, llamada la mezquita de Omar o mezquita de la Roca.
Pedro dice que la profecía de la Escritura no es de interpretación privada, pues ella no fue traída por voluntad humana, sino que los profetas hablaron inspirados por el Espíritu Santo. Pablo nos exhorta a no menospreciar las profecías. Estas dos observaciones hechas por dos apóstoles nos animan a intentar acercarnos al sentido de esos anunciados eventos del porvenir, de un porvenir no muy lejano sino inmediato.
Han dicho: Venid, y destruyámoslos para que no sean más nación, y no haya más memoria del nombre de Israel (Salmo 83: 4); este salmo parece ser una profecía que se está cumpliendo actualmente, en pleno siglo XXI. En Oseas 3: 4-5 encontramos escrito: Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines. Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey; y temerán a Jehová y a su bondad en el fin de los días. Y más adelante nos dice: Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él (Oseas 6: 1-2). Recordemos a Pedro cuando nos dice que para el Señor un día es como mil años, y mil años es como un día. Esos muchos días del profeta Oseas son dos mil años, y al tercer día, volverá a la vida. En Cristo se cumplió esta profecía, pues resucitó al tercer día, pero es considerada una profecía de doble cumplimiento, por cuanto se habría de cumplir en el pueblo de Dios (Israel), después de 2.000 años de dispersión y alejamiento de Dios. El mismo profeta Oseas había vaticinado: Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán (Oseas 5:15). El hecho de que Oseas haya dicho que buscarán a David su rey hay que entenderlo en el contexto en que Jesús es llamado hijo de David, pues desciende de él. De allí que se haya dicho que el trono de David no tiene fin.
¿Qué significa el término semana? Como una semana consta de siete días, a nosotros nos parece poco tiempo hablar de siete semanas. Sin embargo, para los hebreos las semanas pueden ser de siete días o de siete años. Por el contexto en que fue dada esta profecía, y por las fechas en que se ha cumplido gran parte de esta profecía, hemos de entender que se trata de semanas de años. 70 semanas de 7 años cada una, lo cual da un total de 490 años. No obstante, lo establecido para tu pueblo y la ciudad santa no está pautado que suceda en un período de 490 años continuos. La profecía está estructurada de tal forma que tres renglones de tiempo se marcan en ella como señal de ciertos eventos que nos habrán de orientar en el campo profético.
Veamos cómo está estructurado este período de tiempo de las setenta semanas de Daniel. Es interesante observar que existen tres renglones, o tres separaciones en las 70 semanas. Se habla de 7 semanas, 62 semanas, y 1 semana. Alguna lógica debe tener esta estructuración que a simple vista no pareciera ser un capricho del ángel, ni de Daniel, ni mucho menos de Dios. Primero que nada debemos tener presente que la inquietud de Daniel gira en torno a lo que habrá de acontecer a su ciudad amada y a su pueblo muy querido. Esa inquietud se pone de manifiesto cuando el mismo Daniel nos relata que estaba estudiando en los libros del profeta Jeremías acerca de las desolaciones que habría de padecer Jerusalén, por un lapso de 70 años, y que estaban a punto de concluir. En Daniel 9:25 el varón Gabriel comienza a estructurar el conjunto de las 70 semanas. Nos dice que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas. Nuestra pregunta lógica es ¿por qué razón Gabriel no integró de una vez las 7 semanas con las 62 semanas, diciéndonos sencillamente 69 semanas? La respuesta podría estar en que el primer período de 7 semanas marca algunos eventos de importancia tal que se separan de otros eventos que también tienen relevancia enorme, pero que se habrían de cumplir en el período subsiguiente de las primeras siete semanas. Además, podríamos inferir que este hecho de separar las 7 semanas de las 62 semanas siguientes anuncia que el tercer período del tiempo pautado para el pueblo de Daniel y la ciudad santa, las semana final de la profecía, tiene eventos marcados como trascendentes.
La historia nos muestra que Ciro, el rey de Persia, conquistó Babilonia poco después de que Gabriel diera su anuncio a Daniel. Eso también está profetizado en el libro de Isaías 45:1-7, pues Ciro haría una obra de liberación al pueblo de Dios al permitir el retorno de los exiliados. Y en el año 536 a.C. Ciro dio la orden para el inicio de la reconstrucción del templo de Jerusalén. En el libro de Esdras, capítulo 1 vemos que se dice que En el primer año de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo:…Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Pero ese despertar de Jehová fue el inicio preparatorio para que el pueblo judío se fuese animando poco a poco. Lo demuestra el hecho de que posteriormente hubo dos decretos más que se ubicaban en el mismo sentido. No obstante, cada decreto era una especie de recordatorio y de acatamiento del anterior decreto y se referían fundamentalmente al templo.
Esos otros decretos fueron registrados también en el libro de Esdras, capítulos 6 y 7. Uno fue promulgado por Darío (cap. 6) y el otro por Artajerjes (cap. 7). Estos decretos permisaban la reconstrucción del templo pero no hablaban de la reedificación de la ciudad. Si nos fijamos en lo que dice Esdras en el capítulo 4, veremos que los judíos habían empezado la reconstrucción de la ciudad, pero sin permiso real, asunto que les valió la suspensión del permiso otorgado para reconstruir el templo. De esta forma quedan descartados estos tres decretos como marcadores de la fecha de inicio del cumplimiento de las setenta semanas proféticas.
Pero es Nehemías en capítulo 2:1-8 quien registra el decreto de Artajerjes, hecho en su vigésimo año de gobierno, en el cual se concede, por primera vez –si comparamos con los tres decretos precedentes- el permiso para la reedificación de la ciudad de Jerusalén. Es este decreto el que marca la fecha del inicio de las setenta semanas, y se encuentra ubicado en el año 445 a.C., precisamente en el mes de Nisán judío, equivalente al mes de Marzo. Según los historiadores y cronólogos seculares –no eclesiásticos ni judaicos- este decreto persa fue promulgado el 1 de Nisán, o lo que es lo mismo el 13 de Marzo.
La manera de contar y calcular los años, meses y días es muy distinta en nuestro calendario gregoriano –su nombre obedece al interés de cambiar la forma de contar el tiempo propuesta por un Papa llamado Gregorio. En vez de seguir contando el tiempo bajo el criterio de años lunares de 360 días se pasó a años solares, de 365 días. Por supuesto que para saber con exactitud la variación del tiempo en este cambio del calendario hay que acudir a los servicios astronómicos de expertos. La fecha exacta del decreto calculado por los expertos astrónomos es el 13 de Marzo de 445 a.C. a las 7 horas y 9 minutos de la mañana. El hecho de que el día trece ya hubiese comenzado –pues ya llevaba 7 horas y 9 minutos ubica al 1 de Nisán en el día 14 de Marzo.
Si hacemos un ejercicio práctico para saber de lo que estamos hablando, podemos mirar nuestro reloj. Digamos que son las 12 del mediodía. El segundero echa a andar y el minutero también. Ya han recorrido los minutos que usted quiera, pueden ser 12 minutos. Esos minutos no pertenecen a las 12 sino a las 13, es decir, a la hora siguiente. En un reloj con hora militar, el tiempo es medido en 24 horas continuas. Por lo tanto, después de las 12 viene la hora 13. El tiempo que transcurre entre las 12 y las 13 pertenece realmente a la hora 13. Es por ello que el 13 de Marzo de 445 a.C. cuando son las 7 horas y 9 minutos de la mañana, ese tiempo recorrido estaría ubicado en el día 14.
Debemos tener claro que este decreto relatado en Nehemías es el único que permite la reconstrucción de Jerusalén. Nehemías era el copero del rey y en su trabajo, sirviéndole vino al rey, éste observó su tristeza. Nehemías aprovechó para decirle al rey que su tristeza radicaba en el hecho de que su ciudad, la de los sepulcros de sus padres, estaba desértica, y sus puertas consumidas por el fuego. El rey entonces le preguntó a Nehemías qué cosa era la que estaba pidiendo, pues insinuaba muy sutilmente al argumentar que esa era la causa de su tristeza. Nehemías aprovechó la ocasión para orar a Dios, antes de responder al rey, quizás mentalmente, no sabemos cómo. Inmediatamente de haber orado pidió al rey ser enviado a Judá para reedificarla. Y después de haberle respondido al rey cuánto duraría el viaje junto con los trabajos, el rey aceptó y le envió. Siguió Nehemías pidiendo al rey salvoconducto para con los gobernadores del otro lado del río, así como una carta para Asaf, el guardabosque del rey, para conseguir la madera que necesitaba para tal trabajo. El rey se complació en la petición de Nehemías, según la benéfica mano de Jehová puesta en Nehemías.
El decreto nació allí y con ese decreto nacía el conteo regresivo de las setenta semanas reveladas a Daniel, setenta semanas determinadas sobre el pueblo de Daniel y sobre la santa ciudad de Daniel (Jerusalén) para terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. La manera en que están propuestas y desglosadas las setenta semanas, en siete, sesenta y dos y una semana, tiene también el significado de querer mostrarnos que en esos períodos particulares de tiempo se deben cumplir una serie de eventos que conducirán inevitablemente a otros eventos. En otros términos, lo que se cumpla en las primeras siete semanas tendrá su influencia en lo que se cumpla en las sesenta y dos semanas siguientes. Cumplidas ya las sesenta y nueve semanas queda una semana pendiente, que no es continua. Tiene su explicación particular entre otras razones porque fue subrayada por Jesucristo mismo, cuando hizo referencia a la profecía de Daniel diciendo el que lea entienda. Pero hay más, si Gabriel hubiese dicho que habrían 70 semanas para terminar la prevaricación y todo lo demás que dijo, y no hubiese desglosado las mismas en 7, 62 y 1, entonces estaríamos confundidos en cuanto a su cumplimiento, y en cuanto a cuándo se ha estado cumpliendo. El solo hecho de haber reservado una semana, la última, en un desglose particular, a la que se refiere el verso 27 de Daniel 9: Y por otra semana confirmará el pacto con muchos (el príncipe que ha de venir del verso 26), supone un período de tiempo distanciado de lo anterior. Un príncipe que ha de venir, como dijo Jesucristo, la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, el que lee entienda, está ubicado en esta semana setenta. Ese mismo príncipe sigue siendo anunciado en el libro de Juan, el Apocalipsis. El período de tiempo es el mismo, siete años, divididos en dos partes, tres años y medio y tres años y medio, porque en cada subperíodo de la semana setenta habrá de acontecer un conjunto de cosas muy particulares.
La Biblia se nos presenta en forma interesante y muchas veces sus profecías han sido escritas para que se puedan comprender en un tiempo determinado y no necesariamente en todos los tiempos. Por ejemplo, hay una profecía dicha a Daniel en la que se le dice sella estas cosas hasta el tiempo del fin, e inmediatamente se marcan los acontecimientos de ese tiempo del fin en que se comprenderá la profecía. Jesucristo mismo hablaba que él utilizaría las parábolas para que la gente que no ha de entender no entendiese. Pero dijo que a nosotros, sus hijos, nos hablaría claramente, lo cual quiere decir que entenderíamos.
Sucede que cuando entendemos los eventos relatados en las profecías de Daniel comprendemos en forma total las cosas dichas para los tiempos finales. Pero a veces tenemos que hacer un esfuerzo intelectual por comprender los eventos históricos que acontecen en las cercanías de los tiempos del cumplimiento de lo profetizado. Ese esfuerzo intelectual, como apoyarse en datos históricos, en datos de la ciencia astronómica –para determinar lo que es un año lunar y diferenciarlo de un año solar, por ejemplo-, es parte del imperativo de Jesucristo cuando nos dijo: el que lee entienda. Debemos entender y eso implica realizar un esfuerzo por comprender. Pero de igual forma no podemos esperar que todos estén de acuerdo con lo que hayamos comprendido, pues si bien la Escritura no es de interpretación privada, sino que ha de ser una sola dentro del pueblo de Dios, no todos los que dicen estar en el pueblo de Dios son parte del pueblo de Dios. Juan nos dice que muchos han salido para comprobar que no eran de nosotros. Por otro lado la profecía no fue dada para el mundo, para el no creyente. La profecía fue dada como una orientación, reloj y brújula en la vida de los creyentes. El mundo siempre tendrá un argumento con el cual ellos mismos se disuaden para no ver la mano del Todopoderoso. Dirán que esos son acontecimientos propios del devenir histórico, pero no verán en ellos ninguna Providencia dirigiendo el mundo hacia un destino trazado. De allí que las profecías pasan a ser un mapa en la mano del creyente, para buscar consuelo y esperanza en medio de nuestro tránsito hacia el hogar celestial, ya que nuestra ciudadanía está en los cielos.
Tres períodos de sietes.
I- 7 semanas (7x7 = 49 años). En este período de tiempo se deben hacer ciertas actividades y bajo ciertas circunstancias, de manera que no es una división caprichosa de Gabriel ni de Dios. Lo que se debe realizar en estas primeras 7 semanas de años es restaurar y edificar a Jerusalén, edificar la plaza y el muro. Las circunstancias para realizar estas actividades queda explícita con la proposición en tiempos angustiosos (Daniel 9:25). Según las circunstancias relatadas por Nehemías para llevar a cabo esta tarea profética, hubo mucha oposición dentro de los enemigos de Jerusalén. Se opuso Sanbalat y Tobías. Tuvo que salir de noche y en silencio, con una sola cabalgadura, y guardar secreto ante los mismos oficiales que deberían darle apoyo por parte del rey. Ni siquiera pudo decirle a los demás judíos acerca de su nueva y esperanzadora tarea. Y cuando finalmente Nehemías les declaró a los demás judíos la manera prodigiosa como Jehová le había proporcionado la ayuda del rey, nuevamente se levantaron contra él Sanbalat, Tobías y se les añadió Gesem el árabe, haciéndole escarnio. Pero la declaración de Nehemías fue contundente y aleccionadora, bien vale la pena recordarla: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén (Nehemías 2:20). En ocasiones nos angustiamos por el escarnio del mundo cuando intentamos realizar las tareas que nuestro Dios nos ha encomendado. La respuesta de Nehemías es un claro ejemplo de lo que debemos pensar antes de deprimirnos: quienes nos escarnecen a lo mejor no tienen parte ni derecho ni memoria en la Jerusalén celestial.
De manera que fue en tiempos angustiosos como dijo Gabriel que se pudo reconstruir la ciudad, la plaza y el muro; tiempos en que los que edificaban el muro, con una mano trabajaban en la obra y en la otra tenían la espada, pues los enemigos de los judíos buscaban impedir la reconstrucción de Jerusalén.
II- 62 semanas (62x7 = 434 años). Este período de tiempo suponía el ejercicio de un pueblo en la práctica judaica del sacrificio en el templo, del amor a la ciudad de Jerusalén. Suponía también que los judíos la ocuparían y vivirían en ella como en su ciudad, independientemente de que estuviera bajo gobiernos generales de los imperios de turno. Cuando Jesucristo hace su aparición en ella, una vez que nace en Belén de Judea, era Herodes el rey de esa pequeña nación. Pero era el rey de los judíos, al servicio de Roma, el imperio que la subyugaba. Sin embargo, Jesucristo nació en un pesebre, en Belén, fue reverenciado por unos reyes del Oriente, perseguido por Herodes cuando se enteró de que había nacido un nuevo rey que gobernaría eternamente; esa información le fue dada a Herodes por los reyes del Oriente que habían visto en las estrellas del cielo la señal indicadora de lo que estaba sucediendo. De manera que estas y muchas otras profecías sobre la venida del Mesías no se hubiesen podido cumplir al pie de la letra si no hubiese transcurrido este período de 434 años ó 62 semanas para permitir históricamente el ensamble del pueblo judío con su ciudad amada. Ese ensamble era necesario pues ellos vivían en cautividad, lejos de Jerusalén y con la ciudad destruida, incluido de igual forma el templo.
Sin este período de tiempo, una vez terminada la reconstrucción de la ciudad, la plaza y el muro, Jesús no habría podido predicar en las calles y sinagogas de Jerusalén. Con el pueblo judío disperso y fuera de su ciudad no se hubiesen dado las condiciones necesarias para la aparición del Mesías Príncipe. Este Mesías tenía que hacer su aparición como tal al final de la semana 69 (7+62); por otro lado a este Mesías se le quitaría la vida después de las 62 semanas. Estos dos acontecimientos quedaron marcados como indicadores: el primero como parte del período final de la semana número 69, y el segundo evento como posterior a la semana 69. Dado que se trata del mismo Mesías Príncipe es de suponer que son dos eventos sumamente cercanos el uno del otro. Sin embargo, Gabriel lo dijo muy claro: Después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías.
Las primeras 7 semanas (49 años) estuvieron marcadas por la orden de Artajerjes para la reedificación de Jerusalén, y las circunstancias eran hacerlo en tiempos angustiosos, todo lo cual prepararía el terreno y el ambiente para que el pueblo judío se instaurara en Jerusalén, haciendo con ello lo pertinente para que el Mesías pudiera aparecer en medio de ellos. Las 62 semanas siguientes (434 años) fueron marcadas con un evento supremo: la aparición del Mesías Príncipe. Otros eventos posteriores a la semana 69 y anteriores a la semana 70 lo constituyen la destrucción de la ciudad de Jerusalén y del templo.
El evento que marcaría el período posterior a la semana 69 (7+62), el asesinato del Mesías, inaugura un compás de espera hasta que llegue la semana número 70. Esa semana no ha llegado todavía, pero fue marcada por Gabriel cuando dijo que Después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías. También dijo que se destruiría la ciudad y el santuario por parte del pueblo de un príncipe que habría de venir. Es después de esas 62 semanas, o lo que es lo mismo, después de la semana 69, que la semana 70 llegaría, pero no inmediatamente después de la semana 69. Gabriel marcó un compás de espera al decirle a Daniel que esos eventos sucederían después de la semana 69, pero no dijo que sucederían en la semana 70.
III- 1 semana (7 años). Asimismo, Gabriel declara a Daniel que un príncipe que ha de venir tendrá el poder por una semana, hará cesar el sacrificio y la ofrenda y con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador. Es como si ese príncipe que habrá de venir tuviese muchos nombres, uno de ellos es el desolador. Daniel mismo lo nombra como el cuerno pequeño, un rey insolente, y entendido en enigmas, el rey (además de nombrarlo el príncipe y el desolador). Pero acá no nos dice que será por una semana cualquiera, sino que precisa diciendo: Y por otra semana. El término otra denota que refiere a la semana que sigue a las 69 semanas anteriores. Esa otra semana es la semana número 70 que no comienza inmediatamente después de la 69, toda vez que se nos ha dicho que habrá un compás de espera con los acontecimientos ya predichos que ocurrirían después de la semana 69.
De esta semana nos habla el libro de Apocalipsis, es la semana de la tribulación y gran tribulación para los moradores de la tierra. Un fuego cruzado vivirán los que aquí moren, pues de un lado estarán los juicios de Dios para los moradores de la tierra, y del otro lado estará la persecución de Satánás contra todo lo que tenga que ver con Dios, contra Israel en particular y aún contra los mismos seguidores del Anticristo, ya que se cumplirá una vez más el adagio que dice que el diablo ofrece mucho, da poco y quita todo. Es Apocalipsis 17:8 quien nos dice que ese Anticristo, desolador, del que nos habla Daniel, es la bestia que está para subir del abismo e ir a perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será. Pero en el capítulo 13 verso 8 del mismo libro citado leemos: Y la adoraron (a la bestia) todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.
En Apocalipsis 3:10 existe una promesa para la iglesia: Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. La prueba no se le hará a la iglesia, sino a los que tienen morada en el mundo. Una cita de Thiessen Henry encontrada en el libro Eventos del Porvenir de Pentecost nos dice en forma muy explicativa lo siguiente: Ahora bien, la palabra moran que se usa aquí (kakoiteo) es una palabra fuerte. Se usa para describir la plenitud de la Deidad que moraba en Cristo (Col. 2); se usa para expresar la institución de la morada permanente de Cristo en el corazón del creyente (Ef. 3:17), y de los demonios que regresan para tomar absoluta posesión del hombre (Mt. 12:45; Lc. 11:26). Debe distinguirse de la palabra oikeo, que es un término general que también significa morar, y de paroikeo, que da la idea de transitoriedad, residir temporalmente. Thayer observa que el término kakoiteo tiene la idea de permanencia en sí. Por tanto el juicio a que se refiere Apocalipsis 3:10 es dirigido contra los moradores de la tierra de ese día, contra aquellos que se han establecido en la tierra como su verdadero hogar, que se han identificado a sí mismos con el comercio y la religión de la tierra.
Nosotros como iglesia pasamos a través de múltiples tribulaciones en esta tierra. Pero no vamos a ser probados en el sentido de que se nos inflijan males para verificar nuestro carácter y la constancia de nuestra fe. La razón descansa en que el Padre nos ve escondidos en Cristo. La iglesia (con todos sus defectos temporales) es vista como una novia sin mancha ni arruga, pues nuestra perfección no se apoya en nuestras fuerzas, sino en quien nos escogió. Por esa razón la verdadera iglesia no necesita ser probada para ver si su fe es genuina (véase Pentecost, Eventos del Porvenir. Ed. Libertador, Venezuela, 1977, p.153).
En el verso 26 de Daniel 9 se nos menciona a un pueblo de un príncipe que ha de venir. Ese pueblo va a destruir la ciudad y el santuario. Eso está referido, como lo mencionamos antes, a lo que habría de acontecer como evento especial durante el período de las 62 semanas, el segundo desglose del tiempo profético explicado por Gabriel. Pero el vero 27 nos introduce en la semana número 70, como ya hemos dicho, y nos recuerda que hay un sujeto gramatical en el texto precedente que tiene una acción verbal en ese texto del verso 27. Esta acción verbal consiste en una serie de eventos tales como confirmar el pacto con muchos, hacer cesar el sacrificio y la ofrenda, con la muchedumbre de las abominaciones hacer que llegue el desolador con su desolación, hasta la consumación, y lo que esté determinado se cumpla en el desolador. La pregunta es ¿quién es este sujeto? La respuesta lógica es el príncipe del pueblo que vino a destruir la ciudad y el santuario. Si en el verso 26 se hablaba de un pueblo que vendría a unas actividades particulares, y ese pueblo era identificado como perteneciente a un príncipe que habría de venir, en el verso 27 ese sujeto se hace presente con su carácter de príncipe. Es un príncipe el que tiene la capacidad para confirmar pactos, para profanar el santuario judío haciendo cesar el sacrificio y la ofrenda, para traer muchedumbre de abominaciones. Es ese príncipe llamado también el desolador y el que hace abominaciones el que es referido por Jesucristo cuando respondía acerca de las señales que circundarían su segunda venida para juicio a las naciones. Marcos 13: 14 lo recoge así: Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes. El mismo Jesucristo aclaró quién es ese príncipe que habrá de venir, y nos recomendó entender al leer la profecía de Daniel.
Un resumen encontrado en el libro Teología Sistemática de Lewis S.Chafer.
Quiero incluir un comentario que ilustra y apoya todo lo ya dicho en este breve estudio acerca de las setenta semanas de Daniel. Chafer, en su Teología Sistemática, escribe acerca del tema, y ese libro ha sido editado por la Editorial Bautista Independiente. Lo que aparezca en negritas es anexo que hago al comentario de Chafer. “La profecía iba a comenzar con el mandamiento de restaurar y reconstruir a Jerusalén (Dn. 9:25), y 483 años de un total de los 490 años iban a ser cumplidos antes de la venida del Mesías Príncipe. Aunque los eruditos han diferido grandemente en la interpretación de este pasaje, probablemente el mejor punto de vista sea comenzar este período de 490 años con el tiempo de la reconstrucción de Jerusalén por Nehemías el año 445 a.C. Entonces culminaría aproximadamente el año 32 d.C., aproximadamente en la fecha en que Cristo murió en la cruz (si se tiene en cuenta el año cero a.C y d.C. tenemos fechas más precisas. Ese año cero es llamado así porque no existió).
Según la profecía de Daniel, después de quitársele la vida al Mesías, lo que ocurriría cumplidos los 483 años, pero ciertamente antes de los últimos siete años de la profecía, Jerusalén misma sería destruida (Dn. 9:26). Esto fue cumplido históricamente en la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C.
Está implícito en la profecía de Daniel que hay un período considerable entre el fin de los 483 años, o las 69 semanas, y el comienzo de los últimos siete años o septuagésima semana, puesto que incluye dos sucesos separados por 40 años (la muerte del Mesías y la destrucción de la ciudad y del santuario. Si Cristo murió aproximadamente en el año 32 ó 33 de nuestra era, y si el General Tito, de las fuerzas romanas dirigió la destrucción de Jerusalén y del Santuario alrededor del año 70 d.C., la diferencia de tiempo entre ambos eventos es cercana a 40 años). La última semana se iba a caracterizar por un pacto que se hace con un príncipe futuro relacionado con el pueblo que destruyó la ciudad. Como el pueblo que destruyó la ciudad fue el pueblo romano, «el príncipe que ha de venir» (Dn. 9:26) será precisamente un gobernador del imperio romano el que venga (esto hace suponer que ese viejo imperio se reestructurará como lo prefigura el libro de Apocalipsis, bajo un eje de 10 cabezas o centros de poder). Muchos intérpretes miran esto como un suceso aún futuro que ocurrirá después que la iglesia haya sido arrebatada. Este gobernador futuro hará un pacto de siete años con el pueblo de Israel, como se describe en Daniel 9:27. El pacto será quebrantado a la mitad de la semana, y los últimos tres años y medio serán de persecución y tribulación para Israel.
Este período es tema de extensas profecías en Apocalipsis capítulos 6 a 18 y termina con la segunda venida de Cristo en Apocalipsis 19 (recordemos que en este capítulo 19 se relata la realización de las bodas del Cordero con su esposa preparada, vestida de lino fino, limpio y resplandeciente. Esta esposa no es otra que su iglesia- que ya no está en la tierra, pues no podría estar al mismo tiempo en el cielo para convertirse en esposa. Bienaventurados los que son llamados a las bodas del Cordero. Después de esas bodas se relata que Cristo viene a la tierra en su segunda y gloriosa venida, pues de su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y la bestia y los reyes de la tierra estarán reunidos para guerrear contra el Fiel y Verdadero. Pero la bestia y el falso profeta fueron apresados y lanzados vivos al lago de fuego… Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante…grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia –Efesios 5: 25-32).
Es de especial interés la predicción de que este príncipe que ha de venir hará cesar el sacrificio y la ofrenda y ‘hará desolación` en el templo. Esto implica un futuro templo en Jerusalén y una reiniciación del sistema mosaico de sacrificios por los judíos ortodoxos en el período que precede a la segunda venida de Cristo.
Es significativo que los primeros 483 años se hayan ya cumplido. Jerusalén fue reedificada en los primeros 49 años, como se indica en Daniel 9:25. El Mesías fue ejecutado después de 483 años. Los sucesos de la última semana aún están en el futuro y proporcionan una cronología para el tiempo del fin que lleva hasta la segunda venida de Cristo”.
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