Interpretar es discernir, explicar o declarar el sentido de algo, y principalmente el de un texto. Puede tener el sentido de traducir, concebir, ordenar, representar, entre muchas otras posibilidades. El concepto de
hermenéutica como la disciplina encargada del arte interpretativo se remonta a siglos atrás, cuando en Alejandría se intentaba establecer el sentido verdadero de los textos antiguos. La denominada
hermenéutica bíblica se afianza en los siglos XVII y XVIII, buscando una correcta interpretación de la Biblia.
Como Hermes era el dios griego señalado como el mensajero de los dioses, se supone que la
hermenéutica deriva de este vocablo, de allí su nombre, ya que intenta descifrar el mensaje de la divinad a los hombres. Pero hubo un autor (mejor un grupo de autores que se confunden bajo un mismo nombre) en la antigüedad, llamado
Hermes Trimegisto (Hermes tres veces grande), que se ocupó de escribir libros relacionados con el campo de lo oculto-sagrado, de lo enigmático, basado en el poder de la fórmula mágica de la palabra, que solamente era asequible a los iniciados en el universo de las revelaciones de la divinidad. Entonces tenemos otro concepto, el de la
literatura hermética o cerrada, críptica, oscura, difícil de entender a no ser que se tenga el talante o calidad de iniciado para proseguir en la comprensión de lo revelado. Los libros atribuidos a Hermes (que es el mismo dios
Mercurio romano) reciben el nombre de
Corpus Hermeticum, entre los cuales se encuentra el famoso
libro de los muertos, cuyo nombre procedería del hecho de haberse encontrado ejemplares del mismo en varios sarcófagos de momias de relevantes egipcios. Curiosamente, como producto de lo que Hermes hiciera desde el primer día de su nacimiento, un gran robo –según lo relata la mitología griega-, se convierte en el
patrono simultáneo de los ladrones y comerciantes.
Pero como sinónimo de la
hermenéutica tenemos a la
exégesis, que significa
explicar,
exponer,
interpretar, por eso es muy común al hablar de la interpretación de la Biblia hacer referencia tanto a la hermenéutica como a la exégesis de un texto. Dentro de la exégesis o hermenéutica bíblica es común hallar una diversidad de criterios acerca de cuál sería la forma más adecuada para abordar el trabajo de la interpretación de las Escrituras. Dado que son textos revelados por Dios pero escritos por los hombres se hace normal poder encontrar
a simple vista cierta ambigüedad en algunos de ellos que son de compleja interpretación para los
indoctos. Recordemos el texto de Pedro referido a las cartas de Pablo, cuando se nos indica que
nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición (2 Pedro 3: 15-16).
Ya dentro de las mismas Escrituras se reconoce la existencia de algunas de sus partes como
difíciles de entender. No es de extrañar que si Pedro, quien era apóstol y anduvo cara a cara con el Maestro, tuvo la hidalguía de reconocer parte de la problemática de la interpretación de las Escrituras, nosotros debamos tener al menos la misma humildad. Al parecer Pedro señala parte de la causa de la dificultad interpretativa: el carácter
indocto de nuestra mente, de nuestro entendimiento, de nuestra cultura. Cabe también señalar que parte de la solución para dilucidar el problema interpretativo estriba en volvernos
doctos. Ahora bien, esto no es cuestión de iniciados, no se trata de penetrar en un círculo hermético para que se nos inicie en la interpretación misteriosa de las Escrituras. No hay misterio sino dificultad, debido a nuestro carácter de indoctos. Por otro lado, Juan el apóstol nos recuerda el potencial interpretativo que tenemos los creyentes nacidos de nuevo, los que tenemos el Espíritu de Cristo, pues si no lo tuviéramos no seríamos de Cristo, pues al poseer la unción la potencialidad interpretativa se agiganta.
Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad (1 Juan 2: 20-21). El verso 27 que continúa a la cita precedente añade lo siguiente:
Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él. Y es el mismo Juan quien en Apocalipsis 17:9 nos declara que hay ciertas cosas para la mente que tenga sabiduría. Nos lo ha informado antes, en el capítulo 13 de Apocalipsis, verso 18:
Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis. En Marcos 7:14 se nos expone parte del discurso de Jesús en el monte de los Olivos, frente al templo. Es el mismo Jesús quien hace referencia al libro de Daniel y añade:
Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes. Hay que leer y entender, fueron las palabras de Jesús. Por su parte, Daniel el profeta, sostiene que poco antes de recibir la revelación sobre las 70 semanas establecidas entre su pueblo y su ciudad santa, para poner fin al pecado y sellar la visión y la profecía, el ángel Gabriel se le manifestó para darle sabiduría y entendimiento, pero eso ocurrió un poco después de que Daniel estuviera orando, en ayuno y cilicio, reconociendo el pecado de su pueblo, el justo castigo de Dios y suplicando por el finiquito del mismo. Pero ¿qué fue lo que llevó a Daniel a esta súplica que produjo como consecuencia la revelación posterior sobre el fin de los tiempos y el destino final del pueblo de Israel? Esto está narrado en el capítulo 9 de Daniel. En en el verso dos advertimos que Daniel estaba
mirando atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. El profeta Daniel oraba, entraba en ayuno y cilicio, pero
miraba atentamente en los lib de los profetas anteriores a él, estudiaba y escudriñaba las Escrituras. En otras palabras, a su esfuerzo espiritual correspondía un esfuerzo intelectual. Por algo Pablo nos exhorta a ocuparnos en leer.
Llegados a este punto, no es tarea fácil fijar los principios y normas que han de aplicarse en la interpretación de los libros de la Biblia. Sin embargo, creo conveniente al menos fijar un primer criterio general de uso práctico, compartido ampliamente por la epistemología contemporánea; me refiero al principio de no contradicción o de autocoherencia. En efecto, toda teoría que se precie de ´científica` ha de ser autocoherente, que es lo mismo que no contradictoria. En otros términos, no sería viable encontrarnos con un texto bíblico que consideramos un valor universal, una ordenanza divina, asunto de gran interés trascendental para la vida humana, fundamento de fe, como lo es por ejemplo la concepción de la resurrección de los cuerpos, para un poco más tarde encontrarnos con que en otra porción de las mismas Escrituras se nos haga referencia a que la resurrección es simplemente una idea utópica, irrealizable. Eso sería contradicción interna y no sería autocoherente con el principio interpretativo.
De allí que se hayan rechazado algunos libros y calificado como apócrifos, dejados fuera del canon, porque en ellos se encuentra, entre otros elementos de perturbación, alguna contradicción substancial con el mensaje fundamental de la Biblia. Pero ¿cuál sería el mensaje fundamental de la Biblia? Entendemos que es el mensaje de salvación a través de Jesucristo, pero que es un mensaje de salvación por gracia, no por obras, como fruto de la voluntad divina declarada a la humanidad, para alabanza de la gloria de Dios. Eso lo pone de manifiesto el texto escritural desde Génesis hasta Apocalipsis, desde la promesa hecha al hombre en el Génesis 3:15 y la consumación de los tiempos celebrada en Apocalipsis 22, cuando Cristo mismo dice: Ciertamente vengo en breve.
Siguiendo el principio de no contradicción, en ninguna de las partes de las Escrituras nos acercamos a otro nivel del método de estudio. ¿Cómo hemos de entender los textos expresados en la Biblia? ¿Cuál vía seguir? ¿Será el camino de la literalidad ? ¿O tal vez el camino de la espiritualidad? Al parecer la gran controversia interpretativa estriba en estos dos grandes conceptos generales que se pretenden concebir como vía interpretativa de las Escrituras. Cualquiera de estos dos sistemas nos puede llevar a una interpretación plausible de los textos escriturales, pero acá hemos de preferir también otro principio trascendente. Una vez que el método interpretativo escogido conlleve el principio de no contradicción, hemos de preferir el método que dé cuenta del mayor número de textos escriturales, preferiblemente el que de cuenta de la totalidad de los mismos. No podemos concebir una metodología interpretativa que satisfaga solamente hasta una parte del recorrido bíblico y para poder dar cuenta del resto del texto tenga que echar mano de la otra metodología que sí da cuenta de la totalidad de los textos escriturales.
En ocasiones, cuando se adopta el método espiritualista se tiende a la especulación del libre pensamiento; se abre allí una hermenéutica peligrosa que suele adaptar la ideología del intérprete a la estructura y mensaje del texto a explicar. Un sistema más riguroso es el literal, pero que ha sido difamado desde hace algunos años y ha sido declarado bajo sospecha con el calificativo de fundamentalista. Sin embargo, en honor a la verdad de los sistemas interpretativos textuales contemporáneos, existe una escuela semiótica que se aferra al texto, que pregona fuera del texto no hay salvación, poniendo de relieve que la textualidad o literalidad dice más y mejor que la espiritualización especulativa de una hermenéutica desenfrenada de libre curso mental.
Siguiendo con este honor a la verdad, muchos pasajes de las Escrituras son de indubitable interpretación alegórica o simbólica. Su referente cercano es el símbolo. El signo lingüístico, en algunos casos, apunta al símbolo como un referente inmediato. En la famosa cena del Señor las palabras este es mi cuerpo que por vosotros es partido…esta es mi sangre derramada, ¿son cuerpo y sangre literales o simbólicos? En la respuesta a esta interrogante se han generado al menos dos doctrinas relacionadas con la Biblia y que se apoyan en corrientes filosóficas que provienen antes de Cristo. Una de ellas es el simbolismo que implica la cena del Señor, en el entendido de que los vocablos cuerpo y sangre hacen referencia a su sacrificio en la cruz, pero que nunca aluden al hecho de masticar y tragar como un caníbal. La otra doctrina se fundamenta en la tesis de Platón, ya que éste era nominalista, creía en el poder del nombre, suponía que el nombre contenía a la cosa. El retorno de la doctrina platónica en época posterior a Cristo es conocido como el neoplatonismo, fundamento ideológico-filosófico que sirvió de base para los proponentes de la tesis de la transubstanciación, que significa que Cristo está literalmente en el pan y en el vino, convirtiéndonos en una suerte de caníbales al conmemorar su sacrificio por nuestros pecados. Muchos debates se suscitaron en la Edad Media acerca de los colaterales de esta tesis de la transubstanciación, al punto en que los filósofos se preguntaban –como asunto bizantino- si en el caso de que alguien que sostuviera una hostia y al momento de llevarla a su boca se le cayera al piso, y por coincidencia pasara un ratón y se la comiera, ¿estaría este ratón comiendo el cuerpo de Cristo? Las respuestas eran variadas y de prolongados discursos. Los más sagaces transubstanciacionistas suponían que en el acto de caer la hostia al piso ya ésta dejaba de ser cuerpo de Cristo. Claro que no podían explicarlo, salvo que diesen un salto de la literalidad al simbolismo.
En nuestro tiempo todavía existen discusiones parecidas que no pueden ser resueltas si no hay una coparticipación de los dos métodos antes mencionados. Creo que el problema grave radica en suponer que el método literal deja por fuera el argumento simbólico. Al contrario, el literalismo (el textualismo) supone que dentro del texto hay símbolos, alegorías, metáforas. Pero si quisiéramos escapar de esa realidad, ya sabemos que la palabra misma es una metáfora del referente al que hace alusión. Cuando expreso el vocablo caballo no estoy trayendo el caballo en sí, sino que la palabra caballo hace alusión al animal cuatro patas que relincha. La discusión precristiana más notoria la tenían dos corrientes epistemológicas del momento: los platonistas y los aristotelistas. Para Platón el caballo no era real sino que era apenas una representación del verdadero caballo, al cual se hacía referencia (lo expresa en el mito de las cavernas). Si dibujamos un triángulo lo hacemos porque tenemos una idea del triángulo verdadero, no porque veamos triángulos verdaderos. Los triángulos que dibujamos son apenas como metáforas del verdadero. Pero según Aristóteles, su discípulo, es al contrario como se debe enfocar el asunto. Más realista que nominalista, Aristóteles sostuvo que el hecho de ver o tener experiencias con objetos nos da la idea del objeto mismo. Por ejemplo, dibujamos triángulos a partir de figuras de la naturaleza, eso nos lleva a representarnos la idea del triángulo; vemos caballos, tratamos con ellos, lo cual nos lleva a formular el concepto de caballo, que no preexiste al caballo que vemos. En otros términos, si a Platón se le puede atribuir la idea del método deductivo, a Aristóteles debemos verlo como inductivista.
Y nosotros podemos preguntarnos ahora, ¿acaso ambos métodos no son usados por la ciencia contemporánea y constituyen dos de las maneras fundamentales en que nuestra mente aborda los problemas de estudio? Pienso que sin ánimos de ser eclécticos como salida ambigua al conflicto, el conflicto en sí no existe, simplemente que no podemos ver el fenómeno interpretativo por una sola calle. Existen diversas formas de acercarse al texto, pero lo que importa es que se mantenga el principio de no cotradicción.
Han existido tradicionalmente dos formas significativas de acercarse al texto bíblico, una busca su sentido literal y la otra busca su sentido espiritual. En la forma literal se prefieren el significado de las palabras a partir de una exégesis filológica, que intenta comprender el étimo, el vocablo, en sus lenguas originales, tratando de mantener en forma íntegra su sentido primigenio. Este método de acercamiento se ve estimulado en parte por el trabajo de los copistas o de los escribas, aquellas personas encargadas de copiar fidedignamente los textos de los rollos o libros de lo que fue concebido como Antiguo Testamento, y más tarde en su continuidad con el Nuevo Testamento. Estos copistas eran muy rigurosos en su trabajo, dado que la imprenta no existía aún y ellos hacían una labor parecida, sacar copias de los originales. Como quiera que los copistas tenían un trasfondo religioso, amando altamente su profesión, procuraban mantener fiel al original el texto copiado, asunto que ha podido verificarse a través de los siglos cuando se cotejan las últimas copias con los rollos más antiguos encontrados hasta ahora.
Apegados a la influencia de los copistas, los intérpretes literalistas buscan conservar el sentido del étimo que leen, tratando de respetar esos vocablos considerados como los más cercanos al designio divino en la inspiración ocurrida por parte de los escritores bíblicos. Ya habíamos dicho que a los literalistas se les ha acusado de fundamentalistas, de fanáticos retrógradas que son incapaces de ver el sentido figurativo de las Escrituras. Pero eso podría ser una acusación muy rápida, dado que en los actuales momentos de la investigación semiótica de los textos, la literalidad es vista como la razón suficiente para tratar de entender lo que el texto mismo quiere decir, evitando con ello la libre interpretación que ofrece la hermenéutica actual, que se asemeja mucho a la espiritualización del texto.
Supongo que esas acusaciones se sustentan en cuanto que quienes acusan dan por creencia firme que la literalidad deja por fuera al símbolo. Nada más lejano de la verdad! Alegorías, metáforas, parábolas, son parte de la referencia textual, son parte del texto general, son texto mismo. Por lo tanto, cuando Jesucristo decía, les voy a contar una parábola, la parábola es literalidad en tanto que es recogida tal cual aparece en los ´originales`, pero sigue siendo parábola, una forma de relato metaforizado que permite relatar una moraleja dentro de una forma pedagógica literaria. Cuando Pablo hace referencia a la alegoría de Agar y Sara, lo que él dice es literalidad pura, pero lo que comprende es una alegoría, que se va por vía analógica tratando de presentar en otra forma pedagógica literaria un saber acerca de dos pueblos, dos naciones, dos oposiciones. Y lo mejor de todo, esas alegorías, esas parábolas, son explicadas como tales. Por supuesto, en el libro de los salmos –que es un libro absolutamente poético en su forma y estructura- no se explican las figuras que aparecen literalmente escritas, pues eso rompería el sentido poético mismo del salmo. La poesía presupone sugerencia, y si lo sugerido es explicado lo poético se desvanece. Pero eso no implica que un salmo, un poema, no pueda conllevar un mensaje, pues no hay palabra pura, absoluta, alejada de un refente al cual hace alusión, y en ocasiones ese mensaje puede ser una profecía, una enseñanza moral, una alabanza o loa a la divinidad, un epidíctico o reconocimiento al valor heroico de los hombres de fe, una alusión histórica. Los mensajes dentro de la estructura del poema no niegan su valor poético. Lo que acaba el poema es su explicación, pues ya deja fuera la alusión implícita de la estructura poética tornándolo en un sin sentido poético. Por eso el salmista no tiene que decir que cuando escribió que Jehová es mi roca y mi refugio el vocablo roca está en sentido metafórico, aludiendo a la idea de fortaleza, de poder, de firmeza. Si así lo hiciera se convertiría en libro de salmos por demás aburrido, antipoético. Por lo tanto, el sentido literal jamás niega lo poético, lo metafórico, lo alegórico o lo espiritual que puede haber en un texto. Simplemente lo reconoce y lo respeta. De lo contrario tendríamos que suponer que cuando Cristo dijo Destruid este templo, y en tres días lo levantaré, la palabra templo debería hacer referencia al templo en que estaban vendiendo bueyes, ovejas y palomas para el sacrificio, haciendo mercadería religiosa. Jesucristo en esa alocución hacía referencia a su cuerpo físico, asunto que fue comprendido después de su resurrección. El templo en ese discurso de Jesús es un vocablo polisémico que permite hacer uso del sentido en diferentes contextos.
El lenguaje que manejamos a través de las diversas lenguas con que nos comunicamos los humanos no es lineal. No lleva necesariamente una línea recta trazada con un significado único y exclusivo, sino que está compuesto por palabras y estructuras de palabras que van cambiando su significado con el uso, a través del tiempo, semantizándose y desemantizándose. Por eso es importante tratar de comprender lo que se dijo en el momento en que se dijo, pues un término puede variar en su uso a través de los siglos y ser tomado fuera de su contexto semiológico en el cual fue escrito o pronunciado. Esa es en parte la tarea de los filólogos, de los estudiosos de los étimos, que prestan un gran servicio en el proceso de interpretación de los textos, en nuestro caso, de las Escrituras. Por eso confiamos en el argumento de autoridad de los expertos en filología cuando acudimos a sus textos que pretenden fijar el significado y la significación de los términos. Sin embargo, se nos vuelve encima el principio de no contradicción. Es tan importante este principio que no podríamos caer en la trampa del argumento de autoridad del filólogo, si este forzara el sentido de un término, pretendiendo mostrar contradicción en las Escrituras. Dios, por su naturaleza, es un Dios de orden, no de confusión. De allí que Pedro nos recuerda: a la ley y al testimonio.
Pero aparte de haber mencionado el principio de no contradicción y de haberle sumado la posibilidad de que el sistema interpretativo dé cuenta del mayor número de textos, preferiblemente de su totalidad, se pueden anexar otros elementos del sistema que permitan el acomodo rápido de la idea y el tema de que trata un texto determinado. Hay autores, como Pink, que refieren a la ley de la mención total, o de la referencia total. Según esta ley o principio, toda vez que en la Biblia se presenta un tema prominente se hace con una presentación sistemática. Por ejemplo, Exodo 20 nos habla del decálogo, en su totalidad; el salmo 119 nos refiere sobre la importancia y magnificencia de la Palabra de Dios; Isaías 53 nos pinta el sufrimiento vicario de Cristo. En Romanos 3: 10-20 se nos presenta un diagnóstico sobre la depravación humana, sus causas atribuidas a la caída humana en el pecado. Romanos 7 nos habla del conflicto entre las dos naturalezas del creyente. Hebreos 11 pone de manifiesto un tratado sobre la fe. Hebreos 12 habla del castigo divino. Santiago 3 es un tratado sobre la lengua, resumiendo lo que se ha dicho a lo largo de las Escrituras. Judas desarrolla el tema de la apostasía (Véase: Pink, A.W. Interpretation of the Scriptures, pp. 132-133, Lightning Source, Inc.).
La literalidad de la Biblia me hace ver a mí cuándo una palabra es un verbo o un sustantivo o un adjetivo. Cuándo las palabras son un adverbio o qué función están desempeñando: sujeto, predicado, complemento en el predicado. O me puede decir si el verbo está en pasado, en presente, en futuro; si es singular o plural; a qué persona se refiere. Dicho de otra forma, la morfología de la palabra me permite dilucidar si se trata de un masculino o femenino, qué tipo de pasado o futuro o presente se pone de manifiesto, el número singular o plural, así como muchas otras formas gramaticales. La literalidad de la Biblia me permite darme cuenta de las distintas funciones de la palabra, para poder encontrar el sentido.
Igualmente, esta literalidad, así como me indica la forma de un verbo, me advierte cuándo una frase es una metáfora, cuándo una alegoría, cuándo una palabra es un símbolo, o cuándo un discurso viene en la forma de una parábola. Por medio de esta literalidad puedo descubrir el perfil poético del salmo 18, verso 7 en adelante, cuando se dice que Jehová oyó el clamor de David, la tierra tembló porque Jehová se indignó: subió humo de su nariz, y de su boca fuego consumidor, inclinó los cielos, había densas tinieblas debajo de sus pies, cabalgó sobre un querubín, voló sobre las alas del viento. Con esto paso a decir que la literalidad no me ata al sentido denotativo de la palabra, sino que me permite moverme por el contexto mismo donde aparece en un sentido connotativo. Si un árbol denota en su significación que es una planta, con tronco, ramas y fruto, que da sombra y madera, por ejemplo, también puede connotar que es una árbol hermoso o feo, agradable o peligroso, y muchas otras posibilidades, por cuanto esa connotación implica una ligazón subjetiva movida por la experiencia de quien enuncia el término. Si alguien tuvo una experiencia desagradable con un árbol, digamos que se cayó de él y se fracturó un brazo o las piernas, entonces la vinculación con el árbol tendrá además de la carga denotativa (lo que significa el árbol universalmente para todos) una carga connotativa (lo que significa para el individuo que ha tenido una experiencia trágica con el árbol). Por eso cuando oye o pronuncia o lee la palabra árbol, así como cuando ve un árbol, puede evocarse en su mente un sentimiento de rechazo, de acuerdo a su experiencia desagradable con el árbol. Si por el contrario, alguien ha disfrutado de sus lecturas en las ramas de un árbol, se ha servido de su sombra, de su paisaje, de su frescura, el árbol le puede connotar un sentimiento de bienestar o de alegría.
Cuando leo puedo darme cuenta de esos sentimientos evocados por el escritor, cuando lo deja manifestar con ciertos vocablos que me anuncian la ruta por la cual debo interpretar la sugerencia de quien escribe. Asimismo, cuando el poeta David dice que a Jehová le salió humo de su nariz, y de su boca fuego consumidor, debo entender que son expresiones metafóricas alusivas a su ira, a su poder y a la horrenda cosa que es caer en manos del Dios vivo. No puedo interpretarlo de otra forma, pues existe un principio de no contradicción que me advierte de un texto que dice que Dios es Espíritu, por lo tanto no tiene nariz ni boca como los mortales humanos. El plano figurativo del poeta David también me lo anuncia la literalidad del texto. De no ser así tendríamos que huir de todos los libros, dejar de hablar los unos con los otros, pues sería devastador tener que explicar cada término con otros términos que a su vez deben ser explicados con sucesivas cadenas infinitas de términos a explicar.
Esa forma de comprender la literalidad textual podría ser llamado carácter pragmático del lenguaje. Llámese como se llame es un universal que tenemos los humanos a través del lenguaje mismo. Ese universal puede desarrollarse en unos más que en otros, como la capacidad de hablar, de acuerdo a nuestros contextos sociales particulares. Pero eso no implica que algunos no tengan dicha facultad; así como el lenguaje es una propiedad humana, los humanos tenemos –tal vez por vía del lenguaje mismo- la capacidad pragmática para entender por mediación de la literalidad lo que es metafórico o connotativo en un texto, sea oral o escrito, o en cualquier forma que se manifieste.
Cuando nos referimos al sentido espiritual de interpretación del texto, solemos decir que existen tres vertientes dentro de esta forma interpretativa: lo alegórico, lo moral y lo místico o anagógico. Este sentido espiritual presupone una trascendencia del sentido textual, ofreciendo ampliar el camino por las vertientes simbólicas. El paso del mar Rojo relatado en el libro del Exodo pudiera significar espiritualmente una simbología relacionada con el bautismo; cuando Jesús recomienda ´sacarse un ojo` antes que pecar por medio de ese ojo y ser condenado, hemos de entender que impera el sentido moral, también simbólico, en el que sería preferible no ver, que pecar por el hecho de ver. Pero en ningún momento vamos a sacarnos los ojos literalmente, pues el mundo se quedaría ciego. Además, no es lo que entra en el hombre sino lo que sale de él lo que genera el mayor pecado (volviendo al principio de no contradicción). No es lo que nos entra por los ojos sino lo que sale de nuestra mente, nuestros malos pensamientos, lo que desagrada al Espíritu de Dios. Allí hay claramente un sentido moral. Si el paso por el mar Rojo fue una especie de bautismo, lo es en un sentido alegórico, independientemente de que haya sido un hecho histórico de liberación. Pablo nos relata en Gálatas 4 la relación que tuvo Abraham con Agar y con Sara, y dice que en Agar el hijo nacido lo fue por la carne, mientras que en Sara el hijo que nació fue por la promesa: Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte de Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba…es libre…Así que, hermanos, nosotros como Isaac, somos hijos de la promesa…De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.
Cuando Pedro camina sobre las aguas, porque recibió una palabra directa y específica de Jesús, no hemos de entender que esa palabra lo es en el sentido literal para nosotros, pero sí puede serlo en el sentido místico o anagógico, en donde hemos de suponer que podemos caminar confiadamente por los mares tormentosos de este mundo, bajo el llamado y la guía de la Palabra de Dios. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir (Romanos 5: 14). Acá existe una figura o un tipo que es simbólico y la Escritura misma lo aclara. Lo aclara en su literalidad o textualidad. Existe otro ejemplo en 1 de Pedro 3:20-21, en el que el apóstol ofrece un tipo o figura de un evento narrado en las Escrituras –como es el caso del diluvio- y es tomado como una correspondencia del bautismo, que no es otra cosa que la aspiración de una buena conciencia hacia Dios por la resurrección de Jesucristo. En otros términos, el bautismo que salva es la sangre de Jesucristo resucitado, lo cual nos permite esa buena conciencia hacia Dios.
Por todo lo dicho creo que no hay contradicción entre los dos métodos escrutados para la interpretación bíblica. Lo espiritual no puede entrar en conflicto con el texto, y es el texto el que me permite a mí dar el sentido espiritual. Por ello no veo dualidad alguna, a no ser como una manera pedagógica para mostrar las vías que utiliza nuestra mente en el discernimiento del análisis escritural. Al igual que no podríamos afirmar a ciencia cierta que hay ocasiones en que amanecemos absolutamente inductivistas y en otras ocasiones amanecemos absolutamente deductivistas, sino que esas son dos vías que tiene nuestra inteligencia para abordar los fenómenos a estudiar, y juntos se necesitan y coadyuvan en el discernimiento del conocimiento, asimismo en la interpretación de las Escrituras la literalidad o textualidad me permite discernir cuándo un texto evoca un símbolo, una figura, una analogía, cuándo un discurso refiere una parábola, cuándo un mandato es particular o cuándo el mismo es general. De igual modo, cuándo un pasaje de la Escritura lo debo asumir como anagógico, vale decir místico, para que me enseñe y me oriente espiritualmente en el tránsito por este mundo en el cual estoy sin ciudadanía.
El no comprender la importancia de la literalidad que me indica el momento en que el texto hace referencia a lo simbólico puede acarrearme problemas de interpretación. Uno de los riesgos de no comprender el buen sentido de la literalidad podría estar en querer tomar expresiones dichas en un momento histórico específico y trasladarlas a otro momento histórico no pertinente. Dijimos que el caso de Pedro caminando sobre las aguas es un buen ejemplo de arbitrariedad interpretativa, al asumir que yo también puedo literalmente caminar sobre los mares, sin haber recibido el llamado para tal fin. Hay personas que han fundado sectas religiosas diversas por aferrarse a los étimos sin respetar lo que ellos mismos indican en su contexto. Por ejemplo, hay quienes tratan de atrapar serpientes y escorpiones con sus manos inspirados en textos de la Escritura que nos anuncia sobre el león y el áspid pisarás. Al relacionar a Satanás con la serpiente antigua sostienen que como el diablo fue vencido en la cruz entonces pueden agarrar fácilmente esos animales. Podríamos buscar una analogía con el león: el diablo es llamado león rugiente, pero Cristo es el león de Judá. Entonces, nos preguntamos, ¿vamos a fundar una nueva secta religiosa que trate de acercarse sin defensa alguna a los leones por el hecho de que ellos representan a Cristo, o por el hecho de que ellos están vencidos, como el león rugiente?
La manera como respondamos a esta última interrogante puede indicar el grado de madurez interpretativo que hayamos alcanzado.ros
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