El cristiano tiene luchas contra potestades espirituales de maldad, pr?ncipes de las tinieblas en las regiones celestes; los m?s astutos demonios que aventajan en fuerza y estrategias en lo que se denomina su territorio son los encargados de combatir a los creyentes. El jefe de esas huestes espirituales de maldad recibe muchos nombres, tanto en la Biblia como fuera de ella: Lucifer, Belceb?, se?or de las Moscas, la Gran Cabra, se?or de los Infiernos, entre tantos otros. Las pezu?as, rabo y cuernos no son m?s que invenciones supersticiosas. Por otro lado tambi?n suelen representarlo como un h?bil hombre de negocios, vestido apropiadamente para dicha faena. No cabe duda de que el diablo o maligno encabeza los poderes c?smicos del mal, por eso Pablo el ap?stol nos dice que ?
?no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes? (Efesios 6:12).
El vocablo
siglo representa en la lengua griega la idea de mundo. Entonces esos gobernadores de las tinieblas lo son de este y para este mundo. Perfecto era ?l, hasta que fue hallado en ?l maldad, dice Ezequiel el profeta. Tambi?n dice de ?l que era un querub?n grande, hermoso, esplendoroso, pero que corrompi? su sabidur?a, se llen? de iniquidad, y se enalteci? su coraz?n, al punto en que ?l mismo profan? su santuario. La maldici?n que tiene sobre su persona es de las m?s terribles, pues llegar? el momento cuando todos los que le conocieron quedar?n maravillados pues ser? un simple espanto y para siempre dejar? de ser (en una eternidad de fuego reservada para ?l y para sus ?ngeles o demonios).
En el libro de Apocalipsis, cap?tulo 12 y verso 4 podemos cotejar el n?mero de ?ngeles que siguieron a Lucifer en su rebeli?n celestial. Se habla de una tercera parte. No se nos dice la suma de ellos, pero es de suponer que son numerosos ?como cuantiosa y prol?fera es la obra de Dios- y entendemos que en su conjunto configuran un tercio del total de los ?ngeles creados. Son fuertes y son muchos. Dos argumentos de peso; son como los gigantes pero que existen desde mucho antes que la raza humana existiera. Por supuesto que semejante poder se basta a s? mismo para controlar al mundo y a todo cuanto existe en ?l; es por ello que Satan?s jam?s abre la puerta a sus cautivos. No existe en ?l la m?s remota esperanza de bondad, pues en el libro de Isa?as leemos que
puso el mundo como un desierto, que asol? ciudades, que a sus presos nunca abri? la c?rcel?t? destruiste la tierra, mataste a tu pueblo.
En
El Para?so Perdido de Milton, el escritor ingl?s nos relata acerca de la esencia de este personaje llamado Lucifer, al punto de que nos demuestra en sus propias palabras que no le ser?a posible el perd?n, pues por testaruda rebeld?a sigue queriendo destronar a Dios. Adem?s, el cielo le ser?a inc?modo a su naturaleza, ya que su gloria radica en no querer aceptar jam?s la derrota, por lo que prefiere el reino del infierno ?del caos, del abismo- a ser un segundo o un tercero en el sitio del Alt?simo. Esa es en esencia la soberbia que celebra junto con el cuantioso n?mero de sus fieles que arrastr? en su lucha por el poder celestial. Cuando uno lee esta obra ?independientemente de su fuerza po?tica y su elucubraci?n teol?gica- siente que hay una exaltaci?n por la heoicidad del pr?ncipe de las tinieblas, heroicidad que no corresponde con la visi?n teol?gica del Nuevo Testamento declarado po Jesucristo, ni con lo expuesto en el Antiguo Testamento por Isa?as, Ezequiel y los dem?s textos que aluden a su maldad.
Con raz?n el Mes?as ha venido a liberar a los presos,
a pregonar libertad a los cautivos?a poner en libertad a los oprimidos (Lucas 4:18-19). Y a manera de colof?n de su obra en la tierra el Mes?as llev? cautiva la cautividad, subiendo a lo alto. En otras palabras, Jesucristo vino a destruir las obras de Satan?s, y a declararnos que su reino no era de este mundo. Que este mundo entero est? bajo el maligno, por lo cual nosotros que creemos somos forasteros en esta tierra, teniendo nuestra ciudadan?a en los cielos. Desde esta perspectiva podemos contemplar el triunfo absoluto de Cristo y por ende de su pueblo. No hay marcha atr?s pues el Dios soberano as? lo dispuso desde los siglos.
Llegados a este punto todo parece muy f?cil. Sin embargo, en mi tr?nsito al cielo debo caminar por senderos escabrosos; el ?nico sitio por donde se nos ha permitido andar es un camino angosto, estrecho, inc?modo. Lo peor de todo es que del otro lado del camino se puede contemplar la gran ciudad terrenal, con sus caminos anchos, con sus alegr?as y distracciones, el mundo mismo como feria de ilusi?n. Pero no por andar en el camino angosto o estrecho se nos deja tranquilos, no. A?n all? los demonios atacan, nos hacen emboscada e intentan corretearnos para que nos volvamos al camino ancho, pretendiendo escondernos en la gran ciudad. La gran ciudad les pertenece, pues les ha sido concedida.
Miremos un poco la tentaci?n de Jes?s. Cuando fue llevado por el Esp?ritu al desierto, Satan?s le tent? tres veces. En una de esas oportunidades le ofreci? los reinos de este mundo. Jesucristo siempre le respondi? con la Palabra, pues ?l mismo es el Verbo de Dios. N?tese que en ning?n momento Jes?s le dijo a Satan?s
t? est?s mintiendo al respecto, t? no puedes darme esos reinos del mundo pues no son tuyos. No, el Se?or le respondi? que estaba escrito que solamente se deb?a adorar a Dios y servirle s?lo a ?l. Pero no le objet? su principado sobre los reinos de este mundo. En esos reinos est? tu pa?s, mi pa?s, nuestras ciudades, nuestros lugares de esplendor. Todo eso le fue mostrado a Jes?s como posesi?n de Satan?s, y Satan?s se lo ofreci? para recibir lo que m?s anhelaba en uno de sus momentos hist?ricos m?s importantes: la adoraci?n del Hijo de Dios, en su confrontaci?n cara a cara con ?l.
La respuesta de Jes?s, adem?s de ser clarificante en cuanto a nuestro deber de adorar solamente al Padre, y servirle s?lo a ?l, arroja luz en el otro sentido de la proposici?n sat?nica. Le reconoce el dominio de este mundo y su principado. Eso no implica que escape a la voluntad de Dios, sino que al contrario, precisamente por voluntad divina Satan?s es pr?ncipe todav?a. Pero ya tiene su destino trazado y sabe que su d?a se acerca. Tiene su tiempo. De manera que el cristiano debe caminar en tierras for?neas, gobernadas por un pr?ncipe maligno pero que est? destruido en la cruz del calvario. Por eso, porque somos libres, porque ya no estamos cautivos, se nos propone un sistema armament?stico muy especial para poder combatir a esas huestes sat?nicas que est?n llenas de odio contra los escogidos de Dios. Esas armas, dice Pablo el ap?stol,
no son carnales, no pertenecen a la naturaleza humana. Lo que es lo mismo, esas armas no son susceptibles de ser manejadas por ninguna persona que milite en la naturaleza humana y no sea part?cipe de la naturaleza divina. Son armas especiales que deben usarse para una guerra especial.
Los cautivos no tienen armas; est?n sometidos, soportan el castigo y muchos de ellos se han trastornado tanto que ni siquiera tienen la noci?n de estar sometidos en la cautividad. El dios de este siglo ceg? el entendimiento de los incr?dulos. Pero los cristianos somos los ?nicos que podemos usar dichas armas.
Esas armas que nos han sido conferidas deben saberse manejar debidamente. Hemos de conocerlas muy bien, manejarlas adecuadamente, revisarlas, acostumbrarnos a cargarlas con nosotros siempre. Y m?s a?n, hemos de aprender a utilizarlas, practicando con ellas d?a a d?a, hasta convertirnos en expertos combatientes de la guerra espiritual. De poca efectividad ser?a utilizar parte de la armadura y descuidar el resto de ella; o utilizar apenas una de las armas ofensivas y dejar la otra de lado, o incluso usar ambas armas ofensivas descuidando el sistema defensivo. Una totalidad nos ha sido conferida para nuestro combate; as? como se habla del fruto del Esp?ritu como un todo, lo cual supondr?a incoherente que alguien tuviera amor pero fuese incontinente, con falta de benignidad, o que no tuviera gozo, asimismo, la armadura del cristiano es vista como la armadura de Dios, la que ?l nos da como un todo, en donde cada una de sus partes sustenta a la otra.
Pero en este combate espiritual la relaci?n de victoria es inversa a la que existe en el combate material. En el mundo del esp?ritu el que quiera salvar su vida la perder?, en cambio el que pierda su vida por causa del evangelio la salvar?. Una paradoja perfecta.
En el libro
El Progreso del Peregrino, de Bunyan, hay parte de un relato entre Evangelista -uno de los personajes- y Cristiano. Evangelista dice:
?te mostrar? qui?n era el que te enga??, y aqu?l a quien ibas dirigido. El primero se llama Sabio-seg?n-el-mundo, y con mucha raz?n , porque, en primer lugar, s?lo gusta de la doctrina de este mundo, por lo cual va siempre a la iglesia de la villa de la Moralidad, y gusta de esa doctrina porque le libra de la Cruz, y en segundo lugar, porque siendo de este temperamento carnal, procura pervertir mis caminos, aunque rectos.
Este libro fue escrito en ?poca similar en que se escribi?
El Para?so Perdido, de Milton. Ambos autores, Bunyan y Milton eran ingleses, del siglo XVII. Milton nos sirvi? el argumento de Satan?s en defensa de su honorabilidad, como aqu?l quien s?lo ha perdido el campo de batalla, pero que no se rinde. Bunyan nos argument? acerca de Cristiano, de nuestra peregrinaci?n al cielo, de los embates de ese mismo Satan?s a quien magnifica Milton. Tanto
El Para?so Perdido como
El Progreso del Peregrino son dos cl?sicos de la literatura mundial. Bunyan con una elocuencia especial para el s?mbolo, caracteriza a sus personajes bajo nombres claves, demostrativos de su actividad. Milton, por su parte, presupone las voces de las mentes demon?acas de m?s relevancia, sus argumentos de lucha y combate. Sin que ninguno de los dos llegara a conocerse el uno al otro, sin que supieran siquiera que su obra trascender?a los siglos, el soberano Dios quiso que ambos escribieran en el mismo pa?s, dos obras complementarias, para ilustrarnos a trav?s del arte de las letras, que nuestra lucha es real, espiritual, sin l?mite, mientras dure nuestra existencia en la tierra.
Efesios 6: 10-18. En uno de esos vers?culos se nos dice que nos vistamos
de toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes contra las asechanzas del diablo.
El diablo asecha, ese es el principio de este texto. Esa es la raz?n por la que Milton escribi?
El Para?so Perdido, explic?ndonos en su versi?n peligrosa, esot?rica, involucrada en una defensa luciferina, del por qu? el enemigo de las almas no dejar? de asechar a la humanidad. Despedido del Para?so, o mejor dicho, perdido su para?so, Satan?s intenta contra la raza humana, la cual se le hace f?cil. Pero tambi?n es la raz?n de Bunyan, cuando relata del sufrimiento de Cristiano en su peregrinaci?n a la Ciudad Celestial.
Toda la armadura de Dios es necesaria para resistir en el d?a malo. Se nos dice:
Estad pues firmes, ce?idos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que pod?is apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvaci?n, y la espada del Esp?ritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oraci?n y s?plica en el Esp?ritu, y velando en ello con toda perseverancia y s?plica por todos los santos? Partes donde va la armadura: lomos, parte del cuerpo, pies, torax y mano, la cabeza, la mente y el esp?ritu.
La armadura en s?: correas de amarre, vestido, zapatos o sandalias, escudo, yelmo, espada. La actitud de oraci?n y s?plica.
La armadura metaforizada: la verdad, la coraza de justicia, el apresto del evangelio de la paz, la fe, la salvaci?n, el Esp?ritu o la Palabra de Dios, oraci?n y s?plica, velar con perseverancia.
En esta figura metaf?rica de Pablo podemos darnos cuenta de que se trata de la forma en que un centuri?n o soldado romano se vest?a para el combate. Si lo vemos de arriba hacia abajo detectamos primero que nada que en la cabeza ten?a un yelmo. El yelmo es una especie de casco que se coloca en la cabeza, y cubre parte de la frente, con un metal resistente a flechas, a golpes, y a peque?as piedras. La cabeza es uno de los sitios vitales en el combate; si se nos hiere all? todo el cuerpo se desvanece. Por eso hay que progegerla bien, con un yelmo. Pero Pablo habla del
yelmo de la salvaci?n. Coloca la salvaci?n en la cabeza.
La salvaci?n es uno de los puntos doctrinales preferidos para el ataque.
T? no eres salvo, parece ser la voz registrada en nuestra conciencia para deconstruir el andamiage del evangelio. Entonces nuestra mente echa a andar por esos derroteros que nos hacen desvariar apocados, suprimidos del gozo, acusados una y mil veces de haberla perdido.
T? no puedes orar con tantos pecados cometidos, otra de las voces predilectas del enemigo hacia nuestra conciencia. Parece ser que con suma iron?a Lucifer se preocupa por nuestro estado de santidad mucho m?s que nosotros o que nuestro Salvador. ?Qui?n es ?l para hablarnos de santidad y juzgar si podemos o no orar en la condici?n cualquiera que sea que estemos? Pero su voz retumba en nuestra mente y abandonamos la c?mara de oraci?n hasta que
nos sintamos puros. En este punto invertimos la carreta y la colocamos delante del caballo: primero tenemos que purificarnos para luego ir al Padre en oraci?n. Craso error, pues ?d?nde podr?amos lavar mejor nuestros pies que en su presencia santa?
Los recuerdos continuos de nuestros errores, viejos o recientes, son producto de la suspicacia con que act?a nuestro enemigo, el del Para?so Perdido. Como nuestra naturaleza sigue contaminada como producto de la ca?da humana, ?l encuentra una v?a expedita para llegar a nosotros y nos susurra los m?s terribles pensamientos en los momentos en que nos consideramos con mayor comuni?n con el Padre. A pesar de que Jesucristo no se contamin? con el pecado, por lo que su naturaleza era absolutamente santa ?separada del mal-, tuvo ataques parecidos, pero por
inter posita persona. Fue Pedro el instrumento usado por Satan?s:
Que esto no te acontezca, fueron las amables palabras del ap?stol. La respuesta de Jes?s fue contundente e ilustrativa:
Ap?rtate de m? Satan?s porque me eres tropiezo. Este texto se recoge en Mateo 16, versos 13 al 23. La secuencia del mismo es la siguiente: Jes?s hab?a preguntado a sus disc?pulos qui?n dec?a la gente que era ?l. Luego les repregunt? a ellos acerca de lo mismo, y Pedro de inmediato dijo:
T? eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Jes?s entonces felicit? a Pedro porque esto no se lo hab?a revelado nadie m?s que su Padre que est? en los cielos, y su declaraci?n que acababa de hacer era
la roca o
la piedra en que se fundar?a la iglesia: vale decir,
el fundamento de la iglesia era esa declaraci?n de Pedro reci?n revelada por el Padre mismo. Momentos m?s tarde Jes?s les anuncia que ?l debe padecer, morir y resucitar, pero Pedro, de inmediato tambi?n, le dijo dos cosas terribles a Jes?s:
ten compasi?n de ti y
en ninguna manera esto te acontezca.
La autocompasi?n es una de las mayores miserias mentales, es el desgaste cerebral por excelencia, descompone el andamiaje estructural del YO, recircula el pensamiento en un lamento que sutilmente recrimina a Dios por todo lo que nos pasa. Y el hecho de que el sacrificio de Cristo no aconteciera era el prop?sito de Satan?s desde la ca?da de Ad?n, en su sentencia del G?nesis 3:15. Satan?s se hab?a procurado evitar la presencia del Mes?as en la tierra; quer?a hacer fracasar el cumplimiento de la promesa de redenci?n al hombre. Se hab?a encargado de entorpecer el veh?culo de aparici?n del Mes?as, haciendo que varias mujeres quedaran est?riles, que se persiguiera a los ni?os reci?n nacidos para que Herodes no se sintiera amenazado en su trono. Hab?a tentado a Jes?s para que cometiera aunque sea un error, pero todo le hab?a resultado imposible. Llegado el momento en que su derrota se har?a p?blica, a pocos d?as de consumarse el sacrificio de Jesucristo, Satan?s intenta a trav?s de uno de sus disc?pulos m?s destacados, precisamente a trav?s de aqu?l a quien el Padre acababa de revelar semejante verdad, que Cristo era la roca en la que se fundar?a la Iglesia. ?Qui?n podr?a sospechar algo si el Padre acababa de revelar semejante verdad a Pedro? ?Qui?n mejor que Pedro para lanzar esas frases de compasi?n para su maestro? ?Acaso no hab?a cierta autoridad en el ap?stol, una vez recibida semejante revelaci?n, como para permitirse unas palabras de consuelo? Sin embargo la respuesta de Jes?s fue contundente: le dijo a Pedro:
?Qu?tate de delante de m? Satan?s! Era el diablo mismo quien hablaba con las palabras de Pedro, de ese Pedro que acababa de ser utilizado por el Padre para hablar tambi?n, con la revelaci?n que le hab?a dado acerca del Cristo.
Jesucristo ten?a muy claro en su mente la situaci?n en que se encontraba. No necesitaba el yelmo de la salvaci?n puesto que ?l es el Salvador nuestro. Pero su mente era perfecta y pod?a entender las voces que le hablaban. Si esto aconteci? en Pedro, cu?nto m?s nosotros debemos tener el yelmo de la salvaci?n puesto en nuestra cabeza. La cabeza simboliza el entendimiento del cuerpo doctrinal del evangelio. Simboliza la mente que es capaz de comprender las Escrituras examinadas y excudri?adas; tenemos que controlar los pensamientos que circulan desordenadamente dentro de ella. ?C?mo lograrlo? La respuesta est? en la c?mara de oraci?n, llevando todo pensamiento cautivo a Cristo.
Despu?s de ver el yelmo en la cabeza del soldado romano, podemos dirigir nuestra mirada al cinto y al vestido: a las correas que amarran el vestido mismo. El gladiador romano no pod?a tener la vestimenta floja, como si nosotros tuvi?semos un pantal?n sin botones, o sin correa, demasiado ancho de manera que tuvi?semos que estar pendientes de que no se caigan. Eso ser?a una enorme distracci?n e inconveniente en un campo de batalla. Por lo tanto el cinto ce??a los lomos, una correa ancha y fuerte que terciaba el torax, pasaba en forma cruzada por sobre un hombro hacia la espalda y terminaba tanto en el frente como en la parte trasera aferrando la cintura, que afianzaba la vestimenta o coraza al cuerpo. La coraza era normalmente hecha con textura met?lica, o con cuero grueso y resistente a golpes. Ese cinto es metaforizado con la Verdad y la vestimenta con la Justicia.
?Qu? es la verdad?
Yo soy el camino, la verdad y la vida. Esas son palabras de Jesucristo. La verdad debe sujetar nuestra cubierta corporal, permitir el soporte de los dem?s aperos: el arco, las flechas, la espada. La verdad permite el movimiento libre, pues conoci?ndola seremos libres. Libres de la duda, de la ignorancia, libres del pecado mismo. Pues si hemos pecado abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Eso dice Juan en una de sus cartas. Pero tambi?n implica la verdad de las cosas, que no es otro asunto que el conocimiento objetivo de los hechos. Nos hacemos cient?ficos al obtener conocimiento objetivo, dejando a un lado la interpretaci?n subjetiva, y entramos en un conocimiento mucho m?s universal, compartido por todos aquellos que poseen ese conocimiento de la verdad.
Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de ?l; pues si nuestro coraz?n nos reprende, mayor que nuestro coraz?n es Dios, y ?l sabe todas las cosas (1 Juan 3:19-20). En este texto se nos anuncia que la verdad asegura nuestro coraz?n delante de ?l, como el cinto asegura el vestido del gladiador. Si el yelmo est? bien colocado, asegurando nuestros pensamientos doctrinales, el cinto nos afianza en nuestra pertenencia a la verdad, por lo que nuestros corazones se asegur?n en su presencia.
La coraza de la Justicia. La coraza romana era parte del vestuario, cubr?a el torax y la espalda, y junto con el cinto afianzaban al cuerpo todos los pendientes que le eran necesarios para el combate. A los que llam?, a ?stos tambi?n justific?. La justicia para con Dios nos trae paz. Si el hombre en Ad?n estaba en deuda con el Creador, sin importar que la deuda fuese impagable ella exist?a por s? sola. Ad?n dej? como herencia un pasivo que sus hijos deb?an asumir. En muchos sistemas hereditarios de la antig?edad, y hasta hace poco, la herencia no ten?a beneficio de inventario. Los herederos acud?an a la masa de los bienes y si los pasivos superaban a los activos ellos se obligaban por ley a saldar la deuda. De manera que heredar era una especie de loter?a, nunca se sab?a a ciencia cierta hasta la verificaci?n
post-mortem del resultado real de la masa heredada. Heredamos de Ad?n el pecado y la paga del pecado es muerte, muerte eterna. Ese es el dictamen en la Biblia, el libro que consideramos inspirado por Dios. El sacrificio de Jesucristo se hizo suficiente para saldar dicha deuda y nos traslada el beneficio de inventario. Podemos inventariar la herencia ad?nica y con certeza sabemos que son m?s los activos que los pasivos, pues el pasivo heredado desde Ad?n fue abolido en la Cruz por Jesucristo. Sin embargo, debemos aclarar que ese pasivo abolido lo es para aqu?llos que son llamados a la gracia eterna. A los que antes conoci? (con quienes tuvo comuni?n ?ntima) tambi?n los predestin? para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que ?l sea el primog?nito entre muchos hermanos. Luego los llam?, y una vez llamados los justific? para darles finalmente gloria. Esa justificaci?n es suficiente como coraza protectora del torax y la espalda, donde se puede ser vulnerable en el coraz?n y en los pulmones, ?rganos por dem?s vitales.
Nuestro coraz?n se siente protegido en lo m?s ?ntimo, as? como nuestros ?rganos respiratorios, por la coraza de justicia. El cristiano que se coloca la armadura de Dios ya no teme acerca de su salvaci?n ni de sus pensamientos confusos; ya no teme acerca de si est? o no justificado; ya no teme acerca de la doctrina, pues en su mente habita la Palabra escudri?ada y estudiada y con sus pulmones respira aliento de vida al saber que est? justificado plenamente. Por dem?s est? decir que esa justificaci?n le redunda en paz para su alma.
El soldado romano necesitaba un calzado adecuado para pisar lo escabroso del terreno. Pod?a tener mucha destreza con sus armas, conocer t?cnicas de combate, pero si no pisaba adecuadamente en los irregulares terrenos del campo de batalla, un paso en falso le colocaba en desventaja frente a su enemigo. He all? lo importante del calzado, para que el pie se agarrara al terreno adecuadamente, y pudiera girar con la gracia y la rapidez del caso, tomando perspectivas visuales con sus giros que le permitir?an enfocar su ataque o su defensa de la manera m?s apropiada. Ese calzado es el apresto del evangelio de la paz. El
apresto es el
aparejo, la disposici?n, la preparaci?n para realizar algo. El aparejo del evangelio de la paz;
tenemos paz para con Dios cuando estamos justificados por la fe. El evangelio de la paz es nuestro calzado, lo que permite que asentemos bien los pies en el terreno del mundo, lugar de nuestros combates. Aunque estamos en guerra espiritual nuestro aparejo es de paz. En medio de una tormenta marina se alza una roca que sobresale un poco a las corrientes del agua. En una peque?a hendidura de la roca yace un p?jaro cantando, esperando que se calmen las aguas para echar a volar. Esa imagen es una imagen de paz. Nuestro evangelio no puede ser el del odio por las almas cautivas, pues se nos recuerda que nuestra lucha no es contra las personas (carne y sangre), sino contra huestes espirituales de maldad. El evangelio es la buena nueva de salvaci?n, es Dios trayendo la paz y la reconciliaci?n por medio de su Hijo. Esa debe ser nuestra perspectiva, ofrecer esa encomienda, la reconciliaci?n por Jesucristo. Hay gente a quien le encanta a?adir conceptos y doctrinas extra?as a la pr?dica del evangelio; hay quienes estructuran normas morales y reglas espirituales para incorpor?rselas a quienes escuchan sus palabras. Pero solamente se nos ha mandado a calzarnos con el aparejo, o con la preparaci?n del evangelio de la paz. Una paz diferente a la del mundo.
Cu?n hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas de bien, del que publica salvaci?n, del que dice a Sion: !Tu Dios reina! Vemos tambi?n que el soldado romano tiene un escudo, y en la analog?a paulina ?ste representa a la fe. La fe es la certeza de lo que se espera, la convicci?n de lo que no se ve. Sin fe es imposible agradar a Dios.
Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. Este ?ltimo texto pone de manifiesto un experimento curioso. Si yo me acerco a alguien es porque se supone que ese alguien est? all?, a la vista, tangible, no necesito creer que est? all? pues lo estoy viendo. Sin embargo, cuando se refiere a Dios, la Biblia me aconseja que crea que ?l est? all?, que existe. He pensado este texto muchas veces y he llegado a sostener que como Dios es Esp?ritu, y no puedo ver a un esp?ritu, se me hace dif?cil creer que est? presente. Vivimos tan sumergidos en el mundo de lo tangible que nos parecemos a Tom?s, ver para creer. Eso no es necesariamente incredulidad, simplemente puede ser el producto de un h?bito natural de nuestros ?rganos sensoriales. Yo me acerco a Dios, pero a cada rato debo creer que me estoy acerc?ndo a ?l.
Por eso el cristiano normalmente ora con los ojos cerrados (no es una obligaci?n o mandato), buscando concentraci?n y evitando la distracci?n. Nos gusta hablar con nuestros amigos, con los familiares, encontrarnos con alguien en la v?a p?blica, pedir direcciones, conversar. Pero al hacerlo con Dios nos sentimos cansados. Mucha gente piensa que es el diablo el que entorpece. Eso puede ser tambi?n un obst?culo. Pero creo que cuando se nos dice que es necesario creer que le hay (cuando nos le acercamos a Dios) se est? reconociendo la dificultad impl?cita de hablar con alguien a quien no vemos f?sicamente. Ser?a mucho m?s f?cil para nosotros ?y quiz?s pasar?amos m?s tiempo en oraci?n- si vi?semos f?sicamente a Dios. Lo que quiero reconocer es que orar es un trabajo fuerte, por cuanto implica el esfuerzo de creer que ?l est? all?, en el sitio de oraci?n. Vale la pena tener en cuenta esta realidad objetiva, que implica un esfuerzo extra por parte nuestra, pero que es inmediatamente recompensado: ?l es galardonador de los que le buscan. Alcanzamos el premio por partida doble: de un lado al
creer que est? all? podemos conversar con ?l y obtener las ventajas de esa conversaci?n (son ilimitadas); de otro lado, al entender que es una conversaci?n ?-en donde el interlocutor tambi?n habla- vamos por la ayuda del Esp?ritu pidiendo conforme a su voluntad, por lo cual nos aseguramos de que nos oye, y de que obtenemos las cosas que pedimos.
Los dardos de fuego del maligno se atajan y se apagan en ese escudo de la fe. La duda es el dardo preferido del enemigo de las almas, tambi?n lo es la acusaci?n acerca de que no estamos aptos para la oraci?n, para la predicaci?n, para el reino de los cielos. Dardos de fuego que nos acusan de hip?critas, pues ?c?mo vamos a predicar lo que nosotros no cumplimos? Pero, ?qui?n cumple a cabalidad? Miremos a Pablo en el libro de Romanos, cuando dice
miserable de m?, el bien que quiero hacer no hago, empero el mal que no quiero esto hago. Sin embargo Pablo sigui? adelante porque su fe pod?a apagar ese dardo de fuego en su conciencia. David sigui? adelante luego de su confesi?n y arrepentimiento, y alab? enormemente al Se?or y se convirti? en un hombre conforme al coraz?n de Dios. Todo eso a pesar de su pecado de adulterio, enga?o y homicidio. Independientemente de que recibi? castigo pudo seguir adelante porque su fe apag? el dardo de fuego acusador.
No hay nadie m?s interesado en que oremos bien que Satan?s mismo. Eso parece un absurdo o una blasfemia, ?verdad? Bueno, en un sentido es cierto que Satan?s se preocupa porque oremos bien. Tal vez la proposici?n quedar?a mejor planteada si decimos que Satan?s se preocupa porque no oremos mal. Es mejor as?. Trae a nuestra mente (otro dardo de fuego) una lista larga de condiciones acerca de c?mo Dios puede escuchar mejor nuestras oraciones, acerca de nuestra pureza de coraz?n para poder acudir a Dios en oraci?n. Se interesa mucho por nuestro estado de limpieza mental y espiritual, y nos recuerda que todav?a nos falta un poco m?s, que no estamos listos del todo. Que ser?a bueno dejar de pecar un poco m?s antes de acudir al trono de la gracia.
Ac? es necesario entrar en el otro concepto de la armadura del soldado romano, al que Pablo hace analog?a. La espada del Esp?ritu, que es la Palabra, y la oraci?n en todo tiempo. Estas son dos armas ofensivas muy poderosas. El escudo es un arma defensiva. El yelmo es arma defensiva. El cinto y la coraza tambi?n son defensivas. Pero la espada y la oraci?n son ofensivas. Un soldado cualquiera que tenga un arma ofensiva de combate puede caer a tierra herido, y dependiendo de su gravedad sigue combatiendo. Sigue disparando hacia su objetivo, hasta que encuentra auxilio, hasta que el enemigo se haya retirado. Por eso se nos dice, orando en todo tiempo con toda deprecaci?n y s?plica en el Esp?ritu. Cuando hemos pecado (figura del cristiano herido) podemos seguir orando, pues la oraci?n es un arma de combate. Pablo sigui? orando, David se ech? al suelo y or? a Dios cuando Nat?n le revel? su pecado. Ah, pero de seguro tiene en su mente ese texto de Isa?as que dice que el Se?or no oir? por nuestras manos manchadas de sangre! Por nuestros pecados hay una barrera entre Dios y nosotros. Pero debemos entender al menos dos cosas en ese texto: primero, que David reconoci? su pecado inmediatamente y se ech? a tierra a suplicar; no esper? a estar limpio del pecado para ponerse a orar, pues ese s? ser?a un absurdo por lo imposible del hecho en s? (Si no se hubiera arrepentido David no habr?a sido escuchado). Segundo, que cuando en el Antiguo Testamento se habla de que Dios no nos oye por nuestros pecados, el sacrificio de Cristo todav?a no estaba realizado en la cruz (
pues sin nuestro coraz?n nos reprende, mayor que nuestro coraz?n es Dios -1 Juan 3:20). De manera que ahora s? podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia. Podemos seguir orando a?n cuando hayamos pecado, pues la oraci?n es un arma de combate espiritual y el pecado es una herida infringida a nuestro ser. Por supuesto, no estoy hablando de que podemos pecar libremente y sentirnos contentos. Pablo mismo dijo
?c?mo viviremos a?n en el pecado? Eso es imposible, por nuestra nueva naturaleza. Lo que trato de exponer es sencillamente que
orando en todo tiempo es precisamente
en todo tiempo, no solamente en tiempo de absoluta santidad, tambi?n en tiempo de nuestras ca?das. Pero de seguro que nuestras oraciones ir?n dirigidas con l?grimas, con arrepentimiento, pero dirigidas igualmente contra nuestro com?n enemigo.
De esta forma no caeremos en la trampa de abandonar nuestras armas ofensivas por el hecho de andar heridos. La Palabra de Dios, que es la espada del Esp?ritu, y la oraci?n, otra arma de combate, unidas en perfecta armon?a son letales contra nuestro enemigo. No puede resistir. A Jesucristo el diablo le tent? tres veces en el desierto, pero el Se?or le respondi? tres veces con textos de la Palabra misma. Y eso que Satan?s argumentaba torciendo las Escrituras, como suele hacerlo, como lo hizo en el G?nesis con Eva (conque te han dicho que no comas del ?rbol?). Ese dicho era de Dios, por lo tanto era palabra de Dios. Por eso se nos aconseja dos t?cticas de combate muy relevantes: resistir al diablo (y de nosotros huir?, pues est? vencido en la Cruz), y alejarnos de la tentaci?n. No nos mandan a alejarnos de Satan?s ni a huir de ?l; no, ?l es quien tiene que huir de nosotros cuando le resistimos con la Palabra y la oraci?n, apagando sus dardos de fuego. Pero de la tentaci?n tenemos que huir, no acercarnos a ella, pues nuestra concupiscencia, que es interna por pertenecer a nuestra naturaleza, nos seduce y nos tumba en el combate. Huid de la tentaci?n es el mandato.
Si Satan?s viviera en nosotros de seguro estar?amos ca?dos todo el tiempo. Pero mayor es el que est? en nosotros que el que est? en el mundo. Sin embargo, la vieja naturaleza con su concupiscencia habita dentro de nosotros, y el mejor consejo objetivo que se nos da en la Biblia es huir de la tentaci?n, para no dar ocasi?n a la concupiscencia.
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