El Canon de la Biblia o la manera como midieron la factibilidad de que unos libros fuesen inspirados por Dios y otros no, libros escritos a lo largo de más o menos 1.600 años, por alrededor de 40 autores que no necesariamente conocían los libros de sus predecesores, algunos sí pero otros no, demuestra el plan soberano y eterno de Dios; Dios gobernando aún en esos asuntos que parecen tan azarosos, tan casuales, como producto de cónclaves y decisiones grupales, sínodos, deliberaciones, pero que finalizan en un conjunto suscrito como una obra concatenada y sostenida de principio a fin por su coherencia temática.
Algunas personas son sus detractores. Otras son acusadoras de la discrecionalidad de quienes decidieron acerca del Canon, pero no obstante, aquellas personas que realmente buscan indagar en la verdad porque tienen el interés manifiesto de conocerla, no podrán más que maravillarse de la forma en que se ejecutó ese plan divino. Por eso, entre otras cosas, pienso que cuando algunos críticos acerca de si la creación se hizo en 6 días o 6.000 millones de años se inclinan por la mayor cantidad de tiempo, pues consideran mito el hecho de que fuese hecho el universo en 6 días, deberían ser coherentes con su criterio al sojuzgar la factibilidad de la hechura de un libro en un plazo de 1.600 años, pues resulta mucho más fácil para el autor hacerlo en menos tiempo que coordinar todas las eventualidades que suelen darse en un plazo tan exagerado de tiempo.
Para el Creador resulta más fácil –eso suena a paradoja- hacer el mundo en 6 días que en 6.000 millones de años, pues haberlo hecho en un tiempo tan extenso presupone tener cuidado de la forma como todo se coordina para que se produzca lo que los físicos modernos llaman la singularidad, que no es otra cosa que el cúmulo de condiciones sine qua non para que el universo esté donde esté. Pero si aquí la lógica creacionista se conjuga con la evolucionista, para darse mayor prestancia con sus críticos, aceptando el criterio de un tiempo superior a 6 días para la creación o aparición del universo, debería ser congruente con maravillarse por el hecho de cómo un libro pudo escribirse en 1.600 años y presentar tal coherencia en sus temas, en sus profecías, en su historia y en el cumplimiento perfecto de todo cuanto allí se anuncia.
Claro, es Dios obrando en la historia. Dios metiéndose en la historia de tal forma como se encarnó en ella: Y el Verbo se hizo carne. Si el Verbo se hizo carne, si puso su vida y la volvió a tomar de sí mismo, es lógico suponer que el Verbo tiene control del tiempo, del fruto del tiempo que es la historia, del acontecer generacional y de todos los detalles que coadyuvan en la producción del alcance de las metas u objetivos propuestos por el Ser Supremo.
De allí que veamos rasgos culturales en cada libro de la Biblia. Rasgos del autor histórico, del instrumento usado en el proceso de inspiración; unos fueron profetas, otros poetas, otros cronistas, pero todos relatores de lo que se ha conocido como La Palabra de Vida. Incluso los utensilios usados para tallar las tablillas de arcilla, para escribir en el papiro, en la vitela, en el pergamino, entre otros mecanismos de utilería y tecnología de la escritura antigua, aparecen como circunstancias de ciertos momentos de la historia humana. Sin embargo, el Dios que todo lo prevé, que todo lo preordena, genera también las circunstancias para que se cumpla su propósito que además es eterno. Esto no deja de maravillarnos desde nuestra finitud existencial en tanto simples mortales. Pero nos maravilla aún más cuando nosotros somos el objeto de su gracia salvífica anunciada en ese gran libro de los libros, que contiene los elementos necesarios para orientarnos en y hacia nuestro destino.
Por supuesto, los que no tienen todavía la fe necesaria que da el Señor para creer en esto se maravillan del absurdo que supone el creerlo. El efecto es el mismo, entonces: unos nos maravillamos por la grandeza del amor de Dios que todo lo ha planificado hasta en sus mínimos detalles, y que no se escandaliza de nuestra diversidad cultural, por cuanto todo lo ha hecho Él para sí mismo y para alabanza de su gloria; pero otros se maravillan de nuestra credibilidad en cosas que suenan lógicas con la estructura de la cultura e historia humana, sin que por ello haya que atribuir intervención divina alguna. Pero miremos al Arco Iris: la ciencia puede hablar de los colores primarios, de las causas físicas que generan la posibilidad óptica para contemplar el Arco, pero los creyentes aunque no negamos la ciencia, ni negamos la realidad causal de la naturaleza en ese fenómeno óptico, atribuimos ese hecho a un dictamen y propósito divino en un momento determinado y con un propósito determinado. No hay contradicción sino diferencia. Contradicción habría si negásemos la causalidad física del fenómeno; la diferencia estriba en que los creyentes creemos además en la causa de la causa. Por eso se nos acusa de ignorantes y vasallos fundamentalistas, pero los acusadores deberían recordar que cuando un creyente bíblico anuncia sus creencias, aparte de hacerlo por un acto de fe –imposible de explicar a quien no tiene ese don- lo hace siguiendo el patrón trazado por Aristóteles, el baluarte de la ciencia desde muchos siglos. En efecto, él dijo que buscando el principio de todas las cosas deberíamos llegar al motor sin motor, que mueve todas las cosas pero que no es movido por nadie.
El Dios de la Biblia se nos ha revelado como ese Dios que mueve todas las cosas pero que no es movido por nadie, pues Él mismo dice ¿Quién fue Su Consejero?. Y en la misma Biblia se cita a un poeta griego que dijo: En Él vivimos, nos movemos y somos. Por eso hay diferencia pero no contradicción. El negro es diferente del azul pero no su contrario. Su contrario es el blanco. El blanco es diferente del azul pero no su contrario. Asimismo, existen diferencias entre los creyentes y los incrédulos, pero no por eso los creyentes negamos la ciencia, sino que nos alegramos en ella pues ella misma demuestra parte de la grandeza de nuestro Dios.
La razón del Canon.
La pregunta surge, ¿por qué el canon? Realmente el Dios de los cielos utilizó a los humanos para manifestar su revelación, asimismo utilizó a la misma humanidad para resguardar lo manifestado. Existió una tradición en el pueblo de Israel en torno a la lectura de ciertos grupos de libros considerados por sus líderes religiosos como los libros heredados bajo revelación divina. Los criterios esgrimidos giraban en torno a las cualidades del mensaje y sus beneficios espirituales en los hombres. Pero existió siempre un principio innato, así como existe desde siempre en las denominadas leyes de la ciencia, llamado el principio de no contradicción.
Según este principio ningún libro debe contradecir a otro del grupo, sino que todos en su conjunto deben poner de manifiesto una coherencia y cohesión textual.
El Canon del Antiguo Testamento.
El Antiguo Testamento fue estructurado desde que se concibió como conjunto de libros para leer, por parte de los que fueron considerados como el pueblo de Dios, de la manera siguiente:
1. La Torá, que significa enseñanza o ley, y ha estado restringida para los primeros cinco libros de la Biblia, que son Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
2. Los Profetas, que contenían a los primeros profetas llamados Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, pero que también agrupaban a los últimos profetas, tales como Isaías, Jeremías, Ezequiel, seguidos de los 12 profetas menores, los cuales son Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.
3. Los Escritos que comprendían por un lado a los libros poéticos, tales como Salmos, Proverbios, Job, otros libros leídos en las festividades judías y que son El Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester; y dentro de este grupo también se incorporaban los libros históricos, tales como Daniel, Esdras y Nehemías, así como 1 y 2 de Crónicas. Es de hacer notar de que a Los Escritos se le denominaba indistintamente Salmos, por ser éste el primero de los poéticos. Asimismo, podemos encontrar profecía tanto en un libro poético -como es el caso de los Salmos- como en un libro histórico -por ejemplo, el libro de Daniel. Pero aunque allí haya profecía se considera poético o histórico, si bien pudiésemos conseguir historia también en un libro poético.
Cuando Jesús se encontraba en el aposento alto les dijo a sus discípulos que era necesario que se cumpliese todo lo que estaba escrito de él en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Semejante declaración pone de manifiesto en forma categórica la manera como estaba estructurado el canon de lo que sería la Biblia hebrea; pero debemos aclarar que en la antigüedad se citaban a Los Escritos como a los Salmos, pues era el primer libro que los componía (Lucas 24:44). De igual forma Jesús es citado en Mateo 23:35 confirmando su testimonio referente al canon de lo fue el Viejo Pacto: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías. Abel fue mencionado en el primer libro de la Biblia, llamado Génesis, y de acuerdo al canon hebreo Zacarías fue el último mártir que murió apedreado profetizando en el patio de la casa de Jehová (2 Crónicas 24:21). Esto no es otra cosa que corroborar el orden establecido en el canon antiguo al decir, de alguna manera, desde Génesis hasta Crónicas, pues como habíamos señalado anteriormente, Los Escritos colocaban a 1 y 2 de Crónicas como los dos últimos libros de la Biblia Veterotestamentaria, ya que el Génesis era el inicio de ella, marcando el comienzo de la Torá.
Estas dos declaraciones recogidas en los evangelios legitima el canon establecido como el veraz, el único a ser considerado como fuente inspirada por Dios, ya que si Jesucristo es Dios mismo hecho carne, y Él dijo que el Padre y Él eran uno, entonces Él dio fe de lo que se tiene como Su libro inspirado. Por otro lado, Jesús jamás hizo referencia alguna a lo que se ha considerado como los libros deuterocanónicos, como un segundo canon añadido al protocanónico. No los mencionó, no los discutió, sino que los ignoró por completo. Así como Él es la Verdad y no se puso a mencionar a todas las divinidades paganas para refutar una a una, tampoco refutó uno a uno cualquier otro libro que pretendiera adulterar Su palabra revelada hasta entonces.
Y siguiendo el principio de no contradicción, los otros libros que pretenden incorporarse como canónicos son narraciones históricas en las cuales unas dicen que ellas mismas no son inspiradas por Dios, mientras que otras solamente desdicen del mensaje central de la Escritura, de la salvación por gracia que Dios ofrece a los elegidos; esos libros del segundo canon, o apócrifos -como se les llama- hablan de de una salvación por obras y no por gracia, contraviniendo claramente aquellos textos en que se expone que la salvación no es por obras sino por gracia, pues de otra manera la gracia ya no sería gracia. Esos textos suponen que la oración hecha por los muertos es útil para los difuntos y pretende anular la imposibilidad que se le presenta al ser humano de encontrar opción salvífica una vez que muere sin Cristo, pues está establecido para los hombres que mueran una vez y después de esto el juicio (Hebreos). Y como señalamos, en algunos de esos libros que han pretendido ser anexados, se habla de la posibilidad de orar por los muertos, de la posibilidad de ser salvos por medio de limosnas y caridades, contraviniendo una vez más las enseñanzas de Jesús al respecto, si recordamos la parábola del Rico y Lázaro, entre tantas de sus enseñanzas.
El Canon del Nuevo Testamento.
A partir de lo dicho en Efesios 2:20 se observa la estructura básica de la Iglesia de Cristo: Jesucristo como la principal piedra del ángulo y los apóstoles y profetas como fundamento de edificación. De manera que son tres los componentes esenciales del sustento de la Iglesia: Jesucristo, los apóstoles y los profetas. Se tenía como modelo a la Iglesia de Jerusalén que continuaba en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, según lo señala Lucas en el libro de los Hechos 2:42. De manera que los apóstoles dictaminaron con sus enseñanzas y conducta lo que sería útil para la Iglesia incipiente, ese gran misterio del que hablara Pablo. Y Pablo mismo se incorporó tardíamente, como un abortivo –en sus propias palabras- a conjugarse como apóstol de Jesucristo, argumentando que se debe reconocer a sus escritos como mandato del Señor (1 Corintios 14:37).
Haciendo un poco de historia, en el siglo II d.C. aparece dentro de la iglesia cristiana un personaje llamado Marción, quien se convirtió en un hereje y decía que Jesucristo estaba compuesto por dos personas; en una de las cuales vino como espíritu y en la otra como hombre. Para lograr su objetivo Marción, con su influencia económica, instituye su propio canon para fortalecer su nueva doctrina. Por otro lado, muchas iglesias usaban libros no inspirados, pero de gran valor cultural y conductual, pero que desviaban del sentido recto de la doctrina apostólica y profética, derivando hacia otro fundamento distinto al de Jesucristo. Asimismo, hubo persecuciones romanas en el siglo IV d.C. contra cualquier libro utilizado por los cristianos en su preparación doctrinal, tratando de hacer desaparecer cualquier vestigio de las cartas y evangelios de las que se mantenían copias en muchas iglesias.
Estos asuntos, entre muchos otros factores, hacen que aparezca un sínodo, el de Hipona, hacia el año 393 d.C., confeccionando una lista de 27 libros que constituirían el Nuevo Pacto o el Nuevo Testamento. Pero hay que aclarar rápidamente que este sínodo solamente reconoció la autoridad que ya tenían estos 27 libros en el uso regular que múltiples iglesias le daban a ellos, por lo que no podría decirse que el sínodo como tal le dio autoridad a estos libros, simplemente se las reconoció.
Este conjunto de libros circulaba en forma separada durante los primeros 300 años de vida del cristianismo. Al parecer existían cuatro volúmenes que comprendían lo que hoy se conoce como Nuevo Testamento. El primer volumen contenía los cuatro evangelios; las epístolas de Pablo pertenecían al segundo volumen; luego venían lo que se llamaba las epístolas generales y finalmente el Apocalipsis ocupaba el cuarto volumen. El libro de los Hechos venía en ocasiones agregado o a los evangelios o a las epístolas generales.
Pero innumerables evangelios, cartas atribuidas a algunos apóstoles, libros apocalípticos, aparecían en la escena cristiana como el aporte de personas inescrupulosas, que pretendían desviar la doctrina apostólica y profética del fundamento que era Jesucristo en la iglesia naciente. Por eso la urgencia de un sínodo que iniciara la declaración de lo que se consideraba verdaderamente inspirado o camuflado –algunos prefieren el término de apócrifo para este conjunto de libros de apariencia inspiracional. Lo cierto es que había la necesidad de poner las cosas claras desde un comienzo y eso fue lo que se hizo, para bien de los futuros creyentes que Dios en la historia manifestaría.
Lo apócrifo.
El término apócrifo quiere decir oculto y se le aplica a cualquier libro atribuido a autoría sagrada cuya pertenencia al Canon bíblico está o estuvo en discusión, por lo que no termina siendo aceptado por las autoridades religiosas en cuestión. Se dice que Jerónimo de Estridón fue el primero en usar este vocablo, al referirse a los escritos que tuvo que traducir desde sus lenguas originales al latín. Esos escritos se conocen hoy día como deuterocanónicos o pertenecientes a un segundo canon, que no formaba parte del texto usado por las comunidades judías y que no había sido aceptado por Jesús cuando hizo referencia a las Escrituras que hablaban de Él. A partir de Jerónimo se conoce como apócrifo a todo libro –incluso del Nuevo Testamento- que haya aparecido de procedencia dudosa y que pretenda incluirse en el Canon establecido por las comunidades religiosas pertinentes.
Por eso, habíamos señalado que referidos al Nuevo Testamento también podemos encontrar algunos textos escritos por gnósticos, o por cualquier grupo hereje que pretendió mezclarse con los textos originarios del movimiento cristiano. Si alguna persona quiere indagar acerca de si un libro de los llamados apócrifos debería estar aceptado plenamente por la comunidad cristiana, bastaría con intentar sostener su contenido a la luz del contenido general y específico del resto de las Escrituras. Pues no podríamos conciliar, en virtud del principio de no contradicción, los antagonismos que resultan de semejante cotejo. Por ello, una vez más, la soberanía del Dios de la Biblia asombra, en el entendido de que se hizo un libro por intermedio de 40 autores y a lo largo de un período de 1.600 años, bajo las influencias de las primeras técnicas de escritura en pergaminos, vitelas, papiros y ostracas. Porque grandes y maravillosas son Sus obras!
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